Versículo para hoy:

miércoles, 18 de junio de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

Aplicaciones prácticas

    Concluyo este capítulo con tres aplicaciones prácticas. Para conveniencia de mis lectores, las pondré en forma de preguntas instando a cada uno a que las examine en silencio y luego dé una respuesta.

    (a) Primero quiero preguntarle qué piensa usted de sí mismo. Ya hemos enfocado lo que Pablo pensaba de sí mismo. Ahora pues, qué pensamientos le vienen a la mente cuando los enfoca en usted mismo? ¿Ha descubierto la gran verdad fundamental de que es usted un pecador, un pecador culpable a los ojos de Dios?

    Hay un clamor fuerte e incesante de que haya más escuelas que eduquen. Universalmente se deplora la ignorancia. Pero dé por seguro que no hay una ignorancia tan común y dañina como el desconocimiento de nosotros mismos. Sí, los hombres pueden saber mucho de arte, ciencia, idiomas, economía, política y el arte de gobernar y, no obstante, ser tristemente ignorantes en cuanto al estado de su corazón y de su posición delante de Dios.

    Tenga por seguro que ese autoconocimiento es el primer paso hacia el cielo. Conocer la perfección inconmensurable de Dios y nuestra inmensa imperfección, ver nuestras propias faltas e inconmensurable corrupción, es el A-B-C de una fe salvadora. Cuanta más luz real interior tengamos, más humildes seremos y mejor comprenderemos el valor del evangelio de Cristo que tantos desprecian. El que tiene la peor opinión de sí mismo y de sus propias acciones es quizá el mejor cristiano delante de Dios. Sería bueno si muchos pudieran orar noche y día esta sencilla oración: "Señor, ayúdame a verme a mí mismo".

    (b) En segundo lugar, ¿qué piensa usted de los siervos de Cristo? Por más extraña que parezca la pregunta, creo que el tipo de respuesta, si es sincera, a menudo es una prueba justa del estado de su corazón.

    No le estoy preguntando acerca de algún clérigo perezoso, mundano e inconstante, un guardia dormido ni un pastor infiel ¡No! Le pregunto acerca del siervo fiel de Cristo, quien expone honestamente el pecado y hace que nos remuerda la conciencia. Tenga cuidado cómo contesta la pregunta. En la actualidad, a demasiadas personas les gustan los pastores que profetizan cosas buenas y se abstienen de hablar del pecado. Prefieren a los predicadores que alimentan su orgullo y complacen su gusto intelectual, les gusta oír a los que nunca hacen sonar una alarma ni les dicen nada de la ira que vendrá. Cuando Acab vio a Elías, le dijo: "¿Me has hallado enemigo mío?" (1 R. 21:20). Cuando a Acab le mencionaron al profeta Micaías, exclamó: "Le aborrezco, porque nunca me profetiza bien, sino solamente mal" (1 R. 22:8). ¡Ay, en este siglo existen muchos como Acab! Les gusta el ministerio de un pastor que no les hace sentir incómodos ni los manda inquietos a casa. ¿Cómo es usted? Créame, ¡el que más verdades le dice, mejor amigo es! Es una señal de impiedad en la Iglesia cuando los testigos de Cristo son silenciados o perseguidos y los hombres aborrecen a los que los reprenden (Is. 29:21). Fue un pronunciamiento solemne del profeta al rey Amasías cuando dijo: "Yo sé que Dios ha decretado destruirte, porque has hecho esto, y no obedeciste mi consejo" (2 Cr. 25:16).

    (c) Por último, ¿qué piensa de Cristo mismo? A sus ojos, ¿es grande o pequeño? ¿Ocupa el primer o segundo lugar en su estima? ¿Está él delante o detrás de su Iglesia, sus siervos y sus ordenanzas? ¿Dónde está en su corazón y en su mente?

    Al final de cuentas, ¡esta es la pregunta más importante que puede haber! El perdón, la paz, la conciencia tranquila, esperanza en la hora de la muerte y el cielo mismo, dependen de su respuesta. Saber de Cristo es vida eterna. Estar sin Cristo es estar sin Dios. "El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida" (1Jn. 5:12). Los amigos de una educación netamente secular, los defensores entusiastas de la reforma y el progreso, los adoradores de la razón, el intelecto, la mente y la ciencia pueden decir lo que quieran y hacer todo lo que quieran para arreglar al mundo. Pero descubrirán que sus esfuerzos son en vano, si no tienen en cuenta la Caída del hombre y si no hay lugar para Cristo en sus planes.

    Existe una enfermedad grave en el corazón de la humanidad que echará por tierra todos sus esfuerzos y arrasará con todos sus planes. Esa enfermedad es el pecado. ¡Oh, si la gente al menos pudiera ver y reconocer la corrupción de la naturaleza humana y lo inútil que son los esfuerzos para mejorar al hombre que no se basan en el sistema curativo del evangelio! Sí, la plaga del pecado está en el mundo y no hay agua que pueda curar esa plaga, excepto la que fluye de la fuente para todo pecado: El Cristo crucificado.

    En suma, ¿de qué vale la vanagloria? Como dijo un gran teólogo en su lecho de muerte: "Todos estamos despiertos a medias". Hasta el mejor cristiano entre nosotros, sabe poco de su glorioso Salvador, aun después de haber aprendido a creer, "ahora [ve] por espejo, oscuramente" (1 Co. 13:12). No sabemos de las "riquezas inescrutables" que hay en él. Cuando despertemos a su imagen en el más allá, nos sorprenderemos de que lo veíamos tan imperfectamente y que lo amamos tan poco. Procuremos conocerlo mejor ahora y vivamos en una comunión más íntima con él. Viviendo así, no sentiremos necesidad de sacerdotes humanos y confesionarios terrenales. Podremos decir: "Tengo todo y en abundancia, no quiero más. ¡Me es suficiente que Cristo murió por mí en la cruz, que Cristo intercede siempre por mí a la diestra de Dios, que Cristo mora en mi corazón por fe, que Cristo pronto vuelve para recogerme a mí y al resto de su pueblo para no volver a partir! Sí, Cristo es suficiente para mí. Teniendo a Cristo, tengo "inescrutables riquezas".

Los bienes que tengo, vienen de su mano,
y si hay algo malo, me ayuda a bien.
Si él es mi amigo, todo lo tengo;
si no es mi amigo, estoy en pobreza.
Si gano en la vida o pierdo también,
lo único que importa es tenerlo a él.

Mientras viva en la tierra, no todo tendré,
a medias lo conozco, a medias lo adoro,
tan solo una parte de su amor percibo.
Mas cuando en la gloria un día me encuentre, 
completamente su gloria veré.
Diré con un canto inspirado en su amor:
"Estoy satisfecho, él es mío y yo soy de él".

lunes, 16 de junio de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

III. Cristo: El tema de la predicación de Pablo

    Notemos, en último lugar, lo que Pablo dice del gran tema de su predicación. Lo llama "las inescrutables riquezas de Cristo".

    Que el hombre de Tarso convertido predicara a "Cristo", es lo que hubiéramos esperado por sus antecedentes. Habiendo encontrado paz por medio de la sangre que Cristo derramó en la cruz, es indudable que querría contarle a otros lo que pasó en su encuentro con Jesús. Nunca perdía su valioso tiempo exaltando una mera moralidad sin raíces, en discutir abstracciones inciertas y expresiones vacías, como "lo cierto", "lo noble", "lo sincero", "lo hermoso", "los gérmenes de bondad en la naturaleza humana" y cosas parecidas. Siempre iba al fondo de cada cuestión y les mostraba a los hombres la gran enfermedad humana, su estado desesperante como pecadores y al Gran Médico que necesita el mundo enfermo de pecado.

    Además, el hecho de que predicara a Cristo entre "los gentiles", concuerda con todo lo que sabemos de su línea de acción en todo lugar y entre todas las gentes. Dondequiera que viajaba y se ponía de pie para predicar, en Antioquía, Listra, Filipos, Atenas, Corinto y Éfeso; entre griegos y romanos, letrados e iletrados, estoicos y epicúreos; ante ricos y pobres, bárbaros y escitas, libres y esclavos; Jesús y su muerte expiatoria, Jesús y su resurrección eran el tema central de sus sermones. Variaba sabiamente su método de presentarlo, según su auditorio, pero el tema y el corazón de su predicación era Cristo crucificado.

    Observemos en el texto que estamos enfocando una expresión muy peculiar, una expresión que incuestionablemente es única en sus escritos: "Las inescrutables riquezas de Cristo". Es el lenguaje fuerte y ardiente con el que siempre recordaba su deuda con la misericordia y la gracia de Cristo. Le encantaba mostrar con sus palabras la intensidad que sentía. Pablo no era un hombre que decía las cosas a medias (Quicquid fecit valde fecit). Nunca olvidó el camino a Damasco, la casa de Judas, la calle llamada Derecha, la visita del buen Ananías, las escamas que cayeron de sus ojos, su propia experiencia maravillosa de pasar de muerte a vida. Estos hechos siempre estaban a flor de piel en su mente y, entonces, no se conformaba con decir: "Me fue dada esta gracia de anunciar". No, amplía su tema. Lo llama "las inescrutables riquezas de Cristo".

    Pero, qué quiso decir el apóstol cuando se refirió a las "inescrutables riquezas"? Esta es una pregunta difícil de contestar. Es indudable que veía en Cristo una inmensurable provisión para las necesidades del alma del hombre, así que no tenía otra frase para expresar la inmensidad de esta verdad. Desde cualquier punto de vista que observaba a Cristo, veía en él mucho más de lo que la mente común podía concebir y expresar con palabras. Sólo podemos ofrecer conjeturas de lo que tuvo la intención de decir exactamente. No obstante, puede ser provechoso determinar detalladamente algunas de las cosas que con toda probabilidad, estaba pensando. Puede ser, tiene que ser, debiera ser provechoso. Después de todo, recordemos que estas "riquezas de Cristo" son bendiciones que usted y yo necesitamos hoy, tanto como las necesitaba Pablo; y lo mejor de todo es que estas "riquezas" están reservadas en Cristo para usted y para mí, tanto como lo estuvieron hace más de 1900 años. Siguen allí. Todavía se ofrecen gratuitamente a todo aquel que esté dispuesto a aceptarlas. Siguen siendo la propiedad de cada uno que se arrepiente y cree. Demos una rápida mirada a algunas de ellas.

