Versículo para hoy:

miércoles, 18 de junio de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

Aplicaciones prácticas

    Concluyo este capítulo con tres aplicaciones prácticas. Para conveniencia de mis lectores, las pondré en forma de preguntas instando a cada uno a que las examine en silencio y luego dé una respuesta.

    (a) Primero quiero preguntarle qué piensa usted de sí mismo. Ya hemos enfocado lo que Pablo pensaba de sí mismo. Ahora pues, qué pensamientos le vienen a la mente cuando los enfoca en usted mismo? ¿Ha descubierto la gran verdad fundamental de que es usted un pecador, un pecador culpable a los ojos de Dios?

    Hay un clamor fuerte e incesante de que haya más escuelas que eduquen. Universalmente se deplora la ignorancia. Pero dé por seguro que no hay una ignorancia tan común y dañina como el desconocimiento de nosotros mismos. Sí, los hombres pueden saber mucho de arte, ciencia, idiomas, economía, política y el arte de gobernar y, no obstante, ser tristemente ignorantes en cuanto al estado de su corazón y de su posición delante de Dios.

    Tenga por seguro que ese autoconocimiento es el primer paso hacia el cielo. Conocer la perfección inconmensurable de Dios y nuestra inmensa imperfección, ver nuestras propias faltas e inconmensurable corrupción, es el A-B-C de una fe salvadora. Cuanta más luz real interior tengamos, más humildes seremos y mejor comprenderemos el valor del evangelio de Cristo que tantos desprecian. El que tiene la peor opinión de sí mismo y de sus propias acciones es quizá el mejor cristiano delante de Dios. Sería bueno si muchos pudieran orar noche y día esta sencilla oración: "Señor, ayúdame a verme a mí mismo".

    (b) En segundo lugar, ¿qué piensa usted de los siervos de Cristo? Por más extraña que parezca la pregunta, creo que el tipo de respuesta, si es sincera, a menudo es una prueba justa del estado de su corazón.

    No le estoy preguntando acerca de algún clérigo perezoso, mundano e inconstante, un guardia dormido ni un pastor infiel ¡No! Le pregunto acerca del siervo fiel de Cristo, quien expone honestamente el pecado y hace que nos remuerda la conciencia. Tenga cuidado cómo contesta la pregunta. En la actualidad, a demasiadas personas les gustan los pastores que profetizan cosas buenas y se abstienen de hablar del pecado. Prefieren a los predicadores que alimentan su orgullo y complacen su gusto intelectual, les gusta oír a los que nunca hacen sonar una alarma ni les dicen nada de la ira que vendrá. Cuando Acab vio a Elías, le dijo: "¿Me has hallado enemigo mío?" (1 R. 21:20). Cuando a Acab le mencionaron al profeta Micaías, exclamó: "Le aborrezco, porque nunca me profetiza bien, sino solamente mal" (1 R. 22:8). ¡Ay, en este siglo existen muchos como Acab! Les gusta el ministerio de un pastor que no les hace sentir incómodos ni los manda inquietos a casa. ¿Cómo es usted? Créame, ¡el que más verdades le dice, mejor amigo es! Es una señal de impiedad en la Iglesia cuando los testigos de Cristo son silenciados o perseguidos y los hombres aborrecen a los que los reprenden (Is. 29:21). Fue un pronunciamiento solemne del profeta al rey Amasías cuando dijo: "Yo sé que Dios ha decretado destruirte, porque has hecho esto, y no obedeciste mi consejo" (2 Cr. 25:16).

    (c) Por último, ¿qué piensa de Cristo mismo? A sus ojos, ¿es grande o pequeño? ¿Ocupa el primer o segundo lugar en su estima? ¿Está él delante o detrás de su Iglesia, sus siervos y sus ordenanzas? ¿Dónde está en su corazón y en su mente?

    Al final de cuentas, ¡esta es la pregunta más importante que puede haber! El perdón, la paz, la conciencia tranquila, esperanza en la hora de la muerte y el cielo mismo, dependen de su respuesta. Saber de Cristo es vida eterna. Estar sin Cristo es estar sin Dios. "El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida" (1Jn. 5:12). Los amigos de una educación netamente secular, los defensores entusiastas de la reforma y el progreso, los adoradores de la razón, el intelecto, la mente y la ciencia pueden decir lo que quieran y hacer todo lo que quieran para arreglar al mundo. Pero descubrirán que sus esfuerzos son en vano, si no tienen en cuenta la Caída del hombre y si no hay lugar para Cristo en sus planes.

