Versículo para hoy:

jueves, 27 de noviembre de 2025

LA CAÑA CASCADA - RICHARD SIBBES (1577-1635)

2. Cristo no quebrará la caña cascada

Al desempeñar Su vocación, Cristo no quebrará la caña cascada ni apagará el pábilo que humeare. Estas palabras implican más de lo que dicen, pues Él no solo no quebrará ni apagará a los que trata de esa manera, sino que también los tratará con ternura y afecto.

¿Cómo trata Cristo a la caña cascada?

Aunque los doctores les causan mucho dolor a sus pacientes, no destruyen sus cuerpos, sino que los restauran gradualmente. Los cirujanos cortan y abren heridas, pero no desmiembran. La madre que tiene un hijo enfermo y obstinado no lo abandona por esa razón. ¿Y habrá más misericordia en el arroyo que en la fuente? ¿Pensaremos que hay más misericordia en nosotros mismos que en Dios, que planta el sentimiento de misericordia en nosotros?

    A fin de que podamos contemplar más la misericordia de Cristo para todas las cañas cascadas, hemos de considerar las relaciones consoladoras que Él ha asumido gloriosamente, al constituirse esposo, pastor y hermano. ¿Cumplirán otros por Su gracia las vocaciones que Él les ha dado y no lo hará Aquel que por amor asumió estas relaciones basadas completamente en la designación de Su Padre y en Su propia iniciativa voluntaria? Consideren los nombres que tomó prestados de las criaturas más dóciles como el cordero y la gallina para mostrar su cuidado tierno. Consideren incluso el nombre Jesús -Salvador-, que le dió Dios mismo. Consideren el oficio acorde con Su nombre que Él desempeña, que es el de «vendar a los quebrantados de corazón» (Isaías 61:1). En Su bautismo, el Espíritu Santo reposó sobre Él en forma de paloma para mostrar que sería un Mediador apacible como paloma.

    ¡Miren con cuánta gracia ejerce Sus oficios! Él vino como profeta con bendición en Sus labios: «Bienaventurados los pobres en espíritu» (Mateo 5:3), invitando a venir a Él a aquellos quienes más se ponen trabas para acudir: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados» (Mateo 11:28). ¡Cómo le dolió el corazón al ver a las personas «como ovejas que no tienen pastor»! (Mateo 9:36). Nunca hizo volver a nadie que viniera a Él, aunque algunos se apartaron por sí solos. Vino para morir por Sus enemigos como sacerdote. En los días de Su carne, les dictó a Sus discípulos un modelo de oración, puso en sus bocas peticiones para Dios y colocó Su Espíritu para que intercediera en sus corazones. Derramó lágrimas por los que derramaron Su sangre y ahora hace intercesión en el cielo por los cristianos débiles, interponiéndose entre ellos y la ira de Dios. Es un Rey manso que admite a los enlutados en Su presencia, un Rey de personas pobres y afligidas. Tiene una majestad resplandeciente y también un corazón de misericordia y compasión. Es el Príncipe de paz (Isaías 9:6). ¿Para qué fue tentado sino para «socorrer a los que son tentados» (Hebreos 2:18)? ¿Hay alguna misericordia que no podamos esperar de un Mediador tan clemente (1 Timoteo 2:5), que asumió nuestra naturaleza para poder mostrarnos gracia? Es un buen médico para tratar todas las enfermedades, en especial para vendar el corazón quebrantado. Murió para sanar nuestras almas con el bálsamo de Su propia sangre y para salvarnos mediante esa muerte que nosotros mismos causamos por nuestros propios pecados. ¿Y no tiene el mismo corazón en el cielo? «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?», gritó la Cabeza en el cielo cuando pisaron al pie en la tierra (Hechos 9:4). Su exaltación no lo ha hecho olvidar a Su propia carne. Aunque lo ha librado de la pasión, no lo ha librado de la compasión hacia nosotros. El León de la tribu de Judá solo despedazará a los que dicen «No queremos que este reine sobre nosotros» (Lucas 19:14). No exhibirá Su poder contra los que se postran ante Él.

Aplicaciones para nosotros

1. ¿Qué debemos aprender de esto sino a «acercarnos confiadamente al trono de la gracia» (Hebreos 4:16) en todas nuestras tristezas? ¿Nos desanimarán nuesros pecados, sabiendo que Él está allí para los pecadores? ¿Estás cascado? Ten confianza, te llama. No escondas tus heridas, ábrelas todas ante Él y no sigas el consejo de Satanás. Acude a Cristo, aunque sea temblando como la pobre mujer que dijo: «Si tocare solamente su manto» (Mateo 9:21). Seremos sanados y recibiremos una respuesta clemente. Acudamos confiadamente a Dios en nuestra carne; Él es carne de nuestra carne y hueso de nuestro hueso para que podamos ir confiadamente a Él. Nunca tengan miedo de acudir a Dios, pues tenemos ante Él un Mediador que no solo es nuestro amigo, sino también nuestro hermano y nuestro esposo. Bien puede el ángel proclamar del cielo: «He aquí os doy nuevas de gran gozo» (Lucas 2:10). Bien puede el apóstol animarnos: «Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!» (Filipenses 4:4). Pablo conocía bien las razones por las que daba esa orden. La paz y el gozo son dos frutos principales del Reino de Cristo. Sea como sea el mundo, aunque no podamos regocijarnos en él, podemos regocijarnos en el Señor. Su presencia ameniza cualquier condición. «No temáis», les dice a Sus discípulos cuando estaban asustados pensando que veían un fantasma, «Yo soy» (Mateo 14:27), como si no hubiera ninguna razón para temer cuando Él está presente.

2. Que esto nos sirva de apoyo cuando nos sintamos cascados. El método de Cristo es herir primero para sanar después. Al cielo nunca entrará un alma sana y sin rasguños. En la tentación, piensen: «Cristo fue tentado por mí; mis gracias y mis consuelos serán acordes a mis pruebas. Si Cristo ha sido tan misericordioso como para no quebrarme, no me quebraré a mí mismo con la desesperación ni me entregaré al león rugiente, Satanás, para que me despedace».

3. Observen la disposición opuesta de Cristo por un lado y de Satanás y sus instrumentos por el otro. Satanás se abalanza sobre nosotros cuando estamos más débiles, como Simeón y Leví, que atacaron a los siquemitas «cuando sentían ellos el mayor dolor» (Génesis 34:25), pero Cristo repara en nosotros todas las grietas causadas por el pecado y por Satanás. Él venda «a los quebrantados de corazón» (Isaías 61:1). Así como la madre es más tierna con su hijo más enfermo y débil, Cristo se inclina con más misericordia hacia el más débil. De igual forma, dota a las cosas más débiles del instinto de apoyarse en algo más fuerte como sostén. La viña se apoya en el olmo y, con frecuencia, las criaturas más débiles son las que tienen los refugios más fuertes. El hecho de que la Iglesia esté consciente de su propia debilidad la dispone a reposar sobre su Amado y a esconderse bajo Sus alas.

¿Quiénes son las cañas cascadas?

¿Pero cómo podemos saber que somos la clase de personas que pueden esperar recibir misericordia?

    Respuesta: (1) Cuando el texto se refiere a los cascados, no alude a los que son humillados mediante cruces, sino a quienes por esas dificultades llegan a ver su pecado, el cual se convierte en la razón principal de su quebranto. Cuando la conciencia está bajo la culpa del pecado, cada juicio le recuerda al alma de la ira de Dios, y todas las inquietudes menores desembocan en esa gran inquietud de conciencia causada por el pecado. Todos los humores corruptos llegan a la parte enferma y amoratada del cuerpo¹ y todos los acreedores se arrojan sobre el deudor cuando ha sido arrestado; de igual manera, cuando la conciencia ha sido despertada, todos los pecados pasados y las cruces presentes obran en conjunto para incrementar el dolor de la cascadura. Ahora, quien ha sido cascado no se conformará con nada más que la misericordia de Aquel que lo cascó. Él ha herido, y Él debe sanar (Oseas 6:1). El Señor que me ha cascado por mis pecados como yo lo merezco debe volver a vendar mi corazón. (2) Además, quien ha sido verdaderamente cascado considera el pecado como el mal más grande y el favor de Dios como el bien más grande. (3) Preferiría oír de misericordia que oír de un reino. (4) Tiene una baja opinión de sí mismo y piensa que no es digno ni siquiera de la tierra que está pisando. (5) No es crítico con los demás -por ejemplo, no es obsesivo en el hogar-, sino que está lleno de simpatía y compasión hacia los que se encuentran bajo la mano de Dios. (6) Piensa que los que andan en los consuelos del Espíritu de Dios son las personas más felices del mundo. (7) Tiembla a la Palabra de Dios (Isaías 66:2) y honra incluso a los pies de los instrumentos benditos que le llevan la paz (Romanos 10:15). (8) Está más absorto en los ejercicios internos del corazón quebrantado que en la formalidad, pero aun así es cuidadoso de usar todos los medios santificados para impartir consuelo.

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¹ Nota del traductor: Esta frase del autor tiene relación con la teoría de los cuatro humores, también conocida como teoría humoral, que entendía que el funcionamiento del cuerpo humano dependía de cuatros sustancias conocidas como humores: la sangre, la bilis amarilla, la bilis negra y la flema. Los médicos de la época pensaban que, por ejemplo, el exceso de un humor en una región del cuerpo podía causar enfermedades, y por eso usaban técnicas como el sangrado para intentar curarlas.

Pero ¿cómo podemos llegar a ese estado mental?

    Respuesta: primero, debemos concebir la cascadura como un estado al que Dios nos lleva y también como un deber que nosotros debemos cumplir. Aquí se entienden ambas ideas. Debemos unirnos a Dios para cascarnos a nosotros mismos. Cuando nos humille, humillémonos y no lo resistamos, pues si lo hacemos, redoblará sus golpes. Confesemos la justicia de Cristo en todos Sus castigos, sabiendo que todo lo que hace con nosotros es para hacernos volver a nuestros propios corazones. Su obra al cascarnos promueve que nos casquemos a nosotros mismos. Lamentemos nuestra propia perversión y digamos: «Señor, ¡qué corazón tan malo tengo que necesita todo esto, que nada de esto se haya podido escatimar!» Debemos asediar la dureza de nuestros propios corazones y acentuar tanto como podamos lo malo que es el pecado. Debemos mirar a Cristo, que fue molido por nosotros, mirar al que hemos traspasado con nuestros pecados. Pero ninguna instrucción bastará a menos que Dios nos convenza profundamente mediante Su Espíritu, poniendo nuestros pecados ante nosotros y haciendo que nos detengamos. Entonces clamaremos pidiendo misericordia. La convicción creará contrición, y la contrición nos llevará a la humillación. Por lo tanto, deseemos que Dios haga brillar una luz clara y fuerte en todos los rincones de nuestras almas y que la acompañe de un espíritu de poder para humillar nuestros corazones.

