Versículo para hoy:

lunes, 29 de febrero de 2016

Él es Dios, nosotras no - Nancy DeMoss de Wolgemuth

LECTURAS VESPERTINAS - FEBRERO 29

"Y nosotros hemos recibido... el Espíritu que es de Dios, para que conozcamos lo que Dios nos ha dado". 1 Corintios 2:12.

QUERIDO lector, ¿has recibido el espíritu que es de Dios, formado por el Espíritu Santo en tu alma? La necesidad de la obra del Espíritu Santo en el corazón puede ser vista claramente en este hecho: que todo lo que haya sido hecho por Dios el Padre y por Dios el Hijo será inefectivo en nosotros a menos que el Espíritu revele estas cosas a nuestras almas. ¿Qué efecto tiene la doctrina de la elección sobre algún hombre hasta que el Espíritu de Dios no entre en él? La elección es una letra muerta en mi conciencia hasta que el Espíritu de Dios me llame de las tinieblas a su luz admirable. Entonces, por medio de mi llamamiento veo mi elección y, al conocer que he sido llamado por Dios, conozco que he sido elegido en el propósito eterno. Dios el Padre hizo un pacto con el Señor Jesucristo, pero de nada nos sirve ese pacto hasta que el Espíritu Santo nos traiga sus bendiciones y abra nuestros corazones para recibirlas. Las bendiciones cuelgan del clavo: Cristo Jesús, pero siendo nosotros bajos de estatura, no podemos alcanzarlas. El Espíritu de Dios las baja y nos las entrega y llegan a ser realmente nuestras. Las bendiciones del pacto son en sí mismas iguales al maná en los cielos, lejos del alcance humano, pero el Espíritu de Dios abre las ventanas de los cielos y esparce el pan vivo en los campos del Israel espiritual. La consumada obra de Cristo es como el vino guardado en la cuba; a causa de la incredulidad no podemos ni sacarlo ni beberlo. El Espíritu Santo hunde nuestro vaso en ese precioso vino y entonces bebemos; pero sin el Espíritu estamos tan muertos en pecado como si el Padre nunca nos hubiera elegido y el Hijo nunca nos hubiera comprado con su sangre. El Espíritu Santo es absolutamente necesario para nuestro bienestar. Vayamos a él con amor y temblemos ante el pensamiento de contristarlo.

Charles H. Spurgeon.