2. Reverendo Thomas Brooks
Rector de St. Margaret, Fish Street Hill, Londres, 1662.
Consideremos la necesidad de la santidad. Es imposible que alguno sea feliz, a menos que sea santo. Nada de santidad aquí, nada de santidad en el más allá. Las Escrituras mencionan tres habitantes corporales del cielo: Enoc, antes de la ley; Elías, bajo la ley y Jesucristo, bajo el evangelio; los tres, eminentes en santidad para enseñarnos que normalmente nadie va al cielo sin santidad. Hay muchos miles de miles ahora en el cielo, pero entre ellos no hay ni un impío, no hay ni un pecador entre todos esos santos, ni una cabra entre todas esas ovejas, ni una mala hierba entre todas esas flores, ni una espina entre todas esas rosas, ni una piedrecita entre todos los diamantes resplandecientes. No hay en el cielo ni un Caín entre todos esos Abel, ni un Ismael entre todos esos Isaac, ni un Esaú entre todos esos Jacob. No hay ningún Cam entre todos los patriarcas (Gén. 9:18), ni un Saúl entre todos los profetas, ni un Judas entre todos los apóstoles, ni un Demas entre todos los predicadores, ni un Simón el Mago entre todos los fieles.
El cielo es sólo para el santo y el santo es sólo para el cielo; el cielo es un manto de gloria apto sólo para el santo. Dios, quien es la verdad en sí mismo, no puede mentir y lo ha dicho: Sin santidad nadie verá al Señor. Tome nota de esa palabra "nadie". Sin santidad el rico no verá al Señor, sin santidad el obrero no verá al Señor; sin santidad el noble no verá al Señor, sin santidad el humilde no verá al Señor; sin santidad el príncipe no verá al Señor, sin santidad el campesino no verá al Señor; sin santidad el gobernante no verá al Señor, sin santidad el súbdito no verá al Señor; sin santidad el letrado no verá al Señor, sin santidad el iletrado no verá al Señor; sin santidad el esposo no verá al Señor, sin santidad la esposa no verá al Señor; sin santidad el padre de familia no verá al Señor, sin santidad el hijo no verá al Señor; sin santidad el patrón no verá al Señor, sin santidad el sirviente no verá al Señor. Porque fiel y fuerte es el Señor de señores, quien lo ha dicho (Jos. 23:14).
En la actualidad, algunos pregonan una forma de culto, otros otra; algunos pregonan una "iglesia del estado", otros otra. Algunos pregonan un camino al cielo, otros otro; pero lo cierto es que las sendas de santidad son las sendas antiguas (Jer. 6:16); el Camino del Rey de reyes es el camino al cielo y la felicidad: "Y habrá allí calzada y camino, y será llamado Camino de Santidad; no pasará inmundo por él, sino que él mismo estará con ellos; el que anduviere en este camino, por torpe que sea, no se extraviará" (Is. 35:8). Algunos dicen: "He aquí, este es el camino", otros dicen: "He aquí, aquel es el camino", pero lo cierto es que el caminode santidad es el más seguro, el más fácil, el más noble y el más corto a la felicidad.
Entre los paganos, nadie puede entrar en el templo de honor sin antes entrar en el templo de virtud. No hay entrada al templo de felicidad sin antes entrar al templo de santidad. Usted primero tiene que entrar en la santidad, antes de que pueda entrar en la morada de Dios. Tal como Sansón clamó "¿moriré yo ahora de sed?" o como clamó Raquel "dame hijos, o si no, me muero", deben clamar las almas no santificadas: "Señor, dame santidad, si no, moriré eternamenteW. Si los ángeles, esos príncipes de gloria, caen una vez de su santidad, son excluidos de la felicidad y bendición eterna. Si Adán en el paraíso, cae una vez perdiendo su pureza, será prontamente echado fuera de la presencia de la gloria divina. Agustín ya no quiso ser malvado ni impío porque no sabía si moriría esa misma hora y, si moría en ese estado impío, sabía que estaría separado para siempre de la presencia del Señor y la gloria de su poder.
Oh, querido lector, no engañe a su propia alma; la santidad es absolutamente necesaria, sin ella "nadie verá al Señor" (He. 12:14). No es absolutamente necesario que sea usted rico en este mundo, pero es absolutamente necesario que sea santo. No es absolutamente necesario que tenga buena salud, fuerzas, amigos, libertad y vida, pero es absolutamente necesario que sea santo. Podemos ver al Señor sin tener prosperidad mundana, pero nunca podremos ver al Señor, excepto que seamos santos. Podremos ir al cielo sin honra o gloria del mundo, pero nunca podremos llegar al cielo sin santidad. Sin santidad aquí, no hay cielo en el más allá: "No entrará en ella ninguna cosa inmunda" (Ap. 21:27). En el día final, Dios cerrará las puertas a la gloria dejando fuera a toda persona que no es pura de corazón.