    No podemos prescribir hasta qué punto debemos cascarnos a nosotros mismos, pero al menos debe ser (1) hasta que apreciemos a Cristo por sobre todo y veamos que debemos tener un Salvador, y (2) hasta que reformemos lo que está mal, aunque eso implique cortarnos la manos derecha o sacarnos el ojo derecho. Existe un menosprecio peligroso de la obra de la humillación, y algunos esgrimen como excusa para su trato casual con sus propios corazones el hecho de que Cristo no quebrará la caña cascada. Sin embargo, esas personas deben saber que no cualquier terror repentino ni cualquier dolor efímero nos convierte en cañas cascadas. Lo que nos hace cañas cascadas no es inclinar por un tiempo la «cabeza como junco» (Isaías 58:5), sino una obra en nuestros corazones que genera un dolor que hace que el pecado nos sea más odioso que el castigo y nos lleva a ejercer «violencia santa» contra él. Por el contrario, si nos favorecemos a nosotros mismos, estamos pavimentando el camino para que Dios nos casque y después tengamos que arrepentirnos amargamente. Admito que, en algunos casos, con algunas almas, es peligroso enfatizar esta cascadura con demasiada intensidad o por demasiado tiempo, pues pueden morir bajo la herida y la carga antes de volver a levantarse. Por eso es bueno alternarla con consuelo cuando nos estamos dirigiendo a congregaciones mixtas, de modo que cada alma reciba su porción debida. Pero si consideramos como verdad fundamental que hay más misericordia en Cristo que pecado en nosotros, no puede haber peligro alguno en el trato riguroso. Es mejor ir al cielo cascado que al infierno entero. Por lo tanto, no aflojemos la presión sobre nosotros demasiado pronto ni quitemos el bálsamo antes de que llegue la cura, sino que sigamos realizando esta obra hasta que el pecado sea lo más amargo y Cristo lo más dulce de todo cuanto existe. Además, cuando la mano de Dios de alguna manera está sobre nosotros, es bueno trasvasar nuestro dolor causado por otras cosas a la raíz de toda pena, que es el pecado. Que nuestro dolor fluya principalmente por ese canal, para que así como el pecado produjo dolor, el dolor consuma al pecado.

Pero ¿es cierto que no estamos cascados a menos que el pecado nos duela más que su castigo?

    Respuesta: a veces, el dolor por los agravios externos oprime más nuestra alma que el dolor por la desaprobación de Dios porque, en esos casos, el dolor opera sobre todo el hombre, tanto sobre su exterior como sobre su interior, y este solo tiene una chispita de fe para sostenerlo. El ejercicio de esa fe se ve suspendido a causa de la impresión violenta del agravio. Eso se siente con mayor intensidad en las aflicciones repentinas que acometen el alma como un torrente o una inundación y especialmente en las enfermedades corporales que, debido a la simpatía entre el alma y el cuerpo, operan sobre el alma al punto de obstaculizar no solo las acciones espirituales, sino muchas veces también las naturales. Por esa razón, Santiago desea que en la aflicción oremos nosotros mismos, pero que cuando estemos enfermos «llamemos a los ancianos de la Iglesia» (Santiago 5:14). Ellos pueden hacer lo mismo que hicieron algunas personas en los evangelios: presentar a Dios en oración al enfermo que no puede presentar su propio caso. Además, Dios recibe las súplicas basadas en la agudeza y la amargura del agravio, como lo hizo en el caso de David (Salmo 6). El Señor conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo (Salmo 103:4), de que nuestra fortaleza no es la fortaleza del acero.

    Esa es parte de Su fidelidad con nosotros como criaturas, y por eso es llamado «fiel Creador» (1 Pedro 4:19). «Fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir» (1 Corintios 10:13). Los judíos decían que ciertos mandamientos eran los cercos de la ley. Así, por ejemplo, para cercar al hombre y apartarlo de la crueldad, Dios le mandó que no tomara la madre con los pollos ni «guisara el cabrito en la leche de su madre» (Éxodo 23:19) ni le «pusiera bozal al buey» (1 Corintios 9:9). ¿Acaso tiene Dios cuidado de las bestias, pero no de Su criatura más noble? Por lo tanto, debemos juzgar con caridad las quejas que se exprimen del pueblo de Dios en tales casos. Dios estimó a Job como un hombre paciente a pesar de sus quejas apasionadas. La fe que de momento está sobrepasada volverá a ganar terreno, y el dolor por el pecado, aunque es menos violento que el dolor por la miseria, supera a este último en constancia, así como el arroyo alimentado por una fuente perdura mientras el torrente repentino se disipa.

    Para concluir este punto y fomentar que nos casquemos cabalmente y tengamos paciencia cuando Dios nos casque, todos debemos saber que nadie es más adecuado para recibir el consuelo que los que piensan que están más alejados de él. Por lo general, las personas no se sienten lo suficientemente perdidas cuando piensan en un Salvador. La santa desesperanza de nosotros mismos es el fundamento de la esperanza verdadera. En Dios el huérfano alcanza misericordia (Oseas 14:3); si los hombres fueran más huérfanos, sentirían más del amor paternal celestial de Dios, pues el Dios que habita en las alturas de los cielos también habita en el alma más humilde (Isaías 57:15). Las ovejas de Cristo son ovejas débiles y carecen de una u otra cosa; por lo tanto, Él se ocupa de las necesidades de cada oveja. Busca a la que estaba perdida, vuelve a traer a la que se había descarriado del camino, venda a la que se quebró y fortalece a la débil (Ezequiel 34:16). Su cuidado más tierno es para la más débil. A los corderos los lleva en Su seno (Isaías 40:11). Le dice a Pedro: «Apacienta mis corderos» (Juan 21:15). Fue sumamente afable y abierto con las almas perturbadas. ¡Qué cuidadoso fue para garantizar que Pedro y el resto de los apóstoles no estuvieran demasiado abatidos luego de Su resurrección! «Pero id, decid a sus discípulos, y a Pedro» (Marcos 16:7). Cristo sabía que la culpa por la mala actitud que mostraron al abandonarlo había abatido sus espíritus. ¡Con cuánta ternura toleró la incredulidad de Tomás y se rebajó a su debilidad al punto de permitirle poner la mano en Su costado!

lunes, 24 de noviembre de 2025

LA CAÑA CASCADA - RICHARD SIBBES (1577-1635)

 

1. La caña y la cascadura

El profeta Isaías, alzado y transportado en las alas de un espíritu profético, atraviesa todo el tiempo entre él y la venida de Jesucristo en carne. Viendo a Cristo presente con el ojo de la profecía y el ojo de la fe, lo presenta ante la mirada espiritual de los demás en el nombre de Dios con las siguientes palabras: «He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones. No gritará, ni alzará su voz, ni la hará oír en las calles. No quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo que humeare; por medio de la verdad traerá justicia» (Isaías 42:1-3). Mateo afirma que estas palabras ahora están cumplidas en Cristo (Mateo 12:18-20). En ellas se exhibe, en primer lugar, la vocación de Cristo a desempeñar Su oficio y, en segundo lugar, la manera en que lo desempeña.

La vocación de Cristo

Aquí Dios lo llama Su siervo. Cristo fue siervo de Dios, pues rindió el servicio más formidable que ha habido, un siervo escogido y selecto que hizo y sufrió todo por comisión del Padre. En esto podemos ver el dulce amor de Dios por nosotros: en que considera la obra de nuestra salvación efectuada por Cristo como Su mayor servicio y en que quiso colocar a Su amado Hijo Unigénito en ese servicio. Bien puede anteponer las palabras «He aquí» para elevar nuestros pensamientos a la cúspide de la atención y la admiración. En los tiempos de tentación, las conciencias aprensivas fijan tanto la mirada en la dificultad presente en que se hallan que necesitan que se las despierte para contemplar a Aquel en Quien pueden encontrar descanso para sus almas angustiadas. En las tentaciones, lo más seguro es no mirar nada más que Cristo, la verdadera serpiente de bronce, el verdadero «Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Juan 1:29). Este objeto salvador ejerce una influencia consoladora especial en el alma, sobre todo si no solo miramos a Cristo, sino también a la autoridad y el amor del Padre en Él. En todo lo que Cristo hizo y sufrió como Mediador, debemos contemplar a Dios reconciliando al mundo en Él (2 Corintios 5:19).

    ¡Qué gran sostén es para nuestra fe el saber que Dios el Padre (a Quien ofendimos con nuestros pecados) esté tan complacido con la obra de redención! ¡Y qué consuelo es el saber que el amor y complacencia de Dios están en Cristo, y por lo tanto en nosotros que estamos en Cristo! Su amor está en un Cristo completo, tanto místico como natural pues Dios lo ama a Él y a nosotros con el mismo amor.  Por lo tanto, abracemos a Cristo y al amor de Dios en Él, y cimentemos nuestrafe sobre la base segura de un Salvador tan grande, que tiene una comisión tan noble.

    Veamos aquí, para nuestro consuelo, el dulce consenso de las tres personas: el Padre le da una comisión a Cristo, el Espíritu lo equipa y lo santifica para cumplirla y Cristo mismo ejerce el oficio de Mediador. Nuestra redención se basa en el consenso de cada una de las tres personas de la Trinidad.

¿Cómo Cristo desempeña Su vocación?

Nuestro texto dice que lo hace modestamente, sin hacer ruido ni levantar polvo con una venida aparatosa como suelen hacerlo los príncipes. «No hará oír Su voz». En verdad, sí hizo oír Su voz, pero ¿qué voz? «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados» (Mateo 11:28). Es cierto que gritó, ¿pero qué gritó? «A todos los sedientos: Venid a las aguas» (Isaías 55:1). Y así como Su venida fue modesta, también fue apacible, lo que se expresa en las siguientes palabras: «No quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo que humeare».

    Por lo tanto, vemos que la condición de aquellos con los que debía tratar era la de cañas cascadas y pábilos que humeaban; no de árboles, sino de cañas, y no de cañas enteras, sino de cañas cascadas. La Iglesia es comparada con cosas débiles: con una paloma entre las aves, con una viña entre las plantas, con ovejas entre las bestias, con una mujer, que es el vaso más frágil.

