Versículo para hoy:

domingo, 2 de abril de 2023

ABRIL 2 - LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

"Y no le respondió ni una palabra". Mateo 27.14

Nunca fue Jesús tardo en hablar cuando se trataba de bendecir a los hijos de los hombres, pero en su propia defensa no quiso hablar nada. "Nunca hombre alguno, habló como este hombre", y nunca hubo hombre más callado que Él. ¿Era este singular silencio indicio del perfecto sacrificio de sí mismo? ¿Indica esto -que Él no habría de expresar palabra para detener al matador de su sagrada persona-, que había sido dado como una ofrenda por nosotros? ¿Se ha rendido tan por completo que no desea intervenir en su favor, sino ser una víctima atada y muerta sin resistir ni quejarse? ¿Era este silencio una figura de lo indefendible que es el pecado?
Nada se puede decir como excusa por la culpa humana, y en consecuencia, Él soportó todo su peso, permaneciendo mudo delante de su juez. ¿No es este paciente silencio la mejor réplica a un mundo contradictor? El sufrimiento silencioso, responde mucho más concluyentemente a algunas preguntas que la más elevada elocuencia.
Los mejores apologistas del cristianismo en los días primitivos fueron sus mártires. El yunque rompe una multitud de martillos sólo por soportar pacientemente sus golpes. ¿No nos proporciona un gran ejemplo de sabiduría el callado Cordero de Dios? Donde cada palabra era una ocasión para una nueva blasfemia, era mejor no dar combustible para el fuego del pecado. Lo ambiguo y lo falso, lo indigno y lo vil, serán pronto derrotados e impugnados por sí mismos, por lo tanto, la verdad se decide a estar callada y halla que el silencio es su sabiduría. Evidentemente nuestro Señor, por su silencio, dio un notable cumplimiento a la profecía. Por su enmudecimiento demostró concluyentemente ser el verdadero Cordero de Dios. Como tal lo adoramos esta mañana.
Sé con nosotros, Jesús, y en el silencio de nuestro corazón, déjanos oír la voz de tu amor.

ABRIL 1 - LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

 "¡Oh si me besara con ósculos de su boca!" Cantares 1.2

Por varios días hemos estado considerando la muerte del Salvador, y por unos días más lo seguiremos haciendo.
Al comenzar un nuevo mes, busquemos respecto a nuestro Señor, los mismos deseos que inflamaron el corazón de la esposa elegida. Mira cómo ella va enseguida saltando hacia el Amado; no expresa palabras preliminares, ni aun menciona el nombre suyo; entra enseguida en el corazón de su tema, pues habla de Él como del único en el mundo para ella.
¡Cuán osado es su amor! Fue la mucha condescendencia lo que le permitió a la afligida penitente ungir con nardo los pies de Jesús. Fue su puro amor lo que permitió a la dócil María sentarse a los pies del Maestro y aprender de Él. Pero aquí, el amor, el fuerte y ferviente amor, aspira a más altas pruebas de consideración y a señales más íntimas de comunión.
Esther tembló en la presencia de Asuero, pero la esposa, disfrutando de la alegre libertad del perfecto amor, no conoce el temor. Si nosotros hemos recibido el mismo Espíritu de la libertad, también podemos demandar la misma posición.
Por besos tenemos que entender aquellas variadas manifestaciones de afecto por las que el creyente goza del amor de Jesús. El beso de reconciliación lo disfrutamos en nuestra conversión y fue dulce como la miel que destila del panal. El beso de la aceptación se hace sentir aún, mientras reconocemos que Jesús aceptó, por su infinita gracia nuestras personas y una vez salvos, acepta nuestras obras. El beso de comunión presente es el que deseamos con ansia que se repita día por día hasta que se torne en beso de recepción, que saca al alma de la tierra; y el beso de consumación, que la llena con el gozo del cielo.
¡Oh, Tú que amas nuestras almas! No nos seas extraño; haz que los labios de tu bendición se unan a los labios de nuestra petición; que los labios de tu plenitud toquen los labios de nuestra necesidad, y el beso se efectuará.

MARZO 31 - LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

"Por su llaga fuimos curados". Isaías 53.5

Pilatos entregó a nuestro Señor a los lictores para que fuese azotado. El azote romano era un instrumento de tortura espantoso. Estaba hecho con fibras de bueyes, a las que se entrelazaban aquí y allá filosas espinas, de manera que cada vez que el látigo caía, esas agudas espinas producían terrible laceración y arrancaban la carne. El Salvador estaba, sin duda, atado a la columna y así era azotado. Ya antes había sido golpeado, pero ahora los lictores romanos le infligen probablemente las flagelaciones más severas. ¡Alma, quédate aquí y llora sobre su pobre cuerpo herido!

Creyente en Jesús, ¿puedes mirarlo sin llorar, mientras está delante tuyo como modelo de agonizante amor? Él es a la vez inmaculado como el lirio y rojo como la rosa, con el carmesí de su propia sangre. Mientras experimentamos la segura y bendita sanidad que sus llagas nos han traído, ¿no arde nuestro corazón de amor y pena a la vez? Si alguna vez hemos amado a nuestro Señor Jesús, seguramente tenemos que sentir crecer aquel afecto dentro de nuestros pechos.

                                        Rostro divino, ensangrentado,

                                        Cuerpo llagado por nuestro bien: 

                                        calma benigno justos enojos,

                                        lloren los ojos que así te ven.

                                        Bello costado, en cuya herida

                                        halla la vida la humanidad;

                                        fuente amorosa de un Dios clemente

                                        voz elocuente de caridad.

Iríamos gustosamente a nuestros cuartos a llorar; pero en vista de que nuestras ocupaciones nos reclaman, pediremos a nuestro Amado que imprima la imagen de sus heridas en las tablas de nuestros corazones todo el día, y al caer la noche volveremos a comunicarnos con Él y lamentaremos que nuestros pecados lo hayan hecho sufrir tanto.