Versículo para hoy:

sábado, 5 de julio de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)


 IV. La santidad personal y la práctica cotidiana de nuestra fe

    En cuarto lugar, estos tiempos requieren de nosotros una norma más elevada de santidad personal y más atención a la práctica cotidiana de nuestra fe.

    Sinceramente, estoy convencido de que desde los días de la Reforma, no ha habido nunca como ahora en Inglaterra tanta profesión de fe sin práctica, tanto hablar de Dios sin andar con él, tanto oír las palabras de Dios sin ponerlas en acción. ¡Nunca hubo tanto metal que resuena y címbalo que retiñe! Nunca tanta formalidad y tan poca realidad. Todo el tenor de la mente de los hombres con respecto a lo que constituye un cristianismo práctico parece estar en declinación. La antigua norma de oro de la conducta apropiada de la mujer y el hombre cristiano parece haberse corrompido y degenerado. Se ve una cantidad de (supuestos) cristianos haciendo continuamente cosas que en el pasado hubieran sido consideradas contradictorias a una fe vital. No ven nada malo en cosas como jugar a las cartas, ir al teatro, bailar, pasarse el día leyendo novelas y viajar los domingos, ¡no entienden en absoluto por qué usted las objeta! La antigua sensibilidad de conciencia acerca de estas cosas parece estar desapareciendo y en peligro de extinción como el dodo de las islas Mauricio. Cuando nos aventuramos a exhortar a los jóvenes que las practican, se nos quedan mirando, considerándonos anticuados, de mente cerrada, fosilizados, y preguntan! "¿Qué tiene de malo?" En suma, la laxitud de las ideas entre los jóvenes y la seguridad en sí mismos, además de la frivolidad entre las señoritas, son características demasiado comunes de una nueva generación de profesantes cristianos.

    No me equivoco al decir todo esto. Esté seguro que mi intención no es recomendar una práctica ascética. Los monasterios para monjes y para monjas, un retiro completo del mundo y negarnos a cumplir nuestras obligaciones en él, distan de ser bíblicos, según mi entender, y no son más que errores en las prácticas que distraen del comportamiento cristiano bíblico. Tampoco creo que me toque instar a los hombres a vivir una norma ideal de perfección que no encuentro en la Palabra de Dios, una norma imposible de alcanzar en esta vida, y que pasa la administración de los asuntos de la sociedad al diablo y a los impíos. No, anhelo siempre promover una práctica cristiana amistosa, alegre y valiente que glorifica a Cristo y es apropiada en toda ocasión y lugar.

    El camino a una norma de santidad más elevada es muy sencillo, tan sencillo que me imagino a algún lector sonriendo con desdén. Pero, aun sencillo como es, es un camino tristemente descuidado y lleno de malezas, y ya es tiempo de llamar la atención a él.

    (a) Necesitamos, pues, examinar más detenidamente nuestros viejos amigos, los Diez Mandamientos. Estudiados y apropiadamente desarrollados como lo fueron por el Obispo Andrews y los Puritanos, las dos tablas de la ley de Dios son una mina perfecta de religión práctica. Creo que es una señal maligna de nuestros tiempos, el que muchos pastores no hacen colocar una placa con los diez mandamientos en sus templos nuevos o restaurados, y tranquilamente dicen: "¡Ya no se necesitan!" ¡Creo que nunca han sido tan necesarios como ahora!

    (b) Tenemos que examinar con más cuidado, porciones de las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo como el Sermón del Monte. ¡Qué riqueza para reflexión contiene ese maravilloso discurso! Qué expresión impresionante es: "Si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos" (Mt. 5:20). ¡Ay, rara vez se usa ese texto!

    (c) En último lugar, pero no por eso menos importante, tenemos que estudiar con cuidado la última parte, eminentemente práctica, de casi todas las epístolas de Pablo a las iglesias. Casi ni se las tiene en cuenta. Me temo que muchos lectores de la Biblia conocen bien los primeros once capítulos de la Epístola a los Romanos, pero poco saben de los últimos cinco. Cuando Thomas Scott predicaba sobre la Epístola a los Efesios en la antigua Lock Chapel, hizo la observación de que ¡cuando llegó a la parte práctica del libro, la asistencia comenzó a bajar!

    Vuelvo a decir que quizá usted piense que mis recomendaciones son demasiado sencillas. No vacilo en afirmar que darles su atención sería, con la bendición de Dios, muy provechoso para la causa de Cristo. Creo que elevaría la norma cristiana de mi lector a un nivel hasta ahora casi desconocido, en relación con temas como la fe en el hogar, el apartarse del mundo, diligencia en cumplir con las obligaciones diarias, generosidad, buen carácter y una mente espiritual.

    En estos últimos tiempos, se escucha una queja común en cuanto a la falta de poder en el cristianismo moderno. Se dice que la verdadera iglesia de Cristo, el cuerpo del cual él es la Cabeza, no sacude al mundo actual como lo hacía en el pasado. ¿Quiere que le diga directamente cuál es la razón? Es la escasa espiritualidad que tristemente prevalece entre los cristianos profesantes. Es la falta de hombres y mujeres que caminan con Dios y ante Dios, como lo hacían Enoc y Abraham. Aunque ahora los fieles exceden por mucho a nuestros antepasados evangélicos, creo que somos muchos menos, los que estamos a la altura de ellos en cuanto a la práctica de nuestras creencias se refiere. ¿Dónde está el negarnos a nosotros mismos, la redención del tiempo, el desprecio a los lujos y a darnos gusto, la separación notoria de las cosas terrenales, el aspecto manifiesto de estar siempre ocupados en los asuntos de nuestro Señor, la fidelidad, la sencillez de la vida hogareña, la conversación de altura en la sociedad, la paciencia, la humildad y cortesía universal que caracterizó a tantos de nuestros antepasados hace setenta y ochenta años.

    Sí, ¿dónde están todas estas virtudes? Hemos heredado sus principios y vestimos su armadura, pero me temo que no hemos heredado su práctica. El Espíritu Santo lo ve y se contrista, el mundo lo ve y nos desprecia. El mundo lo ve y le importa poco nuestro testimonio. Es un estilo de vida, en imitación de la vida de Cristo, lo que influye sobre el mundo. Resolvamos, con la bendición de Dios, quitarnos este reproche. Despertemos para ver claramente lo que estos tiempos requieren de nosotros en este sentido. Apuntemos a una norma más elevada de la práctica de nuestra fe. Dejemos atrás el vivir una santidad a medias. En adelante, esforcémonos por caminar con Dios, ser íntegros e irrefutables en nuestra vida cotidiana y así, si no podemos convertir a un mundo burlón, por lo menos podremos silenciarlo.

jueves, 3 de julio de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

III. El carácter no bíblico del romanismo

    En tercer lugar, estos tiempos requieren de nosotros que tengamos un sentido más claro y vivo del carácter del romanismo; que estemos convencidos de que dista mucho de ser bíblico y lleva el alma a la ruina. Este es un tema doloroso, pero es imperativo atacarlo de frente.

    (1) Las verdades del caso son muy sencillas. Ningún observador inteligente puede dejar de ver que el tono del sentimiento público en Inglaterra en cuanto al romanismo ha cambiado muchísimo en los últimos años. El Padre Oakley, conocido y errado sacerdote, aliado del Cardenal Newman, asegura esto triunfalmente en una edición reciente de su libro Contemporary Review (Crítica contemporánea). Y lamento tener que admitir que, según mi opinión, dice la verdad. Ya no existe una aversión, animosidad ni desconfianza general hacia el papado, que una vez fue casi general en este país. Parece que ya no existe la claridad de antes en el sentimiento británico acerca del protestantismo. Algunos afirman estar cansados de toda la controversia religiosa y están dispuestos a sacrificar la verdad de Dios con tal de mantener la paz. Algunos consideran al romanismo, simplemente como una de las muchas expresiones religiosas inglesas, ni peor ni mejor que las demás. Algunos tratan de convencernos de que el romanismo ha cambiado y ya no es tan malo como lo era. Otros destacan audazmente las faltas de los protestantes y proclaman, a viva voz, que los romanistas son tan buenos como nosotros. Algunos opinan que está bien y es una muestra de liberalidad ser abierto, y argumentan que no tenemos derecho de creer que si una persona es sincera en cuanto a su credo, esté errada. No obstante, hay dos grandes verdades históricas: (a) que la ignorancia, la inmoralidad y la superstición reinaban soberanamente en Inglaterra hace 400 años bajo el papado y (b) que la Reforma fue la bendición más grande que Dios le dio a este país. ¡Estas son verdades que sólo a los papistas se les ocurría disputar cincuenta años atrás, pero que ahora es conveniente y está de moda olvidar! En suma, al ritmo que vamos, no sorprendería si, repentinamente, cambiaran las leyes y se permitiera que un papista usara la corona de Inglaterra.

    (2) Las causas de este lamentable cambio no son difíciles de descubrir.

    (a) Surgen en parte por el celo constante de la Iglesia de Roma misma. Sus agentes nunca descansan ni duermen. Van por mar y tierra para ganar un prosélito. Se inmiscuyen en todas partes, desde los palacios hasta las fábricas, para promover su causa.

    (b) Se ha extendido inmensamente por las medidas del partido ritualista de la Iglesia Anglicana. Ese cuerpo enérgico y activo ha estado vilipendiando a la Reforma y burlándose exitosamente del protestantismo durante muchos años. Ha corrompido, cegado y envenenado la mente de muchos fieles con sus incesantes interpretaciones erróneas. Ha familiarizado gradualmente al pueblo con cada doctrina y práctica del romanismo: La presencia real del cuerpo y la sangre de Cristo en la eucaristía, la transubstanciación (creencia por la fe, no por los sentidos, de que el cuerpo y la sangre de Cristo están presentes en la eucaristía), la misa, la confesión auricular y absolución sacerdotal, el carácter sacerdotal del ministerio, el sistema monástico y un estilo histriónico, sensual y llamativo de su culto público. ¡La consecuencia natural es que mucha gente sencilla no ve nada perjudicial en el papismo!

    (c) Por último, pero no menos importante, es cómo la liberalidad falsa del tiempo en que vivimos ayuda a una tendencia hacia el catolicismo romano. Está de moda decir ahora que todas las sectas debieran considerarse iguales, que el estado no debería tener nada que ver con la religión, que todos los credos debieran ser considerados con el mismo respeto y que todas las religiones, en el fondo, comparten una verdad, ¡sea el budismo, islamismo o cristianismo! La consecuencia es que miríadas de gente ignorante comienzan a pensar que no hay nada realmente peligroso en los principios de los papistas, como no lo hay en los principios metodistas, independientes, presbiterianos o bautistas, y que tenemos que dejar tranquilo al romanismo y nunca exponer su carácter antibíblico que deshonra a Cristo.

