Versículo para hoy:

domingo, 16 de abril de 2023

ABRIL 16 - LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

"La sangre preciosa de Cristo". 1 Pedro 1.19

Estando al pie de la cruz, vemos manos, pies y costado destilando arroyos de preciosa sangre carmesí. Es preciosa a causa de su eficacia redentora y expiatoria.  Por ella los pecados del pueblo de Cristo son expiados; los creyentes son redimidos de debajo de la ley, son reconciliados con Dios y son hechos uno con él. La sangre de Cristo es también preciosa por su poder purificador: "Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos". Por la sangre de Jesús no queda una sola mancha sobre el creyente, ni arruga ni nada semejante. ¡Oh preciosa sangre que nos haces limpios, quitando las manchas de abundante iniquidad y permitiéndonos ser aceptos en el amado, no obstante las muchas formas en que nos hemos rebelado contra nuestro Dios!

La sangre es asimismo preciosa por su poder preservador. Bajo la sangre esparcida, estamos seguros contra el ángel destructor. Recordemos que la razón por que somos perdonados es porque Dios ve la sangre. Aquí hay consuelo para nosotros cuando el ojo de la fe esté empañado. La sangre de Cristo es preciosa por su influencia santificadora. La misma sangre que justifica al quitar el pecado, después anima a la nueva criatura y la conduce a someter el pecado y a cumplir los mandamientos de Dios.
No hay motivo mayor para la santidad que el que viene de las venas de Jesús. Y preciosa, inefablemente preciosa es esta sangre por su subyugante poder. Está escrito: "Ellos vencieron por la sangre del Cordero". ¿Cómo hubieran vencido de otro modo? El que lucha con la preciosa sangre de Jesús lucha con un arma que no puede conocer derrota. ¡La sangre de Jesús! El pecado muere en su presencia, la muerte deja de ser, las puertas del cielo se abren. ¡La sangre de Jesús! Seguiremos adelante conquistando, mientras confiemos en su poder.

ABRIL 15 - LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has dejado?" Salmo 22.1

Contemplemos aquí al Salvador en la profundidad de sus aflicciones. Ningún otro lugar muestra tan bien las tribulaciones de Cristo como el Calvario, y ningún otro momento en el Calvario está tan lleno de agonía como aquel en que él exclamó: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has dejado?" En ese momento la debilidad física se unió a la aguda tortura mental por la vergüenza e ignominia que tuvo que sobrellevar. Y para culminar la intensidad de sus sufrimientos, padeció una agonía espiritual que sobrepuja todo entendimiento, siendo esta el resultado del apartamiento de la presencia de su Padre.
Esta era la oscura medianoche de su horror; entonces fue cuando descendió al abismo del sufrimiento. Ningún hombre puede penetrar en el completo significado de estas palabras. 

Algunos de nosotros a veces podríamos gritar: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has dejado?" Hay momentos cuando la brillantez de la sonrisa de nuestro Padre queda eclipsada por nubes y tinieblas, pero recordemos que Dios nunca nos deja. Con nosotros es ese un aparente abandono, pero con Cristo fue un abandono real. Nos afligimos ante una breve separación del amor de nuestro Padre, pero ¿quién podrá calcular cuán profunda fue la agonía que le causó a Jesús el real apartamiento del rostro de su Padre? En nuestro caso el clamor frecuentemente es dictado por la incredulidad; en su caso fue la expresión de un espantoso hecho, pues efectivamente Dios lo había dejado por un tiempo.

¡Oh, tú, alma pobre y angustiada, que viviste una vez a la luz del rostro de Dios, pero que ahora te hallas en tristeza! No olvides que Él no te ha dejado. Dios en las nubes es tan Dios nuestro como cuando alumbra en el esplendor de su gracia, pero ya que el solo pensamiento de que él nos haya dejado nos aflige, ¡Qué habrá sido el dolor de nuestro Señor cuando exclamó: "Dios mío, ¿por qué me has dejado?"