La santidad es una flor que no crece en el jardín de la naturaleza. El ser humano no nace con santidad en su corazón, como nace con una lengua en la boca. La santidad es de origen divino, es una perla de gran precio que no se encuentra en cualquier naturaleza, sino en una naturaleza renovada. No hay ningún rayo ni chispa de santidad en nadie revestido de naturaleza terrenal. "Todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal" (Gn. 6:5). "¿Y cómo será limpio el que nace de mujer?" (Job 25:4). La pregunta tiene una connotación fuertemente negativa: "¿Cómo puede ser limpio el hombre?", es decir, el hombre que nace de mujer no puede ser limpio; el hombre nacido de mujer nace en pecado y nace bajo la ira y la maldición. "¿Quién hará limpio a lo inmundo?" "Todos nosotros somos como sucidad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia" (Job 14:4; Is. 64:6). "No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios" (Ro. 3:10, 11). Todo hombre es por naturaleza un extraño, sí, un enemigo de la santidad (Ro. 8:7). Cada uno que nace en este mundo, lo hace con su rostro hacia el pecado y el infierno y su espalda hacia Dios y la santidad.
Nuestra naturaleza es tan corrupta que no tiene en ella ningún bien divino, es como el fuego y el agua, como leña mojada y leña ardiendo. En cambio, en cuanto al mal, es como fuego con paja, es como el sátiro necio que se apuró a besar el fuego cuando lo vio por primera vez, es como el material que los naturalistas dicen que atrae el fuego, que luego lo consume. Todos nacemos pecadores y no hay nada, fuera de un poder divino, que pueda transformarnos en santos. Todos podemos ser felices, pero por naturaleza, detestamos la idea de serlo. Por esto, vemos que así como el alimento es indispensable para la vida natural, la santidad lo es para la preservación y salvación del alma. Si tuviéramos la sabiduría de Salomón, la fuerza de Sansón, la valentía de Josué, el consejo de Ahitofel, los honores de Amán, el poder de Asuero y la elocuencia de Apolo, aun con todo, sin santidad no tendríamos salvación. Los tiempos en que vivimos exigen que tengamos santidad. Si los consideramos como tiempos bajo la gracia, ¿qué móvil ha tenido un pueblo, tan fuerte como el que Dios nos ha dado a nosotros que gozamos de tantos medios, maneras y ayudas para que seamos santos? ¡Oh, el sacrificio, el cuidado, el costo, la empresa en que ha estado y está ocupado Dios todos los días, para hacernos santos! ¿Acaso no nos envía todavía a sus mensajeros que se levantan temprano y se acuestan tarde, y todo para instarnos a ser santos? Muchos de ellos, ¿acaso no han dado su tiempo, su fuerza, su espíritu y sus vidas para hacernos santos?
Oh amigos, ¿de qué valen las ordenanzas sagradas sin corazones santos y sin vidas santas? ¿De qué valen los días de luz, si no andamos en la luz y nos despojamos de las obras de las tinieblas? ¿Cuál es el mensaje de todos los medios de gracia, sino este: Oh, esfuérzate para ser objeto de la gracia? ¿Y qué es la voz del Espíritu Santo, sino esta: ¡Oh, esfuérzate por ser santo!? ¿Y qué dice la voz de todos los milagros de misericordia que Dios ha realizado en medio nuestro, sino: "Sed santos, sed santos"? ¡Oh! ¿qué podría realizar Dios que no haya realizado ya para hacernos santos? ¿Acaso no nos ha dado ya todas las ayudas santas del cielo? ¿No nos ha seguido muy de cerca hasta ahora con ofrecimientos santos, ruegos santos, consejos santos, palabras de aliento santas y todo para hacernos santos? Y con todo esto, ¿seguiremos siendo indiferentes, orgullosos, mundanos, maliciosos, envidiosos, contenciosos e impíos?
¡Oh! ¿qué es esto, sino provocar a Dios para que apague todas las luces del cielo, deje a un lado nuestros maestros, quite nuestros candeleros que han sido débiles, y dé todos estos favores a un pueblo que los valore más, los ame más, los defienda con más firmeza y los ponga en práctica con más consagración de lo que lo hemos hecho nosotros hasta hoy? (Ap. 2:4, 5; Is. 42:25). Creo que no hay nada más evidente que el hecho de que los tiempos en que vivimos claman pidiendo que cada uno procure santidad y se esfuerce por tener más santidad. Nunca nos quejemos del tiempo en que vivimos, en cambio, dejemos de hacer el mal, esforcémonos por hacer lo bueno y todo estará bien. Tengamos corazones mejores, vidas mejores y pronto veremos tiempos mejores (Is. 1:16-19).
Tomado de Crown and Glory of Christianity, or Holiness: The only way to happiness (Corona y gloria del cristianismo, o Santidad: El único camino a la felicidad). Brook´s Works (Obras de Brooks), tomo 4, pp. 151-153, 187-188, edición de Grosart, 1866.
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