    Los hijos de Dios son cañas cascadas antes de su conversión y muchas veces después de ella. Antes de la conversión, todos (excepto los que crecen en la Iglesia y a Dios le place mostrarles gracia desde la niñez) somos cañas cascadas, aunque en diferente medida, según Dios estima conveniente. Y así como hay diferencias en cuanto a temperamentos, dones y estilos de vida, también hay diferencias en la intención divina de usar a las personas en el futuro, pues por lo general Él las vacía de sí mismas y las vuelve nada antes de usarlas en grandes servicios.

¿Qué es estar cascado?

La caña cascada es una persona que, por lo general, se halla en alguna miseria (como los que acudieron a Cristo buscando ayuda) y que, movida por esa misma miseria, llega a ver que es causada por el pecado. Es que por mucho que sean los pretextos del pecado, estos se acaban cuando estamos cascados y quebrantados. Dicha persona es sensible a su pecado y miseria, incluso al punto de llegar a cascarse, y, como no ve ningún socorro en sí misma, está dominada por el deseo incansable de ser abastecida por otro y tiene algo de esperanza -esperanza que la eleva ligeramente de sí misma a Cristo-, aunque no se atreve a afirmar que ya ha recibido misericordia. Esta chispa de esperanza es combatida por las dudas y los temores que surgen de la corrupción, lo que convierte a la persona en un pábilo que humea, de modo que estas dos imágenes en conjunto -la caña cascada y el pábilo que humea- conforman el estado de una sola persona angustiada. A esta gente nuestro Salvador Jesucristo llama «pobres en espíritu» (Mateo 5:3), a los que ven sus carencias y también se consideran deudores a la justicia divina. No tienen en sí mismos ni en la criatura ningún medio de subsistencia, y lloran por ello. Además, movidos por una esperanza de recibir misericordia que surge de la promesa y de los ejemplos que los que ya la han recibido, son incitados a sentir ha bre y sed de ella.

Las consecuencias positivas de ser cascados

Es necesario que seamos cascados antes de la conversión para que el Espíritu pueda preparar el camino para ingresar al corazón allanando todos los pensamientos soberbios y altivos, y para que podamos entender realmente lo que somos por naturaleza. Todos nosotros amamos el andar errantes y fuera de nuestro verdadero hogar, hasta que Dios nos casca mediante alguna cruz. Solo entonces es que podemos reconsiderar y volver a casa como el hijo pródigo (Lucas 15:17). Es muy difícil hacer que un corazón adormecido y evasivo clame con sinceridad pidiendo misericordia. Nuestros corazones, son como los criminales que solo claman por la misericordia del Juez, hasta que están recibiendo su castigo.

    Además, ser cascados nos hace atribuirle un gran valor a Cristo. Entonces el evangelio se transforma de verdad en el evangelio; entonces la hojas de higuera de la moralidad no nos sirven de nada. También nos hace más agradecidos y, como consecuencia de la gratitud, más fructíferos en la vida, pues ¿qué es lo que hace que tantos sean fríos y estériles, sino que nunca han podido apreciar la gracia de Dios, ya que nunca han sido cascados por su pecado? De la misma manera, esta forma de actuar por parte de Dios nos asienta más en Sus caminos, ya que recibimos golpes y moretones en nuestros propios senderos. Muchas veces la causa de las recaídas y la apostasía es que las personas nunca fueron castigadas por el pecado en un comienzo; no estuvieron el tiempo suficiente bajo el látigo de la ley. Por eso, esta obra menor del Espíritu -la de derribar pensamientos altivos (2 Corintios 10:5)- es necesaria antes de la conversión. Y la mayoría de las veces, para promover la obra de la convicción, el Espíritu Santo la une a una aflicción, que, cuando es santificada tiene un poder curativo y purificador.

    Después de la conversión, necesitamos ser cascados para que las cañas sepan que son cañas, no robles. Incluso las cañas necesitamos ser cascadas debido a los remanentes del orgullo que hay en nuestra naturaleza y para hacernos ver que vivimos por misericordia. Esa cascadura puede ayudar a los cristianos más débiles a no desanimarse en demasía al ver a los que son más fuertes agitados y cascados. Pedro fue cascado de esta manera cuando llegó a llorar amargamente (Mateo 26:75). Antes de ser cascada, esa caña tenía más aire que sustancia en su interior cuando dijo: «Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré» (Mateo 26:33). El pueblo de Dios no puede estar sin estos ejemplos. Los actos heroicos de aquellos grandes valientes no confortan a la Iglesia tanto como sus caídas y cascaduras. Así también fue cascado David hasta que confesó libremente con un espíritu sin engaño (Salmo 32:3-5). Es más, sus dolores aumentaron en su propio sentir hasta llegar al dolor supremo del abatimiento de huesos (Salmo 51:8). De igual manera, Ezequías alegó que Dios había «molido sus huesos» como un león (Isaías 38:13). Asimismo, Pablo, el instrumento escogido, requirió que un mensajero de Satanás lo abofeteara para que no se exaltara desmedidamente (2 Corintios 12:7).

    Todo esto nos enseña que no debemos juzgarnos a nosotros mismos ni juzgar a los otros con demasiada dureza cuando Dios nos ejercita cascándonos una y otra vez. Debemos ser conformados a nuestra Cabeza Cristo, quien fue «molido por nuestros pecados» (Isaías 53:5), para que sepamos cuán ligados estamos a Él. Las almas impías, que ignoran los caminos por los que Dios lleva a Sus hijos al cielo, condenan a los cristianos de corazón quebrantado tildándolos de personas miserables, pero Dios está haciendo una obra clemente y buena en ellos. No es sencillo llevar a un hombre de la naturaleza a la gracia y de la gracia a la gloria, pues nuestros corazones son muy rígidos y obstinados.

martes, 18 de noviembre de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

¿Es usted nacido de nuevo?

J. C. Ryle

    Esta es una de las preguntas más importantes de la vida. Dijo Jesucristo: "El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios" (Jn. 3:3). No basta contestar a la pregunta diciendo. "Soy miembro de la iglesia, así que seguramente soy cristiano". miles de cristianos nominales no tienen ninguna de las características del que ha nacido de nuevo, muchas de las cuales consigna la Primera Epístola de Juan.

No pecar habitualmente

    En primer lugar, Juan escribió. "Aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado" (1 Jn. 3:9). "Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado" (1 Jn. 5:18).

    La persona que ha nacido de nuevo, no peca habitualmente. y no peca con todo su corazón y su voluntad ni con una inclinación completa por hacerlo. Hubo posiblemente un tiempo cuando ni se preocupaba de que sus acciones fueran pecaminosas o no, y no siempre se sentía triste después de cometer un mal. No había enemistad entre él y el pecado, eran amigos. En cambio, el cristiano auténtico aborrece el pecado, huye de él, lucha con él, lo considera su peor desgracia, resiente la carga de su presencia, se lamenta cuando cae bajo su influencia y ansía ser librado totalmente de él. El pecado ya no le da satisfacción, se ha convertido en algo terrible que aborrece. No obstante, no puede librarse de él en su interior.

    Si dijera usted que no tiene pecado, estaría mintiendo (1 Jn. 1:8). Pero sí puede decir que aborrece el pecado y que el gran anhelo de su alma es no cometer ninguno más. No puede impedir que surjan pensamientos malos en su mente, ni que haya faltas en su vida, omisiones y defectos en sus palabras y sus acciones. Sabe que "todos ofendemos muchas veces" (Stg. 3:2). Pero puede decir, sinceramente ante Dios, que estas cosas le causan aflicción y dolor, y nada en su naturaleza las consiente.

    ¿Qué diría el Apóstol acerca de usted? ¿Ha nacido de nuevo?

Creer en Cristo

    En segundo lugar, Juan escribió: "Todo aquel que cree que jesús es el Cristo, es nacido de Dios" (1 Jn. 5:1). El hombre nacido de nuevo, o sea regenerado, cree que Jesucristo es el único Salvador que puede perdonar a su alma, que él es la persona divina designada por Dios el Padre para cumplir precisamente este propósito y que no hay otro Salvador fuera de él. Se considera totalmente indigno, pero tiene completa confianza en Cristo, confía en él y cree que todos sus pecados han sido perdonados. Cree que, por fe en la obra consumada de Cristo y su muerte en la cruz, es considerado justo ante Dios y puede esperar a la muerte y el juicio sin alarmarse.

    Puede tener temores y dudas. A veces, puede sentirse que no tiene fe alguna. Pero pregúntele si está dispuesto a confiar en otra cosa que no sea Cristo y vea lo que dice. Pregúntele si pondría su esperanza de vida eterna en su propia bondad, sus propias obras, sus oraciones, su pastor o su iglesia, y escuche su respuesta.

    ¿Qué diría el Apóstol acerca de usted? ¿Ha nacido de nuevo?

Practicar justicia

    En tercer lugar, Juan escribió: "Todo el que hace justicia es nacido de él" (1 Jn. 2:29). El hombre nacido de nuevo, o regenerado, es un hombre santo. Se esfuerza por vivir según la voluntad de Dios, hacer las cosas que agradan a Dios y evitar hacer las que aborrece. Desea poner sus ojos continuamente en Cristo como su ejemplo, como su Salvador, y ser amigo de Cristo cumpliendo sus mandatos. Sabe que no es perfecto. Percibe con dolor la corrupción que mora en él. Nota un principio de maldad dentro de él que lucha constantemente contra la gracia y quiere apartarlo de Dios. Pero no lo consiente, aunque no puede impedir su presencia.

    Aunque a veces se sienta tan mal que cuestiona si es o no cristiano, podrá decir con John Newton: "No soy lo que debo ser, no soy lo que quiero ser, no soy lo que espero ser en el más allá, pero no soy lo que antes fui y, por la gracia de Dios, soy lo que soy".

    ¿Qué diría el Apóstol acerca de usted? ¿Ha nacido de nuevo?

Amar a otros cristianos

    En cuarto lugar, escribió Juan: "Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos" (1 Jn. 3:14).

    El que es nacido de nuevo tiene un amor especial por los discípulos auténticos de Cristo. Igual como su Padre en el cielo, ama a todos con un gran amor general, pero tiene un amor especial por los que comparten su fe en Cristo. Al igual que su Señor y Salvador, ama al peor de los pecadores y siente dolor por ellos, pero tiene un amor especial por los que son creyentes. Nunca se siente tan en familia como cuando está en compañía de ellos.

