Versículo para hoy:

sábado, 18 de junio de 2016

LA REGENERACIÓN DECISORIA Y LA EVANGELIZACIÓN – Jaime Adams


La enseñanza de la regeneración decisoria repercute grandemente en la práctica de la evangelización en la comunidad cristiana. Muchos cristianos sinceros, que quizá se convirtieron durante campañas en que se utilizó la regeneración decisoria, así como multitudes adoctrinadas y convencidas por la regeneración decisoria, han trabajado en miles de organizaciones por todo el planeta con el fin de propagar esta falsa enseñanza. Han escrito innumerables libros y han dirigido innumerables seminarios de evangelización para ofrecer a los discípulos ávidos “la instrucción necesaria para llevar a las personas a Cristo”. Estos libros y estos cursos enseñan que la evangelización “exitosa” debería culminar con la seguridad de salvación absoluta de la persona. Los autores y los maestros insisten en que sus aprendices les garanticen la salvación a las personas si están dispuestas a repetir una oración y pueden responder afirmativamente a ciertas preguntas. Mientras se cumplan estos requisitos, el obrero personal debería prometerles que su salvación eterna está asegurada.

       ¿Eres consciente de la existencia de tales prácticas? En el siglo pasado un predicador muy “exitoso” fue uno de los muchos que se encargaban de confeccionar tales cursos evangelísticos. Emplazaba al “ganador de almas” a preguntar al inconverso Mengano una serie de preguntas. Si Mengano respondía afirmativamente a todas ellas, se le pedía que pronunciara una oración específica y luego se le declaraba “salvo”. Esta clase de preparación para la evangelización tuvo mucha resonancia y sigue vigente, con el resultado de que un gran número de personas por todo el mundo creen que se han “regenerado” por decisión propia. En líneas generales, ese método de evangelización se ha venido practicando ya durante alrededor de un siglo en muchas campañas evangelísticas por todo el mundo. Estas campañas son como fábricas gigantescas que llegan a producir hasta 10.000 decisiones (“conversiones”) en una semana.

       Iain Murray, el historiador eclesiástico, ha escrito un libro de gran ayuda para adentrarse en el fenómeno de la “decisionalización”. En Spurgeon: un príncipe olvidado (sobre la vida de Spurgeon) Murray cita un librito muy extendido en la enseñanza de la evangelización que “establece ‘tres sencillos pasos’ para convertirse en cristiano: primero el reconocimiento personal del pecado y segundo, una creencia personal en la obra sustitutiva de Cristo. Estos dos se califican de preliminares, pero ‘el tercero es tan definitivo que darlo me convertirá en cristiano […]. Debo acudir a Cristo y reclamar la parte que me corresponde en su obra por todos’. Este paso decisivo me corresponde a mí; Cristo ‘espera pacientemente a que yo abra la puerta. Y entonces entrará […]’. Una vez que haya hecho esto puedo considerarme cristiano de inmediato. Este es el consejo que se ofrece: ‘Cuéntale a alguien lo que has hecho’”.

       Se pueden hallar muchas variantes de esta misma idea en la “evangelización”, pero todas tienen en común un aspecto mecánico, tal como puede ser repetir una oración o firmar una tarjeta. Tras llevar a cabo estos actos se tiene la salvación garantizada. Sin duda, es claro que a efectos prácticos tales métodos reducen la regeneración a un logro humano.

       ¿Enseñó Jesús el Evangelio de esta forma? ¡En absoluto! Insistió constantemente en el origen divino del nuevo nacimiento. (Y tampoco recurrió jamás a ningún sistema estereotipado o a ninguna presentación prefabricada como indican muchos de estos cursos de preparación). Nuestro Señor habló con cada persona de forma completamente individual y con unas necesidades únicas. Sus conversaciones con Nicodemo (Juan 3) y la mujer samaritana (Juan 4), por ejemplo, son completamente distintas. Sin embargo, estas dos necesitadas personas escucharon el Evangelio clara y poderosamente, y fueron convencidos de pecado y de su necesidad de Dios. No se trató de una “decisionalización”. De hecho, no hallamos un solo caso en que se presente el Evangelio de forma “enlatada” en todas las Escrituras.

Fragmento tomado del libro LA REGENERACIÓN DECISORIA de Jaime Adams

Guarda el pacto - Nancy Leigh DeMoss

LECTURAS VESPERTINAS – JUNIO 18

“Yo vine a mi huerto, oh hermana, esposa mía”. Cantares 5:1.

EL corazón del creyente es el jardín de Cristo. El lo compró con su preciosa sangre; entró en él y lo reclama como suyo. Un jardín implica separación. No es un vulgar descampado; no es un desierto; es algo que ha sido cercado. Quisiéramos ver más anchas y más fuertes las murallas de separación entre la Iglesia y el mundo. Me entristece oír decir a los cristianos: “Bien, no hay nada malo en eso, no hay nada malo en aquello”, acercándose así al mundo todo lo posible. Es muy escasa la gracia en aquella alma que aún puede preguntar hasta dónde puede vivir en conformidad con el mundo. Un jardín es un lugar de belleza; sobrepuja a las desoladas tierras incultas. El verdadero cristiano debe procurar ser en su vida mejor que el más destacado moralista, pues el jardín de Cristo tiene que producir las mejores flores de todo el mundo. Aún las mejores flores son pobres en comparación con lo que Cristo merece; no le demos, pues, plantas marchitas y enanas. En el jardín de Jesús, tienen que florecer las rosas y los lirios más raros, más preciosos y más delicados. El jardín es un lugar de crecimiento. Los santos no tienen que quedar estancados, siempre meros capullos y pimpollos. Tenemos que crecer en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Donde Jesús es el labrador y el Espíritu Santo el rocío, el crecimiento tiene que ser rápido. Un jardín es un lugar de retiro. Así también el Señor Jesucristo quiere conservar nuestras almas como un lugar en el cual él pueda manifestarse como no lo hace con el mundo. ¡Oh, si los cristianos estuviesen más retirados de manera que sus corazones estuvieran enteramente reservados para Cristo! Frecuentemente, como Marta, nos inquietamos y turbamos con muchos servicios, de modo que no tenemos para Cristo el lugar que tuvo María, y no nos sentamos a sus pies como debiéramos. Que el Señor nos conceda hoy las refrescantes lluvias de su gracia para regar su jardín.

Charles Haddon Spurgeon.