    Existe una enfermedad grave en el corazón de la humanidad que echará por tierra todos sus esfuerzos y arrasará con todos sus planes. Esa enfermedad es el pecado. ¡Oh, si la gente al menos pudiera ver y reconocer la corrupción de la naturaleza humana y lo inútil que son los esfuerzos para mejorar al hombre que no se basan en el sistema curativo del evangelio! Sí, la plaga del pecado está en el mundo y no hay agua que pueda curar esa plaga, excepto la que fluye de la fuente para todo pecado: El Cristo crucificado.

    En suma, ¿de qué vale la vanagloria? Como dijo un gran teólogo en su lecho de muerte: "Todos estamos despiertos a medias". Hasta el mejor cristiano entre nosotros, sabe poco de su glorioso Salvador, aun después de haber aprendido a creer, "ahora [ve] por espejo, oscuramente" (1 Co. 13:12). No sabemos de las "riquezas inescrutables" que hay en él. Cuando despertemos a su imagen en el más allá, nos sorprenderemos de que lo veíamos tan imperfectamente y que lo amamos tan poco. Procuremos conocerlo mejor ahora y vivamos en una comunión más íntima con él. Viviendo así, no sentiremos necesidad de sacerdotes humanos y confesionarios terrenales. Podremos decir: "Tengo todo y en abundancia, no quiero más. ¡Me es suficiente que Cristo murió por mí en la cruz, que Cristo intercede siempre por mí a la diestra de Dios, que Cristo mora en mi corazón por fe, que Cristo pronto vuelve para recogerme a mí y al resto de su pueblo para no volver a partir! Sí, Cristo es suficiente para mí. Teniendo a Cristo, tengo "inescrutables riquezas".

Los bienes que tengo, vienen de su mano,
y si hay algo malo, me ayuda a bien.
Si él es mi amigo, todo lo tengo;
si no es mi amigo, estoy en pobreza.
Si gano en la vida o pierdo también,
lo único que importa es tenerlo a él.

Mientras viva en la tierra, no todo tendré,
a medias lo conozco, a medias lo adoro,
tan solo una parte de su amor percibo.
Mas cuando en la gloria un día me encuentre, 
completamente su gloria veré.
Diré con un canto inspirado en su amor:
"Estoy satisfecho, él es mío y yo soy de él".

lunes, 16 de junio de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

III. Cristo: El tema de la predicación de Pablo

    Notemos, en último lugar, lo que Pablo dice del gran tema de su predicación. Lo llama "las inescrutables riquezas de Cristo".

    Que el hombre de Tarso convertido predicara a "Cristo", es lo que hubiéramos esperado por sus antecedentes. Habiendo encontrado paz por medio de la sangre que Cristo derramó en la cruz, es indudable que querría contarle a otros lo que pasó en su encuentro con Jesús. Nunca perdía su valioso tiempo exaltando una mera moralidad sin raíces, en discutir abstracciones inciertas y expresiones vacías, como "lo cierto", "lo noble", "lo sincero", "lo hermoso", "los gérmenes de bondad en la naturaleza humana" y cosas parecidas. Siempre iba al fondo de cada cuestión y les mostraba a los hombres la gran enfermedad humana, su estado desesperante como pecadores y al Gran Médico que necesita el mundo enfermo de pecado.

    Además, el hecho de que predicara a Cristo entre "los gentiles", concuerda con todo lo que sabemos de su línea de acción en todo lugar y entre todas las gentes. Dondequiera que viajaba y se ponía de pie para predicar, en Antioquía, Listra, Filipos, Atenas, Corinto y Éfeso; entre griegos y romanos, letrados e iletrados, estoicos y epicúreos; ante ricos y pobres, bárbaros y escitas, libres y esclavos; Jesús y su muerte expiatoria, Jesús y su resurrección eran el tema central de sus sermones. Variaba sabiamente su método de presentarlo, según su auditorio, pero el tema y el corazón de su predicación era Cristo crucificado.

