Estos son aquellos a quienes se les mete en la cabeza ideas falsas sobre el amor, como le llaman ellos. Tienen un temor mórbido de ser intolerantes y cerrados, y están siempre volando al extremo opuesto. Anhelan complacer a todos y estar de acuerdo con todos. Pero se olvidan que primero deben estar seguros de que complacen a Dios.
Estos son aquellos a quienes les da pavor tener que sacrificarse y rehúyen tener que negarse a sí mismos. Parece que nunca pueden aplicar el mandato de nuestro Señor de "tomar la cruz" y "cortar su mano derecha" (Lc. 9:23; Mt. 5:29, 30). No pueden negar que nuestro Señor usó estas expresiones, pero nunca les encuentran un lugar en su propia religión. Se pasan la vida tratando de hacer más ancha la puerta y más liviana la cruz. Pero nunca tienen éxito.
Estos son los que siempre están tratando de andar al ritmo del mundo.
Estos son ingeniosos en descubrir razones para no separarse contundentemente del mundo y en dar excusas convincentes para participar de diversiones cuestionables y para frecuentar amistades objetables. Un día le cuentan a uno que asistieron a un estudio bíblico y el día siguiente quizá le cuentan que fueron a un baile. Un día ayunan o participan de la Cena del Señor y otro día van al hipódromo durante la mañana y en la noche a la ópera. Un día su entusiasmo por el sermón predicado por un predicador impresionante casi los lleva a la histeria y otro día están llorando al leer una novela. Están constantemente esforzándose por convencerse a sí mismos de que entremezclarse un poquito con la gente mundana en su entorno, hace bien. No obstante, en su caso, resulta muy claro que no les hace nada de bien, sino sólo daño.
Estos son los que no tienen el valor de luchar contra sus pecados, ya sea pereza, indolencia, mal carácter, orgullo, egoísmo, impaciencia o lo que sea. Permiten que estos sean un inquilino tolerablemente quieto y tranquilo de sus corazones. Dicen que es por su "salud, su temperamento, sus pruebas o su manera de ser. Su padre, su madre o su abuela eran iguales, por lo que están seguros de que no lo pueden remediar". ¡Y cuando uno los vuelve a ver después de más o menos un año, usted escuchará la misma historia!
Pero todo, todo, sí todo puede resumirse en una sola oración, son hermanos y hermanas de Lot. Se estancan, se detienen.
¡Ay, si es usted un alma que se mantiene detenida, no es feliz! Usted sabe que no lo es. Sería raro que lo fuera. El detenerse es la destrucción segura del cristianismo feliz. La conciencia del que se detiene le prohíbe disfrutar de paz interior.
Quizá en algún momento todo marchaba bien. Pero ha dejado su primer amor y, desde entonces, nunca ha sentido la misma tranquilidad y no volverá a sentirla hasta que vuelva a sus "primeras obras" (Ap. 2:5). Como Pedro, cuando prendieron al Señor Jesús, lo están siguiendo de lejos y como en el caso del apóstol, su camino no es agradable, sino difícil.
Venga y observe a Lot. Venga y tome nota de la historia de Lot. Venga, considere el "detenerse" de Lot y sea sabio.
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