    (a) En primer lugar y sobre todo, grabemos en nuestra mente que hay inescrutables riquezas en la persona de Cristo. Esta unión del Hombre perfecto y el Dios perfecto en la persona de nuestro Señor Jesucristo es un gran misterio que ni siquiera podemos empezar a comprender. Es un hecho más allá de nuestra capacidad de captar. Pero, misteriosa como pueda ser esta unión, es una riqueza de paz y consolación de todo el que la acepta. El poder y la compasión infinitos se unen y combinan en nuestro Salvador. Si hubiera sido únicamente Hombre no nos hubiera podido salvar. Si hubiera sido únicamente Dios (lo digo con reverencia) no hubiera podido "compadecerse de nuestras debilidades" ni hubiera padecido "siendo tentado" (He. 2:18; 4:15). Siendo Dios, es poderoso para salvar y siendo Hombre, es totalmente apto para ser nuestra Cabeza, nuestro Representante y nuestro Amigo. Dejemos que los que nunca piensan seriamente nos provoquen, si quieren, discutiendo credos y teología dogmática. Pero nunca se avergüence el cristiano reflexivo de creer y aferrarse a la doctrina, casi olvidada de la Encarnación y de la unión de dos naturalezas en nuestro Salvador. Es una verdad rica y preciada el que nuestro Señor Jesucristo sea "Dios y Hombre".

    (b) En segundo lugar, grabemos en nuestra mente que hay inescrutables riquezas en la obra que Cristo realizó por nosotros cuando vivió, murió y resucitó aquí en la tierra. De hecho y en verdad, él completó la obra que su Padre le había encomendado (Jn. 17:4), la obra de expiación por el pecado, la obra de reconciliación, la obra de redención, la obra de satisfacción y la obra de sustitución como "el justo por el injusto". Sé que algunos llaman a estas breves frases "términos teológicos inventados por el hombre, dogmas humanos" y cosas así. Pero les resultará difícil probar que cada una de estas frases que pueden parecer trilladas, no contienen fehacientemente la sustancia de textos claros de las Escrituras, los cuales por conveniencia, como la palabra Trinidad, los teólogos decidieron resumir en una sola palabra la realidad de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Cada expresión es muy rica.

    (c) En tercer lugar, grabemos en nuestra mente que hay inescrutables riquezas en los oficios que Cristo realiza en este momento al vivir por nosotros a la diestra de Dios. Es nuestro Mediador, Abogado, Sacerdote, <intercesor, Pastor, Obispo, Médico, Capitán, Rey, Señor, Cabeza, Precursor, Hermano mayor y Esposo de nuestras almas. Es indudable que estos oficios no tienen ningún valor para los que no saben nada de Cristo. Pero para los que viven la vida de fe y buscan primeramente el reino de Dios, cada oficio es tan preciado como el oro.

    (d) Grabemos también en nuestra mente que hay inescrutables riquezas en los nombres y títulos conferidos a Cristo en las Escrituras. Son muchos, como bien lo sabe todo lector esmerado de la Biblia, pero por falta de espacio no haré más que seleccionar algunos. Pensemos por un momento en títulos como Cordero de Dios, el Pan de vida, la Fuente de agua viva, la Luz del mundo, la Puerta, el Camino, la Vid, la Roca, la Piedra Angular, el Manto del cristiano y el Altar del cristiano. Reflexione sobre cada uno de estos nombres y considere cuánta riqueza contienen. Para el hombre indiferente y mundano son solo "palabras" y nada más; pero para el cristiano auténtico, el análisis de cada título dará como resultado una riqueza de verdades benditas.

    (e) Por último, grabemos en nuestra mente que hay inescrutables riquezas en las características, cualidades, atributos, disposiciones e intenciones de la mente de Cristo hacia el hombre, que nos son reveladas en el Nuevo Testamento. En Él hay...

- riquezas de misericordia, amor y compasión por los pecadores,

- riquezas de poder para limpiar, perdonar y salvar perpetuamente,

- riquezas de buena voluntad para recibir a todo el que viene a él arrepentido y creyendo,

- riquezas de habilidad para cambiar, por su Espíritu, al corazón más duro y el carácter más malo,

- riquezas de tierna paciencia para sostener al creyente más débil,

- riquezas de fortaleza para ayudar a su pueblo hasta el fin, a pesar de todo obstáculo exterior e interior,

- riquezas de compasión por todos los desalentados que le llevan a él sus problemas y, por último, pero no por eso menos importante,

- riquezas de gloria para otorgar recompensas cuando vuelva para resucitar a los muertos y reunir a su pueblo, a fin de que moren con él en su Reino.

    ¿Quién puede estimar el valor de estas riquezas? Los hijos de este mundo las pueden tomar con indiferencia o rechazarlas con desprecio, pero para los que se dan cuenta del valor de sus almas es muy distinto. Dirán a una voz: "No hay riquezas que se comparen a las que tiene Cristo para su pueblo".

    Porque estas riquezas son inescrutables, es difícil estimar correctamente su valor. Son una mina, que no importa cuánto se trabaje, nunca se agota. Son como un manantial que , no importa cuánta agua se saque de él, nunca se seca. El sol en el cielo ha brillado durante miles de años y sigue dando luz, vida, calor y fertilidad a toda la superficie del globo. No existe un árbol ni una flor en Europa, Asia, África, América u Oceanía que no sea deudora al sol. Y el sol sigue brillando de generación en generación, una temporada tras otra, saliendo y poniéndose con una regularidad absoluta, dando a todos, sin tomar nada de nadie, siendo hoy la misma luz y el mismo calor que fue el día de la creación. El sol es sin duda alguna el gran benefactor de la humanidad. Lo mismo sucede con Cristo, si es que alguna ilustración puede acercarnos a la realidad. Él sigue siendo "el Sol de justicia" para toda la humanidad (Mal. 4:2). Millones de personas se han beneficiado de él en el pasado y con sus ojos puestos en él vivieron tranquilos y tranquilos murieron. Miríadas de personas en este mismo momento están tomando de él su dosis diaria de misericordia, gracia, paz, fortaleza y ayuda encontrando que en él mora "toda plenitud". No obstante, ¡estoy seguro de que desconocemos la mitad de las riquezas que él guarda! Muy apropiado fue que el apóstol usara la frase "inescrutables riquezas de Cristo".

martes, 10 de junio de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

    (a) En primer lugar, grabemos bien en nuestra mente que el ministerio cristiano es una institución bíblica. No cansaré al lector dándole citas bíblicas para dar prueba de lo que digo. Le recomiendo que sencillamente lea las Epístolas a Timoteo y a Tito, y forme su propio criterio. A mi modo de ver, si estas epístolas no autorizan un ministerio, las palabras carecen de significado. Formemos un tribunal de las primeras personas sin prejuicios, inteligentes, sinceras y sin intereses creados, y sentémoslas con un Nuevo Testamento a la mano para que investiguen y analicen esta pregunta: "¿Es el ministerio cristiano algo bíblico o no?" No tengo ninguna duda de lo que sería su veredicto.

    (b) En segundo lugar, grabemos bien en nuestra mente que el ministerio cristiano es una provisión sabia y útil de Dios. Asegura el mantenimiento regular de las ordenanzas de Cristo y de los medios de gracia. Proporciona un mecanismo subyacente para promover el despertar de los pecadores y la edificación de los santos. La experiencia enseña que los asuntos de todos terminan siendo los asuntos de nadie; y si esto es cierto en otros aspectos, no lo es menos en asuntos relacionados con la vida cristiana. Nuestro Dios es un Dios de orden, obra a través de medios, y no tenemos razón alguna para esperar que su causa se mantenga por medio de intervenciones milagrosas constantes, mientras sus siervos no hacen nada. Para que haya predicación de la Palabra sin interrupción, además de la administración de las ordenanzas, no puede haber un plan mejor que la designación de una orden regular de hombres que se entregan totalmente a los negocios de Cristo.

    (c) En tercer lugar, grabemos bien en nuestra mente que el ministerio cristiano es un privilegio honroso. Es un honor ser embajador de un rey; la persona designada a tal cargo es respetado y le es concedida inmunidad diplomática. Antes de la invención del telégrafo era un honor y una distinción codiciada, anunciar noticias como la de la victoria en Trafalgar y Waterloo. ¡Cuánto más grande honor es ser embajador del Rey de reyes, y proclamar la buena noticia de la victoria obtenida en el Calvario! (2 Co. 5:20). Servir directamente a tal Señor, anunciar semejante mensaje sabiendo que los resultados de nuestra obra, si Dios la bendice, son eternos, es sin lugar a dudas un privilegio. Otros pueden trabajar por una corona corruptible, en cambio, el siervo de Cristo por una incorruptible.

    Nunca un país está en peores condiciones que cuando los siervos de Cristo han causado que se ridiculice y desprecie su ministerio. Lo que dice Malaquías es tremendo: "Os he hecho viles y bajos ante todo el pueblo, así como vosotros no habéis guardado mis caminos" (Mal. 2:9). Pero, ya sea que los hombres escuchen o no, el puesto de un embajador fiel es honroso. Es digno de notar lo que dijo un anciano misionero a los noventa y seis años en su lecho de muerte: "Lo mejor de lo mejor que puede hacer el hombre es predicar el evangelio".

    Concluyo esta parte de mi tema con el pedido ferviente de que todos los que oran no dejen de elevar sus súplicas y oraciones intercesoras por los siervos de Cristo. Que nunca falte una buena medida de ellas aquí y en el campo misionero, de modo que estos se mantengan fieles en el evangelio y santos en su diario vivir, y que tengan cuidado de sí mismos y de la doctrina (1 Ti. 4:16).

    Ah, recordemos que mientras nuestro ministerio es honroso, útil y bíblico ¡es también uno de profunda y dolorosa responsabilidad! Atendemos a las almas "como quienes han de dar cuenta" de ellas (He. 13:17). Si las almas se pierden por nuestra infidelidad, su sangre será demandada de nuestra mano. Nuestra misión sería fácil si se tratara sólo de leer los servicios, administrar las ordenanzas, usar vestimentas especiales, conducir una serie de ceremonias, ejercicios, gestos y posturas. Pero aquello no es todo. Tenemos que entregar el mensaje de nuestro Señor, declarar todo el consejo de Dios (Hch. 20:27) y no guardarnos nada que sea provechoso. Si a nuestras congregaciones no les anunciamos toda la verdad podemos arruinar para siempre sus almas inmortales. La vida y la muerte están en poder de la boca del predicador. Con razón decía el apóstol: "¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!" (1 Co. 9:16).