    Observemos en el texto que estamos enfocando una expresión muy peculiar, una expresión que incuestionablemente es única en sus escritos: "Las inescrutables riquezas de Cristo". Es el lenguaje fuerte y ardiente con el que siempre recordaba su deuda con la misericordia y la gracia de Cristo. Le encantaba mostrar con sus palabras la intensidad que sentía. Pablo no era un hombre que decía las cosas a medias (Quicquid fecit valde fecit). Nunca olvidó el camino a Damasco, la casa de Judas, la calle llamada Derecha, la visita del buen Ananías, las escamas que cayeron de sus ojos, su propia experiencia maravillosa de pasar de muerte a vida. Estos hechos siempre estaban a flor de piel en su mente y, entonces, no se conformaba con decir: "Me fue dada esta gracia de anunciar". No, amplía su tema. Lo llama "las inescrutables riquezas de Cristo".

    Pero, qué quiso decir el apóstol cuando se refirió a las "inescrutables riquezas"? Esta es una pregunta difícil de contestar. Es indudable que veía en Cristo una inmensurable provisión para las necesidades del alma del hombre, así que no tenía otra frase para expresar la inmensidad de esta verdad. Desde cualquier punto de vista que observaba a Cristo, veía en él mucho más de lo que la mente común podía concebir y expresar con palabras. Sólo podemos ofrecer conjeturas de lo que tuvo la intención de decir exactamente. No obstante, puede ser provechoso determinar detalladamente algunas de las cosas que con toda probabilidad, estaba pensando. Puede ser, tiene que ser, debiera ser provechoso. Después de todo, recordemos que estas "riquezas de Cristo" son bendiciones que usted y yo necesitamos hoy, tanto como las necesitaba Pablo; y lo mejor de todo es que estas "riquezas" están reservadas en Cristo para usted y para mí, tanto como lo estuvieron hace más de 1900 años. Siguen allí. Todavía se ofrecen gratuitamente a todo aquel que esté dispuesto a aceptarlas. Siguen siendo la propiedad de cada uno que se arrepiente y cree. Demos una rápida mirada a algunas de ellas.

    (a) En primer lugar y sobre todo, grabemos en nuestra mente que hay inescrutables riquezas en la persona de Cristo. Esta unión del Hombre perfecto y el Dios perfecto en la persona de nuestro Señor Jesucristo es un gran misterio que ni siquiera podemos empezar a comprender. Es un hecho más allá de nuestra capacidad de captar. Pero, misteriosa como pueda ser esta unión, es una riqueza de paz y consolación de todo el que la acepta. El poder y la compasión infinitos se unen y combinan en nuestro Salvador. Si hubiera sido únicamente Hombre no nos hubiera podido salvar. Si hubiera sido únicamente Dios (lo digo con reverencia) no hubiera podido "compadecerse de nuestras debilidades" ni hubiera padecido "siendo tentado" (He. 2:18; 4:15). Siendo Dios, es poderoso para salvar y siendo Hombre, es totalmente apto para ser nuestra Cabeza, nuestro Representante y nuestro Amigo. Dejemos que los que nunca piensan seriamente nos provoquen, si quieren, discutiendo credos y teología dogmática. Pero nunca se avergüence el cristiano reflexivo de creer y aferrarse a la doctrina, casi olvidada de la Encarnación y de la unión de dos naturalezas en nuestro Salvador. Es una verdad rica y preciada el que nuestro Señor Jesucristo sea "Dios y Hombre".

    (b) En segundo lugar, grabemos en nuestra mente que hay inescrutables riquezas en la obra que Cristo realizó por nosotros cuando vivió, murió y resucitó aquí en la tierra. De hecho y en verdad, él completó la obra que su Padre le había encomendado (Jn. 17:4), la obra de expiación por el pecado, la obra de reconciliación, la obra de redención, la obra de satisfacción y la obra de sustitución como "el justo por el injusto". Sé que algunos llaman a estas breves frases "términos teológicos inventados por el hombre, dogmas humanos" y cosas así. Pero les resultará difícil probar que cada una de estas frases que pueden parecer trilladas, no contienen fehacientemente la sustancia de textos claros de las Escrituras, los cuales por conveniencia, como la palabra Trinidad, los teólogos decidieron resumir en una sola palabra la realidad de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Cada expresión es muy rica.

