Versículo para hoy:

viernes, 6 de mayo de 2016

La Biblia: Ignición del Hedonismo Cristiano - Pr. John Piper

El hedonismo cristiano es muy consciente de que cada día con Jesús no es “más dulce que el anterior.” Algunos días con Jesús nuestra disposición es tan amarga como los nísperos verdes. En Jesús algunos días estamos tan tristes que sentimos que nuestro corazón se quiebra en pedazos. En Jesús algunos días el miedo nos convierte en nudo de nerviosismo. Con Jesús algunos días estamos tan deprimidos y desalentados que entre la cochera y la casa solo nos queda sentarse sobre la hierba y llorar. Cada día con Jesús no es más dulce que el anterior. Lo sabemos por experiencia y por las escrituras. Porque el texto dice (Salmo 19:7), “La ley de Jehová es perfecta, que restaura el alma.” Si cada día con Jesús fuera más dulce que el anterior, no necesitaríamos ser restaurados.

La razón por la que David alabó a Dios con las palabras, “junto a aguas de reposo me conduce. Él restaura mi alma,” es porque tuvo días malos. Hubo días cuando su alma necesitó ser restaurada. Es la misma frase usada en Salmo 19:7 – “la ley del Señor es perfecta, que restaura el alma.” La vida cristiana normal es un proceso repetido de restauración y renovación. Nuestro gozo no es estático. Fluctúa con la vida real. Es tan vulnerable a los ataques de Satanás como lo es un recinto de la marina Libanesa a un terrorista suicida. Cuando Pablo escribe en 2 Corintios 1:24, “no que nos enseñoreemos de vuestra fe, sino que colaboramos para vuestro gozo” debiéramos enfatizarlo de esta forma: “Trabajamos junto contigo para tu gozo.” La preservación de nuestro gozo en Dios requiere trabajo. Es una lucha. Nuestro adversario el diablo anda como león rugiente, y tiene apetito insaciable para destruir una cosa: el gozo de la fe. Continuar leyendo...


Fuente: By John Piper. © Desiring God.Website: desiringGod.org

Apartada para la feminidad - Leslie Ludy, Nancy DeMoss de Wolgemuth

LECTURAS VESPERTINAS – MAYO 6

“Todos los días de mi edad esperaré”. Job 14:14.

UNA breve permanencia en la tierra hará del cielo un lugar más celestial. Nada hace descansar tan dulcemente como el trabajo. Nada hace que la seguridad sea más agradable que el estar expuestos a sobresaltos. Las copas terrenales de amarga casia darán al vino nuevo, que chispea en los áureos tazones de la gloria, un agradable sabor. Nuestra mellada armadura y nuestros cicatrizados rostros harán en el más allá célebres nuestras victorias, cuando seamos bienvenidos en las mansiones de los que han vencido al mundo. No tendríamos plena comunión con Cristo si no peregrináramos algún tiempo aquí abajo, pues él fue bautizado entre los hombres con un bautismo de sufrimientos y nosotros tenemos que ser bautizados con el mismo bautismo si queremos participar de su reino. La comunión con Cristo es tan valiosa que la aflicción más grave llega a ser un precio insignificante para adquirirla. Otra razón porque permanecemos aquí es porque deseamos el bien de otros. No quisiéramos entrar en el cielo hasta que nuestra obra esté cumplida; y puede ser que todavía se nos esté ordenando llevar luz a las almas entenebrecidas en el desierto del pecado. Nuestra prolongada permanencia aquí es sin duda para la gloria de Dios. Un santo probado, igual a un bien cortado diamante, brilla mucho en la corona del Rey. Lo que más honra a un obrero es que su obra soporte triunfalmente una prolongada y severa prueba sin ceder en nada. Nosotros somos hechuras de Dios, en las que él se gloriará por medio de las aflicciones. Es por honor a Jesús que soportamos la prueba de nuestra fe con sagrado gozo. Que cada uno consagre sus propios deseos a la gloria de Jesús y diga: “Si mi postración en el polvo puede elevar a mi Señor sólo una pulgada, dejadme yacer aún entre los tiestos de la tierra. Si el vivir en la tierra para siempre hiciera más glorioso a mi Señor, mi cielo sería el ser excluido del cielo”. Nuestro tiempo está fijado y establecido por decreto eterno. No estemos ansiosos en cuanto a él, sino esperemos con paciencia hasta que las puertas de perlas sean abiertas.

Charles Haddon Spurgeon.