    Pido una vez más que ore por nosotros. ¿Quién es suficientemente apto para la tarea? Recuerde el viejo dicho de los Padres de la Iglesia: "Nadie está en peor peligro espiritual que los pastores". Es fácil que nos critiquen y nos encuentren defectos. Tenemos este tesoro en vasijas de barro. Somos hombres con las mismas pasiones que todos y no somos infalibles. Ore por nosotros en estos días de pruebas, tentaciones y controversias, pida que a nuestra iglesia nunca le falten obispos y diáconos firmes en la fe, audaces como leones, "prudentes como serpientes, y sencillos como palomas" (Mt. 10:16). El mismo que dijo: "Me fue dada esta gracia de anunciar", dijo también en otra ocasión: "Orad por nosotros, para que la palabra del Señor corra y sea glorificada así como lo fue entre vosotros, y para que seamos librados de hombres perversos y malos porque no es de todos la fe" (2 Ts. 3:1, 2).

domingo, 8 de junio de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)


II. El ministerio de Pablo

    En segundo lugar, notemos lo que dice Pablo acerca de su ministerio. Las palabras del apóstol son muy sencillas al referirse a él. Dice: "Me fue dada esta gracia de anunciar" o sea, predicar.

    El significado de esta frase es claro: "Me fue dado el privilegio de ser un mensajero de las buenas nuevas. He sido comisionado para ser el heraldo de las nuevas de gran gozo". No podemos dudar de que el concepto paulino del oficio del pastor, incluía la administración de las ordenanzas y de hacer todas las demás cosas necesarias para la edificación del cuerpo de Cristo. Pero aquí, como en otros lugares, es evidente que la idea principal continuamente en su mente era la responsabilidad principal de un ministro del Nuevo Testamento. Esta responsabilidad es ser predicador, evangelista, embajador de Dios, mensajero de Dios y heraldo de las buenas nuevas a un mundo caído. Dice en otro lugar: "No me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio" (1 Co. 1:17).

    No veo que Pablo haya apoyado alguna vez la teoría favorita de muchos, de que la intención era que fuera un ministerio sacerdotal, un sacerdocio eucarístico-sacrificial en la iglesia de Cristo¹. No hay ni una palabra en el libro de los Hechos ni las epístolas a las iglesias que justifique semejante noción. No está escrito en ninguna parte que "Dios haya nombrado a algunos en la iglesia, primero apóstoles, luego [sacerdotes]" (1 Co. 12:28). Hay una ausencia notable de esta teoría en las epístolas pastorales a Timoteo y Tito, donde uno esperaría encontrarla, si es que pretendiera encontrar base para esas ideas.

    Por el contrario, precisamente en estas epístolas, leemos expresiones como: "Manifestó su palabra por medio de la predicación". "Yo fui constituido predicador". "Para que por mí fuese cumplida la predicación" (Tito 1:3; 1 Ti. 2:7; 2 Ti. 1:11; 2 Ti. 4:17). Y, como broche de oro, una de sus últimas exhortaciones a su hijo espiritual Timoteo, cuando lo dejó a cargo de una iglesia organizada, es esta frase concisa y expresiva: "Que prediques la palabra" (2 Ti. 4:2). En suma, creo que Pablo quiso que comprendiéramos que, no importa lo variadas que sean las obras para las cuales el pastor es apartado, la primera, más importante y principal es ser predicador de la Palabra de Dios.

    Pero, a pesar de que me niego a aceptar que las Escrituras justifiquen la creencia de un sacerdocio eucarístico-sacrificial, no nos vayamos al otro extremo y quitemos valor al oficio del siervo de Cristo. Es peligroso ir en esa dirección. Aferrémonos a ciertos principios firmes sobre el ministerio cristiano y no importa cuánto nos disguste el sacerdocio y las enseñanzas católicas romanas, no dejemos que nada nos tiente a dejar que estos principios se nos vayan de las manos. Hay un término medio sólido entre una idolatría oprobiosa del  "sacerdotalismo" [creencia que enfatiza el poder de los sacerdotes como mediadores esenciales entre Dios y los hombres], por un lado, y una anarquía desordenada por el otro. El hecho de que no seamos papistas en este aspecto del ministerio, no quiere decir que tenemos que ser Cuáqueros o Hermanos Libres². Esto no era lo que Pablo tenía en mente.

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¹ Para aprehensión de muchos, los Cuáqueros y los Hermanos Libres parecen ignorar totalmente el oficio pastoral.
² [Editor: El Sacerdotalismo enfatiza la necesidad de un sacerdote para administrar la Cena del Señor y como mediador entre el creyente y Cristo].

miércoles, 4 de junio de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

    Los creyentes nuevos y todavía inmaduros, en el calor de su primer amor, pueden hablar de perfección si quieren. Los grandes santos en cada época de la historia eclesiástica, desde Pablo hasta hoy, siempre han estado "revestidos de humildad".   

    Si alguno entre mis lectores quiere ser salvo, sepa que los primeros pasos hacia el cielo son los de un profundo sentido del pecado y una opinión baja de sí mismos. Descarte esa débil y tonta tradición de que el comienzo de una vida cristiana se caracteriza por sentirse "bueno". En cambio, comprenda aquel gran principio bíblico de que tenemos que comenzar por sentirnos "malos" y que hasta cuando realmente nos sintamos "malos", nada sabremos de la bondad o la salvación cristiana. Bienaventurado el que ha aprendido a acercarse a Dios con la oración del publicano: "Dios, sé propicio a mí, pecador" (Lc. 18:13).

          Procuremos ser humildes. No hay otra gracia que le quede mejor al creyente. ¿Qué somos que justifique que nos sintamos orgullosos? De todos los seres del mundo, ninguno es tan dependiente como el hijo de Adán. Hablando de su físico, ¿qué cuerpo, como el cuerpo del hombre, requiere tanto cuidado y atención, y es cada día tan deudor a la mitad de la creación por su comida y ropa? Hablando de su mente, ¡qué poco saben los más sabios de los hombres (y los hay pocos), cuán ignorante es la mayor parte de la humanidad y cuánto sufrimiento generan por su ignorancia! "Somos de ayer", dice el libro de Job, "y nada sabemos" (Job 8:9). Por cierto que no hay ninguna cosa creada sobre la tierra o en el cielo que debiera estar revestida de humildad como debiera estarlo el hombre.

    Procuremos ser humildes. No hay gracia más apropiada para el cristiano. El Libro de Oraciones sin igual de la Iglesia Anglicana, de principio a fin, pone en la boca del que lo usa, el más humilde de los lenguajes. Las frases al principio de la oración matutina y la vespertina, la Confesión General, la Letanía y el Servicio de Comunión están repletos de expresiones humildes. Todos a una voz, brindan a los fieles de la Iglesia Anglicana, una enseñanza clara con respecto a nuestra posición correcta a la vista de Dios.

    Procuremos todos ser más humildes, podemos saber algo de esto ahora, pero cuanto más sepamos, más nos pareceremos a Cristo. Escrito está de nuestro bendito Señor (aunque él no tuvo pecado) que "siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil. 2:6-8). Recordemos también las palabras que preceden a este pasaje: "Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús" (Fil. 2:5). Los hombres que más son atraídos hacia el cielo, más se revisten de humildad. En la hora de la muerte, con un pie en la tumba, con algo de la luz del cielo brillando sobre ellos, cientos de grandes santos y dignatarios eclesiásticos han tenido plena conciencia de ser pecadores. Hombres como Selden, el obispo de Butler y el arzobispo de Longley, han dejado registrada su confesión de que nunca hasta esa hora, habían visto sus pecados con tanta claridad, ni sentido con tanta profundidad su deuda de misericordia y gracia. Sólo el cielo nos habrá de enseñar plenamente lo humilde que debiéramos ser. Sólo entonces, cuando estemos dentro del velo y miremos todo el camino de la vida por donde fuimos conducidos, sólo entonces, comprenderemos completamente la necesidad de ser humildes y lo hermoso que es serlo. Las palabras de Pablo que hoy nos parecen tan duras, aquel día no lo parecerán tanto. ¡Claro que no! Arrojaremos nuestras coronas delante del trono y comprenderemos lo que el gran teólogo quiso decir cuando afirmó: El himno en el cielo será: "¡Lo que ha hecho Dios!" (Nm. 23:23).

sábado, 31 de mayo de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

18. "Riquezas inescrutables"

"A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo". Efesios 3:8

    Si viéramos este versículo por primera vez, creo que todos consideraríamos que es extraordinario, aun si no supiéramos quién lo escribió. Es extraordinario por las figuras de lenguaje tan audaces e impresionantes que usa. "Menos que el más pequeño de todos los santos", "inescrutables riquezas de Cristo", estos son realmente "pensamientos que respiran y palabras que arden".

    Pero el versículo es doblemente extraordinario cuando consideramos quién lo escribió. El autor fue nada menos que el gran apóstol a los gentiles, Pablo, el líder de aquel pequeño y noble ejército de Cristo que dejó una profunda huella en la humanidad. Nadie nacido de mujer, (excepto su Maestro inmaculado), ha dejado una huella tan profunda, la cual permanece hasta hoy. Semejante frase de la plume de semejante hombre demanda especial atención.

    Observemos atentamente este texto y notemos tres cosas:

    I. Primero, lo que Pablo dice de sí mismo. Dice: "Soy menos que el más pequeño de todos los santos".

    II. Segundo, lo que Pablo dice de su ministerio. Dice: "Me fue dada esta gracia de anunciar [predicar]".

    III. Tercero, Pablo da a conocer el gran tema de su predicación. Lo llama "las inescrutables riquezas de Cristo".

    Confío que, algunos comentarios sobre cada uno de estos tres puntos, ayuden a grabar todo el texto en la memoria, conciencia, corazón y mente de mis lectores.

I. Lo que Pablo dice de sí mismo.

    En primer lugar, notemos lo que Pablo dice de sí mismo. El lenguaje que utiliza es singularmente decisivo. El fundador de iglesias famosas, el escritor de catorce epístolas inspiradas, ¿cómo se describe? Veamos algunas de sus palabras: "En nada he sido menos que aquellos grandes apóstoles" (2 Co. 12:11). "En trabajos más abundante; en azotes sin número; en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces" (2 Co. 11:23). "Estimo todas las cosas como pérdida". "Lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo" (Fil. 3:8). "Porque para m{i el vivir es Cristo, y el morir es ganancia" (Fil. 1:21). Emplea un modo enfático, comparativo y superlativo. "Soy menos que el más pequeño de los santos". ¡Qué pobre criatura ha de ser el más pequeño de los santos! No obstante, Pablo dice: "Soy menos que esa criatura".