    (c) En tercer lugar, grabemos en nuestra mente que hay inescrutables riquezas en los oficios que Cristo realiza en este momento al vivir por nosotros a la diestra de Dios. Es nuestro Mediador, Abogado, Sacerdote, <intercesor, Pastor, Obispo, Médico, Capitán, Rey, Señor, Cabeza, Precursor, Hermano mayor y Esposo de nuestras almas. Es indudable que estos oficios no tienen ningún valor para los que no saben nada de Cristo. Pero para los que viven la vida de fe y buscan primeramente el reino de Dios, cada oficio es tan preciado como el oro.

    (d) Grabemos también en nuestra mente que hay inescrutables riquezas en los nombres y títulos conferidos a Cristo en las Escrituras. Son muchos, como bien lo sabe todo lector esmerado de la Biblia, pero por falta de espacio no haré más que seleccionar algunos. Pensemos por un momento en títulos como Cordero de Dios, el Pan de vida, la Fuente de agua viva, la Luz del mundo, la Puerta, el Camino, la Vid, la Roca, la Piedra Angular, el Manto del cristiano y el Altar del cristiano. Reflexione sobre cada uno de estos nombres y considere cuánta riqueza contienen. Para el hombre indiferente y mundano son solo "palabras" y nada más; pero para el cristiano auténtico, el análisis de cada título dará como resultado una riqueza de verdades benditas.

    (e) Por último, grabemos en nuestra mente que hay inescrutables riquezas en las características, cualidades, atributos, disposiciones e intenciones de la mente de Cristo hacia el hombre, que nos son reveladas en el Nuevo Testamento. En Él hay...

- riquezas de misericordia, amor y compasión por los pecadores,

- riquezas de poder para limpiar, perdonar y salvar perpetuamente,

- riquezas de buena voluntad para recibir a todo el que viene a él arrepentido y creyendo,

- riquezas de habilidad para cambiar, por su Espíritu, al corazón más duro y el carácter más malo,

- riquezas de tierna paciencia para sostener al creyente más débil,

- riquezas de fortaleza para ayudar a su pueblo hasta el fin, a pesar de todo obstáculo exterior e interior,

- riquezas de compasión por todos los desalentados que le llevan a él sus problemas y, por último, pero no por eso menos importante,

- riquezas de gloria para otorgar recompensas cuando vuelva para resucitar a los muertos y reunir a su pueblo, a fin de que moren con él en su Reino.

    ¿Quién puede estimar el valor de estas riquezas? Los hijos de este mundo las pueden tomar con indiferencia o rechazarlas con desprecio, pero para los que se dan cuenta del valor de sus almas es muy distinto. Dirán a una voz: "No hay riquezas que se comparen a las que tiene Cristo para su pueblo".

    Porque estas riquezas son inescrutables, es difícil estimar correctamente su valor. Son una mina, que no importa cuánto se trabaje, nunca se agota. Son como un manantial que , no importa cuánta agua se saque de él, nunca se seca. El sol en el cielo ha brillado durante miles de años y sigue dando luz, vida, calor y fertilidad a toda la superficie del globo. No existe un árbol ni una flor en Europa, Asia, África, América u Oceanía que no sea deudora al sol. Y el sol sigue brillando de generación en generación, una temporada tras otra, saliendo y poniéndose con una regularidad absoluta, dando a todos, sin tomar nada de nadie, siendo hoy la misma luz y el mismo calor que fue el día de la creación. El sol es sin duda alguna el gran benefactor de la humanidad. Lo mismo sucede con Cristo, si es que alguna ilustración puede acercarnos a la realidad. Él sigue siendo "el Sol de justicia" para toda la humanidad (Mal. 4:2). Millones de personas se han beneficiado de él en el pasado y con sus ojos puestos en él vivieron tranquilos y tranquilos murieron. Miríadas de personas en este mismo momento están tomando de él su dosis diaria de misericordia, gracia, paz, fortaleza y ayuda encontrando que en él mora "toda plenitud". No obstante, ¡estoy seguro de que desconocemos la mitad de las riquezas que él guarda! Muy apropiado fue que el apóstol usara la frase "inescrutables riquezas de Cristo".

