Versículo para hoy:

domingo, 9 de julio de 2023

JULIO 9 – LECTURAS MATUTINAS

“No olvides ninguno de sus beneficios”. Salmo 103:2

ES agradable y provechoso observar la mano de Dios en las vidas de los santos de la antigüedad, y considerar su bondad, que los libra; su misericordia, que los perdona; y su fidelidad, que guarda el pacto que concertó con ellos. Pero, ¿no sería aun más interesante y provechoso observar la mano de Dios en nuestras propias vidas? ¿No conviene que consideremos nuestra propia historia, tan llena de Dios, tan colmada de su bondad y de su verdad y con tantas pruebas de su fidelidad y veracidad, como consideramos las vidas de cualquiera de los santos que nos han precedido? Hacemos al Señor una injusticia cuando suponemos que él ya obró todos sus portentos, y que se mostró poderoso sólo con los que vivieron en tiempos pasados; pero que no obra maravillas ni extiende su brazo a favor de los santos que están ahora sobre la tierra. Pasemos revista a nuestras propias vidas. Sin duda, en ellas descubriremos algunos incidentes felices, que nos dieron descanso y glorificaron a nuestro Dios. ¿No has sido librado de algún peligro? ¿No has transitado ríos sostenido por la divina presencia? ¿No has andado sano y salvo por el fuego? ¿No has tenido revelaciones? ¿No has tenido favores especiales? El Dios que dio a Salomón el deseo de su corazón, ¿nunca ha atendido ni contestado tus peticiones? Aquel Dios de pródiga generosidad, de quien David cantó: “El que sacia de bien mi boca”, ¿nunca te ha saciado a ti con su abundancia? ¿Nunca has yacido en lugares de delicados pastos? ¿Nunca has estado junto a aguas de reposo? Sin duda, la bondad de Dios para con nosotros ha sido la misma que la que él tuvo para con los santos de la antigüedad. Entrelacemos, pues, sus mercedes en un canto. Tomemos el oro puro de la gratitud y las joyas de la alabanza, y transformémoslos en otra corona para la cabeza de Jesús. Que nuestras almas toquen música tan dulce y estimulante como la del arpa de David.

JULIO 8 – LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

“Yo te ruego que me declares en qué consiste tu gran fuerza”. Jueces 16:6

¿DÓNDE reside el secreto del poder de la fe? Reside en la comida con que se alimenta. La fe, por ejemplo, investiga qué es la promesa, y llega a la conclusión de que es una emanación de la gracia divina, un desbordamiento del gran corazón de Dios. Y la fe dice: “Mi Dios no hubiera dado esta promesa si no hubiese mediado su amor y su gracia; es pues muy cierto que su Palabra se cumplirá”. Luego la fe piensa: ¿Quién es el que da esta promesa? No considera tanto la grandeza de la promesa, como al autor de la misma; y recuerda que el autor es Dios, “que no puede mentir”, el Dios omnipotente e inmutable, y llega a la conclusión de que la promesa tiene que cumplirse y prosigue adelante en esta firme convicción. La fe recuerda el motivo porque se dio la promesa; a saber, la gloria de Dios, y se siente segura de que la gloria de Dios es cierta, de que él nunca permitirá que su escudo de armas se manche, ni que el brillo de su propia corona se empañe; y por lo tanto la promesa debe permanecer y permanecerá. Luego la fe piensa también en la admirable obra de Cristo como una prueba convincente de que el Padre cumplirá su Palabra. “El que a su propio Hijo no perdonó, antes le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” Además la fe reflexiona en el pasado, pues las luchas que sostuvo la han fortalecido, y las victorias le comunicaron coraje. La fe recuerda que Dios nunca ha faltado; que nunca abandonó a ninguno de sus hijos. Recuerda los tiempos de gran peligro, cuando vino la liberación; las horas de espantosa necesidad, cuando halló “sus días como su fortaleza”, y clama: “No, nunca me inducirán a pensar que Dios pueda cambiar y abandonar a su siervo ahora. Hasta aquí el Señor me ha ayudado y me ayudará siempre”. Así la fe mira cada promesa en conexión con el dador de la promesa.