    Sospecho que un lenguaje como este es casi ininteligible para muchos que profesan ser cristianos. Tan ignorantes de la Biblia como de sus propios corazones, no pueden comprender lo que dice un santo cuando habla humildemente de sí mismo y de sus logros. "Es una forma de hablar" dicen, "no puede significar otra cosa que la época cuando Pablo daba sus primeros pasos en el evangelio y comenzaba a servir a Cristo". Es tan cierto que "el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios" (1 Co. 2:14). Las oraciones, alabanzas, los conflictos, temores, esperanzas, gozos y aflicciones del cristiano auténtico y toda la experiencia del capítulo siete de Romanos son "locura" para el hombre del mundo. Así como un ciego no puede juzgar un cuadro de un pintor famoso y un sordo no puede apreciar el Mesías de Haendel, el inconverso no puede comprender totalmente la estimación humilde que tiene de sí mismo el apóstol.

    Pero podemos estar seguros de que lo que Pablo escribió, realmente lo sintió en su corazón. El lenguaje de nuestro texto no es único. Otros pasajes hasta lo exceden. A los filipenses les dice: "No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo". A los corintios les afirma: "Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol". A Timoteo le asegura: "Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero". A los romanos les exclama: "¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?" (Fil. 3:12; 1Co. 15:9; 1 Ti. 1:15; Ro. 7:24). La realidad es que Pablo veía en lo más profundo de su corazón muchos más defectos y flaquezas de los que veía en ningún otro. Los ojos de su entendimiento estaban tan abiertos por el Espíritu Santo de Dios que detectaba un centenar de cosas malas en sí mismo. Otros hombres con marcada miopía, jamás verían lo que Pablo sí podía ver. En suma, poseyendo gran luz espiritual, tenía una percepción enorme de su propia corrupción natural, tanto que estaba revestido de humildad de pies a cabeza (1 P. 5:5).

    Ahora bien, comprendamos claramente que una humildad como la de Pablo no era una característica únicamente del gran apóstol de los gentiles. Al contrario, es una característica principal de todos los santos más eminentes de Dios en todas las épocas. Cuanto mayor es la gracia que los hombres tienen en sus corazones más profunda es la percepción de su pecado. Más luz arroja el Espíritu Santo en sus almas, mejor disciernen sus propias flaquezas, corrupciones y tinieblas. El alma muerta no siente ni ve nada, con la vida viene una visión clara, una conciencia perceptiva y una sensibilidad espiritual. Observe las expresiones humildes que Abraham, Jacob, Job, David y Juan el Bautista usaban al referirse a ellos mismos. Estudie las biografías de santos modernos como Bradford, Hooker, George Herbert, Beveridge, Baxter y M'Cheyne. Note la característica que todos comparten, todos sentían profundamente sus pecados.

lunes, 19 de mayo de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)


 Nota

    Hay un pasaje de una obra del que fuera el escritor puritano Robert Traill, que arroja mucha luz sobre algunos puntos mencionados en este capítulo y que me gustaría que el lector leyera de principio a fin. Fue tomado de una obra poco conocida y menos leída. A mí me ha hecho bien y creo que le puede hacer bien a otros.

        Cuando el hombre despierta a su condición espiritual y tiene que enfrentar la pregunta: "¿Qué debo hacer para ser salvo?" (Hch. 16:30, 31), tenemos la respuesta apostólica: "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo". Esta respuesta es tan antigua que, a muchos, le parece anticuada. Pero sigue siendo y siempre será fresca, nueva, deliciosa y la única que resuelve este gran problema de la conciencia. Y lo seguirá resolviendo mientras duren la conciencia y el mundo. Ninguna sabiduría o conocimiento del hombre le encontrará nunca una grieta o falla; nadie podrá inventar otra respuesta mejor, ni ninguna otra puede curar completamente la herida de una conciencia avivada. Creer en el Señor Jesucristo es la respuesta.

        Aboquémonos a la tarea de ver la solución y el alivio que ofrecen algunos maestros de nuestra propia Israel a la pregunta del carcelero: ¿Qué debo hacer para ser salvo? Les corresponde decirle: "Arrepiéntete, llora por tus pecados apártate de ellos, aborrécelos y Dios tendrá misericordia de ti". "¡Ay!" responde el pobre hombre: "Mi corazón es duro y no puedo arrepentirme. Así es, mi corazón está más duro y vil que cuando pecaba sin que me remordiera la conciencia". Si uno le habla a este hombre de las calificaciones para recibir a Cristo, no entiende nada y si es sincero en cuanto a la obediencia, su respuesta es natural y pronta: "La obediencia es obra del hombre en vida y la sinceridad brota sólo del alma renovada". Por lo tanto, la obediencia sincera es tan imposible para un pecador muerto y no renovado como lo es la obediencia perfecta. ¿Por qué no darle la respuesta correcta al pecador avivado: "Cree en el Señor Jesucristo y serpas salvo"? Cuéntele quién es Cristo, lo que ha hecho y sufrido para obtener redención eterna de todos los pecadores y esto, según la voluntad de su Padre Dios. Relátele directa y sencillamente el evangelio de salvación del Hijo de Dios, cuéntele lisa y llanamente la historia y el misterio del evangelio. Bien pudiera ser que por este intermedio el Espíritu Santo dé fe, tal como lo hizo con aquellos primeros frutos entre los gentiles (Hch. 10:44).

    Si pregunta con qué garantía cuenta si cree en Jesucristo, dígale que es absolutamente indispensable que lo haga porque sin Cristo, perecerá eternamente. Dígale que Dios, en su gracia, le ofrece la redención por medio de la muerte de su Hijo. La promesa es que si acepta por la fe el remedio de Dios para el pecado, la salvación será suya. Dígale que tiene el mandato expreso de Dios de creer en el nombre de Cristo (1 Jn. 3:23) y que debe obedecerle conscientemente, al igual que cualquier otro mandato en la ley moral. Cuéntele de la aptitud y buena voluntad de Cristo para salvar; dígale que no rechaza jamás a ninguno que acude a él, que los casos desesperantes son los triunfos gloriosos de su poder para salvar. Dígale que no hay un punto medio entre la fe y la incredulidad, que no hay ninguna excusa para descuidar la primera y seguir en la segunda, que creer en el Señor Jesús para salvación agrada más a Dios que obedecer toda su ley; explíquele que la incredulidad es lo más desagradable para Dios y, entre todos los pecados del hombre, el más digno de condenación. Contra la magnitud de sus pecados, la maldición de la ley y la severidad de Dios como juez, hay un solo alivio para ofrecerle. Este alivio es la gracia libre e inconmensurable de Dios por los méritos de Cristo, quien se sacrificó a sí mismo para cargar en "él el pecado de todos nosotros" (Is. 53:6).

    Si responde: ¿Qué significa creer en Jesucristo?, debo decir que en la Biblia no aparece esta pregunta, pero que de una manera u otra muchos pasajes sugieren una respuesta. Están los que no creían en él, como los judíos (Jn. 6:28-30), los principales sacerdotes y los fariseos (Jn. 7:48); el ciego (Jn. 9:35). Cuando Cristo le preguntó al ciego: "¿Crees tú en el Hijo de Dios?", este le respondió: "¿Quién es, Señor, para que crea en él?" Inmediatamente, cuando Cristo le contestó (versículo 37), no preguntó: "¿Qué significa creer en él?", sino que dijo: "Creo, Señor, y le adoró", por lo que demostró tener fe en él y actuó en consecuencia. Lo mismo sucedió con el padre del muchacho poseído por un espíritu inmundo (Mr. 9:23, 24) y el eunuco (Hch. 8:37). Tanto los enemigos como los discípulos  de Cristo sabían que tener fe en él significaba creer que el Hombre Jesús de Nazaret era el Hijo de Dios, el Mesías y Salvador del mundo y que entonces, a él había que acudir para recibir y esperar salvación en su nombre (Hch. 4:12). Esto era anunciado por Cristo, sus apóstoles y sus discípulos y era del conocimiento de todos los que lo oían.

    Si todavía pregunta qué es lo que debe creer, dígale que no es llamado a creer que está en Cristo, que sus pecados han sido perdonados y que ha sido justificado, sino que debe creer lo que dice Dios en cuanto a Cristo (1 Jn. 5:10-12). Lo que dice Dios es que él nos da (es decir, nos ofrece) vida eterna a través de su Hijo Jesucristo y que todo aquel que de corazón lo cree y confía su alma a estas buenas nuevas, será salvo (Ro. 10:9-11). Y esto es lo que debe creer para poder ser justificado (Gá. 2:16).

    Si sigue diciendo que es difícil creer esto su duda es lógica, pero fácil de resolver. Esto nos habla de un hombre profundamente humillado. Cualquiera puede ver su propia imposibilidad de obedecer enteramente la ley de Dios, pero a pocos les resulta difícil creer. Para su alivio y resolución pregúntele qué es lo que se le hace difícil creer. ¿Es el hecho de que no está dispuesto a ser justificado y salvado? ¿Es porque no está dispuesto a ser salvo a través de Jesucristo para alabanza de la gracia de Dios en él y para dejar de vanagloriarse? Seguramente dirá que no. ¿Es la desconfianza en la verdad de lo que las Escrituras dicen del evangelio? Nunca lo admitirá. ¿Es dudar de la habilidad y buena voluntad de Cristo para salvar? Esto es contradecir el testimonio de Dios en los Evangelios. ¿Es porque duda tener suficiente interés en Cristo y su redención? Contéstele que creer en Cristo reemplaza la falta de interés en él.

    Si le dice que no puede creer en Jesucristo porque le resulta difícil actuar con fe y que necesita un poder divino para tener fe, y que no lo tiene, debe decirle que creer en Jesucristo no es una tarea que hay que realizar, sino descanso en Jesucristo. Tiene que decirle que pretender esto es tan irracional como si un hombre, cansado de un viaje y sin poder dar un paso más, dijera: "Estoy tan cansado que no me puedo acostar" cuando, en realidad, no puede seguir de pie ni seguir andando. El pobre pecador cansado nunca podría creer en Jesucristo hasta darse cuenta de que no puede hacer nada por sí mismo y que en cuanto cree siempre se entrega a Cristo para salvación, como un hombre sin esperanza e indefenso. Y como resultado de estos razonamientos con él sobre el evangelio, el Señor otorgará, por creer (como lo ha hecho a menudo): Fe, gozo y paz.
    -Works (Las obras) de Robert Traill, 1696, Tomo 1, pp. 266-269.

viernes, 16 de mayo de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

Aplicaciones prácticas

    (a) Y ahora, antes de terminar este capítulo, quiero hacerle una pregunta. ¿Sabe usted algo de la sed espiritual? ¿Ha sentido alguna vez una profunda preocupación por su alma? Me temo que muchos no saben nada de eso. He aprendido, por dolorosas experiencias durante un tercio de siglo, que la gente puede seguir asistiendo a la casa de Dios durante años sin ser consciente de sus pecados en ningún instante, ni tampoco el anhelo de ser salvos. Los cuidados de este mundo, el amor a los placeres y "los deseos de la carne" (Gá. 5:16), ahogan la buena semilla cada domingo y le impiden dar fruto. Van a la iglesia con corazones fríos como un adoquín de la calle por donde caminan. Se retiran tan impasibles e indiferentes como las viejas estatuas de mármol que los observan desde las paredes. Puede ser así, pero no pierdo la esperanza de que alguien se salve mientras vive. Ese viejo campanario de la Catedral de San Pablo en Londres que ha anunciado las horas durante tantos años, rara vez se escucha durante las agitadas horas del día. El ruido del tráfico en las calles tiene el extraño poder de amortiguar su sonido, impidiendo que se escuche.