martes, 10 de junio de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

    (a) En primer lugar, grabemos bien en nuestra mente que el ministerio cristiano es una institución bíblica. No cansaré al lector dándole citas bíblicas para dar prueba de lo que digo. Le recomiendo que sencillamente lea las Epístolas a Timoteo y a Tito, y forme su propio criterio. A mi modo de ver, si estas epístolas no autorizan un ministerio, las palabras carecen de significado. Formemos un tribunal de las primeras personas sin prejuicios, inteligentes, sinceras y sin intereses creados, y sentémoslas con un Nuevo Testamento a la mano para que investiguen y analicen esta pregunta: "¿Es el ministerio cristiano algo bíblico o no?" No tengo ninguna duda de lo que sería su veredicto.

    (b) En segundo lugar, grabemos bien en nuestra mente que el ministerio cristiano es una provisión sabia y útil de Dios. Asegura el mantenimiento regular de las ordenanzas de Cristo y de los medios de gracia. Proporciona un mecanismo subyacente para promover el despertar de los pecadores y la edificación de los santos. La experiencia enseña que los asuntos de todos terminan siendo los asuntos de nadie; y si esto es cierto en otros aspectos, no lo es menos en asuntos relacionados con la vida cristiana. Nuestro Dios es un Dios de orden, obra a través de medios, y no tenemos razón alguna para esperar que su causa se mantenga por medio de intervenciones milagrosas constantes, mientras sus siervos no hacen nada. Para que haya predicación de la Palabra sin interrupción, además de la administración de las ordenanzas, no puede haber un plan mejor que la designación de una orden regular de hombres que se entregan totalmente a los negocios de Cristo.

    (c) En tercer lugar, grabemos bien en nuestra mente que el ministerio cristiano es un privilegio honroso. Es un honor ser embajador de un rey; la persona designada a tal cargo es respetado y le es concedida inmunidad diplomática. Antes de la invención del telégrafo era un honor y una distinción codiciada, anunciar noticias como la de la victoria en Trafalgar y Waterloo. ¡Cuánto más grande honor es ser embajador del Rey de reyes, y proclamar la buena noticia de la victoria obtenida en el Calvario! (2 Co. 5:20). Servir directamente a tal Señor, anunciar semejante mensaje sabiendo que los resultados de nuestra obra, si Dios la bendice, son eternos, es sin lugar a dudas un privilegio. Otros pueden trabajar por una corona corruptible, en cambio, el siervo de Cristo por una incorruptible.

    Nunca un país está en peores condiciones que cuando los siervos de Cristo han causado que se ridiculice y desprecie su ministerio. Lo que dice Malaquías es tremendo: "Os he hecho viles y bajos ante todo el pueblo, así como vosotros no habéis guardado mis caminos" (Mal. 2:9). Pero, ya sea que los hombres escuchen o no, el puesto de un embajador fiel es honroso. Es digno de notar lo que dijo un anciano misionero a los noventa y seis años en su lecho de muerte: "Lo mejor de lo mejor que puede hacer el hombre es predicar el evangelio".

    Concluyo esta parte de mi tema con el pedido ferviente de que todos los que oran no dejen de elevar sus súplicas y oraciones intercesoras por los siervos de Cristo. Que nunca falte una buena medida de ellas aquí y en el campo misionero, de modo que estos se mantengan fieles en el evangelio y santos en su diario vivir, y que tengan cuidado de sí mismos y de la doctrina (1 Ti. 4:16).

    Ah, recordemos que mientras nuestro ministerio es honroso, útil y bíblico ¡es también uno de profunda y dolorosa responsabilidad! Atendemos a las almas "como quienes han de dar cuenta" de ellas (He. 13:17). Si las almas se pierden por nuestra infidelidad, su sangre será demandada de nuestra mano. Nuestra misión sería fácil si se tratara sólo de leer los servicios, administrar las ordenanzas, usar vestimentas especiales, conducir una serie de ceremonias, ejercicios, gestos y posturas. Pero aquello no es todo. Tenemos que entregar el mensaje de nuestro Señor, declarar todo el consejo de Dios (Hch. 20:27) y no guardarnos nada que sea provechoso. Si a nuestras congregaciones no les anunciamos toda la verdad podemos arruinar para siempre sus almas inmortales. La vida y la muerte están en poder de la boca del predicador. Con razón decía el apóstol: "¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!" (1 Co. 9:16).

