Versículo para hoy:

viernes, 16 de diciembre de 2016

La verdadera historia de Navidad - Nancy DeMoss de Wolgemuth, Max McLean

LECTURAS VESPERTINAS – DICIEMBRE 16

“Sí, nunca lo habías oído, ni nunca lo habías conocido; ciertamente no se abrió antes tu oreja”. Isaías 48:8.

ES penoso recordar que, en cierto grado, esta acusación puede ser hecha a los creyentes, quienes, en cierta medida, son, muy a menudo, espiritualmente insensibles. Bien podemos lamentarnos de que no oigamos la voz de Dios como debiéramos: “Sí, dice este pasaje, nunca lo habías oído”. Hay en el alma suaves impulsos del Espíritu Santo que son desatendidos por nosotros; hay susurros de algún mandato divino que tampoco son advertidos por nuestros tardos entendimientos. ¡Ay! nosotros hemos sido ignorantes y despreocupados. El versículo dice: “Ni nunca lo habías conocido”. Hay cosas dentro de las cuales debíamos haber mirado; corrupciones que han hecho progresos, sin ser advertidos; dulces afectos descuidados por nosotros que, como flores, están siendo marchitados por la helada y vislumbres del rostro divino que hubiéramos podido ver si no hubiésemos tapado las ventanas de nuestra alma. Pero nosotros, “no hemos conocido”. Al pensar en esto, nos sentimos profundamente humillados. ¡Cómo debemos glorificar la gracia de Dios, a medida que aprendemos, por el contexto, que toda esta insensatez e ignorancia de nuestra parte fue conocida de antemano por nuestro Dios y que, a pesar de ese preconocimiento, le ha placido tratar con nosotros en una relación de gracia! ¡Admiremos la maravillosa soberanía de la gracia que pudo elegirnos a pesar de esto! ¡Maravillémonos del precio pagado por nosotros cuando Cristo supo lo que íbamos a ser! El que pendió de la cruz nos vio de antemano como incrédulos, apóstatas, fríos de corazón, indiferentes, descuidados, flojos en la oración y, sin embargo, dijo: “Yo Jehová Dios tuyo, el Santo de Israel, soy tu Salvador… Porque en mis ojos fuiste de grande estima, fuiste honorable, y yo te amé: daré, pues, hombres por ti y naciones por tu alma”.
¡Oh, redención, cuán maravillosamente brillas cuando pensamos en lo malvados que somos! ¡Oh, Espíritu Santos, danos de aquí en adelante un oído que oiga y un corazón que entienda!

Charles Haddon Spurgeon.