    Siente que todos son miembros de la misma familia. Son sus compañeros de lucha, luchando contra el mismo enemigo. Son sus compañeros de viaje, andando por el mismo camino. Los comprende y ellos lo comprenden a él. Pueden ser muy diferentes a él en muchos sentidos: en categoría, posición y riquezas. Pero eso no importa, son hijos e hijas de su Padre y no puede menos que amarlos. ¿Qué diría el Apóstol acerca de usted? ¿Ha nacido de nuevo?

Vencer al mundo

    En quinto lugar, Juan escribió: "Todo lo que es nacido de Dios vence al mundo" (1 Jn. 5:4). El que es nacido de nuevo no basa su convicción de lo bueno y lo malo según la opinión del mundo. No le importa estar opuesto a las prácticas, ideas y costumbres del mundo. Lo que piensan y dicen los demás ya no le afecta. No encuentra placer en las cosas que parecen dar felicidad a la mayoría de la gente. A él le parecen insensatas e indignas de un ser inmortal.

    Prefiere la alabanza de Dios más que la alabanza del hombre. Teme ofender a Dios más que ofender al hombre. Le da lo mismo que lo culpen o alaben; su meta principal es complacer a Dios.

    ¿Qué diría el Apóstol acerca de usted? ¿Ha nacido de nuevo?

Mantenerse puro

    En sexto lugar, Juan escribió: "Aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado" (1 Jn. 5:18).

    El que es nacido de nuevo cuida su propia alma. Procura, no sólo evitar el pecado; sino también todo lo que pueda llevarlo a pecar. Tiene cuidado de las compañías que frecuenta. Sabe que las malas conversaciones corrompen el corazón y que el mal es más contagioso que el bien, tal como una enfermedad es más infecciosa que la salud. Cuida el uso de su tiempo, su mayor anhelo es usarlo para provecho. Anhela vivir como un soldado en territorio enemigo, tener puesta siempre su armadura y estar siempre preparado para encarar las tentaciones. Es diligente en ser una persona que siempre está en guardia, es humilde y fiel en la oración. 

    ¿Qué diría el Apóstol acerca de usted? ¿Ha nacido de nuevo?

La comprobación

    Esas son las seis grandes características del cristiano que verdaderamente ha nacido de nuevo.

    Existe una diferencia inmensa en cuanto a la profundidad y manifestación de estas características en distintas personas. En algunos pueden ser débiles y casi invisibles. En otros, pueden ser destacadas, claras e indubitables, de manera que cualquiera las puede ver. Algunas de estas características son más visibles que otras en cada individuo. Rara vez se manifiestan en forma idéntica en una misma persona.

    Pero aún con todo, encontramos aquí dibujadas con trazos vigorosos, las seis características de haber nacido de Dios.

    ¿Cómo hemos de reaccionar a ellas? Por lógica, podemos llegar a una sola conclusión: Sólo los que son nacidos de nuevo cuentan con estas seis características y los que no las tienen, no son nacidos de nuevo. Esta parece ser la conclusión a la que quiso llegar el Apóstol.

    ¿Tiene usted estas características? ¿Ha nacido de nuevo?

lunes, 17 de noviembre de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 2. Reverendo Thomas Brooks

    Rector de St. Margaret, Fish Street Hill, Londres, 1662.

    Consideremos la necesidad de la santidad. Es imposible que alguno sea feliz, a menos que sea santo. Nada de santidad aquí, nada de santidad en el más allá. Las Escrituras mencionan tres habitantes corporales del cielo: Enoc, antes de la ley; Elías, bajo la ley y Jesucristo, bajo el evangelio; los tres, eminentes en santidad para enseñarnos que normalmente nadie va al cielo sin santidad. Hay muchos miles de miles ahora en el cielo, pero entre ellos no hay ni un impío, no hay ni un pecador entre todos esos santos, ni una cabra entre todas esas ovejas, ni una mala hierba entre todas esas flores, ni una espina entre todas esas rosas, ni una piedrecita entre todos los diamantes resplandecientes. No hay en el cielo ni un Caín entre todos esos Abel, ni un Ismael entre todos esos Isaac, ni un Esaú entre todos esos Jacob. No hay ningún Cam entre todos los patriarcas (Gén. 9:18), ni un Saúl entre todos los profetas, ni un Judas entre todos los apóstoles, ni un Demas entre todos los predicadores, ni un Simón el Mago entre todos los fieles.

    El cielo es sólo para el santo y el santo es sólo para el cielo; el cielo es un manto de gloria apto sólo para el santo. Dios, quien es la verdad en sí mismo, no puede mentir y lo ha dicho: Sin santidad nadie verá al Señor. Tome nota de esa palabra "nadie". Sin santidad el rico no verá al Señor, sin santidad el obrero no verá al Señor; sin santidad el noble no verá al Señor, sin santidad el humilde no verá al Señor; sin santidad el príncipe no verá al Señor, sin santidad el campesino no verá al Señor; sin santidad el gobernante no verá al Señor, sin santidad el súbdito no verá al Señor; sin santidad el letrado no verá al Señor, sin santidad el iletrado no verá al Señor; sin santidad el esposo no verá al Señor, sin santidad la esposa no verá al Señor; sin santidad el padre de familia no verá al Señor, sin santidad el hijo no verá al Señor; sin santidad el patrón no verá al Señor, sin santidad el sirviente no verá al Señor. Porque fiel y fuerte es el Señor de señores, quien lo ha dicho (Jos. 23:14).

    En la actualidad, algunos pregonan una forma de culto, otros otra; algunos pregonan una "iglesia del estado", otros otra. Algunos pregonan un camino al cielo, otros otro; pero lo cierto es que las sendas de santidad son las sendas antiguas (Jer. 6:16); el Camino del Rey de reyes es el camino al cielo y la felicidad: "Y habrá allí calzada y camino, y será llamado Camino de Santidad; no pasará inmundo por él, sino que él mismo estará con ellos; el que anduviere en este camino, por torpe que sea, no se extraviará" (Is. 35:8). Algunos dicen: "He aquí, este es el camino", otros dicen: "He aquí, aquel es el camino", pero lo cierto es que el caminode santidad es el más seguro, el más fácil, el más noble y el más corto a la felicidad.

    Entre los paganos, nadie puede entrar en el templo de honor sin antes entrar en el templo de virtud. No hay entrada al templo de felicidad sin antes entrar al templo de santidad. Usted primero tiene que entrar en la santidad, antes de que pueda entrar en la morada de Dios. Tal como Sansón clamó "¿moriré yo ahora de sed?" o como clamó Raquel "dame hijos, o si no, me muero", deben clamar las almas no santificadas: "Señor, dame santidad, si no, moriré eternamenteW. Si los ángeles, esos príncipes de gloria, caen una vez de su santidad, son excluidos de la felicidad y bendición eterna. Si Adán en el paraíso, cae una vez perdiendo su pureza, será prontamente echado fuera de la presencia de la gloria divina. Agustín ya no quiso ser malvado ni impío porque no sabía si moriría esa misma hora y, si moría en ese estado impío, sabía que estaría separado para siempre de la presencia del Señor y la gloria de su poder.

    Oh, querido lector, no engañe a su propia alma; la santidad es absolutamente necesaria, sin ella "nadie verá al Señor" (He. 12:14). No es absolutamente necesario que sea usted rico en este mundo, pero es absolutamente necesario que sea santo. No es absolutamente necesario que tenga buena salud, fuerzas, amigos, libertad y vida, pero es absolutamente necesario que sea santo. Podemos ver al Señor sin tener prosperidad mundana, pero nunca podremos ver al Señor, excepto que seamos santos. Podremos ir al cielo sin honra o gloria del mundo, pero nunca podremos llegar al cielo sin santidad. Sin santidad aquí, no hay cielo en el más allá: "No entrará en ella ninguna cosa inmunda" (Ap. 21:27). En el día final, Dios cerrará las puertas a la gloria dejando fuera a toda persona que no es pura de corazón.

    La santidad es una flor que no crece en el jardín de la naturaleza. El ser humano no nace con santidad en su corazón, como nace con una lengua en la boca. La santidad es de origen divino, es una perla de gran precio que no se encuentra en cualquier naturaleza, sino en una naturaleza renovada. No hay ningún rayo ni chispa de santidad en nadie revestido de naturaleza terrenal. "Todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal" (Gn. 6:5). "¿Y cómo será limpio el que nace de mujer?" (Job 25:4). La pregunta tiene una connotación fuertemente negativa: "¿Cómo puede ser limpio el hombre?", es decir, el hombre que nace de mujer no puede ser limpio; el hombre nacido de mujer nace en pecado y nace bajo la ira y la maldición. "¿Quién hará limpio a lo inmundo?" "Todos nosotros somos como sucidad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia" (Job 14:4; Is. 64:6). "No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios" (Ro. 3:10, 11). Todo hombre es por naturaleza un extraño, sí, un enemigo de la santidad (Ro. 8:7). Cada uno que nace en este mundo, lo hace con su rostro hacia el pecado y el infierno y su espalda hacia Dios y la santidad.

    Nuestra naturaleza es tan corrupta que no tiene en ella ningún bien divino, es como el fuego y el agua, como leña mojada y leña ardiendo. En cambio, en cuanto al mal, es como fuego con paja, es como el sátiro necio que se apuró a besar el fuego cuando lo vio por primera vez, es como el material que los naturalistas dicen que atrae el fuego, que luego lo consume. Todos nacemos pecadores y no hay nada, fuera de un poder divino, que pueda transformarnos en santos. Todos podemos ser felices, pero por naturaleza, detestamos la idea de serlo. Por esto, vemos que así como el alimento es indispensable para la vida natural, la santidad lo es para la preservación y salvación del alma. Si tuviéramos la sabiduría de Salomón, la fuerza de Sansón, la valentía de Josué, el consejo de Ahitofel, los honores de Amán, el poder de Asuero y la elocuencia de Apolo, aun con todo, sin santidad no tendríamos salvación. Los tiempos en que vivimos exigen que tengamos santidad. Si los consideramos como tiempos bajo la gracia, ¿qué móvil ha tenido un pueblo, tan fuerte como el que Dios nos ha dado a nosotros que gozamos de tantos medios, maneras y ayudas para que seamos santos? ¡Oh, el sacrificio, el cuidado, el costo, la empresa en que ha estado y está ocupado Dios todos los días, para hacernos santos! ¿Acaso no nos envía todavía a sus mensajeros que se levantan temprano y se acuestan tarde, y todo para instarnos a ser santos? Muchos de ellos, ¿acaso no han dado su tiempo, su fuerza, su espíritu y sus vidas para hacernos santos?