    (3) Las consecuencias de este cambio de actitud serán muy desastrosas y funestas a menos que se lo detenga. Dejar que el papado se extienda en Inglaterra, significará el final de toda nuestra grandeza nacional. Dios nos abandonará y nos hundiremos al nivel de Portugal y España. Significará que se desalentará la lectura de la Biblia, se prohibirá tener un criterio personal, aparecerán obstáculos y obstrucciones en el camino hacia la cruz de Cristo, se volverá a establecer la función sacerdotal, la confesión auricular en cada parroquia, los monasterios cundirán por todo el país. Las mujeres en todas partes se arrodillarán como esclavas a los pies de los clérigos, los hombres perderán su fe y serán escépticos, las escuelas y universidades pasarán a ser seminarios de los jesuitas, el libre pensamiento será denunciado y declarado anatema. Y con todo esto, gradualmente irá desapareciendo la valentía e independencia del carácter británico. Creo con firmeza que todo esto sucederá, a menos que se avive el sentimiento del valor intrínseco del protestantismo.

    (4) Advierto a todo el que lee este escrito y, en particular, advierto a mis hermanos creyentes, que estos tiempos requieren que despertemos y nos mantengamos en guardia. Cuidémonos del romanismo y de cualquier enseñanza religiosa que, queriendo o no, le abre a este el camino. En nuestro país está desapareciendo gradualmente el protestantismo; le ruego que comprenda esta dolorosa verdad. Y le ruego, como cristiano y patriota, que resista la creciente tendencia a olvidad las bendiciones de la Reforma Inglesa.

    Por Cristo, por la iglesia, por nuestra patria, por nuestros hijos, no volvamos a la ignorancia, a la superstición, a los artificios sacerdotales y a la inmoralidad romana. Nuestros antepasados probaron el papado durante siglos y, finalmente, se libraron de él con disgusto e indignación. No volvamos el reloj regresando a Egipto. No hagamos las paces con Roma hasta que Roma confiese sus errores y haga las paces con Cristo. Hasta que Roma haga eso, la reunificación de las iglesias occidentales, de la cual hablan algunos y nos la recomiendan, es un insulto al cristianismo.

    Lea su Biblia y llene su mente de argumentos bíblicos. Un laicado que lee la Biblia es la manera más segura de defenderse contra el error. No temo por el protestantismo inglés si el laicado inglés cumple su deber. Lea sus treinta y un artículos en Apology (Apología) de Jewell y note cómo esos documentos prácticamente olvidados hablan de las doctrinas romanas. Lamentablemente, los clérigos somos a menudo los culpables. ¡No observamos el primer canon que manda predicar cuatro veces por año en contra de la supremacía del Papa! Con demasiada frecuencia, nos comportamos como si el "papa gigante" estuviera muerto y sepultado, y nunca lo mencionamos. Con demasiada frecuencia, por temor a ofender, no le mostramos a nuestra gente la naturaleza e impiedad real del papado.

    Ruego a mi lector que, además de leer la Biblia y los Artículos, lea la historia y se entere de lo que Roma hizo en el pasado. Lea cómo pisoteó las libertades de nuestro país, saquearon los bienes de nuestros antepasados y mantuvieron a toda la nación en la ignorancia, la superstición y la inmoralidad. Lea cómo el Arzobispo Laud arruinó a la iglesia y al estado, y causó que él y el Rey Carlos fueran ejecutados en la horca por su esfuerzo necio, obstinado y desagradable a Dios de erradicar el protestantismo de la Iglesia Anglicana. Lea cómo el último rey de Inglaterra papista, Jacobo Segundo, perdió su corona por su audaz intento de arrasar con el protestantismo y volver a introducir el papado. Y recuerde que Roma nunca cambia. Es su gloria presumir que es infalible y que siempre lo será.

    Lea también las condiciones alrededor del mundo en la actualidad. ¿Qué es lo que hizo de Italia y Sicilia lo que eran hasta hace poco? El papado. ¿Qué es lo que ha hecho de los estados sudamericanos lo que son? El papado. ¿Qué es lo que ha hecho de España y Portugal lo que son? El papado. ¿Qué es lo que ha hecho de Irlanda lo que es en Munster, Leinster y Connaught? El papado. ¿Qué es lo que hace que Escocia, los Estados Unidos y nuestra amada Inglaterra sean los países prósperos que son, y rogamos que lo sigan siendo? Respondo sin vacilar que es el protestantismo, la libertad de leer la Biblia y los principios de la Reforma. Por favor, ¡piénselo dos veces antes de descartar los principios de la Reforma! Piénselo dos veces antes de ceder a la tendencia prevaleciente de favorecer el papado y volver a Roma.

    La Reforma...

-encontró a los ingleses sumidos en la ignorancia y los dejó poseyendo         conocimiento,

-los encontró sin Biblias y puso una Biblia en cada parroquia, 

-los encontró en las tinieblas y los dejó, comparativamente hablando, en la luz,

-los encontró sujetos a los sacerdotes y los dejó disfrutando la libertad que brinda Cristo,

-los encontró ignorantes en cuanto a la sangre de la expiación, la fe, la gracia y la verdadera santidad, y los dejó con la llave de estas bendiciones en las manos,

-los encontró ciegos y los dejó viendo,

-los encontró esclavos y los dejó libres.

    ¡Siempre demos gracias a Dios por la Reforma! ¡Encendió una luz que no debemos dejar que se apague nunca! ¡Digo bien cuando afirmo que estos tiempos requieren de nosotros un sentido renovado de las maldades del romanismo y del valor enorme de la Reforma Protestante!

domingo, 29 de junio de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

II. La doctrina cristiana

    En segundo lugar, estos tiempos requieren que tengamos ideas distintivas e indubitables acerca de la doctrina cristiana.

    Tengo que admitir mi convicción de que la iglesia profesante de este siglo está tan perjudicada por la laxitud y vaguedad en cuestiones doctrinales dentro de ella, como por los escépticos e incrédulos fuera de ella. Miríadas de cristianos en la actualidad, denotan ser absolutamente incapaces de distinguir entre las cosas que son diferentes de su profesión de fe. Al igual que las personas que sufren de daltonismo que no distinguen la diferencia entre los colores, estos no disciernen entre lo que es verdad y lo que es mentira, entre lo que es verdadero y lo que no lo es. Si el predicador es original, elocuente y parece sincero, creen que todo lo que dice está bien, por más extraños y cuestionables que sean sus sermones. Aparentemente, carecen de sentido espiritual y no pueden detectar los errores. Les da lo mismo el papismo que el protestantismo, la expiación que ninguna expiación, un Espíritu Santo personal que ningún Espíritu Santo, un castigo futuro que ningún castigo futuro, una iglesia ritualista que una carente de ritual, una iglesia liberal que una conservadora. También les da lo mismo el trinitarismo, el arrianismo o el unitarismo; ¡se lo tragan todo, aun cuando ni siquiera lo puedan digerir! Se dejan llevar por una liberalidad y caridad imaginarias, piensan que todos tienen razón y que nadie está equivocado, todo clérigo es digno de confianza y ninguno no lo es, todos serán salvos y nadie se perderá. Su "religión" se compone de negativos ¡y lo único que tienen erradamente positivo es que no hacen diferenciaciones y creen que todos los conceptos extremos, indubitables y positivos son muy malos y equivocados!

    Esta gente vive envuelta en una especie de bruma o neblina. No ven nada con claridad y no saben lo que creen. No tienen ninguna convicción acerca de las grandes verdades del evangelio y parecen contentarse con ser miembros honorarios de todas las corrientes de pensamiento. Por más que quisieran, no pueden decir lo que consideran como cierto acerca de la justificación, la regeneración, la santificación, la Cena del Señor, el bautismo, la fe, la conversión, la inspiración divina ni lo que será el más allá. Le tienen un miedo mórbido a las controversias y sienten una aversión ignorante a lo que consideran un espíritu sectario, aunque ni siquiera pueden explicar lo que quieren decir con estas expresiones. ¡Lo único que se les puede detectar es que admiran la inteligencia, el ingenio y la caridad, y no pueden creer que un hombre inteligente, ingenioso y caritativo se equivoque! Y, entonces, siguen viviendo indecisos y, con demasiada frecuencia, indecisos siguen hasta la muerte, sin consuelo en su fe, y me temo que, a menudo, sin esperanza.

    No es difícil encontrar una explicación para esta condición débil, insensible e indecisa del alma. Para empezar, el corazón del hombre natural está espiritualmente en tinieblas (no tiene un sentido intuitivo acerca de la verdad) y, realmente, necesita instrucción e iluminación. Además, el corazón natural de la mayoría de la gente detesta todo esfuerzo espiritual y, cordialmente, detesta el estudio esforzado y perseverante de temas que tienen que ver con Cristo. Sobre todo, al corazón natural, por lo general, le gusta que lo elogien, evita enfrentar las diferencias de opiniones y le encanta que lo consideren caritativo y generoso. El resultado es que a la inmensa mayoría de la gente y, especialmente a los jóvenes, les cae muy bien una especie de "agnosticismo religioso". Se contentan con descartar como basura todos los motivos de discusión y si uno les dice que son indecisos, le contestan: "Yo no pretendo comprender esta controversia, así que me niego a examinar los puntos en discusión. Creo que, a la larga, no tiene ninguna importancia". Todos sabemos que abundan por todas partes personas que piensan así.

    Le ruego a cada uno de mis lectores que evite ese estado mental en cuanto a sus creencias. Es una pestilencia que anda en la oscuridad y que destruye en el día. Es una actitud perezosa y floja del alma que le ahorra el trabajo de pensar e investigar; pero la Biblia no justifica esa postura, ni lo hacen los artículos de la Iglesia Anglicana ni su Libro de Oraciones. Por el bien de su alma, determine puntualmente lo que cree y atrévase a tener conceptos positivos y distintivos sobre la verdad y el error. Nunca, nunca tema tener opiniones doctrinales significativas y no permita que por algún miedo al hombre, ni por algún temor mórbido a que lo cataloguen de partidista, intolerante o controversial, lo lleven a contentarse con un cristianismo sin agallas, sin sabor, sin color, tibio y sin doctrina alguna.

