Versículo para hoy:

miércoles, 27 de julio de 2016

¿Por qué Dios escogió la fe como el instrumento para que recibamos la justificación? - Wayne Grudem

       Quizás nos preguntemos por qué Dios escogió la fe para que fuera la actitud del corazón por la que obtendríamos la justificación. ¿Por qué no podía Dios haber decidido dar la justificación a todos los que sinceramente mostraran amor, gozo, contentamiento, humildad o sabiduría? ¿Por qué Dios escogió la fe como el medio por el que recibiríamos justificación?

        Aparentemente es porque la fe es la única actitud de corazón que es exactamente lo opuesto de depender de nosotros mismos. Cuando vamos a Cristo por fe, esencialmente decimos: «¡Me rindo! Ya no voy a depender de mí mismo ni de mis buenas obras. Sé que nunca puedo justificarme delante de Dios. Por consiguiente, Jesús, confío en ti y dependo completamente en que tú me darás una posición de justo delante de Dios». En esta manera, la fe es lo opuesto de confiar en nosotros mismos, y por tanto es la actitud que perfectamente encaja en una salvación que no depende para nada de nuestros propios méritos, sino que es por entero un regalo, una dádiva de la gracia de Dios. Pablo explica esto cuando dice: «Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia» (Ro 4:16). Por eso los reformadores, desde Martín Lutero en adelante fueron tan firmes en su insistencia de que la justificación no viene por fe más algunos méritos o buenas obras de parte nuestra, sino sólo por la fe sola. «Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte» (Ef 2:8-9). Pablo repetidamente dice que «nadie será justificado en presencia de Dios por hacer las obras que exige la ley» (Ro 3:20); y la misma idea se repite en Gálatas 2:16; 3:11; 5:4.

Fuente: Fragmento tomado de capítulo 22 del libro DOCTRINA BÍBLICA de Wayne Grudem

No hay vestiduras blancas - Nancy DeMoss de Wolgemuth

LECTURAS VESPERTINAS – JULIO 27

“¿Quién acusará á los escogidos de Dios?” Romanos 8:33.

¡MUY bendito desafío! ¡Cuán incontestable es! Todos los pecados de los elegidos fueron puestos sobre el gran Adalid y eliminados por la expiación. No hay pecado registrado en el libo de Dios contra los suyos. No se ve pecado en Jacob ni iniquidad en Israel. Han sido justificados en Cristo para siempre. Cuando la culpa del pecado fue quitada, el castigo del mismo fue eliminado. El cristiano no debe temer siquiera una simple mirada ceñuda de la justicia punitiva. El creyente puede ser castigado por el Padre, pero Dios el juez no tiene otra cosa que decir al cristiano fuera de esta: “Yo te absuelvo; quedas libre”. Para el cristiano, no hay muerte penal en este mundo y, mucho menos, una muerte segunda. El cristiano está completamente libre del castigo de la culpa del pecado. El pecado puede estar en nuestro camino y perturbarnos con constante lucha; pero el pecado es un enemigo conquistable para toda alma unida a Jesús. No hay pecado que el creyente no pueda vencer si sólo se determina a confiar en Dios. Los que visten las ropas blancas en los cielos han vencido por la sangre del Cordero, y nosotros podemos hacer lo mismo. Ninguna concupiscencia es demasiado poderosa; ningún vicio es inexpugnable. Por el poder de Cristo los podemos vencer. ¿Crees, cristiano, que tu pecado es algo ya condenado? Puede cocear y forcejear, pero está condenado a morir. Dios ha escrito en su frente la palabra “condenado”. Cristo lo ha crucificado “clavándolo en la cruz”. Ve ahora y mortifícalo, y el Señor te ayudará a vivir para su alabanza, pues el pecado con todas sus culpas, vergüenzas y temores, ha muerto.
Hay perdón por la sangre de Jesús,
Hay perdón por su muerte en la cruz.
Proclamad que hay perdón,
Para todos hay perdón,
Los que acuden al Señor Jesús.

Charles Haddon Spurgeon.