    Oh amigos, ¿de qué valen las ordenanzas sagradas sin corazones santos y sin vidas santas? ¿De qué valen los días de luz, si no andamos en la luz y nos despojamos de las obras de las tinieblas? ¿Cuál es el mensaje de todos los medios de gracia, sino este: Oh, esfuérzate para ser objeto de la gracia? ¿Y qué es la voz del Espíritu Santo, sino esta: ¡Oh, esfuérzate por ser santo!? ¿Y qué dice la voz de todos los milagros de misericordia que Dios ha realizado en medio nuestro, sino: "Sed santos, sed santos"? ¡Oh! ¿qué podría realizar Dios que no haya realizado ya para hacernos santos? ¿Acaso no nos ha dado ya todas las ayudas santas del cielo? ¿No nos ha seguido muy de cerca hasta ahora con ofrecimientos santos, ruegos santos, consejos santos, palabras de aliento santas y todo para hacernos santos? Y con todo esto, ¿seguiremos siendo indiferentes, orgullosos, mundanos, maliciosos, envidiosos, contenciosos e impíos?

    ¡Oh! ¿qué es esto, sino provocar a Dios para que apague todas las luces del cielo, deje a un lado nuestros maestros, quite nuestros candeleros que han sido débiles, y dé todos estos favores a un pueblo que los valore más, los ame más, los defienda con más firmeza y los ponga en práctica con más consagración de lo que lo hemos hecho nosotros hasta hoy? (Ap. 2:4, 5; Is. 42:25). Creo que no hay nada más evidente que el hecho de que los tiempos en que vivimos claman pidiendo que cada uno procure santidad y se esfuerce por tener más santidad. Nunca nos quejemos del tiempo en que vivimos, en cambio, dejemos de hacer el mal, esforcémonos por hacer lo bueno y todo estará bien. Tengamos corazones mejores, vidas mejores y pronto veremos tiempos mejores (Is. 1:16-19).

Tomado de Crown and Glory of Christianity, or Holiness: The only way to happiness (Corona y  gloria del cristianismo, o Santidad: El único camino a la felicidad). Brook´s Works (Obras de Brooks), tomo 4, pp. 151-153, 187-188, edición de Grosart, 1866.

lunes, 10 de noviembre de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

21. Fragmentos de autores antiguos

    Los textos de Traill y Brooks que agrego sobre el tema de la santidad, me parecen de tanto valor, que he decidido incluirlos.

1. Reverendo Robert Traill

    En un tiempo pastor en Cranbrook, Kent, 1696.

    En cuanto a la santificación, hay tres cosas para considerar:

    I. Qué es la santificación.

    II. En qué se parece a la justificación.

    III. En qué difiere de la justificación.

I. ¿Qué es santificación?

    Es mucho mejor sentirla que expresar qué es. La santificación es igual a la regeneración e igual a la renovación del hombre total. Santificación es la formación de la nueva criatura; es implantar y grabar la imagen de Cristo en la pobre a,ma. El Apóstol anhelaba: "Que Cristo fuera formado en los gálatas" (Gá. 4:19); enseñaba y predicaba con denuedo, a fin de que los corintios pudieran llevar "la imagen del celestial" (1 Co. 15:49).

    Hay solo dos hombres de los que todos los seres humanos se derivan y según como cuál de los dos sean, así les irá: Son como el primer Adán o como el segundo Adán. Cada persona es, por naturaleza, como el primer Adán y como el diablo porque el diablo y el primer Adán caído se asemejaban. "Vosotros sois de vuestro padre el diablo", dice el Señor (Jn. 8:44) y ese padre fue un "homicida desde el principio". Todos los hijos del primer Adán son hijos del diablo, no hay diferencia en eso. Y todos los hijos del otro se asemejan a Jesucristo, el segundo Adán; y cuando su imagen se prefeccione en ellos serán completamente felices. "Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial" (1 Co. 15:49). Le ruego que note que llevamos la imagen del terrenal por haber nacido en pecado y desdicha, llevamos la imagen del terrenal por vivir en pecado y sufrimiento, llevamos la imagen del terrenal por morir en pecado y sufrimiento, y llevamos la imagen del terrenal en la podredumbre del sepulcro. En cambio, llevamos la imagen del Adán celestial cuando somos santificados por su Espíritu. La imagen crece en nosotros, según crecemos en santificación, y seguiremos llevando la imagen perfecta del Adán celestial cuando seamos como Cristo Hombre, tanto en el alma como en el cuerpo. Seremos perfectamente felices y perfectamente santos cuando hayamos vencido a la muerte por gracia, así como él la venció por su propio poder. Nunca se sabrá justamente cómo serán los creyentes semejantes a Jesucristo hasta que todos hayan resucitado como pequeños soles brillando en gloria y esplendor. ¡Oh, cuánto se parecerán a Jesucristo, aunque seguirán teniendo su gloria personal trascendente por toda la eternidad!

II. ¿En qué son iguales la justificación y la santificación?

    Respondo que en muchas cosas.

    Primero. Son iguales en que tienen el mismo autor, el Dios que justifica es el Dios que también santifica. "¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica" (Ro. 8:339. "Yo soy Jehová que os santifico" es una expresión común en el Antiguo Testamento (Éx. 31:13; Lv. 20:8).

    Segundo. Son iguales en que surgen de la misma gracia. La justificación es un acto de la gracia, así como la santificación. "Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo" (Tito 3:5). Ambos son de la gracia.

    Tercero. Son iguales en que una misma persona tiene a ambos. Nunca es justificado un hombre sin ser también santificado, no hay santificado que no sea justificado; todos los escogidos de Dios, todos los redimidos, comparten estas dos bendiciones.

    Cuarto. Son iguales en cuanto al tiempo, suceden al mismo tiempo. Nos es difícil hablar o pensar en términos de tiempo cuando se trata de las obras de Dios. Estas obras de él siempre son realizadas al mismo tiempo; el hombre no es justificado antes de ser santificado, aunque se puede concebir de este modo en el orden de la naturaleza; no obstante, ambas obran al mismo tiempo y por la misma gracia. "Y esto erais algunos", dice el Apóstol, "mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios" (1 Co. 6:11).

    Quinto. Son iguales en que la operación de ellas es por el mismo medio, por la Palabra de Dios que nos destina a la vida eterna por la promesa y somos santificados también por el poder de la misma Palabra. "Ya vosotros estáis limpios", dice nuestro Señor, "por la palabra que os he hablado" (Jn. 15:3). "Para santificarla", dice el apóstol refiriéndose a la Iglesia, "habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra" (Ef. 5:26).

Sexto y último. Son iguales en que ambas son necesarias para la vida eterna. No lo digo en cuanto a su orden, sino a que son igualmente necesarias, es decir, está determinado que nadie que no haya sido justificado será salvo y, de igual manera, está determinado que nadie que no haya sido santificado será salvo. Ningún hombre no justificado puede ser salvo y ningún hombre no santificado puede ser salvo. Justificación y santificación son igualmente necesarias, a fin de poseer la vida eterna.

III. ¿En qué difieren la justificación y la santificación?

    En lo que difieren es un asunto muy importante que tiene que ver con la práctica y el ejeercicio diario de las dos. Coinciden en muchas cosas, como acabamos de explicar, pero también difieren ampliamente.

    Primero. La justificación es un acto de Dios relativo al estado del hombre como persona, en cambio la santificación es la obra de Dios en la naturaleza del hombre. Y estas dos son muy diferentes como lo ilustraré por medio de un símil. La justificación es un acto de Dios, así como el de un juez que absuelve a un delincuente de una sentencia de muerte. En cambio, la santificación es un acto de Dios para nosotros como un médico que nos cura de una enfermedad mortal. Digamos que hay un criminal que se presenta ante el tribunal acusado de traición al estado, el mismo criminal sufre de una enfermedad mortal; puede morir, aunque ningún juez lo haya sentenciado a muerte por su crimen. Es un acto de gracia lo que absuelve al hombre de la sentencia según la ley, el hecho que no morirá por su traición, eso salva la vida del hombre. Pero a pesar de esto, si no puede curarse de su enfermedad, pronto morirá, a pesar del perdón que le otorgó el juez. Por lo tanto, la justificación es un acto de Dios como un Juez bondadoso, la santificación es la obra de Dios como un Médico misericordioso. David los pone lado a lado: "Él es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias" (Sal. 103:3). Tenemos una promesa: "No os será la iniquidad causa de ruina" (Ez. 18:30). No hay ruina por ser culpables: Esto es justificación. Y no será su ruina por el poder de ella: Esto es santificación.

    Segundo. La justificación es un acto de la gracia de Dios basado en la justicia de otro, pero santificación es una obra de Dios infundiendo justicia dentro de nosotros. Hay una gran diferencia entre estos porque una es por imputación y la otra por infusión.

    En la justificación, la sentencia de Dios procede de esta manera: la justicia que Cristo logró por su vida, su muerte y su obediencia a la ley de Dios le es contada al pecador para su absolución; de manera que cuando un pecador comparece ante el tribunal de Dios y alguien pregunta: ¿No ha quebrantado este hombte la ley de Dios? Sí, responde Dios. Sí, dice la conciencia del pobre hombre, la he quebrantado de muchas maneras. ¿Y acaso no lo condena la ley a morir por su transgresión? Sí, dice el hombre. Sí, dice la ley de Dios. La ley no sabe más que esto: "El alma que pecare, esa morirá" (Ez. 18:4). Entonces, pues, ¿no hay ninguna esperanza en este caso? Sí, y la gracia del evangelio revela esta esperanza. Hubo Uno que tomó sobre sí el pecado, que murió por los pecados, su justicia le es imputada al pobre pecador y, de esta manera, es absuelto. Somos absueltos habiendo sido justificados por Dios poniendo en nuestra cuenta, por nosotros y para nuestro provecho lo que Cristo hizo y sufrió por nosotros.

    En la santificación, el Espíritu de Dios infunde santidad en nuestra alma. No digo que infunde una justicia porque quiero marcar más diferencia entre las dos que la que generalmente se marca. La justicia y la santificación en este caso deben ser mantenidas bien separadas. Nuestra justicia es de afuera, nuestra santidad es de adentro, es la nuestra propia. El apóstol claramente la diferencia: "No teniendo mi propia justicia" (Fil. 3:9). Es nuestra, no originalmente, sino nuestra, inherentemente. No es nuestra por algo que nosotros mismos hayamos hecho, sino que es nuestra porque mora en nosotros. En cambio, nuestra justicia no es nuestra originalmente ni inherentemente; no la obramos nosotros, sino que es obra de Jesucristo y mora eternamente en él, y sólo la puede obtener la pobre criatura, si la pide por fe. Nuestra santidad, aunque no es nuestra originalmente, es nuestra inherentemente y mora en nosotros. Tenemos la distinción que hace el apóstol: "Ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe" (Fil. 3:9).

