Versículo para hoy:

martes, 7 de junio de 2016

La fe produce fidelidad - Nancy DeMoss de Wolgemuth

LECTURAS VESPERTINAS – JUNIO 7

“Sé celoso”. Apocalipsis 3:19.

SI deseas ver almas convertidas, si deseas oír el pregón de que “los reinos de este mundo han venido a ser los reinos de nuestro Señor”, si quieres colocar coronas en la cabeza del Salvador y ver su trono establecido, llénate de celo. Porque, bajo la dirección de Dios, el medio de la conversión del mundo es el celo de la Iglesia. Todas las gracias harán proezas, pero esta será la primera. La prudencia, el conocimiento, la paciencia y el coraje seguirán en sus lugares, pero el celo debe ir a la cabeza. No es la amplitud de tus conocimientos, aunque ellos no deben  ser despreciados; es tu celo el que hará grandes hazañas. Este celo es el fruto del Espíritu; extrae su fuerza vital de las continuas cooperaciones del Espíritu Santo en el alma. Si nuestra vida interior decae; si nuestro corazón palpita lentamente delante de Dios, no conoceremos el celo. Pero si dentro de nosotros todo es fuerte y vigoroso, entonces no podremos sino sentir una amable ansiedad de ver llegar el reino de Cristo y de que su voluntad sea hecha en la tierra como es hecha en el cielo. Un profundo sentido de gratitud nutrirá el celo cristiano. Mirando a la caverna de la fosa de donde fuimos arrancados, hallamos mucha razón para gastar y ser gastados a favor de Dios. El celo también se estimula pensando en el futuro eterno. El celo mira con ojos llorosos las llamas del infierno y no puede descansar; mira arriba, con ansiosa mirada, las glorias del cielo y no puede sino mostrarse activo. Se da cuenta de que el tiempo es corto comparado con la obra que tiene que ser hecha y, por consiguiente, consagra todo lo que tiene a la causa del Señor. Y el celo es siempre alentado por el recuerdo del ejemplo de Cristo. El se vistió de celo como si fuera un manto. ¡Cuán rápidas las ruedas del carro del deber anduvieron con él! El no malgastó el tiempo en el camino. Demostremos que somos sus discípulos, manifestando el mismo espíritu de celo.

Charles Haddon Spurgeon.