Versículo para hoy:

sábado, 26 de abril de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

II. El remedio

    Paso ahora del caso supuesto al remedio propuesto. "Si alguno tiene sed", dice nuestro bendito Señor Jesucristo, "venga a mí y beba".

    Hay una sencillez maravillosa en esta breve frase que es imposible admirar demasiado. No tiene ni una palabra cuyo significado literal no sea claro hasta para un niño. No obstante, sencillo como parece, tiene un rico significado espiritual. Como el diamante Kohinoor que usted puede llevar entre el pulgar y el índice, es de un valor incalculable.

    Venir y beber soluciona el gran problema que todos los filósofos de Grecia y Roma no pudieron resolver: "¿Cómo puede el hombre tener paz con Dios? Guárdelo en su memoria junto con otras seis máximas de oro de nuestro Señor:

"Yo soy el pan de vida; el que a Mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en Mí cree, no tendrá sed jamás" (Jn. 6:35).

"Yo soy la luz del mundo; el que Me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn. 8:12).

"Yo soy la puerta; el que por Mí entrare, será salvo" (Jn. 10:9).

"Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por Mí" (Jn. 14:6).

"Venid a Mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar" (Mt. 11:28).

"Al que a Mí viene, no le echo fuera" (Jn. 6:37).

    Agregue a estos seis textos el que hoy tiene delante de usted. Memorice los siete. Grábelos en su mente y nunca los olvide. Cuando sus pies toquen el frio río, la hora de su muerte, encontrará un valor incalculable en los versículos recién citados.

    Porque, ¿cuál es la sustancia de estas sencillas palabras? Es esta: Cristo es esa Fuente de agua viva que Dios, en su gracia, ha provisto para las almas sedientas. De él, como de la roca que golpeó Moisés, fluye una corriente abundante para todos los que peregrinan por el desierto de este mundo. En él, nuestro Redentor y Sustituto, crucificado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación, tenemos una provisión sin fin de todo lo que el hombre puede necesitar: Perdón, absolución, misericordia, gracia, paz, descanso, alivio, consuelo y esperanza.

    Cristo compró esta provisión para nosotros pagándola con su propia sangre preciosa. Para abrir esta fuente maravillosa, sufrió por el pecado. El justo entre los injustos cargó nuestros pecados en su propio cuerpo en el madero. Fue hecho pecado por nosotros, a fin de que pudiéramos ser justicia de Dios en él (1 P. 2:24, 3:18; 2 Co. 5:21). Y ahora ha sido sellado y designado para ser el que da alivio a todos los trabajados y cargados y el Dador del agua viva para todos los sedientos. Su misión es recibir a los pecadores. Se complace en darles perdón, vida y paz. Y las palabras del texto son una invitación que hace a toda la humanidad: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba".

Advertencias y consejos

    La eficacia de un remedio depende mayormente de la manera como se usa. La mejor receta del mejor médico es inútil si no seguimos las instrucciones que la acompañan. Preste atención a la palabra de exhortación, mientras le doy advertencias y consejos acerca de la Fuente de agua viva.

    (a) El que tiene sed y quiere apagarla tiene que acudir a Cristo mismo. Él no se contentará con que asista a su iglesia y participe de sus ordenanzas o que se reúna con su pueblo para orar y alabarle.

    No tiene que limitarse a participar de su Santa Cena ni quedarse satisfecho con abrirle privadamente su corazón a un pastor ordenado. ¡Oh, no! El que se contenta con solo beber estas aguas "volverá a tener sed" (Jn. 4:13). Debe ir más alto, hacer más, mucho más que esto. Tiene que tratar personalmente con Cristo mismo, todo el resto no vale nada sin él. El palacio del Rey, los siervos que le sirven, la sala de banquetes ricamente amoblada, el propio banquete, no son nada, a menos que hablemos con el Rey. Sólo su mano puede quitarnos la carga que llevamos a cuestas y hacernos sentir libres. La mano del hombre puede quitar la piedra del sepulcro y dejar que veamos al muerto, pero nadie más que Jesús puede decirle al muerto: "Ven fuera" (Jn. 11: 41-43). Tenemos que comunicarnos directamente con Cristo.