II. La doctrina cristiana
En segundo lugar, estos tiempos requieren que tengamos ideas distintivas e indubitables acerca de la doctrina cristiana.
Tengo que admitir mi convicción de que la iglesia profesante de este siglo está tan perjudicada por la laxitud y vaguedad en cuestiones doctrinales dentro de ella, como por los escépticos e incrédulos fuera de ella. Miríadas de cristianos en la actualidad, denotan ser absolutamente incapaces de distinguir entre las cosas que son diferentes de su profesión de fe. Al igual que las personas que sufren de daltonismo que no distinguen la diferencia entre los colores, estos no disciernen entre lo que es verdad y lo que es mentira, entre lo que es verdadero y lo que no lo es. Si el predicador es original, elocuente y parece sincero, creen que todo lo que dice está bien, por más extraños y cuestionables que sean sus sermones. Aparentemente, carecen de sentido espiritual y no pueden detectar los errores. Les da lo mismo el papismo que el protestantismo, la expiación que ninguna expiación, un Espíritu Santo personal que ningún Espíritu Santo, un castigo futuro que ningún castigo futuro, una iglesia ritualista que una carente de ritual, una iglesia liberal que una conservadora. También les da lo mismo el trinitarismo, el arrianismo o el unitarismo; ¡se lo tragan todo, aun cuando ni siquiera lo puedan digerir! Se dejan llevar por una liberalidad y caridad imaginarias, piensan que todos tienen razón y que nadie está equivocado, todo clérigo es digno de confianza y ninguno no lo es, todos serán salvos y nadie se perderá. Su "religión" se compone de negativos ¡y lo único que tienen erradamente positivo es que no hacen diferenciaciones y creen que todos los conceptos extremos, indubitables y positivos son muy malos y equivocados!
Esta gente vive envuelta en una especie de bruma o neblina. No ven nada con claridad y no saben lo que creen. No tienen ninguna convicción acerca de las grandes verdades del evangelio y parecen contentarse con ser miembros honorarios de todas las corrientes de pensamiento. Por más que quisieran, no pueden decir lo que consideran como cierto acerca de la justificación, la regeneración, la santificación, la Cena del Señor, el bautismo, la fe, la conversión, la inspiración divina ni lo que será el más allá. Le tienen un miedo mórbido a las controversias y sienten una aversión ignorante a lo que consideran un espíritu sectario, aunque ni siquiera pueden explicar lo que quieren decir con estas expresiones. ¡Lo único que se les puede detectar es que admiran la inteligencia, el ingenio y la caridad, y no pueden creer que un hombre inteligente, ingenioso y caritativo se equivoque! Y, entonces, siguen viviendo indecisos y, con demasiada frecuencia, indecisos siguen hasta la muerte, sin consuelo en su fe, y me temo que, a menudo, sin esperanza.
No es difícil encontrar una explicación para esta condición débil, insensible e indecisa del alma. Para empezar, el corazón del hombre natural está espiritualmente en tinieblas (no tiene un sentido intuitivo acerca de la verdad) y, realmente, necesita instrucción e iluminación. Además, el corazón natural de la mayoría de la gente detesta todo esfuerzo espiritual y, cordialmente, detesta el estudio esforzado y perseverante de temas que tienen que ver con Cristo. Sobre todo, al corazón natural, por lo general, le gusta que lo elogien, evita enfrentar las diferencias de opiniones y le encanta que lo consideren caritativo y generoso. El resultado es que a la inmensa mayoría de la gente y, especialmente a los jóvenes, les cae muy bien una especie de "agnosticismo religioso". Se contentan con descartar como basura todos los motivos de discusión y si uno les dice que son indecisos, le contestan: "Yo no pretendo comprender esta controversia, así que me niego a examinar los puntos en discusión. Creo que, a la larga, no tiene ninguna importancia". Todos sabemos que abundan por todas partes personas que piensan así.
