Aplicaciones prácticas
Concluyo este capítulo con tres aplicaciones prácticas. Para conveniencia de mis lectores, las pondré en forma de preguntas instando a cada uno a que las examine en silencio y luego dé una respuesta.
(a) Primero quiero preguntarle qué piensa usted de sí mismo. Ya hemos enfocado lo que Pablo pensaba de sí mismo. Ahora pues, qué pensamientos le vienen a la mente cuando los enfoca en usted mismo? ¿Ha descubierto la gran verdad fundamental de que es usted un pecador, un pecador culpable a los ojos de Dios?
Hay un clamor fuerte e incesante de que haya más escuelas que eduquen. Universalmente se deplora la ignorancia. Pero dé por seguro que no hay una ignorancia tan común y dañina como el desconocimiento de nosotros mismos. Sí, los hombres pueden saber mucho de arte, ciencia, idiomas, economía, política y el arte de gobernar y, no obstante, ser tristemente ignorantes en cuanto al estado de su corazón y de su posición delante de Dios.
Tenga por seguro que ese autoconocimiento es el primer paso hacia el cielo. Conocer la perfección inconmensurable de Dios y nuestra inmensa imperfección, ver nuestras propias faltas e inconmensurable corrupción, es el A-B-C de una fe salvadora. Cuanta más luz real interior tengamos, más humildes seremos y mejor comprenderemos el valor del evangelio de Cristo que tantos desprecian. El que tiene la peor opinión de sí mismo y de sus propias acciones es quizá el mejor cristiano delante de Dios. Sería bueno si muchos pudieran orar noche y día esta sencilla oración: "Señor, ayúdame a verme a mí mismo".
(b) En segundo lugar, ¿qué piensa usted de los siervos de Cristo? Por más extraña que parezca la pregunta, creo que el tipo de respuesta, si es sincera, a menudo es una prueba justa del estado de su corazón.
No le estoy preguntando acerca de algún clérigo perezoso, mundano e inconstante, un guardia dormido ni un pastor infiel ¡No! Le pregunto acerca del siervo fiel de Cristo, quien expone honestamente el pecado y hace que nos remuerda la conciencia. Tenga cuidado cómo contesta la pregunta. En la actualidad, a demasiadas personas les gustan los pastores que profetizan cosas buenas y se abstienen de hablar del pecado. Prefieren a los predicadores que alimentan su orgullo y complacen su gusto intelectual, les gusta oír a los que nunca hacen sonar una alarma ni les dicen nada de la ira que vendrá. Cuando Acab vio a Elías, le dijo: "¿Me has hallado enemigo mío?" (1 R. 21:20). Cuando a Acab le mencionaron al profeta Micaías, exclamó: "Le aborrezco, porque nunca me profetiza bien, sino solamente mal" (1 R. 22:8). ¡Ay, en este siglo existen muchos como Acab! Les gusta el ministerio de un pastor que no les hace sentir incómodos ni los manda inquietos a casa. ¿Cómo es usted? Créame, ¡el que más verdades le dice, mejor amigo es! Es una señal de impiedad en la Iglesia cuando los testigos de Cristo son silenciados o perseguidos y los hombres aborrecen a los que los reprenden (Is. 29:21). Fue un pronunciamiento solemne del profeta al rey Amasías cuando dijo: "Yo sé que Dios ha decretado destruirte, porque has hecho esto, y no obedeciste mi consejo" (2 Cr. 25:16).
(c) Por último, ¿qué piensa de Cristo mismo? A sus ojos, ¿es grande o pequeño? ¿Ocupa el primer o segundo lugar en su estima? ¿Está él delante o detrás de su Iglesia, sus siervos y sus ordenanzas? ¿Dónde está en su corazón y en su mente?
Al final de cuentas, ¡esta es la pregunta más importante que puede haber! El perdón, la paz, la conciencia tranquila, esperanza en la hora de la muerte y el cielo mismo, dependen de su respuesta. Saber de Cristo es vida eterna. Estar sin Cristo es estar sin Dios. "El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida" (1Jn. 5:12). Los amigos de una educación netamente secular, los defensores entusiastas de la reforma y el progreso, los adoradores de la razón, el intelecto, la mente y la ciencia pueden decir lo que quieran y hacer todo lo que quieran para arreglar al mundo. Pero descubrirán que sus esfuerzos son en vano, si no tienen en cuenta la Caída del hombre y si no hay lugar para Cristo en sus planes.
Existe una enfermedad grave en el corazón de la humanidad que echará por tierra todos sus esfuerzos y arrasará con todos sus planes. Esa enfermedad es el pecado. ¡Oh, si la gente al menos pudiera ver y reconocer la corrupción de la naturaleza humana y lo inútil que son los esfuerzos para mejorar al hombre que no se basan en el sistema curativo del evangelio! Sí, la plaga del pecado está en el mundo y no hay agua que pueda curar esa plaga, excepto la que fluye de la fuente para todo pecado: El Cristo crucificado.
En suma, ¿de qué vale la vanagloria? Como dijo un gran teólogo en su lecho de muerte: "Todos estamos despiertos a medias". Hasta el mejor cristiano entre nosotros, sabe poco de su glorioso Salvador, aun después de haber aprendido a creer, "ahora [ve] por espejo, oscuramente" (1 Co. 13:12). No sabemos de las "riquezas inescrutables" que hay en él. Cuando despertemos a su imagen en el más allá, nos sorprenderemos de que lo veíamos tan imperfectamente y que lo amamos tan poco. Procuremos conocerlo mejor ahora y vivamos en una comunión más íntima con él. Viviendo así, no sentiremos necesidad de sacerdotes humanos y confesionarios terrenales. Podremos decir: "Tengo todo y en abundancia, no quiero más. ¡Me es suficiente que Cristo murió por mí en la cruz, que Cristo intercede siempre por mí a la diestra de Dios, que Cristo mora en mi corazón por fe, que Cristo pronto vuelve para recogerme a mí y al resto de su pueblo para no volver a partir! Sí, Cristo es suficiente para mí. Teniendo a Cristo, tengo "inescrutables riquezas".
y si hay algo malo, me ayuda a bien.
Si él es mi amigo, todo lo tengo;
si no es mi amigo, estoy en pobreza.
Si gano en la vida o pierdo también,
lo único que importa es tenerlo a él.
a medias lo conozco, a medias lo adoro,
tan solo una parte de su amor percibo.
Mas cuando en la gloria un día me encuentre,
completamente su gloria veré.
Diré con un canto inspirado en su amor:
"Estoy satisfecho, él es mío y yo soy de él".