Versículo para hoy:

lunes, 26 de junio de 2023

JUNIO 26 - LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

"¿Tú también has sido hecho semejante a nosotros?" Isaías 14:10

¿CUÁL será la sentencia del cristiano apóstata cuando su alma comparezca delante de Dios? ¿Cómo soportará aquella voz que le dice: "Apártate de mí, maldito; tú me has rechazado, y ahora yo te rechazo a ti; has hecho el papel del adúltero apartándote de mí; yo también te he apartado de mi presencia par siempre y no tendré de ti misericordia"? ¿Cuál será la vergüenza de este infeliz en el gran día final cuando, delante de las multitudes reunidas, sean desenmascarados los apóstatas? Mira cómo los profanos y los pecadores, que nunca profesaron religión alguna, se levantan de sus lechos de fuego para señalarlo. "Aquí está aquel", dice uno;  "¿habrá venido al infierno a predicar el Evangelio?" "Aquí está aquel", dice otro; "me reprendía porque yo blasfemaba pero, por lo visto, resultó ser un hipócrita" "¡Ajá!", dice otro, "aquí viene uno que cantaba himnos, uno que estaba siempre en las reuniones, uno que se jactaba de estar seguro de la vida eterna, ¡y ahora está aquí!" Nunca los atormentadores satánicos demostrarán más avidez, que en el día cuando los demonios conduzcan al hipócrita a la perdición. Bunyan describe esto con admirable y pavorosa elevación poética cuando habla del camino al infierno. Siete demonios ataron al infeliz con nueve cuerdas, y lo arrastraron fuera del camino que conduce al cielo, en el cual profesaba andar, y lo arrojaron al infierno. ¡Ten cuidado, hermano, de ese camino al infierno! "Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe". Considera bien tu condición; mira si estás o no en Cristo. Es la cosa más fácil del mundo ser indulgente cuando nos juzgamos a nosotros mismos; pero te ruego que en esto seas justo y leal. Sé justo en todo, pero sé riguroso contigo mismo. Ten presente que si no estás edificando sobre una roca, será grande la ruina cuando la casa caiga. Que el Señor te dé sinceridad, constancia y firmeza.

JUNIO 25 – LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

“Súbete sobre un monte alto”. Isaías 40:9


NUESTRO conocimiento de Cristo es algo semejante a un trepador de nuestras montañas galesas. Cuando estás al pie de ellas ves muy poco. La altura de la montaña misma parece ser la mitad de lo que realmente es. Confinado en un pequeño valle, apenas puedes descubrir algo que no sea el ondulante arroyo que va al río, que está al pie de la montaña. Trepa la primera loma, y el valle se alargará y se ensanchará bajo tus pies. Sube un poco más, y verás la región en cinco millas a la redonda y te deleitarás con el amplio panorama. Asciende aún más y el paisaje se agranda, hasta que, al fin, cuando estés en la cima y mires al este, al oeste, al norte y al sud, ves delante de ti a casi toda Inglaterra. Allá hay un bosque en algún contacto, distante unas doscientas millas; aquí está el mar y allí un cristalino río y las humeantes chimeneas de una ciudad industrial, o la arboladura de las naves de un puerto activo. Todo esto te place y te deleita, y dices: “Nunca hubiese imaginado que podrían verse tantas cosas desde esta cima”. Ahora bien, la vida cristiana tiene mucho de parecido. Cuando al principio creemos en Cristo, vemos sólo un poco de él. Cuanto más alto ascendemos tanto más de sus bellezas descubrimos. Pero, ¿quién ha alcanzado alguna vez la cumbre? ¿Quién ha conocido la altura y la profundidad de Cristo, que excede a todo entendimiento? Pablo, cuando envejecía, poniéndose canoso y tembloroso en una celda romana, podía decir con más énfasis que nosotros: “Yo sé a quien he creído”, pues cada experiencia suya fue semejante al que trepa una montaña, cada prueba fue como el ascender a una nueva cima, y su muerte fue como el alcanzar la cumbre de la montaña, desde la cual podía ver en su plenitud la fidelidad y el amor de aquel a quien había confiado su alma. ¡Súbete, amigo mío, sobre un monte alto!

JUNIO 24 – LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

“Una mujer de la compañía, levantando la voz, le dijo: Bienaventurado el vientre que te trajo, y los pechos que mamaste. Y él dijo: Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan”. Lucas 11:27-28


ALGUNOS creen que el haber sido María la madre de Jesús constituía un privilegio muy especial, porque suponen que ella tenía la ventaja de mirar en el mismo corazón de Jesús, en un modo que nosotros no podemos lograr. Apenas puede admitirse esta suposición. No tenemos pruebas de que María supiera más que otros; lo que sabía, hizo bien en guardarlo en su corazón. Pero de la lectura de los Evangelios no se desprende que ella haya sido mejor instruida que cualquier otro discípulo de Cristo. Todo lo que ella sabía, también nosotros lo podemos descubrir. ¿Te admiras de que digamos esto? Aquí tengo un texto que lo prueba: “El secreto de Jehová es para los que le temen; y a ellos hará conocer su alianza”. Recuerda las palabras del Maestro: “Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor; mas os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os he hecho notorias”. Tan gloriosamente nos descubre su corazón este divino Revelador de secretos, que no nos oculta nada que nos sea provechoso. Su palabra de seguridad es esta: “De otra manera os lo hubiera dicho”. ¿No se manifiesta él hoy a nosotros como no se manifiesta al mundo? Sí, así es efectivamente. Entonces no digamos en ignorancia: “Bienaventurado el vientre que te trajo”, sino bendigamos inteligentemente a Dios, porque, habiendo nosotros oído su Palabra y guardádola, tenemos en primer lugar una comunión tan real con el Salvador como la tuvo la virgen, y en segundo lugar un conocimiento tan verdadero de los secretos de su corazón, como podemos suponer lo tuvo ella. ¡Feliz el alma que tiene tal privilegio!