Versículo para hoy:

lunes, 27 de noviembre de 2023

NOVIEMBRE 27 - LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

“Josué, el gran sacerdote, el cual estaba delante del ángel de Jehová”. Zacarías 3:1.

EN Josué, el gran sacerdote, vemos una imagen de todos los hijos de Dios, los cuales han sido hechos cercanos por la sangre de Cristo y han sido enseñados a servir en las cosas santas y a entrar hasta dentro del velo. Jesús nos ha hecho reyes y sacerdotes para Dios, y aun aquí en la tierra ejercemos el sacerdocio de una vida consagrada y de un servicio santificado. Pero se dice que este gran sacerdote estaba delante de Jehová”; esto es, estaba para ministrar. Esta debiera ser la perpetua posición de todo verdadero creyente. Todo lugar es ahora templo de Dios, y los creyentes pueden servir al Señor tanto en sus ocupaciones diarias como en sus casas. Ellos están siempre “ministrando”, ofreciendo sacrificios espirituales de oración y alabanza, y presentándose como “sacrificio vivo”. Pero, observa dónde estaba Josué para ministrar: “estaba delante del ángel de Jehová”. Es sólo por medio de un mediador que nosotros, impuros pecadores, podemos llegar a ser sacerdotes para Dios. Lo que tengo lo presento delante del mensajero, el ángel del pacto, el Señor Jesús; y por medio de él mis oraciones, ocultas en las suyas, son aceptadas, y mis alabanzas se hacen fragantes al ser atadas con los manojos de mirra, áloes y casia del jardín de Cristo. Si no le puedo llevar otra cosa que lágrimas, él las pondrá con las suyas en su redoma, pues él también lloró una vez. Si no le puedo llevar otra cosa que gemidos y suspiros, él los aceptará como sacrificio acepto, pues una vez él también sintió quebrantado su corazón y gimió profundamente en espíritu. Yo mismo, estando delante de él, soy acepto en el Amado; y todas mis contaminadas obras, aunque en sí mismas sólo merecen el aborrecimiento divino, son, sin embargo, recibidas de tal manera que Dios percibe en ellas olor de suavidad. El está satisfecho y yo soy bendecido.

NOVIEMBRE 26 - LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

“Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas”.
Eclesiastés 9:10.

“TODO lo que te viniere a la mano para hacer” se refiere a los trabajos que son posibles. Hay muchas cosas que nuestro corazón halla para hacer, que no las haremos nunca. Está bien que ellas estén en nuestro corazón, pero si queremos ser eminentemente útiles, no tenemos que estar satisfechos con hacer proyectos en nuestros corazones y hablar de ellos, sino tenemos que llevarlos a cabo. Una buena obra vale más que mil brillantes teorías. No aguardemos experiencias excepcionales ni una clase distinta de obras, sino hagamos día por día “lo que nos viniere a la mano para hacer”. Nosotros no tenemos otro tiempo que el presente en que vivir. El pasado se ha ido; el futuro no ha llegado; nunca, pues, tendremos otro tiempo que el presente. No esperes, entonces hasta que tu experiencia entre en la madurez antes de intentar servir a Dios. Esfuérzate en llevar fruto. Sirve a Dios ahora, pero mira bien cómo realizas aquello que te viniere a la mano para hacer: “hazlo según tus fuerzas”. No desperdicies tu vida pensando en lo que te propones hacer mañana, como si eso pudiera compensar el ocio de hoy. Ningún hombre sirvió jamás a Dios “haciendo cosas mañana”. Glorificamos a Cristo y recibimos bendiciones de él por las cosas que hacemos hoy. Cualquier cosa que hagas por Cristo, pon en ella toda tu alma. No presentes a Cristo una obra desganada, hecha de vez en cuando como algo común. Cuando lo sirvas, sírvele, más bien, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Pero, ¿dónde está la fuerza de un cristiano? No en sí mismo, pues él es una perfecta debilidad. Su fuerza reside en el Señor de los Ejércitos. Busquemos, pues, su ayuda. Obremos con oración y con fe; y cuando hayamos terminado lo que nuestras manos hallaron para hacer, esperemos una bendición del Señor. Lo que hagamos así, estará bien hecho.

NOVIEMBRE 25 - LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

“Para pregonar a los cautivos libertad”. Lucas 4:18.

NINGUNO, excepto Jesús, puede dar libertad a los cautivos. La verdadera libertad viene sólo de él. Es esta una libertad justamente otorgada, pues el Hijo, que es heredero de todas las cosas, tiene derecho a libertar a los hombres. Los santos veneran la justicia de Dios, que ahora les asegura la salvación. Esta libertad fue comprada a un precio elevado. Cristo habló de ella con su poder, pero la compró con su sangre. Él te hace libre, pero a costa de su prisión; te liberta porque Él llevó tu carga; te pone en libertad porque Él sufrió en tu lugar. Pero, aunque esa libertad la compró a un precio elevado, te la da, sin embargo, gratuitamente. Jesús no pide nada de nosotros, como preparación para recibir la libertad. Nos ve sentados en saco y en ceniza y nos pide que nos pongamos los bellos atavíos de la libertad. El nos salva tal como somos, y lo hace todo sin nuestra ayuda y sin nuestros méritos. Cuando Jesús nos pone en libertad, esa libertad está perpetuamente asegurada, ninguna cadena nos puede atar otra vez. Es suficiente que el Maestro me diga: “Cautivo, yo te he libertado”, para que yo quede libre para siempre. Satán procurará esclavizarnos, pero si el Señor está a nuestro lado, ¿a quién temeremos? El mundo con sus tentaciones buscará engañarnos, pero el que está por nosotros es más poderoso que los que están contra nosotros. Las maquinaciones de nuestro engañoso corazón nos acosarán y molestarán, pero el que empezó en nosotros la buena obra, la proseguirá y la perfeccionará hasta el fin. Los enemigos de Dios y los enemigos del hombre pueden reunir sus huestes y venir contra nosotros con renovada furia, pero si Dios nos liberta, ¿quién nos puede condenar? El águila que asciende hasta su nido y, después, se remonta hasta las nubes, no es más libre que el alma libertada por Cristo. Si no estamos más bajo la ley, si estamos libres de su maldición, exhibamos en forma práctica nuestra libertad, sirviendo a Dios con gratitud y placer.