    Tercero. La justificación es perfecta, mientras que la santificación es imperfecta; esta es una gran diferencia entre ambas. La justificación, repito, es perfecta. No tiene niveles: Nunca se malogra, nunca se toma intervalos y nunca se interrumpe. En cambio, la santificación puede tener estos niveles. Cuando digo que la justificación es perfecta, quiero decir que toda persona justificada, lo es de la misma manera y a la perfección. El creyente más débil, en la actualidad, es tan justificado como lo era el apóstol Pablo; y todo creyente auténtico es tan justificado ahora como lo será dentro de mil años. La justificación es perfecta en todos los justificados ahora y para la eternidad. Y no tiene niveles, sencillamente por la siguiente razón: Se basa en la justicia perfecta de Jesús y tenemos derecho a ella por un acto de Dios, el juez bondadoso, y ese acto es válido para siempre. Y si "Dios es el que justifica", "¿quién acusará a los escogidos de Dios?" (Ro. 8:33). En cambio, la santificación es cambiante, incompleta e imperfecta. Un creyente puede estar más santificado que otros. Me inclino a pensar que el apóstol Pablo estaba más santificado la primera hora de su conversión de lo que pueda estarlo alguno en la actualidad.

    La santificación difiere mucho en las distintas personas santificadas. Y difiere también mucho en la propia persona porque un creyente auténtico, verdaderamente santificado, puede ser más santo y santificado en una ocasión que en otra. Perfeccionarnos en santidad en el temor de Dios (2 Co. 7:1) requiere esfuerzo de nuestra parte. En cambio, en ningún lugar se nos requiere perfeccionarnos en justicia a los ojos de Dios, porque Dios obró una justicia perfecta en la que confiamos; entonces, tengamos cuidado y seamos diligentes en perfeccionar nuestra santidad en el temor de Dios. El santo en gloria es más santificado que nunca porque lo es a la perfección, mientras que no es más justificado de lo que lo era en la tierra. La única diferencia es que la percibe mejor y la gloria de aquella luz en la cual la ve, se manifiesta con más brillo y claridad.

                Tomado de Sermons, acerca de 1 Pedro 1:1-3, tomo 4, p. 71. Edición Edinburgo de Traill´s                     Works (Obras de Traill), 1810.

jueves, 6 de noviembre de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

(2) Cristo y la salvación

    Lector, ¿es Cristo "el todo"? Entonces, sepa que es una locura tremenda confiar para salvación en cualquier cosa que no sea Cristo. Hay multitud de hombres y mujeres bautizados que profesan honrar a Cristo, pero en realidad le hacen gran deshonra. Dan a Cristo un lugar determinado en sus creencias, pero no el que Dios le asignó. Para esas personas, Cristo y él solamente, no es "el todo en todo" para sus almas. ¡No!

    Más bien confían en Cristo y la iglesia, Cristo y los sacramentos, Cristo y sus pastores ordenados, Cristo y su arrepentimiento, Cristo y su propia bondad, Cristo y sus oraciones, Cristo y su sinceridad y caridad.

    Si alguno de mis lectores es un cristiano de este tipo, le advierto claramente que su religión es una ofensa a Dios. Está cambiando el plan de salvación de Dios por un plan de su propia invención. Está despojando a Cristo de su trono dándole a otro la gloria que sólo le corresponde a él.

    No me importa quién es el que le enseña creencias como las mencionadas o en base a qué enseñanza usted edifica su fe. Aunque fuera un Papa o cardenal, arzobispo u obispo, decano o archidiácono, presbítero o diácono, episcopal o presbiteriano, bautista o independiente, metodista o hermano libre quien añade algo a la salvación, enseña mal. Cristo es "el todo" en la salvación.

    No importa qué es lo que usted agrega a Cristo. Ya se trate de querer pertenecer a la Iglesia de Roma, o ser episcopal, independiente, o depender de la liturgia, o de la inmersión; si hace algo de esto, parte de su salvación, actúa fuera del plan de Dios.

    Ponga atención a lo que digo. Tenga cuidado de no darle a los siervos de Cristo, el honor que sólo le corresponde a Cristo. Cuidado con dar a las ordenanzas del Señor, el honor debido al Señor. Tenga cuidado cuando confía el descanso de su alma a otra cosa que no es Cristo, confíe solamente en Cristo.

(3) Cristo como Señor y Salvador

    Vuelvo a preguntar: ¿Es Cristo "el todo"? Entonces, todos los que quieren ser salvos vengan directamente a Cristo. Hay muchos que sólo saben de Cristo lo que han oído y creen todo lo que se les dice acerca de él. Aceptan que no hay salvación, excepto en Cristo. Reconocen que sólo Jesús puede librarlos del infierno y presentarlos sin mancha delante de Dios.

    Pero nunca parecen ir más allá de este conocimiento general. Nunca echan mano de Cristo para beneficio de sus almas. Permanecen en un estado de desear y querer, de sentir y tienen buenas intenciones, pero nunca van más allá. Comprenden lo que queremos decir y saben que es cierto. Tienen la esperanza de que un día obtendrán todos los beneficios de la verdad; pero en la actualidad, no reciben ningún beneficio. El mundo es su "todo". La política es su "todo". El placer es su "todo". Sus negocios son su "todo". En cambio, Cristo no es "su todo".

    Si alguno de mis lectores se identifica con este tipo de personas, le advierto claramente, que su alma está en mal estado. Usted está yendo derecho al infierno en su condición actual, como Judas Iscariote, Acab o Caín. Créame, tiene que haber fe verdadera en Cristo para salvación o, de lo contrario, Cristo murió en vano. No se trata de mirar el pan que alimenta al hombre hambrieno, sino de realmente comerlo. No es contemplar el bote salvavidas, sino entrar en él. No basta con saber y creer que Cristo es un Salvador que puede salvar su alma, a menos que exista una relación auténtica entre usted y él. Tiene que ser capaz de decir: "Cristo es mi Salvador porque he acudido a él por fe y lo he aceptado como mi Salvador personal". "Gran parte de la fe cristiana", dijo Lutero, "consiste en la habilidad de utilizar pronombres posesivos. ¡Si tomas de mí la palabra 'mi', tomas de mí a Dios!"

    Preste atención al siguiente consejo y actúe en consecuencia. Deténgase y deje de esperar sentimientos imaginarios que nunca llegarán. No dude, creyendo que debe obgtener primero al Espíritu y luego acudir a Cristo. Levántese y venga a Cristo tal y como es. Él le espera y está dispuesto a salvarle. Él es el médico designado por Dios para sanar las almas enfermas de pecado. Trate con él como lo haría con su médico acerca de la cura para una enfermedad física. Hable con él directamente y dígale todos sus anhelos. Decídase a hablar con él hoy mismo y clame pidiendo al Señor Jesús que le dé perdón y paz, como lo hizo al ladrón en la cruz. Dígale a Cristo: "Señor, acuérdate de mí" (Lc. 23:42). Dígale que usted ha oído que él recibe a los pecadores y que usted es uno de ellos. Dígale que quiere ser salvo y pídale que lo salve. No descanse hasta que, realmente, haya probado que el Señor es benigno. Haga esto y si usted actúa realmente en serio, encontrará, tarde o temprano, que "Cristo es el todo".

(4) Confíe en Cristo para recibir más bendiciones

    Vuelvo a preguntar: ¿Es Cristo el todo? Entonces trate con él creyendo realmente en él, apoyándose y confiando en él mucho más de lo que lo ha hecho hasta ahora. Desafortunadamente, ¡hay muchos hijos de Dios que viven sin gozar de todos sus privilegios! Hay muchas almas cristianas auténticas que se privan de la paz que podrían disfrutar y se privan de sus misericordias. Hay muchos que tienen fe, la obra del Espíritu Santo en sus corazones o a Cristo, pero sin sentirlo, sin que sea parte de sus sentimientos y, por ello, no alcanzan la plenitud del evangelio de paz. Hay muchos que progresan poco en su búsqueda de la santidad y brillan con una luz muy tenuye. ¿Y a qué se debe todo esto? Simplemente a que de cada veinte personas, diecinueve no dejan que Cristo sea el todo en todo.

    Quiero hacer un llamamiento a cada creyente: Le ruego por su propio bien, que se asegure de que Cristo sea realmente su todo en todo. Renuncie a todo lo que tiene, a sus propias ideas, sus prejuicios, su egoísmo y todos los demás estorbos para que Cristo sea "el todo en todo" (ver Mt. 16:24, Lc. 14:33).

    ¿Tiene fe? Es una bendición inestimable. Bienaventurado el que está dispuesto y ansioso por confiar en Jesús. Pero, asegúrese de que su fe no ocupe el lugar de Cristo. No descanse en su propia fe, sino en Cristo.

    ¿Ha obrado el Espíritu en su alma? Gracias a Dios por ello. Es una obra que jamás puede ser desechada. Pero, ¡cuidado, no sea que, sin darse cuenta, esté haciendo un Cristo de la obra del Espíritu! No dependa de la obra del Espíritu para su salvación, sino de la obra de Cristo.

    ¿Tiene sentimientos interiores de fe y experiencia de la gracia? Gracias a Dios por ello. Hay miles de personas que no tienen más sentimiento espiritual que un gato o un perro. Pero, ¡tenga cuidado, no sea que haga un Cristo de sus sentimientos y sensaciones! Estos no son cosas seguras porque dependen de nuestro estado de ánio, nuestro entorno y nuestras circunstancias externas. Descanse sólo en Cristo.

    Aprenda, le suplico, a parecerse cada vez más al gran objeto de su fe, Jesucristo, y a mantener sus ojos en él. Haciendo esto, descubrirá que va creciendo en la fe y todas las demás gracias, aunque el crecimiento puede ser imperceptible en el momento. El arquero habilidoso que quiere exhibir su destreza no mira la flecha, sino el blanco. ¡Me temo que, por desgracia, hay todavía una gran dosis de orgullo e incredulidad arraigada en el corazón de muchos creyentes! Pocos parecen darse cuenta de lo mucho que necesitan un Salvador. Al parecer, son pocos los que entienden cuánto le deben. Pocos parecen comprender cuánto lo necesitan cada día. Pocos son los que saben lo sencilla que es la fe de un niño y, por ende, no pueden confiarle sus almas. ¡Pocos parecen tener conciencia de cuánto les ama el Señor y lo dispuesto que está a ayudar a los pobres y a los débiles! Y pocos, consecuentemente, conocen la paz y la alegría, la fuerza y el poder para vivir la vida santa que se encuentra en Cristo.

