Versículo para hoy:

martes, 9 de agosto de 2016

Cómo evitar la fatiga - Nancy DeMoss de Wolgemuth

LECTURAS VESPERTINAS – AGOSTO 9

“Apareció primeramente a María Magdalena, de la cual había echado siete demonios”. Marcos 16:9.

MARÍA Magdalena fue víctima de un espantoso mal. Estaba poseída no por uno sino por siete demonios. Estos temibles huéspedes causaban mucha pena y corrupción en el cuerpo donde habían hallado alojamiento. El caso de esta mujer era desesperante y horrible. Ella no podía curarse a sí misma y ningún socorro humano le hubiera sido útil. Pero Jesús pasó por aquel camino y, sin ser buscado, ni aun probablemente, resistido por la pobre endemoniada, pronunció la palabra de poder y María Magdalena llegó a ser un trofeo del poder sanador de Jesús. Los siete demonios la dejaron, la dejaron para nunca más volver, enérgicamente echados por el Señor de todo. ¡Qué bendita liberación! ¡Qué cambio feliz! ¡Del delirio al placer, de la desesperación a la paz, del infierno al cielo! Inmediatamente se hizo una constante seguidora de Jesús, reteniendo sus palabras, siguiendo sus pisadas y compartiendo su fatigosa vida. Además, llegó a ser una generosa ayudadora, especialmente entre aquel grupo de mujeres curadas y agradecidas que le servían de sus haciendas. Cuando Jesús fue levantado en la cruz, María permaneció a su lado como partícipe de la ignominia. Primero la hallamos mirando desde lejos y, después, acercándose al pie de la cruz. No podía morir en la cruz con Jesús, pero estaba tan cerca de ella como podía. Y cuando su bajado, María observaba para ver dónde y cómo era puesto. Ella era una creyente fiel y vigilante, última en retirarse del sepulcro donde Jesús durmió, y primera en hacerse presente cuando resucitó. Su santa fidelidad le valió ser una favorecida espectadora de su amado Rabboni, quien se dignó llamarla por nombre y constituirla en mensajera de buenas nuevas a sus temblorosos discípulos y a Pedro. Así la gracia la encontró maniática y la transformó en una servidora; le quitó los demonios y le permitió ver ángeles; la libró de Satanás y la unió para siempre al Señor Jesús. ¡Que yo también pueda ser un milagro de gracia semejante!


Charles Haddon Spurgeon.