    Preste atención a lo que digo. Si quiere hacer bien en estos tiempos, tiene que echar fuera toda indecisión y apropiarse de una fe distintiva, incisiva y doctrinal. Si su fe es raquítica, aquellos a quienes trate de hacerle bien no creerán nada. Dondequiera que el cristianismo ha ganado victorias, lo ha hecho gracias a una teología doctrinal distintiva, informándole a la gente abiertamente acerca de la muerte y el sacrificio vicario de Cristo, enseñándole acerca de la justificación por la fe y pidiéndole que crea en un Salvador crucificado. Se posiciona bien la fe cristiana cuando se predica acerca de la ruina por el pecado, la redención por medio de Cristo y la regeneración a través del Espíritu, levantando la serpiente de bronce, pidiendo a los hombres que miren y vivan, que crean, se arrepientan y conviertan. Esta es la única enseñanza a la que Dios ha honrado dándole la victoria durante más de diecinueve siglos y lo sigue haciendo en la actualidad aquí y en todo el mundo. Reto a los astutos defensores de una teología no doctrinal y liberal, y a los predicadores de un evangelio sincero, pero carente de moralidad, a que me digan qué aldea, pueblo, ciudad o distrito ha sido evangelizado a base de principios, pero sin tener una "doctrina". No pueden hacerlo y nunca podrán.

    Un cristianismo sin un cuerpo de doctrina distintiva carece de poder. A algunos les puede parecer atractiva una religión sin "doctrina", pero es estéril. Los hechos no se pueden negar. Es comparativamente poco el bien que ha realizado en el mundo. La impaciencia ignorante puede murmurar y clamar que el cristianismo ha fracasado porque reina la impiedad. Pero dé por seguro que si queremos "hacerle bien" al mundo y sacudirlo, tenemos que luchar con las antiguas armas apostólicas y aferrarnos a la "doctrina". ¡Sin doctrina, no hay frutos! ¡No hay una doctrina evangélica positiva, no hay evangelización!

    Tome nota de lo que digo. Los hombres que más han hecho por la iglesia y han dejado las huellas más profundas en su época y generación, siempre han sido hombres con conceptos doctrinales decisivos y claros. Fueron hombres valientes, decididos y puntuales como Capel Molyneuz y el gran campeón protestante Hugh M'Neile, los que hacen pensar a la gente y ponen al mundo "patas para arriba". Fue la "doctrina" en la era apostólica lo que vació los templos paganos y sacudió a Grecia y a Roma. Fue la "doctrina" que despertó al cristianismo de su letargo en la época de la Reforma y le quitó al papado un tercio de sus súbditos. Fue la "doctrina" lo que, más de 100 años atrás, avivó a la iglesia en los días de Whitefield, Wesley, Venn y Romaine, y prendió fuego a un cristianismo casi moribundo transformándolo en una llama flameante. Es la "doctrina" lo que en este momento da poder a cada misión exitosa aquí y alrededor del mundo. La doctrina clara y vibrante es como el sonido de las bocinas de cuernos usadas alrededor de Jericó, la que echa por tierra la oposición del diablo y del pecado. Aferrémonos a conceptos doctrinales indubitables, no importa lo que digan algunos, y nos haremos bien a nosotros mismos, a otros y a la Iglesia, al igual que a la causa de Cristo alrededor del mundo.

sábado, 28 de junio de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)


19. Necesidades de nuestros tiempos

Hombres "entendidos en los tiempos". 1 Crónicas 12:32

    Estas palabras se refieren a la tribu de Isacar, en los primeros tiempos del reinado de David sobre Israel. Parece que después de la triste muerte de Saúl, algunas de las tribus estaban indecisas sobre su futuro inmediato. "¿Bajo qué rey?" era la pregunta del día en Palestina. Algunos no sabían si debían ser leales a la familia de Saúl o aceptar a David como su rey. Titubeaban y no se decidían; otros, sin vacilar, se decidieron por David. Entre estos últimos, había muchos de los hijos de Isacar y el Espíritu Santo los elogia de una manera especial. Los llama "entendidos en los tiempos".

    Sin duda esta frase, como cada una en las Escrituras, fue incluida para nuestra enseñanza. Estos hombres de Isacar nos son presentados como un modelo para imitar y un ejemplo para seguir porque es sumamente importante entender los tiempos en que vivimos y saber lo que estos tiempos requieren. Los sabios en la corte de Asuero "conocían los tiempos" (Est. 1:13). Nuestro Señor Jesucristo le reprocha a su pueblo diciéndole: "No conociste el tiempo de tu visitación". "Sabéis distinguir el aspecto del cielo ¡mas las señales de los tiempos no podéis! (Lc. 19:44; Mt. 16:3). Tengamos cuidado y no cometamos el mismo pecado. El hombre que se contenta con sentarse tranquilo en su casa, absorbido por sus propios asuntos, y no tiene conciencia de lo que está sucediendo en la Iglesia y en el mundo, es un patriota lastimoso y una pobre muestra de lo que debe ser un cristiano. Además de la Biblia y nuestros propios corazones, nuestro Señor quiere que conozcamos nuestros tiempos, como lo hacían los sabios en la corte de Asuero.

    En este capítulo me propongo considerar lo que nuestros propios tiempos requieren de nosotros. Cada época tiene sus peligros únicos para el cristiano profesante y, en consecuencia, demandan especial atención a los deberes propios de su situación particular. Pido a mi lector que me dé su atención durante unos minutos, mientras trato de mostrar lo que los tiempos requieren del cristiano y, particularmente, los de nuestro país. Son cinco los puntos que presentaré y lo haré claramente y sin reservas. "Y si la trompeta diere sonido incierto, ¿quién se preparará para la batalla?" (1 Co. 14:8).

I. La verdad del evangelio y la autoridad divina de la Biblia

    En primer lugar y de importancia primordial, los tiempos requieren que conservemos valientemente y sin vacilar, toda la verdad del evangelio y la autoridad divina de la Biblia.

    Nos toca vivir en una época de mucha incredulidad, escepticismo e infidelidad. Nunca, posiblemente, desde los tiempos de Celso, Porfirio y Julián, ha sido tan abiertamente atacada la verdad del evangelio revelado y nunca se han presentado los ataques de una manera tan engañosamente atractiva. Las palabras escritas por el Obispo Butler en 1736 son, curiosamente, aplicables a nuestros propios tiempos: "Muchas personas dan por sentado que el cristianismo ya no es materia de investigación y se sabe desde hace tiempo que es pura ficción. En consecuencia, lo tratan como si en la actualidad, este fuera un punto en que coinciden todas las personas analíticas y que no merece más que hacerlo objeto de risa y burlas, como castigo por haber interrumpido por tanto tiempo los placeres del mundo" (Analogy [Analogía] por Butler, Introducción). A veces me pregunto qué habría dicho el buen obispo si hubiera vivido en estos días.

    En comentarios, revistas, periódicos, conferencias, ensayos y, a veces, aun en los sermones, docenas de escritores inteligentes libran una batalla constante contra los fundamentos mismos del cristianismo. La razón, ciencia, geología, antropología, los descubrimientos modernos y el libre pensamiento están de su lado. Por doquier, nos dicen constantemente que ninguna persona educada puede realmente creer en una religión sobrenatural, ni en la inspiración de cada palabra de la Biblia, ni en la posibilidad de que haya milagros. Las doctrinas tan antiguas como la de la Trinidad, la Deidad de Cristo, la personalidad del Espíritu Santo, la expiación, la obligación de guardar el Día del Señor, la necesidad y eficacia de la oración, la existencia del diablo y la realidad de un castigo futuro, son archivados en silencio o tirados por la borda como basura. Y todo esto se hace con tanta astucia y con tanta apariencia de candidez y liberalidad, y con tantos elogios a la capacidad y nobleza de la naturaleza humana, que millares de cristianos inestables han sido arrasados como por un torrente y fluctúan, si no es que su fe experimenta un naufragio total.

    La existencia de esta plaga de incredulidad no debiera sorprendernos ni por un momento. Se trata del mismo viejo enemigo con un nuevo vestido, una enfermedad antigua con síntomas nuevos. Desde el día en que cayeron Adán y Eva, el diablo nunca ha dejado de tentar al hombre para que no crea en Dios, diciendo directa o indirectamente: "No morirás aunque no creas". Tenemos la advertencia en las Escrituras, especialmente para los últimos días, de que abundaría la incredulidad: "Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?" "Los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor". "En los postreros días vendrán burladores" (Lc. 18:8; 2 Ti. 3:13; 2 P. 3:3).

    En Inglaterra, el escepticismo es esa reacción natural contra un semipapismo y superstición que muchos sabios han predicho y esperado desde hace mucho tiempo. Es precisamente ese movimiento del péndulo lo que han buscado los estudiosos de la naturaleza humana y el momento ha llegado.

    Pero, a la vez que le digo al lector que no se sorprenda ante el escepticismo generalizado de estos tiempos, le insto que no permita que lo altere, ni que deje de perseverar. No hay realmente causa para alarmarse. El arca de Dios no está en peligro, aunque parezca sacudirse un poco. El  cristianismo ha sobrevivido los ataques de Hume, Hobbes y Tind, de Colling, Woolston, Bolingbroke y Chubb, de Voltaire, Payne y Holyoake. Estos hombres causaron gran alboroto en su tiempo y asustaron a los débiles, pero no tuvieron más efecto que las marcas que los viajeros ociosos producen al raspar sus nombres en la gran pirámide de Egipto. Esté seguro que de igual manera, el cristianismo sobrevivirá a los ataques de los astutos escritores de esta época. Por la sorprendente originalidad de muchas objeciones modernas a la revelación divina, sus argumentos y escritos parecen tener más peso del que en realidad tienen. Esto no quiere decir que no podemos desatar los nudos porque nuestros dedos no pueden hacerlo o que las formidables dificultades no tengan explicación porque no las entendemos. Cuando usted no puede responder al escéptico, conténtese con esperar más luz, pero nunca renuncie a un gran principio. En el cristianismo, al igual que en muchos interrogantes científicos, dijo Faraday: "La mejor filosofía es, a menudo, no apurarse a emitir juicios". Aquel que cree, no se apurará, puede esperar.

    Cuando los escépticos y los impíos han dicho todo lo que tienen para decir, no olvidemos tres grandes realidades que nunca han podido descartar con sus razonamientos, y estoy convencido de que nunca podrán hacerlo. Diré brevemente cuáles son. Son muy sencillas y cualquiera las puede entender.

