Versículo para hoy:

martes, 3 de octubre de 2023

OCTUBRE 3 - LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

“¿No son todos espíritus administradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de salud?” Hebreos 1:14.

LOS ángeles son los invisibles servidores de los santos de Dios, pues ellos nos llevan en sus manos para que nuestro pie no tropiece en piedra. La lealtad a su Señor los guía a tomar un profundo interés en los hijos de su amor. Se regocijan cuando el pródigo vuelve a la casa de su padre aquí, y dan la bienvenida al creyente cuando llega al palacio del Rey en las alturas. En la antigüedad, los hijos de Dios fueron favorecidos con la aparición de los ángeles, y ahora, aunque invisibles a nuestra vista, los cielos están todavía abiertos, y los ángeles de Dios suben y descienden sobre el Hijo del hombre, con el fin de visitar a los herederos de la salvación. Los serafines vuelan aun con carbones encendidos tomados del altar, para tocar los labios de los hombres muy amados. Si nuestros ojos estuviesen abiertos, veríamos los caballos de fuego y los carros de fuego en derredor de los siervos del Señor, pues nos hemos llegado a una innumerable compañía de ángeles, todos los cuales son custodios y protectores de la simiente real. ¡A qué augusta dignidad son elevados los escogidos de Dios, que los brillantes cortesanos del cielo llegan a ser sus voluntarios servidores! ¡A qué gloriosa comunión se nos eleva, pues tenemos relaciones con los inmaculados habitantes del cielo! ¡Cuán bien defendidos estamos, pues veinte mil carros de Dios están armados para nuestro rescate! ¿A quién debemos todo esto? Que el Señor Jesucristo sea siempre querido por nosotros, pues por él se nos ha hecho sentar en lugares celestiales, sobre todo principado y potestad. El acampa en derredor de los que le temen. El es el verdadero Miguel, cuyo pie está sobre el dragón. ¡Salve, Jesús, ángel de la presencia de Jehová! A ti esta familia ofrece sus votos matutinos.

OCTUBRE 2 - LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

“La esperanza que os está guardada en los cielos”. Colosenses 1:5.

NUESTRA esperanza en Cristo para el futuro es la causa principal y el apoyo más importante de nuestro gozo en este mundo. Esta esperanza animará nuestros corazones a pensar frecuentemente en el cielo, pues allí se promete todo lo que podamos desear. Aquí estamos cansados y rendidos, pero allá está el lugar de reposo, donde el sudor del trabajo no mojará más la frente del trabajador y la fatiga desaparecerá para siempre. Para los que están cansados y agotados, la palabra descanso está llena de cielo. Nosotros estamos siempre en el campo de batalla, estamos tan tentados interiormente y tan atormentados por los enemigos de afuera, que casi no tenemos paz. Pero en el cielo gozaremos de la victoria, cuando la bandera flamee en lo alto triunfalmente, cuando la espada sea envainada y cuando oigamos decir a nuestro Capitán: “Bien, buen siervo y fiel”. Hemos sufrido desgracia tras desgracia, pero estamos en camino hacia el país del Inmortal, donde los sepulcros son cosas desconocidas. Aquí el pecado nos causa constante aflicción, pero allí seremos perfectamente santos, pues no entrará nada que corrompa. La cicuta no brotará en los surcos de los campos celestiales. ¿No es para ti un motivo de gozo el saber que no serás desterrado para siempre, ni quedarás eternamente en este desierto, sino que pronto heredarás la Canaán? Sin embargo, que nunca se diga que estamos soñando con el futuro y olvidando el presente; hagamos que el futuro santifique el presente para los fines elevados. Por el Espíritu de Dios, la esperanza del cielo es la fuerza más poderosa para producir la virtud; es una fuente de alegre actividad; es la piedra angular de gozosa santidad. El hombre que tiene esta esperanza, va a su trabajo con vigor, pues el gozo del Señor es su fortaleza. Lucha ardorosamente contra la tentación, porque la esperanza del mundo venidero rechaza los encendidos dardos del adversario.

OCTUBRE 1 - LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

“Levántate, oh amiga mía, hermosa mía, y vente”. Cantares 2:10.