Le ruego a cada uno de mis lectores que evite ese estado mental en cuanto a sus creencias. Es una pestilencia que anda en la oscuridad y que destruye en el día. Es una actitud perezosa y floja del alma que le ahorra el trabajo de pensar e investigar; pero la Biblia no justifica esa postura, ni lo hacen los artículos de la Iglesia Anglicana ni su Libro de Oraciones. Por el bien de su alma, determine puntualmente lo que cree y atrévase a tener conceptos positivos y distintivos sobre la verdad y el error. Nunca, nunca tema tener opiniones doctrinales significativas y no permita que por algún miedo al hombre, ni por algún temor mórbido a que lo cataloguen de partidista, intolerante o controversial, lo lleven a contentarse con un cristianismo sin agallas, sin sabor, sin color, tibio y sin doctrina alguna.
Preste atención a lo que digo. Si quiere hacer bien en estos tiempos, tiene que echar fuera toda indecisión y apropiarse de una fe distintiva, incisiva y doctrinal. Si su fe es raquítica, aquellos a quienes trate de hacerle bien no creerán nada. Dondequiera que el cristianismo ha ganado victorias, lo ha hecho gracias a una teología doctrinal distintiva, informándole a la gente abiertamente acerca de la muerte y el sacrificio vicario de Cristo, enseñándole acerca de la justificación por la fe y pidiéndole que crea en un Salvador crucificado. Se posiciona bien la fe cristiana cuando se predica acerca de la ruina por el pecado, la redención por medio de Cristo y la regeneración a través del Espíritu, levantando la serpiente de bronce, pidiendo a los hombres que miren y vivan, que crean, se arrepientan y conviertan. Esta es la única enseñanza a la que Dios ha honrado dándole la victoria durante más de diecinueve siglos y lo sigue haciendo en la actualidad aquí y en todo el mundo. Reto a los astutos defensores de una teología no doctrinal y liberal, y a los predicadores de un evangelio sincero, pero carente de moralidad, a que me digan qué aldea, pueblo, ciudad o distrito ha sido evangelizado a base de principios, pero sin tener una "doctrina". No pueden hacerlo y nunca podrán.
Un cristianismo sin un cuerpo de doctrina distintiva carece de poder. A algunos les puede parecer atractiva una religión sin "doctrina", pero es estéril. Los hechos no se pueden negar. Es comparativamente poco el bien que ha realizado en el mundo. La impaciencia ignorante puede murmurar y clamar que el cristianismo ha fracasado porque reina la impiedad. Pero dé por seguro que si queremos "hacerle bien" al mundo y sacudirlo, tenemos que luchar con las antiguas armas apostólicas y aferrarnos a la "doctrina". ¡Sin doctrina, no hay frutos! ¡No hay una doctrina evangélica positiva, no hay evangelización!
Tome nota de lo que digo. Los hombres que más han hecho por la iglesia y han dejado las huellas más profundas en su época y generación, siempre han sido hombres con conceptos doctrinales decisivos y claros. Fueron hombres valientes, decididos y puntuales como Capel Molyneuz y el gran campeón protestante Hugh M'Neile, los que hacen pensar a la gente y ponen al mundo "patas para arriba". Fue la "doctrina" en la era apostólica lo que vació los templos paganos y sacudió a Grecia y a Roma. Fue la "doctrina" que despertó al cristianismo de su letargo en la época de la Reforma y le quitó al papado un tercio de sus súbditos. Fue la "doctrina" lo que, más de 100 años atrás, avivó a la iglesia en los días de Whitefield, Wesley, Venn y Romaine, y prendió fuego a un cristianismo casi moribundo transformándolo en una llama flameante. Es la "doctrina" lo que en este momento da poder a cada misión exitosa aquí y alrededor del mundo. La doctrina clara y vibrante es como el sonido de las bocinas de cuernos usadas alrededor de Jericó, la que echa por tierra la oposición del diablo y del pecado. Aferrémonos a conceptos doctrinales indubitables, no importa lo que digan algunos, y nos haremos bien a nosotros mismos, a otros y a la Iglesia, al igual que a la causa de Cristo alrededor del mundo.
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