    Pero cuando el trajín del día ha terminado, cuando se les ha puesto llave a los escritorios, las puertas se han cerrado, se han guardado los libros y reina silencio en la gran ciudad, todo cambia. Cuando el viejo campanario anuncia as once, las doce, la una, las dos y las tres, miles de personas que no lo escuchan durante el día, a esas horas lo oyen con claridad. Espero que lo mismo suceda con muchos con respecto a sus almas. Ahora, en la plenitud de su salud y fuerzas, me temo que la voz de la conciencia, a menudo, queda ahogada y no se puede escuchar por el trajinar del diario vivir. Pero el día puede venir cuando, le guste o no, el gran campanario de la conciencia se hará oír. El tiempo vendrá cuando postrado y en el silencio, obligado a estar quieto por alguna enfermedad, se verá forzado a mirar su interior y a considerar las cuestiones de su alma. Y entonces, cuando el gran campanario de la conciencia avivada suene en sus oídos, espero que el que lee estas líneas tema la voz de Dios y se arrepienta, aprenda a tener sed y venga a Cristo para calmarla. Sí, ¡ruego a Dios que le enseñe a sentir antes de que sea demasiado tarde!

    (b) Pero, ¿siente algo en este momento? ¿Está despierta y activa su conciencia? ¿Siente sed espiritual y anhela saciarla? Entonces preste atención a la invitación que le hago en el nombre de mi Señor: "Si alguno", no importa quien sea, de alta posición o sin posición, rico o pobre, letrado o iletrado, "si alguno tiene sed, acuda a Cristo y beba". Escuche y acepte esta invitación sin dilación. No se demore por nada. No se demore por nadie. ¿Quién sabe si por querer esperar "el momento adecuado" se le hará demasiado tarde? Ahora es cuando la mano del Redentor viviente se extiende desde el cielo, pero puede quitarla. Ahora es cuando la Fuente está abierta, pero pronto podría cerrarse para siempre. "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba" sin demora. Aunque usted haya sido un gran pecador y se haya resistido a las advertencias, los consejos y sermones, igual venga. Aunque haya pecado contra la luz y el conocimiento, contra los consejos de su padre y las lágrimas de su madre, aunque haya vivido años sin observar un Día del Señor y sin orar, igual venga. No diga que no sabe cómo venir, que no comprende lo que significa creer, que tiene que esperar hasta tener más luz. Alguien que está fatigado ¿va a decir que está demasiado cansado como para acostarse? ¿O alguien a punto de ahogarse, dirá que no sabe tomarse de la mano extendida para ayudarlo? ¿O el marinero naufragado, con un bote salvavidas al costado del barco encallado, dirá que no sabe cómo saltar al bote? ¡Oh, líbrese de estas excusas vanas! ¡Levántese y venga! La puerta no está cerrada. El manantial no se ha secado todavía. El Señor Jesús lo invita. Basta con que usted sienta sed y anhele ser salvo. Venga, venga a Cristo sin demora. ¿Quién alguna vez vino al manantial y lo encontró seco? ¿Quién se ha retirado alguna vez insatisfecho?

    (c) ¿Ha venido ya a Cristo y encontrado alivio? Entonces venga más cerca, acérquese más. Cuanto más cercana sea su comunión con Cristo, más tranquilidad sentirá. Cuanto más cerca viva del Manantial más sentirá "una fuente de agua que salte para vida eterna" (Jn. 4:14). No solo recibirá bendición usted, sino que será de bendición para otros.

    Quizá en este mundo impío no siente usted toda la tranquilidad que desea. Pero recuerde que es imposible tener dos cielos. La felicidad perfecta está por venir. El diablo no ha sido atado (Ap. 20:2). Vienen buenos tiempos para todos los que son conscientes de sus pecados, vienen a Cristo y entregan sus almas sedientas a su cuidado. Cuando él vuelva, se sentirán completamente satisfechos. Recordarán todo el camino recorrido por donde los condujo el Señor y comprenderán el porqué de todas las cosas que les sucedieron. Sobre todo, se preguntarán cómo pudieron vivir tanto tiempo sin Cristo y cómo fue posible que vacilaran tanto en acudir a él.

    Hay una cañada en las montañas de Escocia llamada Glen Croe, que brinda una magnífica ilustración de lo que será el cielo para las almas que vienen a Cristo. El camino que atraviesa Glen Croe lleva al viajero en una larga y empinada subida, con muchas vueltas y curvas cerradas. Pero al llegar a la cima de la cañada se encuentra una roca con estas sencillas palabras inscritas: "Descanse y esté agradecido". Estas palabras describen los sentimientos de cada persona que acudió a Cristo sedienta. Cuando llegue al cielo descansará y estará agradecida. La cima del camino angosto, finalmente, será nuestra. Habremos terminado nuestra trayectoria agobiante y nos sentaremos en el reino de Dios. Miraremos hacia el pasado y contemplaremos toda nuestra vida con agradecimiento y veremos la sabiduría perfecta de cada paso en la empinada subida por donde fuimos conducidos. Olvidaremos el angustioso esfuerzo de nuestro peregrinaje hacia el descanso glorioso. Aquí en este mundo, nuestro sentido de descansar en Cristo es débil y parcial, aun en el mejor de los casos. A veces, pareciera que apenas si gustamos plenamente "el agua viva". Pero cuando venga aquello que es perfecto, entonces todo lo imperfecto pasará. Podemos decir con el salmista: "Estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza" (Sal. 17:15). Beberemos "el agua viva", gozaremos los placeres del Señor y jamás volveremos a tener sed.

lunes, 12 de mayo de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)


 (a)  Algunos creyentes son "ríos de agua viva" durante su vida. Sus palabras, su 
conversación, su predicación y su enseñanza, son medios por los cuales el agua viva ha fluido a los corazones de sus prójimos. Entre ellos tenemos a los apóstoles que no escribieron ninguna epístola y sólo predicaron la Palabra. Algunos como 
Lutero, Whitefield, Wesley, Berridge, Rowlands y otros miles, vertieron "ríos de agua viva" durante su estancia en la tierra.

    (b) Algunos creyentes son "ríos de agua viva" cuando mueren. Su valentía al enfrentar al rey de los terrores, su firmeza en medio de sus peores sufrimientos, su fe inquebrantable en la verdad de Cristo aun mientras morían en la hoguera, la paz que manifestaban al borde del sepulcro han causado que miles reflexionen y centenares se arrepientan y crean en Cristo Jesús. Tales, por ejemplo, fueron los primeros mártires, a quienes los emperadores romanos persiguieron. Tales fueron John Huss y Gerónimo de Praga. Otros como Cranmer, Ridley, Latimer, Hooper y el resto del noble ejército de mártires fueron como "ríos de agua viva" en el momento de expirar. La obra que hicieron en la hora de su muerte fue mucho más grande que lo que hicieron en vida, como pasó con Sansón.

    (c) Algunos creyentes son "ríos de agua viva" mucho tiempo después de su muerte. Lo son por sus libros y escritos que circulan en todas partes del mundo mucho tiempo después de que las manos que sostuvieron la pluma se convirtieran en polvo. Entre ellos tenemos a Bunyan, Baxter, Owen, George Herbert y Robert M'Cheyne. Estos siervos benditos de Dios, probablemente, son ahora de más bendición por sus libros de lo que lo fueron con las palabras que dijeron durante sus vidas. Podemos decir de su herencia literaria lo que dice la Escritura acerca de la ofrenda de Abel: "Y muerto, aún habla por ella" (He. 11:4).

    (d) Por último, algunos creyentes son "ríos de agua viva" por el encanto de su comportamiento cotidiano. Hay muchos cristianos consecuentes, callados y gentiles que sin decir mucho ni hacer tanto ruido, sin darse cuenta, ejercen una influencia profunda sobre todo su entorno para bien. Los que fueron bendecidos por su manera de ser, fueron "ganados sin palabra" (1 P. 3:1). Su cariño, su buen carácter, su dulzura y su generosidad, hablan silenciosamente en un amplio círculo y siembran en las mentes las semillas que conducen a la reflexión y el autoanálisis. Fue un tremendo testimonio el de una anciana que falleció llena de paz, quien decía que además de debérsela a Dios, le debía su salvación al Sr. Whitefield: "No fue por ningún sermón que predicó, no fue por nada que jamás me dijo. Fue por la hermosa constancia y dulzura de su vida diaria en la casa donde se estaba quedando cuando yo era apenas una niña. Me dije a mí misma que si alguna vez buscara yo a Dios, el Dios del Sr. Whitefield sería mi Dios".