    Pido una vez más que ore por nosotros. ¿Quién es suficientemente apto para la tarea? Recuerde el viejo dicho de los Padres de la Iglesia: "Nadie está en peor peligro espiritual que los pastores". Es fácil que nos critiquen y nos encuentren defectos. Tenemos este tesoro en vasijas de barro. Somos hombres con las mismas pasiones que todos y no somos infalibles. Ore por nosotros en estos días de pruebas, tentaciones y controversias, pida que a nuestra iglesia nunca le falten obispos y diáconos firmes en la fe, audaces como leones, "prudentes como serpientes, y sencillos como palomas" (Mt. 10:16). El mismo que dijo: "Me fue dada esta gracia de anunciar", dijo también en otra ocasión: "Orad por nosotros, para que la palabra del Señor corra y sea glorificada así como lo fue entre vosotros, y para que seamos librados de hombres perversos y malos porque no es de todos la fe" (2 Ts. 3:1, 2).

domingo, 8 de junio de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)


II. El ministerio de Pablo

    En segundo lugar, notemos lo que dice Pablo acerca de su ministerio. Las palabras del apóstol son muy sencillas al referirse a él. Dice: "Me fue dada esta gracia de anunciar" o sea, predicar.

    El significado de esta frase es claro: "Me fue dado el privilegio de ser un mensajero de las buenas nuevas. He sido comisionado para ser el heraldo de las nuevas de gran gozo". No podemos dudar de que el concepto paulino del oficio del pastor, incluía la administración de las ordenanzas y de hacer todas las demás cosas necesarias para la edificación del cuerpo de Cristo. Pero aquí, como en otros lugares, es evidente que la idea principal continuamente en su mente era la responsabilidad principal de un ministro del Nuevo Testamento. Esta responsabilidad es ser predicador, evangelista, embajador de Dios, mensajero de Dios y heraldo de las buenas nuevas a un mundo caído. Dice en otro lugar: "No me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio" (1 Co. 1:17).

    No veo que Pablo haya apoyado alguna vez la teoría favorita de muchos, de que la intención era que fuera un ministerio sacerdotal, un sacerdocio eucarístico-sacrificial en la iglesia de Cristo¹. No hay ni una palabra en el libro de los Hechos ni las epístolas a las iglesias que justifique semejante noción. No está escrito en ninguna parte que "Dios haya nombrado a algunos en la iglesia, primero apóstoles, luego [sacerdotes]" (1 Co. 12:28). Hay una ausencia notable de esta teoría en las epístolas pastorales a Timoteo y Tito, donde uno esperaría encontrarla, si es que pretendiera encontrar base para esas ideas.

    Por el contrario, precisamente en estas epístolas, leemos expresiones como: "Manifestó su palabra por medio de la predicación". "Yo fui constituido predicador". "Para que por mí fuese cumplida la predicación" (Tito 1:3; 1 Ti. 2:7; 2 Ti. 1:11; 2 Ti. 4:17). Y, como broche de oro, una de sus últimas exhortaciones a su hijo espiritual Timoteo, cuando lo dejó a cargo de una iglesia organizada, es esta frase concisa y expresiva: "Que prediques la palabra" (2 Ti. 4:2). En suma, creo que Pablo quiso que comprendiéramos que, no importa lo variadas que sean las obras para las cuales el pastor es apartado, la primera, más importante y principal es ser predicador de la Palabra de Dios.

    Pero, a pesar de que me niego a aceptar que las Escrituras justifiquen la creencia de un sacerdocio eucarístico-sacrificial, no nos vayamos al otro extremo y quitemos valor al oficio del siervo de Cristo. Es peligroso ir en esa dirección. Aferrémonos a ciertos principios firmes sobre el ministerio cristiano y no importa cuánto nos disguste el sacerdocio y las enseñanzas católicas romanas, no dejemos que nada nos tiente a dejar que estos principios se nos vayan de las manos. Hay un término medio sólido entre una idolatría oprobiosa del  "sacerdotalismo" [creencia que enfatiza el poder de los sacerdotes como mediadores esenciales entre Dios y los hombres], por un lado, y una anarquía desordenada por el otro. El hecho de que no seamos papistas en este aspecto del ministerio, no quiere decir que tenemos que ser Cuáqueros o Hermanos Libres². Esto no era lo que Pablo tenía en mente.

