Versículo para hoy:

sábado, 2 de julio de 2016

Esperanza en el Rey que vendrá - Nancy DeMoss de Wolgemuth

LECTURAS VESPERTINAS – JULIO 2

“A ti clamaré, oh Jehová, fortaleza mía; no te desentiendas de mí, porque no sea yo, dejándome tú, semejante a los que descienden al sepulcro”. Salmo 28:1.

EL clamor es la expresión natural del dolor y una expresión apropiada, cuando todas las otras formas de súplica nos fallan. Pero el clamor sólo debe ser dirigido a Dios, pues clamar al hombre es como dirigir nuestros ruegos al aire. Cuando consideremos la prontitud del Señor para oír y su capacidad para ayudarnos, veremos las buenas razones para dirigir en el acto al Dios de nuestra salvación todos nuestros ruegos. Será en vano clamar a las rocas en el día del juicio, pero nuestra Roca atiende nuestros ruegos.
“No te desentiendas de mí”. Los meros formalistas pueden quedar satisfechos sin que sus oraciones sean respondidas, pero los suplicantes sinceros no pueden. Ellos no se satisfacen con los resultados de la oración misma, tranquilizando la mente y sometiendo la voluntad; tienen que ir más allá y conseguir reales respuestas del cielo, de lo contrario no pueden descansar. Y esas respuestas las ansían recibir en seguida, pues temen aun el más breve silencio de Dios. La voz de Dios es frecuentemente tan terrible que sacude el desierto; pero su silencio es igualmente espantoso para el suplicante ansioso. Cuando parece que Dios cierra sus oídos, no debemos nosotros cerrar nuestras bocas, sino, más bien clamar con más ardor, pues cuando nuestra voz se eleva con ansiedad y dolor, él no tardará mucho en oírnos. ¡Qué espantoso sería para nosotros si el Señor no respondiera nunca nuestras oraciones!
“Porque no sea yo, dejándome tú, semejante a los que descienden al sepulcro”. Privados de Dios, que responde las oraciones, estaríamos en una condición más lastimosa que el muerto en el sepulcro, y pronto descenderíamos al mismo nivel de los perdidos en el infierno. Necesitamos que la oración sea contestada. El nuestro es un caso urgente, de espantosa necesidad. Sin duda, el Señor dará paz a nuestras agitadas mentes, pues él nunca permitirá que sus elegidos perezcan.

Charles Haddon Spurgeon