    Lector, si su conciencia le dice que es culpable, cambie de rumbo, cámbielo y aprenda a confiar más en Cristo. A los médicos les encanta ver a los pacientes que vienen a consultarlos; su consultorio es para recibir a los enfermos y, si es posible, sanarlos de su enfermedad. Al abogado defensor le encanta desempeñar su vocación. El esposo es feliz cuando su esposa confía en él y reconoce su papel como cabeza del hogar; se deleita enb atenderla y promover su comodidad. Y a Cristo le encanta que su pueblo se apoye en él, que descanse en él, que recurra a él y que permanezca en él.

    Aprendamos y esforcémonos por vivir cada vez más unidos a Cristo. Vivamos en Cristo. Vivamos a Cristo. Vivamos con Cristo. Vivamos para Cristo. Solo así, demostraremos que tenemos plena consciencia de que "Cristo es el todo". Al hacerlo, sentiremos una gran paz, y alcanzaremos más de esa santidad, "sin la cual nadie verá al Señor". Hebreos 12:14.

miércoles, 5 de noviembre de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816 - 1900)

IV. Cristo será el todo en el cielo.

    Añadiré una cosa más y con esto habré terminado. Reflexionemos para entender bien que Cristo será el todo en el cielo.

    No me detendré mucho en este punto. Aun si tuviera espacio, no tendría la capacidad de hacerlo. Es imposible describir lo invisible y un mundo desconocido. Lo que sí puedo afirmar es que todos los hombres y mujeres que alcanzan el cielo encontrarán que, incluso allí, "Cristo es el todo".

    Tal como lo era el altar en el templo de Salomón, el Cristo crucificado será el objeto más grandioso en el cielo. Aquel altar era lo primero que atraía la vista de todo el que entraba por las puertas del templo. Era un gran altar de bronce, de veinte codos de largo y veinte codos de ancho (2 Cr 4:1). De la misma manera, Jesús atraerá la vista de todos los que entran en la gloria. En medio del trono y rodeado de ángeles y santos estará el "Cordero como inmolado" y el "Cordero [será] su lumbrera" (Ap. 5:6; 21:23).

    La alabanza al Señor Jesús será la canción eterna de todos los moradores del cielo.

    En medio del trono y rodeado de ángeles y santos le adorarán, exclamando a una voz: "El Cordero que fue inmolado es digno [...] Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos" (Ap. 5:12, 13).

    El servicio al Señor Jesús será la ocupación eterna de todos los moradores del cielo: "Le sirven día y noche en su templo" (Ap. 7:15). Qué satisfacción da pensar que, por fin, podremos servir al Cordero sin distracciones y trabajar para él sin cansancio.

    La presencia de Cristo mismo será de un gozo perpetuo para los moradores del cielo. Veremos "su rostro" y escucharemos su voz, hablaremos con él como se hablan los amigos (Ap. 22:4). Dulce es la idea de que, sin importar quién falte en la cena de las bodas del Cordero, el Señor mismo estará allí. Su presencia satisfará todas nuestras necesidades (Sal. 17:15).

    ¡Qué glorioso y dulce hogar será el cielo para todos los que han amado al Señor Jesucristo con sinceridad! Aquí vivimos por fe en él y encontramos paz, aunque a él no lo vemos. Allá nos veremos cara a cara y descubriremos que es lo más hermoso que puede haber. Ciertamente "más vale vista de ojos que deseo que pasa" (Ec. 6:9).

    Pero, lamentablemente, muchos de los que hablan de "ir al cielo" cuando mueren, resultan no ser aptos para hacerlo porque no tienen fe salvadora ni ninguna relación real con Cristo. ¿Usted no honra a Cristo aquí? ¿Usted no tiene comunión con él? ¿Usted no lo ama? Entonces, ¿qué podría hacer en el cielo? No sería un lugar para usted. El gozo de la gloria no sería gloria para usted. La felicidad de los salvos no sería una bendición que usted podría compartir. El servicio que los santos brindan a Cristo le sería tedioso y una carga para su corazón. ¡Oh, arrepiéntase y cambie antes de que sea demasiado tarde!

    Confío en que he mostrado cuán profundos son los cimientos de esa pequeña expresión: "Cristo es el todo".

Otras formas en que "Cristo es el todo"

    Podría fácilmente añadir otras cosas, si el espacio lo permitiera. El tema es inagotable. Apenas he tocado la superficie. Hay minas de verdades preciosas relacionadas con lo que he dejado sin decir.

    Podría mostrar cómo Cristo debe ser el todo en toda iglesia visible. Los espléndidos edificios, los numerosos servicios religiosos, las hermosas ceremonias y las multitudes de pastores ordenados, no son nada ante los ojos de Dios, si el Señor Jesús mismo no es honrado, magnificado y exaltado en todos sus oficios. La iglesia en que Cristo no "es el todo", no es más que un cuerpo muerto.

    Podría mostrar cómo Cristo debe ser el todo en todo ministerio cristiano. La gran obra que los pastores ordenados tienen la intención de hacer, es exaltar a Cristo. Debemos ser como el asta en que se colgó la serpiente de bronce en el desierto. Somos útiles en la medida en que exaltamos el gran objeto de nuestra fe y útiles en esa medida solamente. Debemos ser embajadores para llevar las buenas nuevas del Hijo del Rey a un mundo rebelde; pero si s´lo les enseñamos a los hombres a pensar más en nosotros y nuestros oficios que acerca de él, no somos dignos de ocupar ese oficio. El Espíritu nunca honrará al ministerio que no da testimonio de Cristo, que no hace que Cristo sea "el todo".

    Podría mostrar cómo el lenguaje usado en la Biblia, para describir los distintos oficios de Cristo parece no tener fin. Podría describir cómo las figuras que se usan para referirse a la plenitud de Cristo, tampoco parecen tener fin: El Sumo Sacerdote, el Mediador, el Redentor, el Salvador, el Abogado; el Pastor, el Médico, el Novio, la Cabeza, el Pan de Vida, la luz del Mundo, el Camino, la Puerta, la Vid, la Roca, la Fuente, el Sol de Justicia, el Precursor, el Fiador, el Capitán, el Príncipe de la Vida, el Amén, el Todopoderoso, el Autor y Consumador de la fe, el Cordero de Dios, el Rey de los antos, el Maravilloso, Dios fuerte, el Consolador, el Obispo de las almas, estos y muchos más son nombres que la Biblia da a Cristo. Cada uno es una fuente de instrucción y de consuelo para todos los que están dispuestos a beber de ella. Cada una de estas descripciones es importante para meditar con provecho.

Conclusiones prácticas

    Confío en que he dicho lo suficiente como para arrojar luz sobre el punto que quiero dejar claro en la mente de todo el que lee estas líneas. Confío en que he dicho lo suficiente como para mostrar la inmensa importancia de las conclusiones prácticas con las que ahora termino el capítulo.

(1) Absoluta inutilidad de una religión sin Cristo

    ¿Es Cristo "el todo"? Entonces aprendamos acerca de la absoluta inutilidad de una religión sin Cristo. Hay demasiados hombres y mujeres bautizados que prácticamente no saben absolutamente nada acerca de Cristo. Su religión consiste en unas pocas nociones vagas y expresiones vacías. "Confían en que no son peores que otros. Ofrendan a su iglesia. Tratan de cumplir con su deber. No le hacen mal a nadie. Confían en que Dios será misericordioso con ellos. Tienen la esperanza de que el Todopoderoso perdonará sus pecados y los llevará al cielo cuando mueran". ¡En eso consiste la totalidad de su religión!

    Pero, ¿qué saben estas personas acerca de Cristo en la práctica? Nada, ¡nada en absoluto! ¿Qué conocimiento empírico tienen de sus oficios y su obra, su sangre, su justicia, su mediación, su sacerdocio o su intercesión? Ninguno, ¡ninguno en absoluto! Pregúnteles acerca de una fe salvadora, pregúnteles acerca de nacer de nuevo del Espíritu y pregúnteles acerca de ser santificados en Cristo Jesús. ¿Qué respuesta recibirá? Para ellos, usted es una persona cruel. Les ha hecho preguntas bíblicas simples. Pero ellos no saben más acerca de ellas, experimentalmente, que un budista o un mahometano. Y, sin embargo, ¡esta es la religión de cientos y miles de personas en todo el mundo que se denominan cristianos!

    Si algún lector de este trabajo cabe en esta descripción, le advierto claramente que tal cristianismo nunca lo llevará al cielo. A simple vista, todo parece ir muy bien. Puede parecerlo en la sacristía, en el lugar de trabajo, en la Cámara de los Comunes o en las calles. Pero nunca consolará a nadie. Nunca satisfará su conciencia. Nunca salvará su alma.

    Le advierto claramente que todos los conceptos y teorías acerca de la misericordia de Dios sin Cristo, son ilusiones sin fundamento y fantasías vacías. Tales teorías son puramente como ídolos inventados por el hombre, como los superhéroes de los cuentos infantiles. Son terrenales. Nunca tuvieron su origen en el cielo, son inventos humanos. El Dios del cielo ha señalado y nombrado a Cristo como el único Salvador y el único camino para ir al Padre. Dios mismo estipuló que todos los que han de ser salvos, deben serlo por medio de la fe en Cristo. No hay otro mediador entre Dios y los hombres.

    Tome nota el lector de esta advertencia sobre su salvación: Una religión sin Cristo no salvará su alma.

martes, 4 de noviembre de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE 1816 - 1900)


 ¿Hay entre mis lectores quien sienta una carga en su corazón respecto a su alma? ¿Hay alguien que quiera salvarse y se siente un vil pecador? Le invito pues: "Ven a Cristo y él te salvará. Ven a Cristo y echa la carga de tu alma sobre él. No temas; cree solamente".