    Haga suyo este aspecto que incluye la promesa de nuestro Señor y no lo olvide nunca. No piense ni por un momento que su propia alma es la única que será salva si usted acude a Cristo por fe y lo sigue. Piense en la bendición de ser un "río de agua viva" para los demás. ¡Quién sabe si usted no será el medio para traer a muchos otros a los pies de Cristo! Viva, actúe, hable, ore y obre teniendo esto siempre en mente. Conocí una familia, compuesta del padre, la madre y diez hijos en que el evangelio entró al hogar por una de las hijas; al principio ella era la única creyente y el resto de la familia estaba en el mundo. Y, no obstante, antes de morir, pudo ver a sus padres y a todos sus hermanos entregados al Señor; y todo comenzó, humanamente hablando, ¡por su influencia! En vista de esto, no dudemos de que el creyente puede ser para otros un "río de agua viva". Quiz{a las conversiones no sucedan durante su vida y puede morir antes de verlas. Pero nunca dude de que una conversión, generalmente, lleva a otras conversiones y que son pocos los que van solos al cielo. Cuando falleció Grimshaw de Haworth, el apóstol del norte, su hijo vivía sin fe y sin Dios. Al paso del tiempo, el hijo se convirtió. ¿Cuál fue el factor determinante en su conversión? Nunca olvidó los consejos y el ejemplo de su padre. Sus últimas palabras fueron: "¿Qué dirá mi anciano padre cuando me vea en el cielo?" Animémonos, sigamos teniendo esperanza y creyendo la promesa de Cristo.

domingo, 4 de mayo de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

La mayor parte de las promesas de nuestro Señor se refieren, especialmente, al beneficio de la persona a quien van dirigidas. La promesa que estamos considerando nos lleva a una gama mucho más amplia: Parece referirse a muchos otros fuera de aquellos a quienes él habló en primera instancia. ¿Por qué dice él? ¨El que cree en mí, como dice la Escritura" y en todas partes enseña que "de su interior correrán ríos de agua viva". "Eso dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él" (Jn. 7:39). Obviamente lo dijo en sentido figurado, al igual que las palabras anteriores: "Sed" y "beber". Pero todas las figuras de lenguaje usadas en las Escrituras contienen grandes verdades y respecto de la figura de los "ríos de agua viva" no es la excepción y voy a tratar de demostrarlo:

Sed espiritual

    (1) Por un lado, entonces, creo que nuestro Señor quiso decir que el que se acerca a Dios por la fe, recibirá un suministro abundante de todo lo que pueda necesitar para satisfacer las necesidades de su alma. El Espíritu le brindará un sentido permanente de perdón, paz y esperanza que será dentro de él como un manantial que nunca se seca. Se sentirá satisfecho con lo que dice la Palabra: "Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío y os lo hará saber" (Jn. 16:15). El Espíritu le mostrará que ya no tendrá ansiedad espiritual en cuanto a la muerte, el juicio y la eternidad. Puede tener sus rachas de oscuridad y duda por sus propias flaquezas o las tentaciones del diablo. Pero, hablando en general, en cuanto acude a Cristo con fe, encuentra en lo profundo de su corazón un manantial de consolación. Esto, comprendamos, es lo primero que contiene la promesa que estamos enfocando. "Solo ven a Mí, pobre alma ansiosa", parece decir nuestro Señor. "Solo ven a Mí y tu ansiedad espiritual encontrará alivio. Pondré en tu corazón, por el poder del Espíritu Santo tal sentido de perdón y paz, por Mi expiación e intercesión, que no volverás a tener sed. Podrás tener tus dudas, temores y conflictos mientras estás en la carne. Pero una vez que hayas acudido a Mí y, habiéndome aceptado como tu Salvador, nunca volverás a perder totalmente tu esperanza. La condición de tu hombre interior cambiará a fondo, de tal manera que sentirás como si dentro de ti hubiera un manantial del que fluye agua permanentemente".

    ¿Qué diremos de estas cosas? Declaro mi propia creencia de que cuando alguien realmente acude a Cristo por fe, encuentra que esta promesa se cumple. Quizá alguno puede ser débil en la gracia y tener cierto recelo sobre su propia condición. Quizá ni se atreva a decir que se ha convertido, que ha sido justificado, santificado y que es apto para recibir la herencia de los santos en luz. Pero, a pesar de todo eso, afirmo con plena seguridad que aun el creyente más humilde y débil tiene adentro algo de lo cual no se puede desprender, aunque todavía no lo comprenda del todo. ¿Y qué es ese "algo"? Es ese "río de agua viva" que comienza a correr en el corazón de cada hijo de Adán en cuanto viene a Cristo y bebe. En este sentido, creo que la maravillosa promesa de Cristo siempre se cumple.

    (2) Pero, ¿es esto todo lo que contiene la promesa que estamos enfocando? De ninguna manera. Queda mucho más por decir. Creo que nuestro Señor quiso que comprendiéramos que el que acude a él con fe, no solo tendrá una abundancia de todo lo que necesita para su propia alma sino que también será una fuente de bendición para el alma de otros. El Espíritu que mora en él lo convertirá en un manantial de bien para sus prójimos, de manera que en el día final se sabrá con toda certeza que de él fluían "ríos de agua viva".

    Esta es la parte más importante de la promesa de nuestro Señor y lleva a un tema que rara vez captan y comprenden muchos cristianos. Pero es uno de profundo interés y merece más atención de la que recibe. Creo que esto es una verdad de Dios. Creo que así como "ninguno de nosotros vive para sí" (Ro. 14:7), el hombre no se convierte solo para sí y que la conversión de un hombre o una mujer, siempre lleva a la conversión de otros, por la maravillosa providencia de Dios. No digo ni por un momento que todos los creyentes lo saben. Creo que es mucho más probable, que hay muchos que viven y mueren en la fe, sin tener conciencia de haberle hecho un bien a algún alma. Creo que en la mañana de resurrección y el Día del Juicio, cuando sea revelada la historia secreta de todos los cristinos, habrá pruebas de que el significado completo de la promesa que estamos enfocando nunca ha fallado. Dudo que habrá algún creyente que no haya sido para alguien un "río de agua viva", un canal por medio del cual el Espíritu ha dado gracia salvadora. Aun el ladrón arrepentido, con lo breve que fue su tiempo después de arrepentirse, ¡ha sido motivo de bendición para miles de almas!

jueves, 1 de mayo de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

III. La promesa

    En último lugar, enfoquemos la promesa ofrecida a todo aquel que acude a Cristo. "El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva" (Jn. 7:38).

    El tema de las promesas bíblicas es inmenso y sumamente interesante. Dudo que reciba la atención que merece en la actualidad. El libro Scripture Promises (Promesas Bíblicas) por Clarke, es un viejo libro que se estudia mucho menos ahora que en la época de nuestros padres. Pocos cristianos conocen la cantidad, amplitud, anchura, profundidad, altura y variedad de promesas preciosas en la Biblia para el beneficio y aliento especial de todos los que quieren aprovecharlas.

    No obstante, las promesas constituyen la base de casi todas las transacciones entre los hombres. La gran mayoría de los hijos de Adán en todo país civilizado actúa todos los días con fe en promesas. El obrero trabaja desde el lunes en la mañana hasta el sábado por la noche porque cree que al final de la semana recibirá el jornal prometido. El soldado se alista en el ejército y el marino se enrola en la marina, con la confianza total de que sus superiores le darán el sueldo prometido. La trabajadora doméstica más humilde en una casa de familia cumple día a día sus deberes creyendo que su patrona le pagará lo que le prometió. En el mundo de los negocios en las grandes ciudades, entre comerciantes, banqueros y vendedores, nada podría realizarse sin una fe continua en las respectivas promesas. Todo el mundo sabe que los cheques, las facturas y los pagarés son el único medio por el cual la inmensa mayoría del mundo comercial puede desarrollarse. Los hombres de negocios se ven obligados a actuar por fe y no por vista. Creen las promesas y esperan que los demás crean las de ellos. De hecho, las promesas y la fe en que se cumplirán y las acciones realizadas por fe en promesas, son la espina dorsal de nueve de cada diez transacciones del hombre con su homólogo en todo el mundo cristiano.

    De la misma manera, las promesas en la Biblia, son un recurso grandioso que usa Dios para acercarse al alma del hombre. El estudioso serio de las Escrituras no puede dejar de observar que Dios continuamente apela al hombre que lo escuche, obedezca, sirva y realice grandes cosas, y que, escuchándolo, crea. En suma, como dice Pedro: "Nos ha dado preciosas y grandísimas promesas" (2 P. 1:4). Aquel que en su misericordia causó que se escribieran las Sagradas Escrituras para nuestro beneficio, ha demostrado su conocimiento perfecto de la naturaleza humana al incluir, a través de todas sus páginas, una riqueza inconmensurable de promesas adecuadas para cada experiencia y cada circunstancia de la vida. Parece decir: "¿Quieres saber lo que pienso hacer para ti? ¿Te gustaría escuchar mis condiciones? Toma tu Biblia y lee". Pero hay una gran diferencia entre las promesas de los hijos de Adán y las promesas de Dios, que nunca debemos olvidar. Las promesas del hombre no necesariamente se cumplen. Aun con las mejores intenciones, no siempre puede uno cumplir su palabra. Puede suceder una enfermedad o una muerte inesperada puede llevarse de este mundo al que prometió algo. Guerras, pestilencias, hambrunas, cosechas que fallan o huracanes pueden dejarlo a uno en la miseria imposibilitándolo para cumplir sus compromisos.

    Por el contrario, las promesas de Dios se cumplen sin fallar. Él es todopoderoso, nada puede impedirle hacer lo que dijo que haría. Nunca cambia, "si él determina una cosa, ¿quién lo hará cambiar?" y con él no hay "mudanza, ni sombra de variación" (Job 23:13; Stg. 1:17). Siempre cumplirá su palabra. Hay una cosa que Dios no puede hacer, como le dijo cierta vez una niñita a su maestra: "Es imposible que Dios mienta" (He. 6:18). Aun las cosas más insólitas e improbables que Dios dijo que haría, siempre las ha hecho. ¿Quién hubiera imaginado eventos tan improbables como la destrucción del mundo por un diluvio y la preservación de Noé en el arca, el nacimiento de Isaac, la liberación de Israel de la esclavitud en Egipto, la entronización de David, el nacimiento milagroso de Cristo, la resurrección de Cristo, la dispersión de los judíos por todo el mundo y su continua preservación como un pueblo singular? No obstante, Dios dijo que todas estas cosas sucederían y a su tiempo sucedieron. En verdad, para Dios es tan fácil hacer una cosa como lo es decirla. <lo que promete, ciertamente hará.

    En cuanto a la variedad y riqueza de las promesas bíblicas, hay mucho más que considerar de lo que se puede decir en una breve exposición como esta. Son miles. El tema es casi inagotable. No hay ni una etapa en la vida humana, desde la niñez hasta la vejez, ninguna posición en que se puede encontrar una persona para la cual la Biblia no brinda aliento a todo el que quiera hacer lo correcto a los ojos de Dios. Hay promesas en el erario de Dios para cada condición. Las promesas que Dios hace por su misericordia y compasión infinita, incluyen su prontitud en recibir a todo el que se arrepiente y cree, su buena disposición de perdonar y absolver al peor de los pecadores. Sus promesas conllevan su poder de cambiar los corazones y transformar nuestra naturaleza corrupta, los incentivos para orar, escuchar el evangelio y acercarnos al trono de la gracia, y las fuerzas para cumplir nuestros deberes. Consuelan en las aflicciones, dan dirección en la perplejidad, ayuda en las enfermedades, consolación en la muerte, fortaleza cuando hemos perdido a un ser querido, felicidad más allá de la tumba y recompensa en la gloria. Para todo esto existe un suministro abundante de promesas en la Palabra. Nadie puede formarse una idea de su abundancia, a menos que analice con cuidado las Escrituras, manteniendo constantemente su atención en el tema. Si alguien lo duda, solo puedo decir: "Ven y ve". Al igual que la reina de Saba en la corte de Salomón, no tardaría en decir: "Yo no lo creía hasta que he venido y mis ojos han visto que ni aun se me dijo la mitad" (1R. 10:7).