    (a) La primera realidad es Jesucristo mismo. Si el cristianismo es sólo una invención humana y la Biblia no viene de Dios, ¿cómo puede el impío explicar a Jesucristo? No puede negar su existencia en la historia. ¿Cómo puede ser que sin fuerzas ni chantajes, sin armas ni dinero dejó él una huella tan inmensamente profunda en el mundo, como evidentemente lo hizo? ¿Quién era? ¿Qué era? ¿De dónde salió? ¿Cómo es que nunca, ni antes ni después, hubo alguien como él, desde el principio de la historia? No pueden explicarlo. Nada lo puede explicar excepto el gran principio fundamental de la verdad revelada, que Jesucristo es Dios y su evangelio es totalmente cierto.

    (b) La segunda realidad es la Biblia misma. Si el cristianismo no es más que una invención humana y la Biblia no tiene más autoridad que cualquier otro libro no inspirado, ¿cómo es que esta es lo que es? ¿Cómo es que puede tener vigencia y relevancia hoy un Libro escrito por unos cuantos judíos en un rincón remoto de la tierra, escrito en períodos distintos sin un acuerdo entre los escritores, escrito por ciudadanos de una nación, que comparados con los griegos y romanos, nada contribuyeron a la literatura? ¿Cómo es que este libro no tiene paralelos y no hay nada que ni siquiera se le asemeje en cuanto a sus conceptos de Dios, las perspectivas acertadas sobre el hombre, la solemnidad de sus pensamientos, la grandeza de su doctrina y la pureza de su moralidad? ¿Qué explicación puede dar el impío acerca de este Libro tan profundo, tan sencillo, tan sabio, tan libre de defectos? No puede explicar su existencia ni su naturaleza ni sus principios. Sólo podemos hacerlo los que afirmamos que el Libro es sobrenatural y que procede de Dios.

    (c) La tercera realidad es el efecto que el cristianismo ha tenido sobre el mundo. Si el cristianismo no es más que una invención humana y no una revelación sobrenatural y divina, ¿cómo es que ha producido un cambio tan completo en el estado moral de la humanidad? Cualquier persona preparada sabe que la diferencia moral entre la condición dl mundo antes de que se sembrara el cristianismo y después de que el cristianismo echara raíces, es tan diferente como la noche y el día, como el reino del cielo y el reino de Satanás. Ahora mismo, desafío al que quiera, que observe un mapamundi y compare los países donde la gente es cristiana con aquellos donde la gente no es cristiana, y niegue que estos países son tan distintos como la claridad y la oscuridad, como el color blanco y el negro. ¿Cómo puede el impío explicar esto, basándose en sus principios? No puede hacerlo. Sólo podemos hacerlo los que creemos que el cristianismo procede de Dios y que es la única religión divina en el mundo.

    Si alguna vez se siente usted tentado a alarmarse por el progreso de la impiedad, vuelva a estudiar las tres realidades que acabo de presentar y eche fuera sus temores. Tome su posición con valentía escudado por estas tres realidades y podrá hacerle frente a cualquier argumento de los escépticos modernos. Quizá le hagan cientos de preguntas que usted no puede contestar o presentarle dilemas ingeniosos sobre varias lecturas. Puede ser que le pregunten qué es inspiración, o geología, o acerca del origen del hombre o sobre cuándo sucedió la creación, asuntos sobre los cuales, tal vez usted no pueda contestar. Pueden desconcertarlo e irritarlo con locas especulaciones y teorías que en el momento no puede usted ofrecer prueba de su falacia, aunque sabe que lo es. Pero mantenga la calma y no tema. Recuerde las tres grandes realidades que he mencionado y desafíe audazmente a los escépticos a explicarlas. Las dificultades del cristianismo son indudablemente grandes, pero tenga por seguro que no se comparan con las dificultades de la impiedad.

miércoles, 18 de junio de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

Aplicaciones prácticas

    Concluyo este capítulo con tres aplicaciones prácticas. Para conveniencia de mis lectores, las pondré en forma de preguntas instando a cada uno a que las examine en silencio y luego dé una respuesta.

    (a) Primero quiero preguntarle qué piensa usted de sí mismo. Ya hemos enfocado lo que Pablo pensaba de sí mismo. Ahora pues, qué pensamientos le vienen a la mente cuando los enfoca en usted mismo? ¿Ha descubierto la gran verdad fundamental de que es usted un pecador, un pecador culpable a los ojos de Dios?

    Hay un clamor fuerte e incesante de que haya más escuelas que eduquen. Universalmente se deplora la ignorancia. Pero dé por seguro que no hay una ignorancia tan común y dañina como el desconocimiento de nosotros mismos. Sí, los hombres pueden saber mucho de arte, ciencia, idiomas, economía, política y el arte de gobernar y, no obstante, ser tristemente ignorantes en cuanto al estado de su corazón y de su posición delante de Dios.

    Tenga por seguro que ese autoconocimiento es el primer paso hacia el cielo. Conocer la perfección inconmensurable de Dios y nuestra inmensa imperfección, ver nuestras propias faltas e inconmensurable corrupción, es el A-B-C de una fe salvadora. Cuanta más luz real interior tengamos, más humildes seremos y mejor comprenderemos el valor del evangelio de Cristo que tantos desprecian. El que tiene la peor opinión de sí mismo y de sus propias acciones es quizá el mejor cristiano delante de Dios. Sería bueno si muchos pudieran orar noche y día esta sencilla oración: "Señor, ayúdame a verme a mí mismo".

    (b) En segundo lugar, ¿qué piensa usted de los siervos de Cristo? Por más extraña que parezca la pregunta, creo que el tipo de respuesta, si es sincera, a menudo es una prueba justa del estado de su corazón.

    No le estoy preguntando acerca de algún clérigo perezoso, mundano e inconstante, un guardia dormido ni un pastor infiel ¡No! Le pregunto acerca del siervo fiel de Cristo, quien expone honestamente el pecado y hace que nos remuerda la conciencia. Tenga cuidado cómo contesta la pregunta. En la actualidad, a demasiadas personas les gustan los pastores que profetizan cosas buenas y se abstienen de hablar del pecado. Prefieren a los predicadores que alimentan su orgullo y complacen su gusto intelectual, les gusta oír a los que nunca hacen sonar una alarma ni les dicen nada de la ira que vendrá. Cuando Acab vio a Elías, le dijo: "¿Me has hallado enemigo mío?" (1 R. 21:20). Cuando a Acab le mencionaron al profeta Micaías, exclamó: "Le aborrezco, porque nunca me profetiza bien, sino solamente mal" (1 R. 22:8). ¡Ay, en este siglo existen muchos como Acab! Les gusta el ministerio de un pastor que no les hace sentir incómodos ni los manda inquietos a casa. ¿Cómo es usted? Créame, ¡el que más verdades le dice, mejor amigo es! Es una señal de impiedad en la Iglesia cuando los testigos de Cristo son silenciados o perseguidos y los hombres aborrecen a los que los reprenden (Is. 29:21). Fue un pronunciamiento solemne del profeta al rey Amasías cuando dijo: "Yo sé que Dios ha decretado destruirte, porque has hecho esto, y no obedeciste mi consejo" (2 Cr. 25:16).

    (c) Por último, ¿qué piensa de Cristo mismo? A sus ojos, ¿es grande o pequeño? ¿Ocupa el primer o segundo lugar en su estima? ¿Está él delante o detrás de su Iglesia, sus siervos y sus ordenanzas? ¿Dónde está en su corazón y en su mente?

    Al final de cuentas, ¡esta es la pregunta más importante que puede haber! El perdón, la paz, la conciencia tranquila, esperanza en la hora de la muerte y el cielo mismo, dependen de su respuesta. Saber de Cristo es vida eterna. Estar sin Cristo es estar sin Dios. "El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida" (1Jn. 5:12). Los amigos de una educación netamente secular, los defensores entusiastas de la reforma y el progreso, los adoradores de la razón, el intelecto, la mente y la ciencia pueden decir lo que quieran y hacer todo lo que quieran para arreglar al mundo. Pero descubrirán que sus esfuerzos son en vano, si no tienen en cuenta la Caída del hombre y si no hay lugar para Cristo en sus planes.

    Existe una enfermedad grave en el corazón de la humanidad que echará por tierra todos sus esfuerzos y arrasará con todos sus planes. Esa enfermedad es el pecado. ¡Oh, si la gente al menos pudiera ver y reconocer la corrupción de la naturaleza humana y lo inútil que son los esfuerzos para mejorar al hombre que no se basan en el sistema curativo del evangelio! Sí, la plaga del pecado está en el mundo y no hay agua que pueda curar esa plaga, excepto la que fluye de la fuente para todo pecado: El Cristo crucificado.

    En suma, ¿de qué vale la vanagloria? Como dijo un gran teólogo en su lecho de muerte: "Todos estamos despiertos a medias". Hasta el mejor cristiano entre nosotros, sabe poco de su glorioso Salvador, aun después de haber aprendido a creer, "ahora [ve] por espejo, oscuramente" (1 Co. 13:12). No sabemos de las "riquezas inescrutables" que hay en él. Cuando despertemos a su imagen en el más allá, nos sorprenderemos de que lo veíamos tan imperfectamente y que lo amamos tan poco. Procuremos conocerlo mejor ahora y vivamos en una comunión más íntima con él. Viviendo así, no sentiremos necesidad de sacerdotes humanos y confesionarios terrenales. Podremos decir: "Tengo todo y en abundancia, no quiero más. ¡Me es suficiente que Cristo murió por mí en la cruz, que Cristo intercede siempre por mí a la diestra de Dios, que Cristo mora en mi corazón por fe, que Cristo pronto vuelve para recogerme a mí y al resto de su pueblo para no volver a partir! Sí, Cristo es suficiente para mí. Teniendo a Cristo, tengo "inescrutables riquezas".

Los bienes que tengo, vienen de su mano,
y si hay algo malo, me ayuda a bien.
Si él es mi amigo, todo lo tengo;
si no es mi amigo, estoy en pobreza.
Si gano en la vida o pierdo también,
lo único que importa es tenerlo a él.

Mientras viva en la tierra, no todo tendré,
a medias lo conozco, a medias lo adoro,
tan solo una parte de su amor percibo.
Mas cuando en la gloria un día me encuentre, 
completamente su gloria veré.
Diré con un canto inspirado en su amor:
"Estoy satisfecho, él es mío y yo soy de él".

lunes, 16 de junio de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

III. Cristo: El tema de la predicación de Pablo

    Notemos, en último lugar, lo que Pablo dice del gran tema de su predicación. Lo llama "las inescrutables riquezas de Cristo".

