Versículo para hoy:

martes, 14 de junio de 2016

Conoce bien a tus hijos - Nancy DeMoss de Wolgemuth

LECTURAS VESPERTINAS – JUNIO 14

“¡Oh Jehová, nuestra es la confusión de rostro… porque contra ti pecamos!”    Daniel 9:8.

UN sentido profundo de lo que es pecado, un concepto claro de su gravedad y del castigo que merece nos haría estar humillados delante del trono. Hemos pecado como cristianos. ¡Qué lástima! Nos hemos mostrado ingratos, aunque fuimos favorecidos; no hemos producido los frutos esperados, aunque fuimos más privilegiados que muchos. ¿Quién, aunque haya estado ocupado en la batalla cristiana, no se sonrojará al pensar en el pasado? Lo que hicimos en los días que precedieron a nuestra regeneración puede ser perdonado y olvidado, pero lo que hicimos desde entonces, aunque no lo hayamos hecho como antes, sin embargo lo hemos hecho contra la luz y contra el amor; luz que ha penetrado realmente en nuestras mentes y amor en el cual nos hemos regocijado. ¡Oh, cuán horrible es el pecado de un alma perdonada! El pecado de un pecador no perdonado no es nada comparado con el pecado de uno de los elegidos de Dios, que ha tenido comunión con Cristo y ha reclinado su cabeza en el seno de Jesús. ¡Mira a David! Muchos hablarán de su pecado, pero yo te ruego que te fijes en su arrepentimiento y oigas sus huesos quebrantados, mientras cada uno de ellos expresa su dolorosa confesión. Observa sus lágrimas mientras caen al suelo, y sus profundos suspiros con los que acompaña la melodiosa música de su arpa. Hemos errado; busquemos, pues, el espíritu de arrepentimiento. Mira también a Pedro. Hablamos mucho de que Pedro negó a su Maestro. Recuerda que está escrito que él “lloró amargamente”. ¿No tenemos que lamentar con lágrimas algunas ocasiones cuando hemos negado a nuestro Maestro? ¡Ay!, si no fuera por la soberana merced que nos transformó, arrebatándonos como tizones del fuego, los pecados cometidos antes y después de nuestra conversión nos consignarían al lugar del fuego inextinguible. Alma mía, inclínate bajo un sentido de tu natural perversidad y adora a Dios. Admira la gracia que te salvó, la merced que te guardó y el amor que te perdonó.

Charles Haddon Spurgeon.