Versículo para hoy:

domingo, 24 de septiembre de 2023

SETIEMBRE 25 - LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

“Justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús”. Romanos 3:26.

“JUSTIFICADOS por la fe tenemos paz para con Dios”. La conciencia no acusa más. El juicio se decide ahora a favor del pecador. La memoria recuerda con profundo dolor los pecados pasados, pero no teme que le venga ningún castigo, pues Cristo ha pagado la deuda de su pueblo hasta la última jota y el último tilde, y ha recibido la aprobación divina. A menos que Dios sea tan injusto como para demandar un pago doble por una deuda, ninguna alma, por la cual Cristo murió como substituto, puede jamás ser echada al infierno. Creer que Dios es justo parece ser uno de los fundamentos de nuestra naturaleza iluminada. Nosotros sabemos que esto debe ser así. Al principio nos causaba terror pensar en esto. Pero, ¡qué maravilla, que esta misma creencia de que Dios es justo, llegara a ser más tarde, el pilar en que se apoyaría nuestra confianza y nuestra paz! Si Dios es justo, yo, que soy un pecador sin substituto, debo ser castigado. Pero Jesús ocupa mi lugar y es castigado por mí. Y ahora, si Dios es justo, yo, que soy un pecador que está en Cristo, nunca puedo perecer. Dios cambia su actitud frente a un alma, cuyo substituto es Jesús; y no hay ninguna posibilidad de que esa alma sufra la pena de la ley. Así que, habiendo Jesús tomado el lugar del creyente, habiendo sufrido todo lo que el pecador debía haber sufrido a causa de su pecado, el creyente puede exclamar triunfalmente: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios?” No lo hará Dios, pues él es el que nos justifica; tampoco lo hará Cristo, pues él es el que murió, “más aun, el que también resucitó”. No tengo esta esperanza porque no sea pecador, sino porque soy un pecador por quien Cristo murió. No creo que yo sea un santo, pero creo que, aunque soy impío, él es mi justicia. Mi fe no descansa en lo que soy, sino en lo que Cristo es, en lo que él ha hecho, y en lo que está haciendo ahora por mí.

SETIEMBRE 24 - LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

“Porque tuve vergüenza de pedir al rey ejército y gente de a caballo, que nos defendiesen del enemigo en el camino: porque habíamos hablado al rey, diciendo: La mano de nuestro Dios es sobre todos los que le buscan para bien; mas su fortaleza y su furor sobre todos los que le dejan”. Esdras 8:22.

POR muchos motivos hubiera sido deseable que la compañía de peregrinos tuviese una escolta, pero una vergüenza santa no permitió que Esdras la consiguiera. El temía que el rey pagano pensara que sus profesiones de fe en Dios, eran meras hipocresías, o que imaginara que el Dios de Israel no era capaz de preservar a sus adoradores. Esdras no podía decidirse a confiar en un brazo de carne, para un asunto en el cual tan evidentemente intervenía el Señor, y, por lo tanto, la caravana salió sin protección visible, pero guardada por el que es la espada y el escudo de su pueblo. Tememos que sean pocos los creyentes que sienten este santo celo por Dios. Aun aquellos que, en alguna manera, marchan por fe, empañan el brillo de sus vidas, implorando la ayuda del hombre. Es mucho mejor no tener apoyo ni sostén, sino estar en pie sobre la Roca de los Siglos, sostenidos sólo por el Señor. ¿Buscarían los creyentes subvenciones del estado para la Iglesia si recordaran que, pidiendo ayuda al César, afrentan al Señor? ¡Como si el Señor no pudiese suplir las necesidades de su propia causa! ¿Recurriríamos tan apresuradamente a los amigos y a las relaciones en busca de ayuda, si recordáramos que sólo magnificamos al Señor cuando ponemos en su brazo toda nuestra confianza? Alma mía, espera sólo en Dios. Pero –dirá alguno- “¿no se pueden usar los medios?” Seguramente que sí. Pero nuestra falta rara vez reside en la omisión de los medios. Mucho más frecuentemente reside en que neciamente confiamos en ellos, en lugar de confiar en Dios. Pocos son los que dejan de confiar en la ayuda humana; en cambio, son muchos los que pecan grandemente confiando en ella. Aprende, querido lector, a glorificar a Dios.