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¹ Para aprehensión de muchos, los Cuáqueros y los Hermanos Libres parecen ignorar totalmente el oficio pastoral.
² [Editor: El Sacerdotalismo enfatiza la necesidad de un sacerdote para administrar la Cena del Señor y como mediador entre el creyente y Cristo].

miércoles, 4 de junio de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

    Los creyentes nuevos y todavía inmaduros, en el calor de su primer amor, pueden hablar de perfección si quieren. Los grandes santos en cada época de la historia eclesiástica, desde Pablo hasta hoy, siempre han estado "revestidos de humildad".   

    Si alguno entre mis lectores quiere ser salvo, sepa que los primeros pasos hacia el cielo son los de un profundo sentido del pecado y una opinión baja de sí mismos. Descarte esa débil y tonta tradición de que el comienzo de una vida cristiana se caracteriza por sentirse "bueno". En cambio, comprenda aquel gran principio bíblico de que tenemos que comenzar por sentirnos "malos" y que hasta cuando realmente nos sintamos "malos", nada sabremos de la bondad o la salvación cristiana. Bienaventurado el que ha aprendido a acercarse a Dios con la oración del publicano: "Dios, sé propicio a mí, pecador" (Lc. 18:13).

          Procuremos ser humildes. No hay otra gracia que le quede mejor al creyente. ¿Qué somos que justifique que nos sintamos orgullosos? De todos los seres del mundo, ninguno es tan dependiente como el hijo de Adán. Hablando de su físico, ¿qué cuerpo, como el cuerpo del hombre, requiere tanto cuidado y atención, y es cada día tan deudor a la mitad de la creación por su comida y ropa? Hablando de su mente, ¡qué poco saben los más sabios de los hombres (y los hay pocos), cuán ignorante es la mayor parte de la humanidad y cuánto sufrimiento generan por su ignorancia! "Somos de ayer", dice el libro de Job, "y nada sabemos" (Job 8:9). Por cierto que no hay ninguna cosa creada sobre la tierra o en el cielo que debiera estar revestida de humildad como debiera estarlo el hombre.

    Procuremos ser humildes. No hay gracia más apropiada para el cristiano. El Libro de Oraciones sin igual de la Iglesia Anglicana, de principio a fin, pone en la boca del que lo usa, el más humilde de los lenguajes. Las frases al principio de la oración matutina y la vespertina, la Confesión General, la Letanía y el Servicio de Comunión están repletos de expresiones humildes. Todos a una voz, brindan a los fieles de la Iglesia Anglicana, una enseñanza clara con respecto a nuestra posición correcta a la vista de Dios.

    Procuremos todos ser más humildes, podemos saber algo de esto ahora, pero cuanto más sepamos, más nos pareceremos a Cristo. Escrito está de nuestro bendito Señor (aunque él no tuvo pecado) que "siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil. 2:6-8). Recordemos también las palabras que preceden a este pasaje: "Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús" (Fil. 2:5). Los hombres que más son atraídos hacia el cielo, más se revisten de humildad. En la hora de la muerte, con un pie en la tumba, con algo de la luz del cielo brillando sobre ellos, cientos de grandes santos y dignatarios eclesiásticos han tenido plena conciencia de ser pecadores. Hombres como Selden, el obispo de Butler y el arzobispo de Longley, han dejado registrada su confesión de que nunca hasta esa hora, habían visto sus pecados con tanta claridad, ni sentido con tanta profundidad su deuda de misericordia y gracia. Sólo el cielo nos habrá de enseñar plenamente lo humilde que debiéramos ser. Sólo entonces, cuando estemos dentro del velo y miremos todo el camino de la vida por donde fuimos conducidos, sólo entonces, comprenderemos completamente la necesidad de ser humildes y lo hermoso que es serlo. Las palabras de Pablo que hoy nos parecen tan duras, aquel día no lo parecerán tanto. ¡Claro que no! Arrojaremos nuestras coronas delante del trono y comprenderemos lo que el gran teólogo quiso decir cuando afirmó: El himno en el cielo será: "¡Lo que ha hecho Dios!" (Nm. 23:23).