Versículo para hoy:

jueves, 25 de agosto de 2016

HAMBRE POR DIOS: LOS MAYORES ADVERSARIOS DE DIOS SON SUS DONES - John Piper


          El más grande enemigo del hambre por Dios no es un veneno, sino algo apetitoso. No es el banquete de los inicuos que opacan nuestro apetito por el cielo, sino la infinidad de bocadillos en la mesa del mundo. No son los videos censurados, sino los triviales pedacitos escogidos de los mejores programas que cada noche tragamos. Para todo el mal que Satanás pueda hacer, cuando Dios describe lo que nos aparta de la mesa de banquete de su amor, es un lote de terreno, un yugo de buey, y una esposa (Lucas 14:18/20) El mayor adversario del amor a Dios no son sus enemigos, sino sus propios dones. Y los apetitos más mortales no son para envenenar el mal, sino para los simples placeres de la tierra. Porque cuando estos reemplazan un apetito por Dios mismo, la idolatría es difícilmente reconocible y casi incurable.
          Jesús dijo que hay quienes oyen la palabra de Dios, que despierta en sus corazones un deseo por Dios. Mas entonces, “yéndose, son ahogados por los afanes, las riquezas y los placeres de la vida.” En otra parte dijo: “las codicias de otras cosas entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa.” (Marcos 4:19) “Los placeres de esta vida” y “la codicia de otras cosas” – que no son malas en sí. No son vicios. Son dones de Dios. Ellos son sus básicos carne y papas y café, jardinear, leer, decorar, viajar, invertir, mirar la TV, navegar por Internet, comprar, hacer ejercicio, colectar y hablar. Y todos ellos se pueden convertir en mortales sustitutos de Dios.

Fragmento del libro HAMBRE POR DIOS de John Piper.

Las relaciones nos enseñan de la sumisión a Dios - Nancy DeMoss de Wolgemuth

LECTURAS VESPERTINAS – AGOSTO 25

“Si crees de todo corazón, bien puedes”. Hechos 8:37.

ESTAS palabras, devoto lector, pueden responder a tus dudas en cuanto al Bautismo y la Cena del Señor. Quizás digas: “Temo ser bautizado; es un acto muy solemne el declarar que muero con Cristo y soy sepultado con él. No me siento en libertad de acercarme a la mesa del Señor; temo comer y beber juicio para mí, no discerniendo el cuerpo del Señor”. ¡Ah!, pobre temeroso, Jesús te ha dado libertad; no temas. Si un extraño fuese a tu casa, quedaría en la puerta o esperaría en el hall; no se atrevería a entrar en tu sala de recepción sin ser invitado, pues no está en su casa. Pero, en cambio, tu hijo se siente muy libre en la casa. Y lo mismo acontece con el hijo de Dios. Un extraño no puede meterse donde puede hacerlo un hijo. Cuando el Espíritu Santo nos ha concedido experimentar el espíritu de adopción, no debemos temer ser bautizados y participar de la Cena del Señor. La misma regla se aplica a los privilegios íntimos del cristiano. Tú crees, pobre buscador, que no se te permite regocijarte con gozo inefable y glorificado, pero si se te deja trasponer la puerta de Cristo o sentarte a su mesa te sientes bien contento. ¡Ah!, pero tú no tendrás menos privilegios que los que tienen los más ilustres. Dios no hace diferencia en su amor para con los hijos. Un hijo es un hijo de él, y no hará de él un sirviente, sino hará que coma del becerro grueso y goce de la sinfonía y de las danzas como si nunca se hubiese extraviado. Cuando Jesús entra en el corazón, decreta una autorización general para que este se goce en el Señor. Ninguna cadena se usa en la corte del Rey Jesús. Nuestra admisión a la plenitud de los privilegios puede ser gradual, pero es segura. Quizás el lector esté diciendo: “Yo quisiera poder gozar de las promesas y andar libremente en los mandamientos de mi Señor”. “Si crees de todo corazón, bien puedes”. Desata las cadenas de tu cuello, oh hija cautiva, porque Jesús te hace libre.

Charles Haddon Spurgeon.