Versículo para hoy:

martes, 26 de enero de 2016

¡Guarda mi lengua! | Día 10 - Nancy DeMoss de Wolgemuth

LECTURAS VESPERTINAS – ENERO 26

“Y todos los que oyeron se maravillaron de lo que los pastores les decían”.

NO debemos cesar de admirarnos de las grandes maravillas de Dios. Sería muy difícil trazar una línea divisoria entre una admiración santa, y una adoración real; porque cuando el alma está anonadada con la majestad de la gloria de Dios, aun cuando no pueda expresar esa majestad con canto, ni aun hacerlo con la cabeza inclinada, en humilde oración, sin embargo, esa alma adora silenciosamente. Nuestro Dios encarnado debe ser adorado como el Admirable. Que Dios tenga consideración de sus caídas criaturas, y, en lugar de barrerlas con el escobón de la destrucción, se encargue de su Redentor y pague el precio de su rescate, es, en verdad, maravilloso. Para el creyente, la redención es mucho más maravillosa a medida que la mira en relación consigo mismo. Es, en efecto, un milagro de la gracia que Jesús se desprenda de los tronos y prerrogativas reales para sufrir ignominiosamente por ti. Deja que tu alma prorrumpa en admiración, porque la admiración es, en este caso, una emoción muy práctica. Una admiración muy santa te guiará a una adoración agradable y a una sentida acción de gracias. Esto creará en ti una piadosa vigilancia, pues temerás pecar contra tal amor. Al sentir la presencia del poderoso Dios en la dádiva de su querido Hijo, quitarás los zapatos de tus pies, porque el lugar donde te halles será tierra santa. Serás conducido al mismo tiempo a una gloriosa esperanza. Si Jesús ha hecho cosas tan maravillosas en tu favor, sentirás que el cielo mismo no es demasiado grande para tu expectación. ¿Quién de los que quedaron pasmados ante el pesebre y ante la cruz pueden maravillarse ante otra cosa? ¿Qué otra cosa admirable puede haber para uno que ha visto al Salvador? Querido lector, puede ser que desde la quietud y soledad de tu vida, difícilmente puedas imitar a los pastores de Belén, quienes dijeron lo que habían visto y oído, pero puedes, por lo menos, llenar el círculo de los adoradores que están delante del trono, admirándote de lo que Dios ha hecho.

Charles Haddon Spurgeon.