Versículo para hoy:

martes, 21 de enero de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

(c) Lo tercero que quiero decir es que la verdadera razón por la que tantas personas son tan mundanas e impías es que no tienen fe.

Debemos tener conciencia de que hay multitudes de cristianos profesantes que no pensarían ni por un segundo hacer lo que hizo Moisés. Es inútil tratar de suavizar las cosas e ignorar esta realidad. Debe ser ciego el que no ve a miles de personas a su alrededor que prefieren al mundo antes que a Dios, las cosas temporales antes que las eternas y las cosas del cuerpo antes que las del alma. Puede ser que no nos guste admitir esto y tratamos de ignorarlo. Pero así es.

¿Y por qué son así estos que profesan ser cristianos? Sin duda que nos darán razones  excusas. Algunos hablarán de las trampas del mundo, algunos de la falta de tiempo, algunos de dificultades singulares respecto a su posición, algunos de los cuidados y ansiedades de la vida, algunos del poder de las pasiones y algunos sobre los efectos de las malas compañías. ¿Qué tenemos en resumen? Hay una explicación mucho más breve que explica el estado de sus almas: No creen. Una frase simple, como la vara de Aarón, destruirá todas sus excusas: No tienen fe.

No creen realmente que lo que Dios dice es cierto. Se excusan secretamente con la idea: "De seguro no se cumplirá, de seguro tiene que haber otro camino al cielo además del que hablan los pastores, seguramente no hay tanto peligro de perderse". En suma, no confían implícitamente en las palabras que Dios ha escrito y dicho y, por ello, no actúan en consecuencia.

    No creen completamente...
    - en el infierno, por lo que no huyen de él,
    - ni en el cielo, por lo que no lo buscan,
    - ni en la culpa del pecado, por lo que no se apartan de él,
    - ni en la santidad de Dios por lo que no le temen,
    - ni en su necesidad de Cristo, por lo que no confían en él ni lo aman.

No sienten confianza en Dios, así que no arriesgan nada por él. Igual que Pasión, el joven en El Progreso del Peregrino, tienen que disfrutar de las cosas buenas ahora. No confían en Dios y, por eso, no pueden esperar.

Ahora bien, ¿en qué condición estamos? ¿Creemos toda la Biblia? Hagámonos esta pregunta. Podemos estar seguros de que es algo mucho más importante creer todo lo que dice la Biblia que lo que muchos suponen. Feliz el hombre que se puede poner la mano en el corazón y decir: "Soy creyente".

A veces hablamos de los incrédulos como si fueran una rareza en el mundo. Y admito con alegría que la infidelidad confesa, no es común ahora. Pero hay una gran cantidad de infidelidad práctica a nuestro alrededor que, al final de cuentas, es tan peligrosa como los principios de Voltaire y Paine. Hay muchos que domingo tras domingo recitan el credo y se aseguran de declarar su fe en todo lo que la Sede Apostólica y las formas de Nicea contienen.

Y no obstante, estas mismas personas viven toda la semana como si Cristo nunca hubiera muerto, como si no fuera a haber un juicio, ninguna resurrección de los muertos y ninguna vida eterna. Cuando les hablamos de cosas eternas y el valor de sus almas, hay muchos que dicen: "Oh, eso ya lo sé". Y no obstante, sus vidas muestran claramente que no saben nada de lo que debieran saber, ¡y lo más triste es que creen que sí saben!

Es una verdad espantosa, digna de profunda reflexión, que el conocimiento que no lleva a actuar en consecuencia, es inútil e inservible a los ojos de Dios. Y es mucho peor que eso. Agregará a nuestra condenación y aumentará nuestra culpa en el Día del juicio. Una fe que no influye sobre las acciones del hombre, no merece llamarse fe. Hay sólo dos clases de gentes en la iglesia de Cristo: Los que creen y los que no creen. La diferencia entre el cristiano auténtico y el que meramente profesa serlo, radica en una frase. El cristiano auténtico es como Moisés: "Tiene fe"; el que sólo dice serlo, no la tiene. El cristiano auténtico cree y, por lo tanto, vive como vive; el que meramente profesa serlo, no cree y, por lo tanto es lo que es. Oh, ¿dónde está nuestra fe? No seamos incrédulos, sino creyentes.