    ¿Tiene temor de la ira venidera? Cristo puede liberarlo de ella. ¿Siente sobre usted la maldición por haber quebrantado la ley? Cristo puede redimirle de la maldición de la ley. ¿Se siente alejado de Dios? Cristo sufrió en la cruz para lograr acercarlo a Dios. ¿Se siente impuro? La sangre de Cristo puede limpiarle de todo pecado. ¿Se siente imperfecto? Usted estará completo en Cristo. ¿Se siente como si no fuera nada? Cristo es "el todo" para su alma. Nunca, ningún santo alcanzó el cielo con cualquier argumento, sino diciendo: "He lavado y emblanquecido mis ropas en la sangre del Cordero" (Ap. 7:14).

    (b) Pero, repito, Cristo no sólo es "el todo" en la justificación de un verdadero cristiano, sino también en su santificación.

    Espero que no haya nadie que me malinterprete. No quiero, ni por un momento, restarle importancia a la obra del Espíritu Santo. Pero sí digo que nunca, ningún hombre será santo hasta que venga a los pies de Cristo y se una a él. Hasta entonces, sus obras son obras muertas; carece totalmente de santidad. Lo primero que tiene que asegurarse es estar unido a Cristo y, luego, ser santo. El propio Jesús dice: "Porque separados de mí nada podéis hacer" (Jn. 15:5).

    Ninguno puede crecer en santidad, a menos que permanezca unido a Cristo. Cristo es la raíz de la que todo creyente debe recibir su fuerza para seguir adelante. El Espíritu es su regalo especial, regalo que fue comprado para su pueblo. Un creyente, no sólo debe haber "recibido al Señor Jesucristo", sino andar en él; siendo arraigado y edificado en él (Col. 2:6,7).

    ¿Anhela ser santo? Entonces, tiene que alimentarse diariamente de Cristo que es el maná del cielo. Recuerde el maná que comía Israel en el desierto. ¿Quiere ser santo? Entonces Cristo debe ser la roca de la que usted debe beber diariamente el agua viva. ¿Busca ser santo? Entonces usted debe estar buscando siempre a Jesús. Debe mantener su vista en la cruz y buscar diariamente motivos para caminar más cerca de Dios, siguiendo su ejemplo y tomándolo a él como su ejemplo de vida. Poniendo sus ojos en Cristo, usted llegará a ser como él. Su rostro brillará sin que usted lo sepa. Si quita su vista de usted mismo y la pone en Cristo, encontrará que, aquellas penas que le aquejaban, se alejarán de usted y sus ojos brillarán más y más cada día (He. 12:2; 2 Co. 3:18).

    El verdadero secreto para salir del desierto es llegar "recostándose en el Amado" (Cnt. 8:5). La manera válida de llegar a ser fuerte es reconocer nuestra debilidad y convencernos de que Cristo debe ser "el todo". La verdadera manera de crecer en la gracia es beber de Cristo como de una fuente inagotable que satisface las necesidades de cada momento. Debemos emplearlo como la viuda del profeta usaba el aceite; no sólo para pagar nuestras deudas, sino para seguir viviendo después de haberlas pagado (2 R. 4:7). Debemos esforzarnos por ser capaces de decir: "Lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gá. 2:20).

    ¡Siento lástima por aquellos que pretenden ser santos sin Cristo! Sus esfuerzos son vanos. Es como poner su dinero en una bolsa con agujeros o como vaciar agua en un colador. Se asemeja al esfuerzo de rodar una enorme piedra redonda cuesta arriba o construir una pared con lodo demasiado mojado. Actuar así es comenzar en el punto equivocado. Usted debe venir a Cristo primero y él le dará su Espíritu santificador. Tiene que aprender a decir con Pablo: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece" (Fil. 4:13).

    (c) Además, Cristo no sólo es todo en la santificación del cristiano auténtico, sino todo en su tranquilidad en el presente.

    Un alma salvada tiene muchas aflicciones. Tiene un cuerpo como el de los demás seres humanos, débiles y frágiles. Tiene un corazón como los demás hombres y, muchas veces, su corazón es más sensible. Tiene sufrimientos y pérdidas como los demás y, con frecuencia, experimenta más pruebas que ellos. Tiene su cuota de duelos, muertes, decepciones y cruces. El alma salvada también tiene la oposición del mundo, un lugar en la vida que debe llenar en integridad, tiene familiares no convertidos con los que tiene que tratar con paciencia, persecuciones que soportar y una muerte que enfrentar. ¿Y quién es suficiente para estas cosas? ¿Qué es lo que capacita al creyente para encarar todo esto? Nada más que "la consolación que hay en Cristo" (Fil.2:1).

    En realidad, Jesús es, de hecho, el Hermano que nos acompaña en la adversidad. Es un Amigo más unido que un hermano y sólo él puede consolarnos. Él es capaz de compadecerse de nuestras enfermedades porque él mismo "fue tentado en todo según nuestra semejanza" (He. 4:15). Él sabe lo que es el dolor porque fue varón de dolores, experimentado en quebrantos (Is. 53:3). Él sabe lo que es un cuerpo dolorido; cuando su cuerpo estaba atormentado por el dolor clamó: "He sido derramado como aguas, y todos mis huesos se descoyuntaron" (Sal. 22:14). Sabe lo que son la pobreza y el cansancio, pues a menudo, se fatigaba y no tenía dónde reclinar la cabeza. Sabe lo que es la incomprensión de la familia, pues incluso sus hermanos no le creyeron. No era honrado ni siquiera en su propia casa.

    Y Jesús sabe exactamente cómo consolar la aflicción de su pueblo.

    Sabe cómo derramar aceite y vino en las heridas del espíritu, conoce la forma de llenar los vacíos de los corazones, cómo pronunciar palabras que alivien el cansancio de los suyos, cómo curar el corazón partido, cómo atender al que está en el lecho del dolor, cómo acercarse cuando le invocamos en nuestra debilidad y decir simplemente: "No temas", yo soy tu salvación (Lm. 3:57).

    Hablamos de lo reconfortante que es que alguien se conduela de nosotros. ¡No hay compasión como la de Cristo! En todas nuestras aflicciones, él está con nosotros. Él conoce nuestras penas. Cuando sufrimos dolor, él se duele, y como el buen médico, no escatima ni una gota de medicina para calmar nuestro dolor. David dijo cierta vez: "En la multitud de mis pensamientos dentro de mí, tus consolaciones alegraban mi alma" (Sal. 94:19). Estoy seguro de que más de un creyente podría decir lo mismo: "A no haber estado Jehová por nosotros, hubieran entonces pasado sobre nuestra alma las aguas impetuosas" (Sal. 124:2, 5).

    ¡Es maravilloso cómo el creyente supera todas sus angustias! ¡Es impresionante cómo, cuando pasa a través del fuego de la prueba y la inundación de muchas aguas, recibe consolación! ¿Cómo es posible? Simple y sencillamente es posible porque Cristo, no sólo es justificación y santificación, sino también consuelo. "He visto sus caminos; pero le sanaré, y le pastorearé, y le daré consuelo a él y a sus enlutados" (Is. 57:18).

    ¡Oh, a usted que quiere gozar de tranquilidad constante, lo encomiendo a Cristo! Sólo en él no hay fracaso. Los ricos se decepcionan de sus bienes. Los sabios se decepcionan de sus libros. Los cónyuges se decepcionan de sus parejas. Los padres se decepcionan de sus hijos. Los estadistas se decepcionan, a pesar de que conquistan posición y poder después de mucho luchar. Al final de cuentas, descubren que tienen más problemas que placer. ¿Y qué produce la decepción, sino enojo, intranquilidad incesante, preocupación, vanidad y aflicción de espíritu? En cambio, para la gloria de Dios, nadie jamás ha sido decepcionado estando en Cristo.

    (d) Cristo no sólo es todo consuelo para el cristiano auténtico en la actualidad, Cristo es también "el todo" en su esperanza del tiempo por venir.

    Supongo que habrá pocos hombres y mujeres que no disfrutan de la vida porque no tienen esperanza de algún tipo relacionada con sus almas. Pero las esperanzas de la gran mayoría, no son más que vanas fantasías. No tienen ninguna base sólida para tener esperanza. Ningún ser humano, excepto el verdadero hijo de Dios, puede dar una explicación razonable de la esperanza que hay en él. Es triste encontrar gentes sin esperanza. Es bíblico afirmar que, si no tienen a Cristo, no tienen esperanza ni para el presente ni para el futuro.

    El cristiano auténtico tiene una esperanza segura cuando mira hacia adelante; el hombre mundano no tiene ninguna. El cristiano auténtico ve la luz en la distancia; el hombre mundano no ve nada más que oscuridad. ¿Y cuál es la esperanza del cristiano auténtico? Es precisamente esta: Que Jesucristo viene otra vez, viene triunfante, victorioso sobre el pecado, viene con todo su pueblo y, una vez aquí, enjugará toda lágrima de los ojos de los suyos, viene para levantar a sus santos de entre los muertos, viene para levantar a sus santos de entre los muertos, viene para reunir a toda su familia, a fin de que estén para siempre con él. ¡Esa es una esperanza segura!

    ¿En qué radica la paciencia del creyente? En que contempla la venida del Señor.

    Por eso puede soportar dificultades difíciles sin murmurar. Sabe que el tiempo es corto. Espera en silencio la venida del Rey.

    ¿Por qué enfrenta todas las cosas con calma? Porque espera el pronto regreso de su Señor. Su tesoro está en el cielo, sus bendiciones más ricas están por venir. El mundo no es su hogar, sino una simple posada; y estar en una posada no es estar en casa. Sabe que "el que ha de venir vendrá, y no tardará". Cristo viene y eso es suficiente (He. 10:37).

    Esta es, de hecho, una "esperanza bienaventurada (Tito 2:13). Ahora es el tiempo de aprendizaje, luego disfrutaremos de la fiesta eterna. Ahora es tiempo de sortear las olas de un mundo problemático, luego llegaremos a puerto seguro. Ahora es la dispersión, entonces será el reencuentro. Ahora es el tiempo de la siembra, luego la cosecha. Ahora es el momento de trabajar, después el de recibir el pago. Ahora es la cruz, luego la corona. La gente habla de sus "expectativas" y esperanzas en este mundo. Pero ninguno tiene expectativas tan sólidas como las del alma salvada. Esta puede decir: "Alma mía, en Dios solamente reposa, porque de él es mi esperanza" (Sal. 62:5).

    En todo cristianismo verdadero, Cristo es "el todo". Todo en la justificación, todo en la paz y todo en la esperanza. Bienaventurado es el hijo de una madre que sabe estas verdades acerca de Cristo y mucho más bienaventurado es, si él mismo también lo siente. ¡Oh, que los hombres pudieran probarse a sí mismos y comprobar qué saben de todo esto por el bien de sus propias almas!