    Que el hombre de Tarso convertido predicara a "Cristo", es lo que hubiéramos esperado por sus antecedentes. Habiendo encontrado paz por medio de la sangre que Cristo derramó en la cruz, es indudable que querría contarle a otros lo que pasó en su encuentro con Jesús. Nunca perdía su valioso tiempo exaltando una mera moralidad sin raíces, en discutir abstracciones inciertas y expresiones vacías, como "lo cierto", "lo noble", "lo sincero", "lo hermoso", "los gérmenes de bondad en la naturaleza humana" y cosas parecidas. Siempre iba al fondo de cada cuestión y les mostraba a los hombres la gran enfermedad humana, su estado desesperante como pecadores y al Gran Médico que necesita el mundo enfermo de pecado.

    Además, el hecho de que predicara a Cristo entre "los gentiles", concuerda con todo lo que sabemos de su línea de acción en todo lugar y entre todas las gentes. Dondequiera que viajaba y se ponía de pie para predicar, en Antioquía, Listra, Filipos, Atenas, Corinto y Éfeso; entre griegos y romanos, letrados e iletrados, estoicos y epicúreos; ante ricos y pobres, bárbaros y escitas, libres y esclavos; Jesús y su muerte expiatoria, Jesús y su resurrección eran el tema central de sus sermones. Variaba sabiamente su método de presentarlo, según su auditorio, pero el tema y el corazón de su predicación era Cristo crucificado.

    Observemos en el texto que estamos enfocando una expresión muy peculiar, una expresión que incuestionablemente es única en sus escritos: "Las inescrutables riquezas de Cristo". Es el lenguaje fuerte y ardiente con el que siempre recordaba su deuda con la misericordia y la gracia de Cristo. Le encantaba mostrar con sus palabras la intensidad que sentía. Pablo no era un hombre que decía las cosas a medias (Quicquid fecit valde fecit). Nunca olvidó el camino a Damasco, la casa de Judas, la calle llamada Derecha, la visita del buen Ananías, las escamas que cayeron de sus ojos, su propia experiencia maravillosa de pasar de muerte a vida. Estos hechos siempre estaban a flor de piel en su mente y, entonces, no se conformaba con decir: "Me fue dada esta gracia de anunciar". No, amplía su tema. Lo llama "las inescrutables riquezas de Cristo".

    Pero, qué quiso decir el apóstol cuando se refirió a las "inescrutables riquezas"? Esta es una pregunta difícil de contestar. Es indudable que veía en Cristo una inmensurable provisión para las necesidades del alma del hombre, así que no tenía otra frase para expresar la inmensidad de esta verdad. Desde cualquier punto de vista que observaba a Cristo, veía en él mucho más de lo que la mente común podía concebir y expresar con palabras. Sólo podemos ofrecer conjeturas de lo que tuvo la intención de decir exactamente. No obstante, puede ser provechoso determinar detalladamente algunas de las cosas que con toda probabilidad, estaba pensando. Puede ser, tiene que ser, debiera ser provechoso. Después de todo, recordemos que estas "riquezas de Cristo" son bendiciones que usted y yo necesitamos hoy, tanto como las necesitaba Pablo; y lo mejor de todo es que estas "riquezas" están reservadas en Cristo para usted y para mí, tanto como lo estuvieron hace más de 1900 años. Siguen allí. Todavía se ofrecen gratuitamente a todo aquel que esté dispuesto a aceptarlas. Siguen siendo la propiedad de cada uno que se arrepiente y cree. Demos una rápida mirada a algunas de ellas.

    (a) En primer lugar y sobre todo, grabemos en nuestra mente que hay inescrutables riquezas en la persona de Cristo. Esta unión del Hombre perfecto y el Dios perfecto en la persona de nuestro Señor Jesucristo es un gran misterio que ni siquiera podemos empezar a comprender. Es un hecho más allá de nuestra capacidad de captar. Pero, misteriosa como pueda ser esta unión, es una riqueza de paz y consolación de todo el que la acepta. El poder y la compasión infinitos se unen y combinan en nuestro Salvador. Si hubiera sido únicamente Hombre no nos hubiera podido salvar. Si hubiera sido únicamente Dios (lo digo con reverencia) no hubiera podido "compadecerse de nuestras debilidades" ni hubiera padecido "siendo tentado" (He. 2:18; 4:15). Siendo Dios, es poderoso para salvar y siendo Hombre, es totalmente apto para ser nuestra Cabeza, nuestro Representante y nuestro Amigo. Dejemos que los que nunca piensan seriamente nos provoquen, si quieren, discutiendo credos y teología dogmática. Pero nunca se avergüence el cristiano reflexivo de creer y aferrarse a la doctrina, casi olvidada de la Encarnación y de la unión de dos naturalezas en nuestro Salvador. Es una verdad rica y preciada el que nuestro Señor Jesucristo sea "Dios y Hombre".

    (b) En segundo lugar, grabemos en nuestra mente que hay inescrutables riquezas en la obra que Cristo realizó por nosotros cuando vivió, murió y resucitó aquí en la tierra. De hecho y en verdad, él completó la obra que su Padre le había encomendado (Jn. 17:4), la obra de expiación por el pecado, la obra de reconciliación, la obra de redención, la obra de satisfacción y la obra de sustitución como "el justo por el injusto". Sé que algunos llaman a estas breves frases "términos teológicos inventados por el hombre, dogmas humanos" y cosas así. Pero les resultará difícil probar que cada una de estas frases que pueden parecer trilladas, no contienen fehacientemente la sustancia de textos claros de las Escrituras, los cuales por conveniencia, como la palabra Trinidad, los teólogos decidieron resumir en una sola palabra la realidad de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Cada expresión es muy rica.

    (c) En tercer lugar, grabemos en nuestra mente que hay inescrutables riquezas en los oficios que Cristo realiza en este momento al vivir por nosotros a la diestra de Dios. Es nuestro Mediador, Abogado, Sacerdote, <intercesor, Pastor, Obispo, Médico, Capitán, Rey, Señor, Cabeza, Precursor, Hermano mayor y Esposo de nuestras almas. Es indudable que estos oficios no tienen ningún valor para los que no saben nada de Cristo. Pero para los que viven la vida de fe y buscan primeramente el reino de Dios, cada oficio es tan preciado como el oro.

    (d) Grabemos también en nuestra mente que hay inescrutables riquezas en los nombres y títulos conferidos a Cristo en las Escrituras. Son muchos, como bien lo sabe todo lector esmerado de la Biblia, pero por falta de espacio no haré más que seleccionar algunos. Pensemos por un momento en títulos como Cordero de Dios, el Pan de vida, la Fuente de agua viva, la Luz del mundo, la Puerta, el Camino, la Vid, la Roca, la Piedra Angular, el Manto del cristiano y el Altar del cristiano. Reflexione sobre cada uno de estos nombres y considere cuánta riqueza contienen. Para el hombre indiferente y mundano son solo "palabras" y nada más; pero para el cristiano auténtico, el análisis de cada título dará como resultado una riqueza de verdades benditas.

    (e) Por último, grabemos en nuestra mente que hay inescrutables riquezas en las características, cualidades, atributos, disposiciones e intenciones de la mente de Cristo hacia el hombre, que nos son reveladas en el Nuevo Testamento. En Él hay...

- riquezas de misericordia, amor y compasión por los pecadores,

- riquezas de poder para limpiar, perdonar y salvar perpetuamente,

- riquezas de buena voluntad para recibir a todo el que viene a él arrepentido y creyendo,

- riquezas de habilidad para cambiar, por su Espíritu, al corazón más duro y el carácter más malo,

- riquezas de tierna paciencia para sostener al creyente más débil,

- riquezas de fortaleza para ayudar a su pueblo hasta el fin, a pesar de todo obstáculo exterior e interior,

- riquezas de compasión por todos los desalentados que le llevan a él sus problemas y, por último, pero no por eso menos importante,

- riquezas de gloria para otorgar recompensas cuando vuelva para resucitar a los muertos y reunir a su pueblo, a fin de que moren con él en su Reino.

    ¿Quién puede estimar el valor de estas riquezas? Los hijos de este mundo las pueden tomar con indiferencia o rechazarlas con desprecio, pero para los que se dan cuenta del valor de sus almas es muy distinto. Dirán a una voz: "No hay riquezas que se comparen a las que tiene Cristo para su pueblo".

    Porque estas riquezas son inescrutables, es difícil estimar correctamente su valor. Son una mina, que no importa cuánto se trabaje, nunca se agota. Son como un manantial que , no importa cuánta agua se saque de él, nunca se seca. El sol en el cielo ha brillado durante miles de años y sigue dando luz, vida, calor y fertilidad a toda la superficie del globo. No existe un árbol ni una flor en Europa, Asia, África, América u Oceanía que no sea deudora al sol. Y el sol sigue brillando de generación en generación, una temporada tras otra, saliendo y poniéndose con una regularidad absoluta, dando a todos, sin tomar nada de nadie, siendo hoy la misma luz y el mismo calor que fue el día de la creación. El sol es sin duda alguna el gran benefactor de la humanidad. Lo mismo sucede con Cristo, si es que alguna ilustración puede acercarnos a la realidad. Él sigue siendo "el Sol de justicia" para toda la humanidad (Mal. 4:2). Millones de personas se han beneficiado de él en el pasado y con sus ojos puestos en él vivieron tranquilos y tranquilos murieron. Miríadas de personas en este mismo momento están tomando de él su dosis diaria de misericordia, gracia, paz, fortaleza y ayuda encontrando que en él mora "toda plenitud". No obstante, ¡estoy seguro de que desconocemos la mitad de las riquezas que él guarda! Muy apropiado fue que el apóstol usara la frase "inescrutables riquezas de Cristo".

martes, 10 de junio de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

    (a) En primer lugar, grabemos bien en nuestra mente que el ministerio cristiano es una institución bíblica. No cansaré al lector dándole citas bíblicas para dar prueba de lo que digo. Le recomiendo que sencillamente lea las Epístolas a Timoteo y a Tito, y forme su propio criterio. A mi modo de ver, si estas epístolas no autorizan un ministerio, las palabras carecen de significado. Formemos un tribunal de las primeras personas sin prejuicios, inteligentes, sinceras y sin intereses creados, y sentémoslas con un Nuevo Testamento a la mano para que investiguen y analicen esta pregunta: "¿Es el ministerio cristiano algo bíblico o no?" No tengo ninguna duda de lo que sería su veredicto.

