Versículo para hoy:

jueves, 11 de agosto de 2016

Renunciando a mí misma - Nancy DeMoss de Wolgemuth, Elisabeth Elliot

LECTURAS VESPERTINAS – AGOSTO 11

“Consolación eterna”. 2 Tesalonicenses 2:16.

“CONSOLACIÓN”. Hay música en esta palabra. Ella quita, como el arpa de David, el mal espíritu de la melancolía. Fue un gran honor para Bernabé el ser llamado “hijo de consolación”. Más aún: este es uno de los ilustres nombres de uno que es mayor que Bernabé, pues el Señor Jesús es la consolación de Israel. “Consolación eterna”. Aquí tenemos lo mejor de todo, el “nardo espicanardo de mucho precio”; porque una eternidad de consuelo es la corona y gloria del consuelo. Vale la pena tener bienes cuando uno puede gozar de ellos perpetuamente. El hombre trabaja para ganar dinero, y, después de afanarse mucho, llega a poseer un crecido capital. Ese dinero es para él una consolación, pero no una “consolación eterna”, pues puede malgastar o perder todo su tesoro; o acaso muera y se vea obligado a dejarlo todo. En el mejor de los casos, el dinero no puede ser otra cosa que una consolación pasajera. Uno trabaja hasta cansarse para adquirir conocimiento; lo adquiere, llega a ser un erudito y su nombre se hace famoso. Esto es para él una consolación, como premio de toda su fatiga. Pero esto no dura mucho, pues cuando tiene quebraderos de cabeza o angustia de corazón sus títulos y diplomas no lo pueden alentar. Y si su alma llega a ser presa del desaliento, tiene que hojear muchos volúmenes antes de hallar un bálsamo para su quebrantado corazón. Todas las consolaciones terrenales son, en su esencia, fugaces y, en su existencia, efímeras. Esas consolaciones son tan radiantes y pasajeras como los colores de una pompa de jabón. Pero las consolaciones que Dios da a su pueblo no se marchitan ni pierden su frescura. Al contrario, resisten todas las pruebas: el golpe de la aflicción, la llama de la persecución, el curso de los años; más todavía, pueden resistir aún a la misma muerte. ¿Qué es “consolación eterna”? Incluye en primer lugar sensación de pecado perdonado. El cristiano ha recibido en su corazón el testimonio del Espíritu Santo de que sus rebeliones fueron desechas como nube y sus pecados como nieblas. ¿No es una consolación eterna el tener los pecados perdonados? En segundo lugar, el Señor da a los suyos una permanente comprensión de que fueron aceptados en Cristo. El cristiano sabe que Dios lo mira como unido a Jesús. Ahora bien, es grato saber que Dios nos acepta. La unión con el Señor resucitado es una consolación de las más permanentes; es, en realidad, eterna. No importa que nos postre la enfermedad. ¿No hemos visto a centenares de creyentes tan felices en la debilidad de la enfermedad como en la fortaleza de una perfecta salud? No importa que las flechas de la muerte nos atraviesen el corazón; nuestro consuelo no muere. Pues, ¿no han oído frecuentemente nuestros oídos los cantos de los santos mientras se regocijaban porque el vivo amor de Dios estaba derramado en sus corazones, en los momentos de agonía? Sí, la comprensión de que fueron aceptos en el Amado es una consolación eterna. Además, el cristiano tiene una convicción de su seguridad. Dios ha prometido salvar a los que confían en Cristo; el cristiano confía en Cristo y cree que Dios cumplirá su palabra y lo salvará. Sabe, por lo tanto, que por el hecho de estar absorto en la persona y en la obra de Jesús, está seguro, ocurra lo que ocurriere y sean lo que fueren los ataques de la corrupción interna y de la tentación externa. ¿No es esta una fuente de consuelo superabundante y placentera? Los hombres más ricos y más sabios darían espontáneamente sus ojos por saber si son salvos, y reputarían ganancias esas pérdidas. El entrar en la vida cojos o mancos sería para los hombres una ganga, si realmente entraran. Nuestra consolación eterna estriba en que tenemos esa vida y en que no podemos ser privados de ella. Lector, ¿cómo es que te estás consumiendo y rehúsas ser consolado? ¿Honra eso a Dios? ¿Hará esa actitud que otros ansíen conocer a Jesús? ¡Anímate, hombre! Cuando Jesús da eterna consolación, es un pecado vivir murmurando.

Charles Haddon Spurgeon.