Versículo para hoy:

domingo, 10 de septiembre de 2023

SETIEMBRE 10 – LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

“Y subió al monte, y llamó a sí a los que él quiso; y vinieron a él”. Marcos 3:13.

AQUÍ hay soberanía. Los espíritus impacientes se enojan y sulfuran porque no son llamados a los más altos rangos del ministerio; pero, lector, tú alégrate de que Jesús llama a quien quiera. Si él me permite ser un portero en su casa, yo lo alabaré gozosamente porque me permite, en su gracia, hacer algo en su servicio. El llamamiento de los siervos de Cristo viene de arriba. Jesús está sobre el monte, siempre está por encima del mundo en santidad, solicitud, amor y poder. Aquellos a quienes él llama deben subir al monte con él, deben procurar elevarse a su nivel, viviendo en constante comunión con Dios. Quizás ellos no puedan elevarse a las glorias clásicas o alcanzar eminencias escolásticas, pero deben, a semejanza de Moisés, subir al monte de Dios y tener íntima comunión con el Dios invisible, o de lo contrario, nunca estarán en condiciones de proclamar el Evangelio de paz. Jesús se apartó para tener comunión con el Padre, y nosotros tenemos que entrar en el mismo compañerismo divino si queremos ser un medio de bendición a nuestros prójimos. No hay por qué admirarse de que los apóstoles estuvieran revestidos de poder cuando descendieron del monte donde estaba Jesús. Esta mañana debemos esforzarnos por ascender al monte de la comunión, a fin de que allí seamos ordenados para la obra para la cual hemos sido apartados. Que no miremos el rostro del hombre hasta que veamos a Jesús. El tiempo que invertimos en su compañía, lo invertimos en una utilidad bendita. Nosotros también echaremos fuera demonios y obraremos portentos, si vamos al mundo ceñidos con la energía divina que sólo Cristo puede dar. Es inútil ir a la batalla del Señor si no estamos armados con las armas celestiales. Nosotros tenemos que ver a Jesús; esto es esencial. Demoraremos en el propiciatorio hasta que se manifieste a nosotros como no se manifiesta al mundo.

SETIEMBRE 9 – LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

“Te responderé y te enseñaré cosas grandes y dificultosas que tú no sabes”. Jeremías 33:3.

HAY diferentes traducciones de estas palabras. Una versión las traduce así: “Te enseñaré grandes y fortificadas cosas”. Otra versión, en cambio, las traduce así: “Grandes y reservadas cosas”. Ahora bien, en la experiencia cristiana hay cosas especiales y reservadas. Todos los desarrollos de la vida espiritual no son igualmente fáciles de conseguir. Existen formas y sensaciones de arrepentimiento, de fe, de gozo y de esperanza que las experimenta toda la familia, pero hay un reino superior de éxtasis, de comunión y de consciente unión con Cristo que está lejos de ser la común habitación de los creyentes. No todos tenemos el alto privilegio de Juan de recostarnos en el pecho de Jesús, ni el de Pablo, de ser arrebatado hasta el tercer cielo. Hay alturas en el conocimiento espiritual de las cosas de Dios que el ojo de águila de la sutileza y del pensamiento filosófico nunca ha visto. Sólo Dios puede llevarnos allí. Pero la carroza en la cual él nos lleva, y los fogosos caballos que tiran de ella, son las oraciones poderosas. Estas oraciones vencen al Ángel de la misericordia: “Con su fortaleza venció al ángel. Venció al ángel y prevaleció; lloró y rogóle; en Bethel lo halló, y allí habló con nosotros”. Las oraciones que prevalecen llevan al cristiano a la cumbre de Pisga y le muestran la herencia reservada; nos llevan al Tabor y nos transfiguran hasta que, a la semejanza de nuestro Señor, “como él es, así seamos nosotros en este mundo”. Si quieres tener una experiencia más elevada que la común, contempla a la Roca que es más alta que tú, y mira con los ojos de la fe a través de la ventana de la oración constante. Cuando tú abras la ventana de tu lado, no permanecerá cerrada del otro.

SETIEMBRE 8 – LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

“De mí será hallado tu fruto”. Oseas 14:8.

NUESTRO fruto es hallado de Dios en cuanto a la unión. El fruto de la rama tiene su origen en la raíz. Si cortas la conexión, la rama se seca y no lleva fruto. Nosotros llevamos fruto en virtud de nuestra unión con Cristo. Cada racimo de uva ha estado primero en la raíz, pasó luego por el tallo, subió después por los conductos de la savia, y, por fin, se hizo fruto; pero primero estuvo en la raíz. Así también toda buena obra estaba primero en Cristo, y después dio su fruto en nosotros. ¡Oh! Cristiano, aprecia debidamente esta unión con Cristo, pues ella es la fuente de toda la fertilidad que tú puedas esperar conocer. Si no estuvieras unido a Jesús, serías, en verdad, una rama estéril. Nuestro fruto viene de Dios en cuanto a providencia espiritual. Cuando las gotas de rocío caen desde el cielo, cuando las nubes derraman su líquido tesoro, cuando el brillante sol hincha los granos del racimo, cada bendición celestial susurra al árbol y dice: “De mí es hallado tu fruto”. El fruto debe mucho a la raíz, pues esta es necesaria para que haya fruto, pero debe mucho también a las influencias externas. ¡Cuánto debemos a la providente gracia de Dios con la cual él nos da constantemente avivamiento, enseñanza, consolación, fortaleza y todo lo que necesitamos! A ella debemos la utilidad y virtud de que somos capaces. Nuestro fruto viene de Dios en cuanto a la sabia labranza. El filoso cuchillo del hortelano estimula la fecundidad del árbol, limpiando los racimos y quitando las ramas que están demás. Así acontece, cristiano, con aquella poda a la que el Señor te somete. “Mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, le quitará; y todo aquel que lleva fruto, le limpiará, para que lleve más fruto”. Ya que nuestro Dios es el autor de nuestras gracias espirituales, démosle a él toda la gloria de nuestra salvación.