Versículo para hoy:

sábado, 5 de agosto de 2023

AGOSTO 5 – LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

“Sabemos que a los que a Dios aman, todas las cosas les ayudan a bien”.
Romanos 8:28.

SOBRE algunos puntos el creyente está absolutamente seguro. Sabe, por ejemplo, que Dios está sentado en la cámara de la embarcación, cuando esta más se balancea. Cree que una mano invisible está siempre sobre la caña del timón del mundo, y sea cualquiera el lugar a donde nos lleve la providencia, Jehová gobierna la nave. Este conocimiento tranquilizador lo prepara para cualquier cosa. El creyente mira a las embravecidas aguas y al espíritu de Jesús que anda sobre las olas, y oye una voz que le dice: “Yo soy, no temas”. Sabe, además, que Dios es siempre sabio, y, conociendo esto, confía en que no habrá ni errores ni accidentes casuales, y en que no puede ocurrir nada que no deba acontecer. El, bien puede decir: “Es mejor perder que ganar, si así lo dispone el Señor. La peor calamidad que me pudiera sobrevenir, sería para mí, si el Señor así lo ordena, lo mejor y lo más conveniente”. “Sabemos que a los que a Dios aman, todas las cosas les ayudan a bien”. El cristiano no sostiene esto meramente como una teoría, sino lo conoce como un hecho positivo. Todas las cosas ayudan a bien aun ahora. Las drogas venenosas mezcladas en adecuadas proporciones han obrado la sanidad; los tajos del bisturí han purificado a la presuntuosa carne y han facilitado la cura. Cada acontecimiento obra todavía los más benditos y excelentes resultados. Y así, creyendo que Dios lo rige todo, que gobierna con sabiduría, que saca bien del mal, el corazón del creyente se siente seguro y en condiciones de hacer frente, con serenidad, a cualquier prueba. El creyente puede orar, con verdadero espíritu de aceptación, así: “Siempre que venga de ti, envíame lo que quieras, Dios mío”.
Todo lo que pasa en mi vida aquí
Dios me lo prepara para bien de mí.
En mis pruebas duras, Dios me es siempre fiel.
¿Por qué, pues, las dudas? Yo descanso en él.

AGOSTO 4 – LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

“El pueblo que conoce a su Dios se esforzará”. Daniel 11:32.


TODO creyente sabe que conocer a Dios es el más elevado y el mejor de los conocimientos; y este conocimiento espiritual es una fuente de fortaleza para el cristiano. El conocimiento fortalece su fe. En las Escrituras se habla frecuentemente de los creyentes, como personas iluminadas y enseñadas por Dios. Se dice que “tienen la unción del Santo”, y es misión peculiar del Espíritu Santo el guiarlos a toda verdad, y todo esto para el crecimiento y nutrimiento de su fe. El conocimiento fortalece al amor. El conocimiento abre la puerta, y a través de ella vemos a nuestro Salvador. O, para usar otro símil, el conocimiento pinta el retrato de Jesús, y, cuando lo vemos, entonces lo amamos, pues no podemos amar a un Cristo que no conocemos, por lo menos, en algún grado. Si conocemos poco de las excelencias de Jesús, poco de lo que ha hecho y está haciendo por nosotros, no podemos amarlo mucho, pero cuanto más lo conozcamos tanto más lo amaremos. El conocimiento fortalece la esperanza. ¿Cómo podemos esperar una cosa si ignoramos su existencia? Nuestra esperanza puede ser el telescopio, pero hasta que no recibamos instrucción, permanecemos ignorantes ante el lente y no vemos nada. El conocimiento remueve los objetos interpuestos, y cuando miramos a través del claro telescopio, discernimos la gloria que ha de ser revelada y la anticipamos con gozosa confianza. El conocimiento nos enseña el por qué de la paciencia. ¿Cómo tendremos paciencia si no conocemos nada de la compasión de Cristo, y no entendemos el bien que proviene de la corrección que nos envía nuestro Padre celestial? No hay una sola gracia que bajo la protección de Dios, no sea nutrida y llevada a la perfección en el santo conocimiento. ¡Cuán importante es, entonces, que crezcamos no sólo en la gracia, sino también en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo!

AGOSTO 3 – LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

“Y el Cordero es su lumbrera”. Apocalipsis 21:23.

CONTEMPLA con tranquilidad al Cordero, como la lumbrera del cielo. La luz es en la Biblia es el emblema del gozo. El gozo de los santos en el cielo está comprendido en estas palabras: Jesús nos eligió, nos amó, nos compró, nos limpió, nos vistió, nos guardó y nos glorificó: estamos aquí únicamente por la mediación de Jesús. Cada uno de estos pensamientos será para ellos semejante a un racimo de uvas de Escol. La luz es además el fundamento de la belleza. No hay belleza cuando no hay luz. Sin luz el zafiro no brilla ni luce la perla. Así también, toda la belleza de los santos que están en el cielo procede de Jesús. Ellos reflejan, como los planetas, la luz del Sol de Justicia; existen como rayos que proceden del astro central. Si él se retira, ellos mueren. Si su gloria se oculta, la de ellos expira. La luz es también el emblema del conocimiento. En el cielo nuestro conocimiento será perfecto, pero el Señor Jesús será su fuente. La enigmática providencia, que nunca antes hemos entendido, la entenderemos claramente, y todo lo que ahora nos confunde, nos será comprensible con la luz del Cordero. ¡Oh!, qué revelaciones y qué glorificación del amor de Dios habrá allí. La luz también significa manifestación. La luz manifiesta. En el mundo, “aun no se ha manifestado lo que hemos de ser”. El pueblo de Dios es un pueblo oculto, pero cuando Cristo lo reciba en el cielo, lo tocará con la vara de su amor y lo cambiará en la imagen de su gloria. Los componentes de este pueblo fueron pobres y desdichados, pero ¡qué transformación! Estuvieron manchados de pecado, pero con un toque de su dedo quedarán tan brillantes como el sol y tan claros como el cristal. ¡Oh!, qué manifestación. Todo esto procede del sublime Cordero. Jesús será el centro y el alma de cuanto refulgente esplendor haya allí. ¡Oh!, qué será estar presente y verlo en su propia luz, como el Rey de reyes y Señor de señores.