Versículo para hoy:

lunes, 4 de enero de 2016

Evita la silla de los escarnecedores - Nancy Leigh DeMoss

LECTURAS VESPERTINAS – ENERO 4

“José, pues, conoció a sus hermanos; pero ellos no lo conocieron”.

ESTA mañana, en “Lecturas Matutinas”, hemos deseado que el conocimiento que tenemos del Señor Jesús experimentara un crecimiento; es bueno, pues, que esta noche consideremos un tópico que tiene afinidad con el de esta mañana, es decir, el conocimiento que nuestro celestial José tiene de nosotros. El conocimiento que Jesús tiene de nosotros fue perfecto mucho antes que nosotros tuviésemos el más insignificante conocimiento de él. Antes que estuviésemos en el mundo, ya estábamos en su corazón. Cuando éramos sus enemigos, él nos conoció, y conoció también nuestra miseria, nuestra insensatez y nuestra maldad. Cuando llorábamos amargamente en desesperado arrepentimiento y lo vimos sólo como un juez, él nos miró como hermanos bien amados, y sus entrañas suspiraron por nosotros. El nunca desconoció a sus escogidos, sino siempre los consideró como objetos de su infinito afecto. “El Señor conoce a los que son suyos”. Esto es tan cierto en cuanto a los pródigos que apacientan los cerdos como en cuanto a los hijos que se sientan a la mesa.
Pero, ¡ay!, nosotros no conocimos a nuestro hermano real, y en esta ignorancia se originó una hueste de pecados. Le negamos nuestros corazones y no le permitimos entrar en nuestro amor. Desconfiamos de él y no dimos crédito a sus palabras. Nos rebelamos contra él y no le rendimos ningún homenaje de amor. El sol de Justicia brilló y nosotros no pudimos verlo. El cielo descendió a la tierra y la tierra no lo advirtió. Gracias a Dios, esos días han pasado para nosotros; sin embargo, aun ahora conocemos muy poco a Jesús, en comparación del conocimiento que él tiene de nosotros. Sólo hemos empezado a conocerlo, pero él nos conoce enteramente. Es una ventaja que la ignorancia no esté de su lado, pues eso sería desesperante para nosotros. El no nos dirá: “Nunca os conocí”, sino confesará nuestros nombres en el día de su aparecimiento, y, mientras tanto, se manifestará a nosotros como no se manifiesta al mundo.

Charles Haddon Spurgeon.