III. El castigo de la mujer de Lot
Hablaré ahora, en último lugar, sobre el castigo que Dios le impuso a la mujer de Lot. Las Escrituras describen su final en pocas y sencillas palabras. Está escrito que "la mujer de Lot miró atrás... y se volvió estatua de sal". Dios realizó un milagro para ejecutar su juicio sobre esta mujer culpable. La misma mano todopoderosa que le había dado vida, se la quitó en un abrir y cerrar de ojos. De ser carne y sangre viva se volvió estatua de sal.
¡Este es un final horroroso para cualquiera! Morir en cualquier momento es serio. Morir entre amigos y familiares, morir en calma y silencio en su propia cama, morir con las oraciones de hombres consagrados todavía retumbando en sus oídos, morir con esperanza por gracia con total seguridad de salvación, descansar en el Señor Jesús, alentado por las promesas del evangelio, de por sí ya es serio. Pero morir de pronto e instantáneamente, en el acto mismo de pecar, morir con perfecta salud y fuerza, morir por la intervención directa de un Dios airado es realmente aterrador. Pero este fue el final de la mujer de Lot. No se puede culpar a la letanía del Libro de Oraciones [anglicano] por conservar este pedido: "De una muerte súbita, buen Señor, líbranos".
¡Este fue un final sin esperanza! Hay casos cuando tenemos algo de esperanza para las almas de los que vemos descender a la tumba. Tratamos de convencernos de que nuestra pobre hermana o hermano fallecido se ha arrepentido para salvación en el último momento, y que se ha tomado de la punta del manto de Cristo a última hora. Hacemos memoria de las misericordias de Dios, recordamos el poder del Espíritu, pensamos en el caso del ladrón arrepentido, nos decimos que puede haber sucedido una obra de salvación que el moribundo no tuvo las fuerzas para decirlo en su lecho de muerte. Pero no hay tales esperanzas cuando una persona muere súbitamente en el acto mismo de pecar. La caridad no puede decir nada cuando el alma ha sido llevada en medio de una iniquidad, sin tiempo para pensar ni orar. Tal fue el final de la mujer de Lot. Fue un final sin esperanza. Se fue al infierno.
Es bueno que todos recordemos estas cosas. Es bueno que nos recuerden que Dios puede castigar bruscamente a los que pecan a sabiendas y que el mal uso de los grandes privilegios produce gran ira sobre el alma.
Faraón vio todos los milagros que realizó Moisés. Coré, Datán y Abirám, habían oído hablar a Dios desde el Monte Sinaí. Ofni y Finees eran hijos del Sumo Sacerdote de Dios. Saúl vivía a plena luz del ministerio de Samuel. Acab recibía frecuentemente las advertencias del profeta Elías. Absalón disfrutaba del privilegio de ser uno de los hijos de David. Belsasar tenía al profeta Daniel a su puerta. Ananías y Safira se sumaron a la iglesia en los días cuando los apóstoles obraban milagros. ¡Y Judas Iscariote fue escogido como compañero de nuestro Señor Jesucristo mismo! Pero todos estos pecaron a pesar de tener luz y conocimiento, y fueron destruidos súbitamente sin remedio. No tuvieron ni tiempo ni oportunidad para arrepentirse. Así como vivieron, así murieron; tal como eran, fueron llevados rápidamente a encontrarse con Dios. Partieron cargando todos sus pecados, sin perdón, sin renovación y totalmente ineptos para el cielo. Y aun muertos, hablan. Nos dicen, como la mujer de Lot, que es peligroso pecar contra la luz, que Dios aborrece el pecado y que existe un infierno.
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