¡HE aquí, oigo la voz de mi Amado! ¡El me habla! El buen tiempo se presenta sonriente sobre la faz de la tierra, y Jesús no quiere tenerme espiritualmente dormido, mientras la naturaleza se está despertando del sueño invernal. El me ruega que me levante; y tiene razón, pues he estado mucho tiempo entre las ollas de la mundanalidad. El se levantó, y yo me levanté en él. ¿Por qué entonces tengo que estar apegado al polvo? De los amores, de los propósitos y de las aspiraciones inferiores quiero elevarme a él. El me llama con el dulce nombre de “amiga mía”, y me considera hermosa. Este es un buen motivo para que me levante. Si él tanto me elevó y me trata tan amablemente, ¿cómo puedo permanecer en las tiendas de Cedar y hallar agradables compañías entre los hijos de los hombres? El me dice: “Vente”. El me llama para ir lejos, muy lejos de todo lo que es egoísta, rastrero, mundano, pecador; sí, me llama del mundo exteriormente religioso, que no lo conoce a él y no simpatiza con el misterio de la vida superior. “Vente” no tiene en mis oídos un sonido desagradable, pues, ¿qué hay en este desierto de vanidad y de pecado que pueda sostenerme? ¡Oh, Señor mío!, tú quieres que vaya a ti; pero yo estoy preso entre las espinas y no puedo zafarme de ellas como deseo. Yo quisiera, si fuese posible, no tener ojos, ni oídos, ni corazón para el pecado. Tú me llamaste a ti mismo, diciendo: “Vente”, y es este, en verdad, un llamado melodioso. Ir a ti es ir del destierro al hogar; es llegar a tierra salvado de furiosa tormenta; es ir al descanso después de mucho trabajo; es ir a la meta de mis deseos y a la cumbre de mis anhelos. Pero, Señor, ¿cómo puede una piedra levarse, cómo puede una masa de barro salir del horrible abismo? ¡Oh levántame, atráeme! Tu gracia puede hacerlo. Envía a tu Santo Espíritu a encender la sagrada llama de tu amor en mi corazón, y seguiré levantándome.

SETIEMBRE 30 - LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

“Cantad la gloria de su nombre; poned gloria en su alabanza”. Salmo 66:2.

NO se ha dejado a nuestra propia elección el alabar o no alabar a Dios. La alabanza es el más justo tributo debido a Dios, y cada cristiano, como recipiente de la gracia divina, está obligado a alabar a Dios todos los días. Es cierto que no tenemos ningún precepto dogmático en cuanto a la alabanza diaria; no tenemos mandamientos que nos señalen determinadas horas para dedicarlas al canto y a la acción de gracias, pero la ley escrita en el corazón nos enseña que es justo alabar a Dios. El mandamiento no escrito viene a nosotros con tanta fuerza como si hubiese sido registrado en las tablas de piedra, o enviado a nosotros desde la cumbre del Sinaí. Sí, es deber del cristiano alabar a Dios. No sólo es un ejercicio agradable, sino una absoluta obligación de su vida. No pienses tú, que siempre te estás lamentando, que en esto eres inocente; ni supongas que puedes cumplir con tu deber para con Dios, sin elevar cantos de alabanza. Tú estás obligado por los vínculos de su amor a bendecir su nombre mientras vivas, y su alabanza debiera estar siempre en tu boca; pues tú eres bendecido con el fin de que bendigas su santo nombre. “Este pueblo crié para mí –dice el Señor- mis alabanzas publicará”. Si tú no alabas a Dios, no estás dando el fruto que el Divino Labrador tiene derecho a esperar de tus manos. No cuelgues, pues, tu arpa sobre los sauces, sino bájala, y procura, con corazón agradecido, hacerle producir su mejor música. Levántate y canta sus alabanzas. Con el amanecer de cada mañana, eleva tus notas de acción de gracias; y que cada puesta del sol sea seguida con tu canción. Ciñe la tierra con tus alabanzas, y cércala con una atmósfera melodiosa, y Dios, desde los cielos, escuchará tu música y la aceptará.