Versículo para hoy:

sábado, 5 de julio de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)


 IV. La santidad personal y la práctica cotidiana de nuestra fe

    En cuarto lugar, estos tiempos requieren de nosotros una norma más elevada de santidad personal y más atención a la práctica cotidiana de nuestra fe.

    Sinceramente, estoy convencido de que desde los días de la Reforma, no ha habido nunca como ahora en Inglaterra tanta profesión de fe sin práctica, tanto hablar de Dios sin andar con él, tanto oír las palabras de Dios sin ponerlas en acción. ¡Nunca hubo tanto metal que resuena y címbalo que retiñe! Nunca tanta formalidad y tan poca realidad. Todo el tenor de la mente de los hombres con respecto a lo que constituye un cristianismo práctico parece estar en declinación. La antigua norma de oro de la conducta apropiada de la mujer y el hombre cristiano parece haberse corrompido y degenerado. Se ve una cantidad de (supuestos) cristianos haciendo continuamente cosas que en el pasado hubieran sido consideradas contradictorias a una fe vital. No ven nada malo en cosas como jugar a las cartas, ir al teatro, bailar, pasarse el día leyendo novelas y viajar los domingos, ¡no entienden en absoluto por qué usted las objeta! La antigua sensibilidad de conciencia acerca de estas cosas parece estar desapareciendo y en peligro de extinción como el dodo de las islas Mauricio. Cuando nos aventuramos a exhortar a los jóvenes que las practican, se nos quedan mirando, considerándonos anticuados, de mente cerrada, fosilizados, y preguntan! "¿Qué tiene de malo?" En suma, la laxitud de las ideas entre los jóvenes y la seguridad en sí mismos, además de la frivolidad entre las señoritas, son características demasiado comunes de una nueva generación de profesantes cristianos.

    No me equivoco al decir todo esto. Esté seguro que mi intención no es recomendar una práctica ascética. Los monasterios para monjes y para monjas, un retiro completo del mundo y negarnos a cumplir nuestras obligaciones en él, distan de ser bíblicos, según mi entender, y no son más que errores en las prácticas que distraen del comportamiento cristiano bíblico. Tampoco creo que me toque instar a los hombres a vivir una norma ideal de perfección que no encuentro en la Palabra de Dios, una norma imposible de alcanzar en esta vida, y que pasa la administración de los asuntos de la sociedad al diablo y a los impíos. No, anhelo siempre promover una práctica cristiana amistosa, alegre y valiente que glorifica a Cristo y es apropiada en toda ocasión y lugar.

    El camino a una norma de santidad más elevada es muy sencillo, tan sencillo que me imagino a algún lector sonriendo con desdén. Pero, aun sencillo como es, es un camino tristemente descuidado y lleno de malezas, y ya es tiempo de llamar la atención a él.

    (a) Necesitamos, pues, examinar más detenidamente nuestros viejos amigos, los Diez Mandamientos. Estudiados y apropiadamente desarrollados como lo fueron por el Obispo Andrews y los Puritanos, las dos tablas de la ley de Dios son una mina perfecta de religión práctica. Creo que es una señal maligna de nuestros tiempos, el que muchos pastores no hacen colocar una placa con los diez mandamientos en sus templos nuevos o restaurados, y tranquilamente dicen: "¡Ya no se necesitan!" ¡Creo que nunca han sido tan necesarios como ahora!

    (b) Tenemos que examinar con más cuidado, porciones de las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo como el Sermón del Monte. ¡Qué riqueza para reflexión contiene ese maravilloso discurso! Qué expresión impresionante es: "Si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos" (Mt. 5:20). ¡Ay, rara vez se usa ese texto!

    (c) En último lugar, pero no por eso menos importante, tenemos que estudiar con cuidado la última parte, eminentemente práctica, de casi todas las epístolas de Pablo a las iglesias. Casi ni se las tiene en cuenta. Me temo que muchos lectores de la Biblia conocen bien los primeros once capítulos de la Epístola a los Romanos, pero poco saben de los últimos cinco. Cuando Thomas Scott predicaba sobre la Epístola a los Efesios en la antigua Lock Chapel, hizo la observación de que ¡cuando llegó a la parte práctica del libro, la asistencia comenzó a bajar!

    Vuelvo a decir que quizá usted piense que mis recomendaciones son demasiado sencillas. No vacilo en afirmar que darles su atención sería, con la bendición de Dios, muy provechoso para la causa de Cristo. Creo que elevaría la norma cristiana de mi lector a un nivel hasta ahora casi desconocido, en relación con temas como la fe en el hogar, el apartarse del mundo, diligencia en cumplir con las obligaciones diarias, generosidad, buen carácter y una mente espiritual.

    En estos últimos tiempos, se escucha una queja común en cuanto a la falta de poder en el cristianismo moderno. Se dice que la verdadera iglesia de Cristo, el cuerpo del cual él es la Cabeza, no sacude al mundo actual como lo hacía en el pasado. ¿Quiere que le diga directamente cuál es la razón? Es la escasa espiritualidad que tristemente prevalece entre los cristianos profesantes. Es la falta de hombres y mujeres que caminan con Dios y ante Dios, como lo hacían Enoc y Abraham. Aunque ahora los fieles exceden por mucho a nuestros antepasados evangélicos, creo que somos muchos menos, los que estamos a la altura de ellos en cuanto a la práctica de nuestras creencias se refiere. ¿Dónde está el negarnos a nosotros mismos, la redención del tiempo, el desprecio a los lujos y a darnos gusto, la separación notoria de las cosas terrenales, el aspecto manifiesto de estar siempre ocupados en los asuntos de nuestro Señor, la fidelidad, la sencillez de la vida hogareña, la conversación de altura en la sociedad, la paciencia, la humildad y cortesía universal que caracterizó a tantos de nuestros antepasados hace setenta y ochenta años.

    Sí, ¿dónde están todas estas virtudes? Hemos heredado sus principios y vestimos su armadura, pero me temo que no hemos heredado su práctica. El Espíritu Santo lo ve y se contrista, el mundo lo ve y nos desprecia. El mundo lo ve y le importa poco nuestro testimonio. Es un estilo de vida, en imitación de la vida de Cristo, lo que influye sobre el mundo. Resolvamos, con la bendición de Dios, quitarnos este reproche. Despertemos para ver claramente lo que estos tiempos requieren de nosotros en este sentido. Apuntemos a una norma más elevada de la práctica de nuestra fe. Dejemos atrás el vivir una santidad a medias. En adelante, esforcémonos por caminar con Dios, ser íntegros e irrefutables en nuestra vida cotidiana y así, si no podemos convertir a un mundo burlón, por lo menos podremos silenciarlo.

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