Versículo para hoy:

jueves, 1 de diciembre de 2016

La oración y los decretos de Dios - Sugel Michelén

Ya que Dios es soberano y omnisciente, ¿por qué oramos?

CÓMO SUFRIR BIEN - Ps. Héctor Salcedo, Ps. Miguel Núñez, Luis Méndez

Cinco maneras para dudar de nuestras dudas - Tim Keller

Cómo glorificar a Dios en el trabajo - John Piper

Historias de verdadera gracia - Nancy DeMoss de Wolgemuth

LECTURAS VESPERTINAS – DICIEMBRE 1

“Alaben la misericordia de Jehová y sus maravillas para con los hijos de los hombres”. Salmo 107:8.

SI nos lamentáramos menos y alabáramos más, seríamos más felices y Dios sería más glorificado. Alabemos diariamente a Dios por los favores comunes. “Comunes”, como los llamamos frecuentemente, pero, sin embargo, tan inapreciables que cuando nos vemos privados de ellos estamos propensos a perecer. Bendigamos a Dios por los ojos con que contemplamos el sol; por la salud y la fuerza para andar por todas partes; por el pan que comemos y por el vestido que vestimos. Alabemos a Dios, porque no somos arrojados entre los desesperados, ni confinados con los culpables. Démosle gracias por la libertad, por los amigos y por la unión y bienestar familiar. Alabémoslo, en verdad, por todo lo que recibimos de su generosa mano, porque nosotros poco merecemos, pero, sin embargo, somos muy abundantemente enriquecidos. Pero, amado, la nota más melodiosa y más alta de nuestros cantos de alabanza debiera ser la nota del amor redentor. Las obras redentoras de Dios para con sus elegidos son para siempre los temas favoritos de sus alabanzas. Si sabemos qué significa la redención, no rehusaremos nuestros sonetos de acción de gracias. Hemos sido redimidos del poder de nuestra maldad, levantados del abismo del pecado donde por naturaleza estábamos hundidos. Hemos sido conducidos a la cruz de Cristo. Nuestras cadenas de pecado fueron rotas. Ya no somos más esclavos, sino hijos del Dios viviente y podemos anticipar el tiempo cuando seremos presentados delante del trono sin mancha ni arruga ni cosa semejante. Aun ahora por la fe agitamos la rama de palma y nos cubrimos con el hermoso lino fino que ha de ser nuestro eterno atavío. ¿Cómo no hemos de dar gracias incesantemente al Señor, nuestro redentor? Hijo de Dios, ¿puedes tú permanecer en silencio? Despertad, despertad, herederos de gloria, y conducid cautiva vuestra cautividad, mientras clamáis con David: “Bendice, alma mía, al Señor y bendigan todas mis entrañas su santo nombre”. Hagamos que este nuevo mes comience con nuevos cantos.

Charles Haddon Spurgeon.