    (b) En segundo lugar, grabemos bien en nuestra mente que el ministerio cristiano es una provisión sabia y útil de Dios. Asegura el mantenimiento regular de las ordenanzas de Cristo y de los medios de gracia. Proporciona un mecanismo subyacente para promover el despertar de los pecadores y la edificación de los santos. La experiencia enseña que los asuntos de todos terminan siendo los asuntos de nadie; y si esto es cierto en otros aspectos, no lo es menos en asuntos relacionados con la vida cristiana. Nuestro Dios es un Dios de orden, obra a través de medios, y no tenemos razón alguna para esperar que su causa se mantenga por medio de intervenciones milagrosas constantes, mientras sus siervos no hacen nada. Para que haya predicación de la Palabra sin interrupción, además de la administración de las ordenanzas, no puede haber un plan mejor que la designación de una orden regular de hombres que se entregan totalmente a los negocios de Cristo.

    (c) En tercer lugar, grabemos bien en nuestra mente que el ministerio cristiano es un privilegio honroso. Es un honor ser embajador de un rey; la persona designada a tal cargo es respetado y le es concedida inmunidad diplomática. Antes de la invención del telégrafo era un honor y una distinción codiciada, anunciar noticias como la de la victoria en Trafalgar y Waterloo. ¡Cuánto más grande honor es ser embajador del Rey de reyes, y proclamar la buena noticia de la victoria obtenida en el Calvario! (2 Co. 5:20). Servir directamente a tal Señor, anunciar semejante mensaje sabiendo que los resultados de nuestra obra, si Dios la bendice, son eternos, es sin lugar a dudas un privilegio. Otros pueden trabajar por una corona corruptible, en cambio, el siervo de Cristo por una incorruptible.

    Nunca un país está en peores condiciones que cuando los siervos de Cristo han causado que se ridiculice y desprecie su ministerio. Lo que dice Malaquías es tremendo: "Os he hecho viles y bajos ante todo el pueblo, así como vosotros no habéis guardado mis caminos" (Mal. 2:9). Pero, ya sea que los hombres escuchen o no, el puesto de un embajador fiel es honroso. Es digno de notar lo que dijo un anciano misionero a los noventa y seis años en su lecho de muerte: "Lo mejor de lo mejor que puede hacer el hombre es predicar el evangelio".

    Concluyo esta parte de mi tema con el pedido ferviente de que todos los que oran no dejen de elevar sus súplicas y oraciones intercesoras por los siervos de Cristo. Que nunca falte una buena medida de ellas aquí y en el campo misionero, de modo que estos se mantengan fieles en el evangelio y santos en su diario vivir, y que tengan cuidado de sí mismos y de la doctrina (1 Ti. 4:16).

    Ah, recordemos que mientras nuestro ministerio es honroso, útil y bíblico ¡es también uno de profunda y dolorosa responsabilidad! Atendemos a las almas "como quienes han de dar cuenta" de ellas (He. 13:17). Si las almas se pierden por nuestra infidelidad, su sangre será demandada de nuestra mano. Nuestra misión sería fácil si se tratara sólo de leer los servicios, administrar las ordenanzas, usar vestimentas especiales, conducir una serie de ceremonias, ejercicios, gestos y posturas. Pero aquello no es todo. Tenemos que entregar el mensaje de nuestro Señor, declarar todo el consejo de Dios (Hch. 20:27) y no guardarnos nada que sea provechoso. Si a nuestras congregaciones no les anunciamos toda la verdad podemos arruinar para siempre sus almas inmortales. La vida y la muerte están en poder de la boca del predicador. Con razón decía el apóstol: "¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!" (1 Co. 9:16).

    Pido una vez más que ore por nosotros. ¿Quién es suficientemente apto para la tarea? Recuerde el viejo dicho de los Padres de la Iglesia: "Nadie está en peor peligro espiritual que los pastores". Es fácil que nos critiquen y nos encuentren defectos. Tenemos este tesoro en vasijas de barro. Somos hombres con las mismas pasiones que todos y no somos infalibles. Ore por nosotros en estos días de pruebas, tentaciones y controversias, pida que a nuestra iglesia nunca le falten obispos y diáconos firmes en la fe, audaces como leones, "prudentes como serpientes, y sencillos como palomas" (Mt. 10:16). El mismo que dijo: "Me fue dada esta gracia de anunciar", dijo también en otra ocasión: "Orad por nosotros, para que la palabra del Señor corra y sea glorificada así como lo fue entre vosotros, y para que seamos librados de hombres perversos y malos porque no es de todos la fe" (2 Ts. 3:1, 2).

domingo, 8 de junio de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)


II. El ministerio de Pablo

    En segundo lugar, notemos lo que dice Pablo acerca de su ministerio. Las palabras del apóstol son muy sencillas al referirse a él. Dice: "Me fue dada esta gracia de anunciar" o sea, predicar.

    El significado de esta frase es claro: "Me fue dado el privilegio de ser un mensajero de las buenas nuevas. He sido comisionado para ser el heraldo de las nuevas de gran gozo". No podemos dudar de que el concepto paulino del oficio del pastor, incluía la administración de las ordenanzas y de hacer todas las demás cosas necesarias para la edificación del cuerpo de Cristo. Pero aquí, como en otros lugares, es evidente que la idea principal continuamente en su mente era la responsabilidad principal de un ministro del Nuevo Testamento. Esta responsabilidad es ser predicador, evangelista, embajador de Dios, mensajero de Dios y heraldo de las buenas nuevas a un mundo caído. Dice en otro lugar: "No me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio" (1 Co. 1:17).

    No veo que Pablo haya apoyado alguna vez la teoría favorita de muchos, de que la intención era que fuera un ministerio sacerdotal, un sacerdocio eucarístico-sacrificial en la iglesia de Cristo¹. No hay ni una palabra en el libro de los Hechos ni las epístolas a las iglesias que justifique semejante noción. No está escrito en ninguna parte que "Dios haya nombrado a algunos en la iglesia, primero apóstoles, luego [sacerdotes]" (1 Co. 12:28). Hay una ausencia notable de esta teoría en las epístolas pastorales a Timoteo y Tito, donde uno esperaría encontrarla, si es que pretendiera encontrar base para esas ideas.

    Por el contrario, precisamente en estas epístolas, leemos expresiones como: "Manifestó su palabra por medio de la predicación". "Yo fui constituido predicador". "Para que por mí fuese cumplida la predicación" (Tito 1:3; 1 Ti. 2:7; 2 Ti. 1:11; 2 Ti. 4:17). Y, como broche de oro, una de sus últimas exhortaciones a su hijo espiritual Timoteo, cuando lo dejó a cargo de una iglesia organizada, es esta frase concisa y expresiva: "Que prediques la palabra" (2 Ti. 4:2). En suma, creo que Pablo quiso que comprendiéramos que, no importa lo variadas que sean las obras para las cuales el pastor es apartado, la primera, más importante y principal es ser predicador de la Palabra de Dios.

    Pero, a pesar de que me niego a aceptar que las Escrituras justifiquen la creencia de un sacerdocio eucarístico-sacrificial, no nos vayamos al otro extremo y quitemos valor al oficio del siervo de Cristo. Es peligroso ir en esa dirección. Aferrémonos a ciertos principios firmes sobre el ministerio cristiano y no importa cuánto nos disguste el sacerdocio y las enseñanzas católicas romanas, no dejemos que nada nos tiente a dejar que estos principios se nos vayan de las manos. Hay un término medio sólido entre una idolatría oprobiosa del  "sacerdotalismo" [creencia que enfatiza el poder de los sacerdotes como mediadores esenciales entre Dios y los hombres], por un lado, y una anarquía desordenada por el otro. El hecho de que no seamos papistas en este aspecto del ministerio, no quiere decir que tenemos que ser Cuáqueros o Hermanos Libres². Esto no era lo que Pablo tenía en mente.

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¹ Para aprehensión de muchos, los Cuáqueros y los Hermanos Libres parecen ignorar totalmente el oficio pastoral.
² [Editor: El Sacerdotalismo enfatiza la necesidad de un sacerdote para administrar la Cena del Señor y como mediador entre el creyente y Cristo].

miércoles, 4 de junio de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

    Los creyentes nuevos y todavía inmaduros, en el calor de su primer amor, pueden hablar de perfección si quieren. Los grandes santos en cada época de la historia eclesiástica, desde Pablo hasta hoy, siempre han estado "revestidos de humildad".   

    Si alguno entre mis lectores quiere ser salvo, sepa que los primeros pasos hacia el cielo son los de un profundo sentido del pecado y una opinión baja de sí mismos. Descarte esa débil y tonta tradición de que el comienzo de una vida cristiana se caracteriza por sentirse "bueno". En cambio, comprenda aquel gran principio bíblico de que tenemos que comenzar por sentirnos "malos" y que hasta cuando realmente nos sintamos "malos", nada sabremos de la bondad o la salvación cristiana. Bienaventurado el que ha aprendido a acercarse a Dios con la oración del publicano: "Dios, sé propicio a mí, pecador" (Lc. 18:13).

          Procuremos ser humildes. No hay otra gracia que le quede mejor al creyente. ¿Qué somos que justifique que nos sintamos orgullosos? De todos los seres del mundo, ninguno es tan dependiente como el hijo de Adán. Hablando de su físico, ¿qué cuerpo, como el cuerpo del hombre, requiere tanto cuidado y atención, y es cada día tan deudor a la mitad de la creación por su comida y ropa? Hablando de su mente, ¡qué poco saben los más sabios de los hombres (y los hay pocos), cuán ignorante es la mayor parte de la humanidad y cuánto sufrimiento generan por su ignorancia! "Somos de ayer", dice el libro de Job, "y nada sabemos" (Job 8:9). Por cierto que no hay ninguna cosa creada sobre la tierra o en el cielo que debiera estar revestida de humildad como debiera estarlo el hombre.

    Procuremos ser humildes. No hay gracia más apropiada para el cristiano. El Libro de Oraciones sin igual de la Iglesia Anglicana, de principio a fin, pone en la boca del que lo usa, el más humilde de los lenguajes. Las frases al principio de la oración matutina y la vespertina, la Confesión General, la Letanía y el Servicio de Comunión están repletos de expresiones humildes. Todos a una voz, brindan a los fieles de la Iglesia Anglicana, una enseñanza clara con respecto a nuestra posición correcta a la vista de Dios.