SETIEMBRE 23 - LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

“Aceptos en el Amado”. Efesios 1:6.

¡QUÉ situación de privilegio! La aceptación incluye nuestra justificación, pero este término significa en griego mucho más que eso. Significa que nosotros somos los objetos de la complacencia divina; más aun: del gozo divino. ¡Cuán maravilloso es que nosotros: gusanos, mortales, pecadores, seamos los objetos del amor divino! Pero esto lo logramos sólo “en el Amado”. Algunos cristianos parecen ser aceptos sólo en su propia experiencia; por lo menos, ese es su temor. Cuando sus espíritus están animados y sus esperanzas son evidentes, entonces piensan que Dios los aceptó, pues en esos momentos se sienten muy exaltados, muy impregnados de cielo, muy lejos de la tierra. Pero cuando sus almas están pegadas al polvo, son víctimas del temor de que ya no sean aceptos. Si solo comprendieran que el desbordante gozo no los enaltece y que el profundo desaliento no los deprime ante la presencia del Padre, sino que permanecen aceptos en uno que nunca cambia, que es siempre el Amado de Dios, siempre perfecto, siempre sin mancha ni arruga o cosa semejante, ¡cuán felices serían, y cuánto más honrarían al Salvador! Creyente, regocíjate, pues, en esto: eres acepto en el Amado. Tú miras tu corazón y dices: “Aquí no hay nada aceptable”. Pero mira a Cristo, y ve si allí no son aceptables todas las cosas. Tus pecados te atormentan, pero Dios ha echado tus pecados a sus espaldas, y tú quedas así acepto en el Justo. Tú tienes que luchar con la corrupción y pelear con la tentación, pero ya eres acepto en el que ha vencido a los poderes del mal. El demonio te tienta; ten coraje, él no te puede destruir, pues tú eres acepto en el que ha quebrado la cabeza de Satán. Conoce con plena seguridad tu gloriosa posición. Las almas glorificadas no son más aceptas que tú. Fueron aceptadas en el cielo únicamente “en el Amado”, y tú eres ahora mismo acepto en Cristo en la misma forma.

SETIEMBRE 22 - LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

“Alégrese Israel en su Hacedor”. Salmo 149:2.

ESTÁ alegre de corazón, oh creyente; pero ten cuidado de que tu alegría tenga su origen en el Señor. Tú tienes muchos motivos para alegrarte en tu Dios, porque puedes cantar con David: “Dios, alegría de mi gozo”. Alégrate de que Jehová reine y de que el Señor sea el Rey. Regocíjate porque él está sentado sobre el trono y rige todas las cosas. Cada atributo de Dios debiera ser un nuevo rayo en el sol de nuestra alegría. Si reconocemos nuestra propia necedad, tenemos que alegrarnos de que él sea sabio; si temblamos ante nuestra debilidad, debemos regocijarnos de que él sea poderoso; si sabemos que nos marchitamos como la hierba, tenemos que alegrarnos de que él sea eterno; si a cada instante cambiamos, debemos gozarnos de que él sea inmutable. Tenemos que alegrarnos también porque él está lleno de gracia, y que esa gracia nos la dio a nosotros en su pacto; y porque él nos limpia, nos guarda, nos santifica, nos perfecciona y nos lleva a la gloria. Esta alegría en Dios es como un río profundo. Hasta ahora sólo hemos tocado la orilla, conocemos poco de su límpida hermosura y de sus corrientes celestiales, pero más adelante la profundidad es mayor y la corriente es más impetuosa en su gozo. El cristiano sabe que puede gozarse no sólo en lo que Dios es, sino también en todo lo que Dios ha hecho en el pasado. Los salmos nos muestran que el antiguo pueblo de Dios, solía pensar mucho en las obras de Dios y tenía un canto para cada una de ellas. ¡Que el pueblo de Dios refiera también ahora las obras del Señor! ¡Que cuente sus poderosos hechos, y “cante al Señor que triunfó gloriosamente”! Que no cese de cantar, pues así como las nuevas bendiciones le son dadas cotidianamente, así también debe, en incesante acción de gracias, manifestar su alegría por las obras de amor que el Señor obró en su providencia y por su gracia. Alegraos, hijos de Sión, y gozaos en el Señor vuestro Dios.