Versículo para hoy:

lunes, 9 de mayo de 2016

PARA CONOCER Y SER CONOCIDOS - J. I. PACKER


Imaginemos que nos van a presentar una persona que consideramos "superior" a nosotros -ya sea en rango, en distinción intelectual, en capacidad profesional, en santidad personal, o en algún otro sentido. Cuanto más conscientes estemos de nuestra propia inferioridad, tanto más sentimos que nuestra parte consiste en colocarnos a su disposición respetuosamente para que ella tome la iniciativa en la conversación. (Pensemos en la posibilidad de un encuentro con el presidente o un ministro). Nos gustaría llegar a conocer a una persona tan encumbrada pero nos damos cuenta perfectamente de que esto es algo que debe decidirlo dicha persona, no nosotros. Si se limita a las formalidades del caso tal vez nos sintamos desilusionados, pero comprendemos que no nos podemos quejar; después de todo, no teníamos derecho a reclamar su amistad. Pero si, por el contrario, comienza de inmediato a brindarnos su confianza, y nos dice francamente lo que está pensando en relación con cuestiones de interés común, y si a continuación nos invita a tomar parte en determinados proyectos, y nos pide que estemos a su disposición en forma permanente para este tipo de colaboración toda vez que la necesite, entonces nos sentiremos tremendamente privilegiados, y nuestra actitud general cambiará fundamentalmente. Si hasta entonces la vida nos parecía inútil y tediosa, ya no lo será más desde el momento en que esa gran personalidad nos cuenta entre sus colaboradores inmediatos. ¡Esto sí que vale la pena!
Esto, en cierta medida, es una ilustración de lo que significa conocer a Dios. Con razón podía Dios decir por medio de Jeremías, «Alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme», porque el conocer a Dios equivale a tener una relación que tiene el efecto de deleitar el corazón del hombre. Lo que ocurre es que el omnipotente Creador, Señor de los ejércitos, el gran Dios ante quien las naciones son como la gota en un balde, se le acerca y comienza a hablarle por medio de las palabras y las verdades de la Sagrada Escritura. Quizás conoce la Biblia y la doctrina cristiana hace años, pero ellas no han significado nada para él. Mas un día se despierta al hecho de que Dios le está hablando de veras -¡a él!- a través del mensaje bíblico.
Mientras escucha lo que Dios le está diciendo se siente humillado; porque Dios le habla de su pecado, de su culpabilidad, de su debilidad, de su ceguera, de su necedad, y lo obliga a darse cuenta de que no tiene esperanza y que nada puede hacer hasta que le brota una exclamación pidiendo perdón. Pero esto no es todo. Llega a comprender, mientras escucha, que en realidad Dios le está abriendo el corazón, tratando de hacer amistad con él, de enrolarlo como colega -en la expresión de Barth, como socio de un pacto. Es algo realmente asombroso, pero es verdad: la relación en la que los seres humanos pecadores conocen a Dios es una relación en la que Dios, por así decirlo, los toma a su servicio a fin de que en lo adelante sean colaboradores suyos (véase 1 Co. 3:9) y amigos personales. La acción de Dios de sacar a José de la prisión para hacerle primer ministro del Faraón es un ejemplo de lo que hace con el cristiano: de ser prisionero de Satanás se descubre súbitamente en una posición de confianza, al servicio de Dios. De inmediato la vida se transforma. El que uno sea sirviente constituye motivo de vergüenza u orgullo según a quien sirva. Son muchos los que han manifestado el orgullo que sentían de ser servidores personales de Sir Winston Churchill durante la segunda guerra mundial. Con cuánta mayor razón ha de ser motivo de orgullo y gloria conocer y servir al Señor de cielos y tierra.
¿En qué consiste, por lo tanto, la actividad de conocer a Dios? Reuniendo los diversos elementos que entran en juego en esta relación, como lo hemos esbozado, podemos decir que el conocer a Dios comprende: primero, escuchar la palabra de Dios y aceptarla en la forma en que es interpretada por el Espíritu Santo, para aplicarla a uno mismo; segundo, tomar nota de la naturaleza y el carácter de Dios, como nos los revelan su Palabra y sus obras; tercero, aceptar sus invitaciones y hacer lo que él manda; cuarto, reconocer el amor que nos ha mostrado al acercarse a nosotros y al relacionarnos consigo en esa comunión divina.

Fuente: J. I. PACKER (Hacia el Conocimiento de Dios - Logoi - pág. 17-18)

Patrocinadores del Evangelio - Nancy DeMoss de Wolgemuth

LECTURAS VESPERTINAS – MAYO 9

“Ven, amado mío, salgamos al campo… veamos si brotan las vides”.    Cantares 7:11-12.


LA Iglesia estaba por empeñarse en una importante labor y deseaba que su Señor la acompañara. Ella no dijo: “Saldré”, sino “Salgamos”. Cuando Jesús está a nuestro lado, el trabajo es una bendición. Es cometido del pueblo de Dios ser podador de vides. A semejanza de nuestros primeros padres, somos colocados en el jardín del Señor para ser útiles; salgamos, pues, al campo. Observa que cuando la Iglesia está bien dispuesta, desea gozar en todas sus múltiples labores de la comunión con Cristo. Algunos suponen que no pueden servir a Cristo activamente y, sin embargo, afirman que tienen comunión con él. Los tales están errados. Sin duda es muy fácil desperdiciar nuestra vida interior en ejercicios externos y llegar a lamentarnos como la esposa: “Hiciéronme guarda de viñas; y mi viña, que era mía, no guardé”. Pero no hay razón porque esto deba ser así, salvo nuestra insensatez y negligencia. Es cierto que un creyente puede no hacer nada y, sin embargo, desarrollarse tan enteramente sin vida en las cosas espirituales, como los que están muy ocupados. María no fue alabada por sentarse tranquila, sino por sentarse a los pies de Jesús. No es sentarse, sino sentarse a los pies de Jesús lo que es recomendable. No pienses que la actividad sea mala en sí misma; es, más bien, una gran bendición y un medio de gracia para nosotros. Que se le permitiese predicar era para Pablo una gracia que le había sido otorgada. Cualquier forma de servicio cristiano puede llegar a ser una bendición personal para los que están ocupados en él. Los que tienen más comunión con Cristo no son los reclusos o los ermitaños, que tienen mucho tiempo de sobra, sino los infatigables obreros que trabajan por Jesús y quienes, en sus fatigas, lo tienen a él a su lado, de suerte que son colaboradores de Dios. Recordemos, pues, en cualquier cosa que tengamos que hacer por Jesús, que podemos hacerla y debemos hacerla en estrecha comunión con él.

Charles Haddon Spurgeon.