    Procuremos todos ser más humildes, podemos saber algo de esto ahora, pero cuanto más sepamos, más nos pareceremos a Cristo. Escrito está de nuestro bendito Señor (aunque él no tuvo pecado) que "siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil. 2:6-8). Recordemos también las palabras que preceden a este pasaje: "Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús" (Fil. 2:5). Los hombres que más son atraídos hacia el cielo, más se revisten de humildad. En la hora de la muerte, con un pie en la tumba, con algo de la luz del cielo brillando sobre ellos, cientos de grandes santos y dignatarios eclesiásticos han tenido plena conciencia de ser pecadores. Hombres como Selden, el obispo de Butler y el arzobispo de Longley, han dejado registrada su confesión de que nunca hasta esa hora, habían visto sus pecados con tanta claridad, ni sentido con tanta profundidad su deuda de misericordia y gracia. Sólo el cielo nos habrá de enseñar plenamente lo humilde que debiéramos ser. Sólo entonces, cuando estemos dentro del velo y miremos todo el camino de la vida por donde fuimos conducidos, sólo entonces, comprenderemos completamente la necesidad de ser humildes y lo hermoso que es serlo. Las palabras de Pablo que hoy nos parecen tan duras, aquel día no lo parecerán tanto. ¡Claro que no! Arrojaremos nuestras coronas delante del trono y comprenderemos lo que el gran teólogo quiso decir cuando afirmó: El himno en el cielo será: "¡Lo que ha hecho Dios!" (Nm. 23:23).

sábado, 31 de mayo de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

18. "Riquezas inescrutables"

"A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo". Efesios 3:8

    Si viéramos este versículo por primera vez, creo que todos consideraríamos que es extraordinario, aun si no supiéramos quién lo escribió. Es extraordinario por las figuras de lenguaje tan audaces e impresionantes que usa. "Menos que el más pequeño de todos los santos", "inescrutables riquezas de Cristo", estos son realmente "pensamientos que respiran y palabras que arden".

    Pero el versículo es doblemente extraordinario cuando consideramos quién lo escribió. El autor fue nada menos que el gran apóstol a los gentiles, Pablo, el líder de aquel pequeño y noble ejército de Cristo que dejó una profunda huella en la humanidad. Nadie nacido de mujer, (excepto su Maestro inmaculado), ha dejado una huella tan profunda, la cual permanece hasta hoy. Semejante frase de la plume de semejante hombre demanda especial atención.

    Observemos atentamente este texto y notemos tres cosas:

    I. Primero, lo que Pablo dice de sí mismo. Dice: "Soy menos que el más pequeño de todos los santos".

    II. Segundo, lo que Pablo dice de su ministerio. Dice: "Me fue dada esta gracia de anunciar [predicar]".

    III. Tercero, Pablo da a conocer el gran tema de su predicación. Lo llama "las inescrutables riquezas de Cristo".

    Confío que, algunos comentarios sobre cada uno de estos tres puntos, ayuden a grabar todo el texto en la memoria, conciencia, corazón y mente de mis lectores.

I. Lo que Pablo dice de sí mismo.

    En primer lugar, notemos lo que Pablo dice de sí mismo. El lenguaje que utiliza es singularmente decisivo. El fundador de iglesias famosas, el escritor de catorce epístolas inspiradas, ¿cómo se describe? Veamos algunas de sus palabras: "En nada he sido menos que aquellos grandes apóstoles" (2 Co. 12:11). "En trabajos más abundante; en azotes sin número; en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces" (2 Co. 11:23). "Estimo todas las cosas como pérdida". "Lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo" (Fil. 3:8). "Porque para m{i el vivir es Cristo, y el morir es ganancia" (Fil. 1:21). Emplea un modo enfático, comparativo y superlativo. "Soy menos que el más pequeño de los santos". ¡Qué pobre criatura ha de ser el más pequeño de los santos! No obstante, Pablo dice: "Soy menos que esa criatura".

    Sospecho que un lenguaje como este es casi ininteligible para muchos que profesan ser cristianos. Tan ignorantes de la Biblia como de sus propios corazones, no pueden comprender lo que dice un santo cuando habla humildemente de sí mismo y de sus logros. "Es una forma de hablar" dicen, "no puede significar otra cosa que la época cuando Pablo daba sus primeros pasos en el evangelio y comenzaba a servir a Cristo". Es tan cierto que "el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios" (1 Co. 2:14). Las oraciones, alabanzas, los conflictos, temores, esperanzas, gozos y aflicciones del cristiano auténtico y toda la experiencia del capítulo siete de Romanos son "locura" para el hombre del mundo. Así como un ciego no puede juzgar un cuadro de un pintor famoso y un sordo no puede apreciar el Mesías de Haendel, el inconverso no puede comprender totalmente la estimación humilde que tiene de sí mismo el apóstol.

    Pero podemos estar seguros de que lo que Pablo escribió, realmente lo sintió en su corazón. El lenguaje de nuestro texto no es único. Otros pasajes hasta lo exceden. A los filipenses les dice: "No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo". A los corintios les afirma: "Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol". A Timoteo le asegura: "Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero". A los romanos les exclama: "¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?" (Fil. 3:12; 1Co. 15:9; 1 Ti. 1:15; Ro. 7:24). La realidad es que Pablo veía en lo más profundo de su corazón muchos más defectos y flaquezas de los que veía en ningún otro. Los ojos de su entendimiento estaban tan abiertos por el Espíritu Santo de Dios que detectaba un centenar de cosas malas en sí mismo. Otros hombres con marcada miopía, jamás verían lo que Pablo sí podía ver. En suma, poseyendo gran luz espiritual, tenía una percepción enorme de su propia corrupción natural, tanto que estaba revestido de humildad de pies a cabeza (1 P. 5:5).

    Ahora bien, comprendamos claramente que una humildad como la de Pablo no era una característica únicamente del gran apóstol de los gentiles. Al contrario, es una característica principal de todos los santos más eminentes de Dios en todas las épocas. Cuanto mayor es la gracia que los hombres tienen en sus corazones más profunda es la percepción de su pecado. Más luz arroja el Espíritu Santo en sus almas, mejor disciernen sus propias flaquezas, corrupciones y tinieblas. El alma muerta no siente ni ve nada, con la vida viene una visión clara, una conciencia perceptiva y una sensibilidad espiritual. Observe las expresiones humildes que Abraham, Jacob, Job, David y Juan el Bautista usaban al referirse a ellos mismos. Estudie las biografías de santos modernos como Bradford, Hooker, George Herbert, Beveridge, Baxter y M'Cheyne. Note la característica que todos comparten, todos sentían profundamente sus pecados.

lunes, 19 de mayo de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)


 Nota

    Hay un pasaje de una obra del que fuera el escritor puritano Robert Traill, que arroja mucha luz sobre algunos puntos mencionados en este capítulo y que me gustaría que el lector leyera de principio a fin. Fue tomado de una obra poco conocida y menos leída. A mí me ha hecho bien y creo que le puede hacer bien a otros.

        Cuando el hombre despierta a su condición espiritual y tiene que enfrentar la pregunta: "¿Qué debo hacer para ser salvo?" (Hch. 16:30, 31), tenemos la respuesta apostólica: "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo". Esta respuesta es tan antigua que, a muchos, le parece anticuada. Pero sigue siendo y siempre será fresca, nueva, deliciosa y la única que resuelve este gran problema de la conciencia. Y lo seguirá resolviendo mientras duren la conciencia y el mundo. Ninguna sabiduría o conocimiento del hombre le encontrará nunca una grieta o falla; nadie podrá inventar otra respuesta mejor, ni ninguna otra puede curar completamente la herida de una conciencia avivada. Creer en el Señor Jesucristo es la respuesta.

        Aboquémonos a la tarea de ver la solución y el alivio que ofrecen algunos maestros de nuestra propia Israel a la pregunta del carcelero: ¿Qué debo hacer para ser salvo? Les corresponde decirle: "Arrepiéntete, llora por tus pecados apártate de ellos, aborrécelos y Dios tendrá misericordia de ti". "¡Ay!" responde el pobre hombre: "Mi corazón es duro y no puedo arrepentirme. Así es, mi corazón está más duro y vil que cuando pecaba sin que me remordiera la conciencia". Si uno le habla a este hombre de las calificaciones para recibir a Cristo, no entiende nada y si es sincero en cuanto a la obediencia, su respuesta es natural y pronta: "La obediencia es obra del hombre en vida y la sinceridad brota sólo del alma renovada". Por lo tanto, la obediencia sincera es tan imposible para un pecador muerto y no renovado como lo es la obediencia perfecta. ¿Por qué no darle la respuesta correcta al pecador avivado: "Cree en el Señor Jesucristo y serpas salvo"? Cuéntele quién es Cristo, lo que ha hecho y sufrido para obtener redención eterna de todos los pecadores y esto, según la voluntad de su Padre Dios. Relátele directa y sencillamente el evangelio de salvación del Hijo de Dios, cuéntele lisa y llanamente la historia y el misterio del evangelio. Bien pudiera ser que por este intermedio el Espíritu Santo dé fe, tal como lo hizo con aquellos primeros frutos entre los gentiles (Hch. 10:44).

    Si pregunta con qué garantía cuenta si cree en Jesucristo, dígale que es absolutamente indispensable que lo haga porque sin Cristo, perecerá eternamente. Dígale que Dios, en su gracia, le ofrece la redención por medio de la muerte de su Hijo. La promesa es que si acepta por la fe el remedio de Dios para el pecado, la salvación será suya. Dígale que tiene el mandato expreso de Dios de creer en el nombre de Cristo (1 Jn. 3:23) y que debe obedecerle conscientemente, al igual que cualquier otro mandato en la ley moral. Cuéntele de la aptitud y buena voluntad de Cristo para salvar; dígale que no rechaza jamás a ninguno que acude a él, que los casos desesperantes son los triunfos gloriosos de su poder para salvar. Dígale que no hay un punto medio entre la fe y la incredulidad, que no hay ninguna excusa para descuidar la primera y seguir en la segunda, que creer en el Señor Jesús para salvación agrada más a Dios que obedecer toda su ley; explíquele que la incredulidad es lo más desagradable para Dios y, entre todos los pecados del hombre, el más digno de condenación. Contra la magnitud de sus pecados, la maldición de la ley y la severidad de Dios como juez, hay un solo alivio para ofrecerle. Este alivio es la gracia libre e inconmensurable de Dios por los méritos de Cristo, quien se sacrificó a sí mismo para cargar en "él el pecado de todos nosotros" (Is. 53:6).