    La promesa de nuestro Señor Jesucristo, que encabeza este artículo, es un tanto peculiar. Es singularmente rica en estímulo a todos los que tienen sed espiritual y vienen a él para satisfacerla. Por lo tanto, merece que le demos especial atención.

lunes, 28 de abril de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

 (b) Además, el que tiene sed y quiere que Cristo le dé alivio tiene que acudir a él de hecho y en verdad. No basta desear, hablar, tener la intención, resolver y tener esperanza. El infierno, esa realidad horrible, está empedrado de buenas intenciones. Miles de personas se pierden cada año por esta razón, perecen miserablemente estando ya a un solo paso del puerto seguro. Viven con buenas intenciones y con buenas intenciones mueren. ¡Oh, no! ¡Tenemos que "levantarnos y venir"! Si el hijo pródigo se hubiera contentado diciendo "... Espero volver a casa algún día", hubiera permanecido para siempre entre los cerdos. Cuando se levantó y vino a su padre, fue que su padre corrió para encontrarse con él y dijo: "Sacad el mejor vestido y vestidle;... comamos y hagamos fiesta" (Lc. 15:20-23). Como él, tenemos que "volver en sí" y pensar, pero también tenemos que actuar. El hijo pródigo dijo: "Me levantaré e iré". Es necesario acudir al Sumo Sacerdote, a Cristo, de hecho y en verdad. Tenemos que acudir al Médico.

    (c) También, el que tiene sed y quiere acudir a Cristo debe recordar que lo único que se requiere es una fe sencilla. Sí, es bueno acudir con arrepentimiento, con un corazón quebrantado y contrito, pero ni sueñe en confiar en esto para ser aceptado. La fe es la única mano que puede llevar el agua viva a nuestros labios. La fe es el engranaje por medio del cual todo funciona en el tema de nuestra justificación. Está escrito una y otra vez que "todo aquel que en él cree... no se pierde, sino que tiene vida eterna" (Jn. 3:15-16). "Mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia" (Ro. 4:5). Bienaventurado es el que puede hacer suyo el principio que contiene aquel himno sin igual:

"Tal como soy de pecador,
sin otra confianza que tu amor,
a tu llamado vengo a ti:
Cordero de Dios, heme aquí".

     ¡Qué simple parece este remedio para la sed! Pero, ¡oh, qué difícil es convencer a algunas personas de que lo reciban! Pídales que hagan algo grande, que mortifiquen su cuerpo o que participen en una peregrinación, que den todos sus bienes para dar de comer a los pobres con el fin de hacer méritos para ser salvos y, seguramente, procurarán hacerlo. Dígales que tiren por la borda toda idea de méritos y salvación por obras, que acudan a Cristo como pecadores vacíos, sin nada en sus manos y, como hizo Naamán, querrán dar media vuelta con desprecio (2 R. 5:12). La naturaleza humana es siempre la misma en todas las épocas. Todavía hay algunas gentes que piensan como los judíos y otras como los griegos. Para los judíos, Cristo crucificado sigue siendo una piedra de tropiezo y para los griegos locura. ¡Esa trágica sucesión nunca ha cesado! Nuestro Señor nunca nos dijo algo más cierto que cuando se refirió a los escribas soberbios en el Sanedrín: "Y no queréis venir a mí para que tengáis vida" (Jn. 5:40).

    Pero, por más simple que parezca este remedio para la sed, es el único que cura la enfermedad espiritual del hombre y el único puente entre la tierra y el cielo. Reyes y súbditos, predicadores y oyentes, amos y siervos, encumbrados y proletarios, ricos y pobres, letrados e iletrados, todos por igual, tienen que beber de esta agua de vida y beberla de manera idéntica. Durante más de dieciocho siglos, los hombres se han esforzado por encontrar algún otro remedio para sus conciencias agotadas, pero se han esforzado en vano. Miles, después de ampollarse las manos, de envejecerse cavando cisternas rotas que no retienen agua (Jer. 2:13), se han visto obligados a volver a la Fuente de antaño y han confesado en sus últimos momentos que sólo en Cristo hay verdadera paz.

    Y por más simple que parezca ser el viejo remedio para la sed, es la raíz de la vida interior de todos los más grandes siervos de Dios en todas las épocas. ¿Qué han sido los santos y mártires a lo largo de la historia de la Iglesia, sino hombres que han acudido cada día a Cristo por fe y han encontrado que su "carne es verdadera comida" y que su "sangre es verdadera bebida" (Jn. 6:55)? ¿Qué han sido, sino hombres que vivían la vida de fe en el Hijo de Dios y bebían cotidianamente de la plenitud que hay en él (Gá. 2:20)? Aquí, en todos los casos, los mejores y más auténticos cristianos que han dejado su huella en el mundo, han sido de un mismo sentir. Santos padres y reformadores, teólogos santos anglicanos e inconformistas, sus mejores momentos han dado testimonio uniforme del valor de la Fuente de vida. Separatistas y polémicos, como a veces han sido durante sus vidas, al morir no han estado divididos. En su última lucha con el rey de los terrores, simplemente se han aferrado a la cruz de Cristo, gloriándose únicamente en la "sangre preciosa" y la Fuente disponible para limpiar todo pecado e impureza.

    ¡Qué agradecidos debiéramos estar de que vivimos en un país donde el gran remedio para la sed espiritual es bien conocido, en un país de Biblias abiertas, donde se predica el evangelio y hay abundantes medios de gracia; un país donde aún se proclama la eficacia del sacrificio de Cristo en iglesias más o menos llenas y desde  unos 20.000 púlpitos cada domingo! No apreciamos el valor de nuestros privilegios. Por la propia familiaridad del maná pensamos poco en ello, así como Israel detestaba el "pan tan liviano" en el desierto (Nm. 21:5). Pero abra las páginas de algún filósofo pagano como el incomparable Platón y fíjese cómo andaba a tientas buscando luz como quien anda con los ojos vendados y se cansaba tratando de encontrar la puerta. El campesino más humilde que capta las cuatro "palabras de consuelo", en la liturgia de la Comunión en el Libro de Oraciones (Mt. 11:28; Jn. 3:16; 1T. 1:15; 1 Jn. 2:1,2), sabe más sobre la paz con Dios que el sabio ateniense. Lea los relatos de viajeros y misioneros fidedignos, sobre el estado de los paganos que nunca han oído el evangelio. Lea de los sacrificios humanos en África y las torturas voluntarias horribles de los devotos indostanos y recuerde que todo es resultado de una "sed" no aplacada y un anhelo ciego e insatisfecho de acercarse a Dios. Y entonces, aprenda a ser agradecido porque vive en un país como el suyo. ¡Ay, me temo que Dios tiene una contienda contra nosotros por nuestra ingratitud! Frío y muerto debe ser aquel corazón que puede estudiar las condiciones en África, china e Indostán y no agradecer a Dios porque vive en un país cristiano.

sábado, 26 de abril de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

II. El remedio

    Paso ahora del caso supuesto al remedio propuesto. "Si alguno tiene sed", dice nuestro bendito Señor Jesucristo, "venga a mí y beba".

    Hay una sencillez maravillosa en esta breve frase que es imposible admirar demasiado. No tiene ni una palabra cuyo significado literal no sea claro hasta para un niño. No obstante, sencillo como parece, tiene un rico significado espiritual. Como el diamante Kohinoor que usted puede llevar entre el pulgar y el índice, es de un valor incalculable.

    Venir y beber soluciona el gran problema que todos los filósofos de Grecia y Roma no pudieron resolver: "¿Cómo puede el hombre tener paz con Dios? Guárdelo en su memoria junto con otras seis máximas de oro de nuestro Señor:

"Yo soy el pan de vida; el que a Mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en Mí cree, no tendrá sed jamás" (Jn. 6:35).

"Yo soy la luz del mundo; el que Me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn. 8:12).

"Yo soy la puerta; el que por Mí entrare, será salvo" (Jn. 10:9).

"Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por Mí" (Jn. 14:6).

"Venid a Mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar" (Mt. 11:28).

"Al que a Mí viene, no le echo fuera" (Jn. 6:37).

    Agregue a estos seis textos el que hoy tiene delante de usted. Memorice los siete. Grábelos en su mente y nunca los olvide. Cuando sus pies toquen el frio río, la hora de su muerte, encontrará un valor incalculable en los versículos recién citados.

    Porque, ¿cuál es la sustancia de estas sencillas palabras? Es esta: Cristo es esa Fuente de agua viva que Dios, en su gracia, ha provisto para las almas sedientas. De él, como de la roca que golpeó Moisés, fluye una corriente abundante para todos los que peregrinan por el desierto de este mundo. En él, nuestro Redentor y Sustituto, crucificado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación, tenemos una provisión sin fin de todo lo que el hombre puede necesitar: Perdón, absolución, misericordia, gracia, paz, descanso, alivio, consuelo y esperanza.

    Cristo compró esta provisión para nosotros pagándola con su propia sangre preciosa. Para abrir esta fuente maravillosa, sufrió por el pecado. El justo entre los injustos cargó nuestros pecados en su propio cuerpo en el madero. Fue hecho pecado por nosotros, a fin de que pudiéramos ser justicia de Dios en él (1 P. 2:24, 3:18; 2 Co. 5:21). Y ahora ha sido sellado y designado para ser el que da alivio a todos los trabajados y cargados y el Dador del agua viva para todos los sedientos. Su misión es recibir a los pecadores. Se complace en darles perdón, vida y paz. Y las palabras del texto son una invitación que hace a toda la humanidad: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba".

Advertencias y consejos

    La eficacia de un remedio depende mayormente de la manera como se usa. La mejor receta del mejor médico es inútil si no seguimos las instrucciones que la acompañan. Preste atención a la palabra de exhortación, mientras le doy advertencias y consejos acerca de la Fuente de agua viva.

    (a) El que tiene sed y quiere apagarla tiene que acudir a Cristo mismo. Él no se contentará con que asista a su iglesia y participe de sus ordenanzas o que se reúna con su pueblo para orar y alabarle.

