Versículo para hoy:

miércoles, 4 de junio de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

    Los creyentes nuevos y todavía inmaduros, en el calor de su primer amor, pueden hablar de perfección si quieren. Los grandes santos en cada época de la historia eclesiástica, desde Pablo hasta hoy, siempre han estado "revestidos de humildad".   

    Si alguno entre mis lectores quiere ser salvo, sepa que los primeros pasos hacia el cielo son los de un profundo sentido del pecado y una opinión baja de sí mismos. Descarte esa débil y tonta tradición de que el comienzo de una vida cristiana se caracteriza por sentirse "bueno". En cambio, comprenda aquel gran principio bíblico de que tenemos que comenzar por sentirnos "malos" y que hasta cuando realmente nos sintamos "malos", nada sabremos de la bondad o la salvación cristiana. Bienaventurado el que ha aprendido a acercarse a Dios con la oración del publicano: "Dios, sé propicio a mí, pecador" (Lc. 18:13).

          Procuremos ser humildes. No hay otra gracia que le quede mejor al creyente. ¿Qué somos que justifique que nos sintamos orgullosos? De todos los seres del mundo, ninguno es tan dependiente como el hijo de Adán. Hablando de su físico, ¿qué cuerpo, como el cuerpo del hombre, requiere tanto cuidado y atención, y es cada día tan deudor a la mitad de la creación por su comida y ropa? Hablando de su mente, ¡qué poco saben los más sabios de los hombres (y los hay pocos), cuán ignorante es la mayor parte de la humanidad y cuánto sufrimiento generan por su ignorancia! "Somos de ayer", dice el libro de Job, "y nada sabemos" (Job 8:9). Por cierto que no hay ninguna cosa creada sobre la tierra o en el cielo que debiera estar revestida de humildad como debiera estarlo el hombre.

    Procuremos ser humildes. No hay gracia más apropiada para el cristiano. El Libro de Oraciones sin igual de la Iglesia Anglicana, de principio a fin, pone en la boca del que lo usa, el más humilde de los lenguajes. Las frases al principio de la oración matutina y la vespertina, la Confesión General, la Letanía y el Servicio de Comunión están repletos de expresiones humildes. Todos a una voz, brindan a los fieles de la Iglesia Anglicana, una enseñanza clara con respecto a nuestra posición correcta a la vista de Dios.

    Procuremos todos ser más humildes, podemos saber algo de esto ahora, pero cuanto más sepamos, más nos pareceremos a Cristo. Escrito está de nuestro bendito Señor (aunque él no tuvo pecado) que "siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil. 2:6-8). Recordemos también las palabras que preceden a este pasaje: "Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús" (Fil. 2:5). Los hombres que más son atraídos hacia el cielo, más se revisten de humildad. En la hora de la muerte, con un pie en la tumba, con algo de la luz del cielo brillando sobre ellos, cientos de grandes santos y dignatarios eclesiásticos han tenido plena conciencia de ser pecadores. Hombres como Selden, el obispo de Butler y el arzobispo de Longley, han dejado registrada su confesión de que nunca hasta esa hora, habían visto sus pecados con tanta claridad, ni sentido con tanta profundidad su deuda de misericordia y gracia. Sólo el cielo nos habrá de enseñar plenamente lo humilde que debiéramos ser. Sólo entonces, cuando estemos dentro del velo y miremos todo el camino de la vida por donde fuimos conducidos, sólo entonces, comprenderemos completamente la necesidad de ser humildes y lo hermoso que es serlo. Las palabras de Pablo que hoy nos parecen tan duras, aquel día no lo parecerán tanto. ¡Claro que no! Arrojaremos nuestras coronas delante del trono y comprenderemos lo que el gran teólogo quiso decir cuando afirmó: El himno en el cielo será: "¡Lo que ha hecho Dios!" (Nm. 23:23).

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