    Si responde: ¿Qué significa creer en Jesucristo?, debo decir que en la Biblia no aparece esta pregunta, pero que de una manera u otra muchos pasajes sugieren una respuesta. Están los que no creían en él, como los judíos (Jn. 6:28-30), los principales sacerdotes y los fariseos (Jn. 7:48); el ciego (Jn. 9:35). Cuando Cristo le preguntó al ciego: "¿Crees tú en el Hijo de Dios?", este le respondió: "¿Quién es, Señor, para que crea en él?" Inmediatamente, cuando Cristo le contestó (versículo 37), no preguntó: "¿Qué significa creer en él?", sino que dijo: "Creo, Señor, y le adoró", por lo que demostró tener fe en él y actuó en consecuencia. Lo mismo sucedió con el padre del muchacho poseído por un espíritu inmundo (Mr. 9:23, 24) y el eunuco (Hch. 8:37). Tanto los enemigos como los discípulos  de Cristo sabían que tener fe en él significaba creer que el Hombre Jesús de Nazaret era el Hijo de Dios, el Mesías y Salvador del mundo y que entonces, a él había que acudir para recibir y esperar salvación en su nombre (Hch. 4:12). Esto era anunciado por Cristo, sus apóstoles y sus discípulos y era del conocimiento de todos los que lo oían.

    Si todavía pregunta qué es lo que debe creer, dígale que no es llamado a creer que está en Cristo, que sus pecados han sido perdonados y que ha sido justificado, sino que debe creer lo que dice Dios en cuanto a Cristo (1 Jn. 5:10-12). Lo que dice Dios es que él nos da (es decir, nos ofrece) vida eterna a través de su Hijo Jesucristo y que todo aquel que de corazón lo cree y confía su alma a estas buenas nuevas, será salvo (Ro. 10:9-11). Y esto es lo que debe creer para poder ser justificado (Gá. 2:16).

    Si sigue diciendo que es difícil creer esto su duda es lógica, pero fácil de resolver. Esto nos habla de un hombre profundamente humillado. Cualquiera puede ver su propia imposibilidad de obedecer enteramente la ley de Dios, pero a pocos les resulta difícil creer. Para su alivio y resolución pregúntele qué es lo que se le hace difícil creer. ¿Es el hecho de que no está dispuesto a ser justificado y salvado? ¿Es porque no está dispuesto a ser salvo a través de Jesucristo para alabanza de la gracia de Dios en él y para dejar de vanagloriarse? Seguramente dirá que no. ¿Es la desconfianza en la verdad de lo que las Escrituras dicen del evangelio? Nunca lo admitirá. ¿Es dudar de la habilidad y buena voluntad de Cristo para salvar? Esto es contradecir el testimonio de Dios en los Evangelios. ¿Es porque duda tener suficiente interés en Cristo y su redención? Contéstele que creer en Cristo reemplaza la falta de interés en él.

    Si le dice que no puede creer en Jesucristo porque le resulta difícil actuar con fe y que necesita un poder divino para tener fe, y que no lo tiene, debe decirle que creer en Jesucristo no es una tarea que hay que realizar, sino descanso en Jesucristo. Tiene que decirle que pretender esto es tan irracional como si un hombre, cansado de un viaje y sin poder dar un paso más, dijera: "Estoy tan cansado que no me puedo acostar" cuando, en realidad, no puede seguir de pie ni seguir andando. El pobre pecador cansado nunca podría creer en Jesucristo hasta darse cuenta de que no puede hacer nada por sí mismo y que en cuanto cree siempre se entrega a Cristo para salvación, como un hombre sin esperanza e indefenso. Y como resultado de estos razonamientos con él sobre el evangelio, el Señor otorgará, por creer (como lo ha hecho a menudo): Fe, gozo y paz.
    -Works (Las obras) de Robert Traill, 1696, Tomo 1, pp. 266-269.

viernes, 16 de mayo de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

Aplicaciones prácticas

    (a) Y ahora, antes de terminar este capítulo, quiero hacerle una pregunta. ¿Sabe usted algo de la sed espiritual? ¿Ha sentido alguna vez una profunda preocupación por su alma? Me temo que muchos no saben nada de eso. He aprendido, por dolorosas experiencias durante un tercio de siglo, que la gente puede seguir asistiendo a la casa de Dios durante años sin ser consciente de sus pecados en ningún instante, ni tampoco el anhelo de ser salvos. Los cuidados de este mundo, el amor a los placeres y "los deseos de la carne" (Gá. 5:16), ahogan la buena semilla cada domingo y le impiden dar fruto. Van a la iglesia con corazones fríos como un adoquín de la calle por donde caminan. Se retiran tan impasibles e indiferentes como las viejas estatuas de mármol que los observan desde las paredes. Puede ser así, pero no pierdo la esperanza de que alguien se salve mientras vive. Ese viejo campanario de la Catedral de San Pablo en Londres que ha anunciado las horas durante tantos años, rara vez se escucha durante las agitadas horas del día. El ruido del tráfico en las calles tiene el extraño poder de amortiguar su sonido, impidiendo que se escuche.

    Pero cuando el trajín del día ha terminado, cuando se les ha puesto llave a los escritorios, las puertas se han cerrado, se han guardado los libros y reina silencio en la gran ciudad, todo cambia. Cuando el viejo campanario anuncia as once, las doce, la una, las dos y las tres, miles de personas que no lo escuchan durante el día, a esas horas lo oyen con claridad. Espero que lo mismo suceda con muchos con respecto a sus almas. Ahora, en la plenitud de su salud y fuerzas, me temo que la voz de la conciencia, a menudo, queda ahogada y no se puede escuchar por el trajinar del diario vivir. Pero el día puede venir cuando, le guste o no, el gran campanario de la conciencia se hará oír. El tiempo vendrá cuando postrado y en el silencio, obligado a estar quieto por alguna enfermedad, se verá forzado a mirar su interior y a considerar las cuestiones de su alma. Y entonces, cuando el gran campanario de la conciencia avivada suene en sus oídos, espero que el que lee estas líneas tema la voz de Dios y se arrepienta, aprenda a tener sed y venga a Cristo para calmarla. Sí, ¡ruego a Dios que le enseñe a sentir antes de que sea demasiado tarde!

    (b) Pero, ¿siente algo en este momento? ¿Está despierta y activa su conciencia? ¿Siente sed espiritual y anhela saciarla? Entonces preste atención a la invitación que le hago en el nombre de mi Señor: "Si alguno", no importa quien sea, de alta posición o sin posición, rico o pobre, letrado o iletrado, "si alguno tiene sed, acuda a Cristo y beba". Escuche y acepte esta invitación sin dilación. No se demore por nada. No se demore por nadie. ¿Quién sabe si por querer esperar "el momento adecuado" se le hará demasiado tarde? Ahora es cuando la mano del Redentor viviente se extiende desde el cielo, pero puede quitarla. Ahora es cuando la Fuente está abierta, pero pronto podría cerrarse para siempre. "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba" sin demora. Aunque usted haya sido un gran pecador y se haya resistido a las advertencias, los consejos y sermones, igual venga. Aunque haya pecado contra la luz y el conocimiento, contra los consejos de su padre y las lágrimas de su madre, aunque haya vivido años sin observar un Día del Señor y sin orar, igual venga. No diga que no sabe cómo venir, que no comprende lo que significa creer, que tiene que esperar hasta tener más luz. Alguien que está fatigado ¿va a decir que está demasiado cansado como para acostarse? ¿O alguien a punto de ahogarse, dirá que no sabe tomarse de la mano extendida para ayudarlo? ¿O el marinero naufragado, con un bote salvavidas al costado del barco encallado, dirá que no sabe cómo saltar al bote? ¡Oh, líbrese de estas excusas vanas! ¡Levántese y venga! La puerta no está cerrada. El manantial no se ha secado todavía. El Señor Jesús lo invita. Basta con que usted sienta sed y anhele ser salvo. Venga, venga a Cristo sin demora. ¿Quién alguna vez vino al manantial y lo encontró seco? ¿Quién se ha retirado alguna vez insatisfecho?

    (c) ¿Ha venido ya a Cristo y encontrado alivio? Entonces venga más cerca, acérquese más. Cuanto más cercana sea su comunión con Cristo, más tranquilidad sentirá. Cuanto más cerca viva del Manantial más sentirá "una fuente de agua que salte para vida eterna" (Jn. 4:14). No solo recibirá bendición usted, sino que será de bendición para otros.

    Quizá en este mundo impío no siente usted toda la tranquilidad que desea. Pero recuerde que es imposible tener dos cielos. La felicidad perfecta está por venir. El diablo no ha sido atado (Ap. 20:2). Vienen buenos tiempos para todos los que son conscientes de sus pecados, vienen a Cristo y entregan sus almas sedientas a su cuidado. Cuando él vuelva, se sentirán completamente satisfechos. Recordarán todo el camino recorrido por donde los condujo el Señor y comprenderán el porqué de todas las cosas que les sucedieron. Sobre todo, se preguntarán cómo pudieron vivir tanto tiempo sin Cristo y cómo fue posible que vacilaran tanto en acudir a él.

    Hay una cañada en las montañas de Escocia llamada Glen Croe, que brinda una magnífica ilustración de lo que será el cielo para las almas que vienen a Cristo. El camino que atraviesa Glen Croe lleva al viajero en una larga y empinada subida, con muchas vueltas y curvas cerradas. Pero al llegar a la cima de la cañada se encuentra una roca con estas sencillas palabras inscritas: "Descanse y esté agradecido". Estas palabras describen los sentimientos de cada persona que acudió a Cristo sedienta. Cuando llegue al cielo descansará y estará agradecida. La cima del camino angosto, finalmente, será nuestra. Habremos terminado nuestra trayectoria agobiante y nos sentaremos en el reino de Dios. Miraremos hacia el pasado y contemplaremos toda nuestra vida con agradecimiento y veremos la sabiduría perfecta de cada paso en la empinada subida por donde fuimos conducidos. Olvidaremos el angustioso esfuerzo de nuestro peregrinaje hacia el descanso glorioso. Aquí en este mundo, nuestro sentido de descansar en Cristo es débil y parcial, aun en el mejor de los casos. A veces, pareciera que apenas si gustamos plenamente "el agua viva". Pero cuando venga aquello que es perfecto, entonces todo lo imperfecto pasará. Podemos decir con el salmista: "Estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza" (Sal. 17:15). Beberemos "el agua viva", gozaremos los placeres del Señor y jamás volveremos a tener sed.