    No tiene que limitarse a participar de su Santa Cena ni quedarse satisfecho con abrirle privadamente su corazón a un pastor ordenado. ¡Oh, no! El que se contenta con solo beber estas aguas "volverá a tener sed" (Jn. 4:13). Debe ir más alto, hacer más, mucho más que esto. Tiene que tratar personalmente con Cristo mismo, todo el resto no vale nada sin él. El palacio del Rey, los siervos que le sirven, la sala de banquetes ricamente amoblada, el propio banquete, no son nada, a menos que hablemos con el Rey. Sólo su mano puede quitarnos la carga que llevamos a cuestas y hacernos sentir libres. La mano del hombre puede quitar la piedra del sepulcro y dejar que veamos al muerto, pero nadie más que Jesús puede decirle al muerto: "Ven fuera" (Jn. 11: 41-43). Tenemos que comunicarnos directamente con Cristo.

jueves, 24 de abril de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

17. Sed satisfecha

"En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva". Juan 7:37-38

    El texto que encabeza este capítulo contiene uno de esos aforismos de Cristo que merecen ser impresos en letras de oro. Todas las estrellas en el cielo son brillantes y bellas, pero aun un niño puede ver que una estrella es más resplandeciente que otra. "Toda la Escritura es inspirada por Dios" (2 Ti. 3:16), pero frio e insensible es el corazón que no siente que algunos pasajes tienen una riqueza y plenitud única. Este es uno de esos pasajes.

    A fin de poder captar toda su fuerza y hermosura hemos de recordar el lugar, el día y la ocasión a que se refiere el pasaje.

    El lugar era Jerusalén, la metrópolis del judaísmo y bastión de sacerdotes y escribas, de fariseos y saduceos. La ocasión era la Fiesta de los Tabernáculos, una de las grandes fiestas anuales del judaísmo. Si podía, todo buen judío subía al templo de acuerdo con la ley para participar de esta fiesta. El día era "el último... de la fiesta" cuando iban terminando todas las ceremonias, cuando según la tradición, se había sacado agua del estanque de Siloé para echarla solemnemente sobre el altar y lo único que quedaba por hacer era que los adoradores regresaran a sus casas.

    En este momento crítico, nuestro Señor Jesucristo se "puso de pie" en un lugar prominente y habló a la multitud reunida. No dudo de que leía sus corazones. Los veía retirarse con conciencias afligidas y mentes insatisfechas, no habiendo aprendido nada de los fariseos y saduceos, sus maestros ciegos; sólo se llevaban el recuerdo de pomposas e insulsas ceremonias. Los vio, tuvo compasión de ellos y alzó su voz como un heraldo diciendo: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba". Dudo que esto sea lo único que dijo en esa memorable ocasión. Sospecho que fue el momento cumbre de su discurso. Pero esta, me imagino, fue la primera frase que brotó de sus labios: "Si alguno  tiene sed, venga a mí y beba". Si alguno quiere agua viva que satisface, venga a Mí.

    Recuerdo a mis lectores que nunca antes ningún profeta ni apóstol, usó un lenguaje como este. "Ven con nosotros", le dijo Moisés a Hobab (Nm. 10:29); "Venid a las aguas", dijo Isaías (Is. 55:1); "He aquí el Cordero de Dios", dijo Juan el bautista (Jn. 1:29); "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo", dijo Pablo (Hch. 16:31). Pero nadie ha dicho jamás: "Venid a ", excepto Jesús de Nazaret. Este hecho es muy significativo. Cuando dijo: "Venid a mí", sabía y sentía que era el Hijo eterno de Dios, el Mesías prometido, el Salvador del mundo.

    Quiero enfocar la atención del lector en tres puntos que veo en esta expresión de nuestro Señor.

I. Tenemos un caso supuesto: "Si alguno tiene sed".

II. Tenemos un remedio propuesto: "Venga a mí, y beba".

III. Tenemos una promesa ofrecida: "El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva".

    Cada uno de estos puntos se aplica a todo aquel en cuyas manos cae este escrito. Y de cada uno de ellos, tengo algo que exponer.

I. El problema

    En primer lugar tenemos un caso supuesto. Dice el Señor: "Si alguno tiene sed". 

    La sed física es notoriamente la sensación más dolorosa que puede tener el hombre. Lea la historia de los que viven en la miseria en el pozo negro de Calcuta. Pregúntele a cualquiera que haya viajado por las llanuras del desierto bajo un sol tropical. Escuche lo que cualquier viejo soldado le diría acerca de la peor necesidad de los heridos en batalla. Recuerde la sed que sufren los tripulantes de barcos perdidos en el océano durante días en embarcaciones sin agua. Recuerde las tristes palabras del hombre rico de la parábola: "Envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama" (Lc. 16:24). El testimonio es invariable. No hay nada tan terrible y difícil como tener que aguantar la sed.

    Pero si la sed física es tan dolorosa, ¡cuánto más lo es la sed del alma! El sufrimiento físico no es la peor parte del castigo eterno. Es poca cosa, aun en este mundo, comparado con el sufrimiento de la mente y el hombre interior. Conocer el valor de nuestras almas y enterarnos de que estamos en peligro de una ruina eterna, sentir la carga del pecado no perdonado, no saber a dónde recurrir para conseguir alivio, tener una conciencia enferma e intranquila y no saber cómo remediarlo; descubrir que nos estamos muriendo, muriendo cada día sin estar preparados para encontrarnos con Dios, ni tener un concepto claro de nuestra propia culpa e impiedad y, no obstante, no tener idea de una absolución, es el peor de los dolores. ¡Ese dolor se extiende por toda el alma y el espíritu y traspasa las coyunturas y la médula de los huesos! Esta, sin duda, era la sed a la cual se está refiriendo el Señor. Es la sed de perdón, de absolución y de paz con Dios. Es la ansiedad de una conciencia realmente viva, anhelando satisfacción sin saber dónde encontrarla, caminando por lugares áridos y sin poder descansar.

    Esta es la sed que sentían los judíos cuando Pedro predicó el día de pentecostés. Está escrito que "se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?" (Hch. 2:37).

    Esta es la sed que sentía el carcelero de Filipos cuando despertó a la conciencia de su peligro espiritual y sintió el terremoto que hizo que se abrieran las puertas de la cárcel. Está escrito que "temblando, se postró a los pies de Pablo y de Silas; y sacándolos, les dijo: Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?" (Hch. 16:29, 30).

    Esta es la sed que muchos de los siervos más grandes de Dios parecían tener cuando la luz iluminaba sus mentes. Agustín buscando descanso entre herejes maniqueos sin encontrarlo. Lutero buscando la verdad entre los mones del monasterio en Érfurt. John Bunyan agonizando en medio de dudas y conflictos en su casita en Elstow, George Whitefield gimiendo bajo las austeridades que él mismo se impuso por falta de una enseñanza clara, cuando estudiaba en la Universidad de Oxford, han dejado registrada su experiencia. Creo que todos ellos sabían lo que nuestro Señor quiso decir cuando habló de "sed".

    Y creo que no es demasiado, decir que todos deberíamos saber algo de esta sed, aunque no tanto como Agustín, Lutero, Bunyan o Whitefield. Viviendo como vivimos en un mundo moribundo...

- sabiendo como sabemos, y lo admitimos, que hay un mundo después de la muerte, y que después de la muerte viene el Juicio,

- sintiendo como lo sentimos, aun en nuestros mejores momentos, que somos criaturas defectuosas, inestables, débiles y pobres, y no aptas para encontrarnos con Dios.

- conscientes en lo profundo de nuestro corazón que nuestro lugar en la eternidad depende del uso de nuestro tiempo...

Deberíamos sentir algo de "sed" por tener paz con el Dios Viviente.

    ¡Pero , ay, nada prueba más contundentemente la naturaleza caída del hombre como la falta general y común de sed espiritual! La gran mayoría de las personas en este momento están sedientas de dinero, poder, placer, posición, honra y distinción. Perseguir esperanzas vanas, escarbar buscando oro, irrumpir en una peligrosa brecha, abrirse paso en el hielo para llegar al Polo Norte, son empresas para las cuales no faltan aventureros y voluntarios. ¡La competencia es intensa e incesante para alcanzar esas coronas corruptibles! En comparación, son pocos los que tienen se de alcanzar la vida eterna. No asombra, entonces, que la Biblia llame al hombre natural "muerto", "dormido", "ciego" y "sordo". No es de extrañar que diga que el hombre necesita un nuevo nacimiento y una nueva creación. No hay síntoma más seguro de mortificación de la carne que la pérdida de todo sentimiento. No hay señal más dolorosa de un alma enferma que la ausencia total de sed espiritual. Ay del hombre de quien el Salvador puede decir: "Y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo" (Ap. 3:17).

    Pero, ¿quién entre mis lectores siente la carga del pecado y ansía paz con Dios? ¿Quién realmente es sensible a la confesión en nuestro Libro de Oraciones cuando dice: "He errado y me he apartado como una oveja perdida, no hay nada sano en mí, soy un despreciable ofensor"? ¿Quién entre mis lectores participa de la Cena del Señor y puede decir sinceramente: "El recuerdo de mis pecados es doloroso, y su carga es intolerable"? Si es usted uno de estos últimos, usted es el hombre que debe dar gracias a Dios. Un sentido de pecado, culpa y pobreza del alma, es la primera piedra que coloca el Espíritu Santo cuando edifica un templo espiritual. Convence de pecado. La luz fue lo primero creado en el mundo material  (Gn. 1:3). La luz en cuanto a nuestra propia condición es la primera obra en la nueva creación.

    Alma sedienta, lo repito, usted es quien debiera dar gracias a Dios. El reino de Dios está cerca. No es cuando empezamos a sentirnos bien, sino cuando nos sentimos mal, que damos el primer paso hacia el cielo. ¿Quién le enseñó que estaba desnudo? ¿De dónde vino esa luz interior? ¿Quién le abrió los ojos y le hizo ver y sentir? Sepa este día que no fue ni la carne ni la sangre las que le han revelado estas cosas, sino nuestro Padre que está en los cielos. Las universidades pueden conferir títulos y las escuelas pueden impartir conocimiento de todos los misterios, pero no pueden hacer que los hombres sientan su pecado. Percibir nuestra necesidad espiritual y sentir verdadera sed espiritual es el A-B-C de la fe salvadora.

    Fue muy acertado lo que dijo Eliú en el libro de Job: "Él mira sobre los hombres; y al que dijere: Pequé, y pervertí lo recto, y no me ha aprovechado, Dios redimirá su alma para que no pase al sepulcro, y su vida verá en luz" (Job 33:27-28). No se avergüence el que sabe algo de la "sed" espiritual. Por el contrario, levante la cabeza y comience a tener esperanza. Pídale a Dios que siga haciendo la obra que ha comenzado en usted y le haga sentir más sed.