21. Fragmentos de autores antiguos
Los textos de Traill y Brooks que agrego sobre el tema de la santidad, me parecen de tanto valor, que he decidido incluirlos.
1. Reverendo Robert Traill
En un tiempo pastor en Cranbrook, Kent, 1696.
En cuanto a la santificación, hay tres cosas para considerar:
I. Qué es la santificación.
II. En qué se parece a la justificación.
III. En qué difiere de la justificación.
I. ¿Qué es santificación?
Es mucho mejor sentirla que expresar qué es. La santificación es igual a la regeneración e igual a la renovación del hombre total. Santificación es la formación de la nueva criatura; es implantar y grabar la imagen de Cristo en la pobre a,ma. El Apóstol anhelaba: "Que Cristo fuera formado en los gálatas" (Gá. 4:19); enseñaba y predicaba con denuedo, a fin de que los corintios pudieran llevar "la imagen del celestial" (1 Co. 15:49).
Hay solo dos hombres de los que todos los seres humanos se derivan y según como cuál de los dos sean, así les irá: Son como el primer Adán o como el segundo Adán. Cada persona es, por naturaleza, como el primer Adán y como el diablo porque el diablo y el primer Adán caído se asemejaban. "Vosotros sois de vuestro padre el diablo", dice el Señor (Jn. 8:44) y ese padre fue un "homicida desde el principio". Todos los hijos del primer Adán son hijos del diablo, no hay diferencia en eso. Y todos los hijos del otro se asemejan a Jesucristo, el segundo Adán; y cuando su imagen se prefeccione en ellos serán completamente felices. "Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial" (1 Co. 15:49). Le ruego que note que llevamos la imagen del terrenal por haber nacido en pecado y desdicha, llevamos la imagen del terrenal por vivir en pecado y sufrimiento, llevamos la imagen del terrenal por morir en pecado y sufrimiento, y llevamos la imagen del terrenal en la podredumbre del sepulcro. En cambio, llevamos la imagen del Adán celestial cuando somos santificados por su Espíritu. La imagen crece en nosotros, según crecemos en santificación, y seguiremos llevando la imagen perfecta del Adán celestial cuando seamos como Cristo Hombre, tanto en el alma como en el cuerpo. Seremos perfectamente felices y perfectamente santos cuando hayamos vencido a la muerte por gracia, así como él la venció por su propio poder. Nunca se sabrá justamente cómo serán los creyentes semejantes a Jesucristo hasta que todos hayan resucitado como pequeños soles brillando en gloria y esplendor. ¡Oh, cuánto se parecerán a Jesucristo, aunque seguirán teniendo su gloria personal trascendente por toda la eternidad!
II. ¿En qué son iguales la justificación y la santificación?
Respondo que en muchas cosas.
Primero. Son iguales en que tienen el mismo autor, el Dios que justifica es el Dios que también santifica. "¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica" (Ro. 8:339. "Yo soy Jehová que os santifico" es una expresión común en el Antiguo Testamento (Éx. 31:13; Lv. 20:8).
Segundo. Son iguales en que surgen de la misma gracia. La justificación es un acto de la gracia, así como la santificación. "Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo" (Tito 3:5). Ambos son de la gracia.
Tercero. Son iguales en que una misma persona tiene a ambos. Nunca es justificado un hombre sin ser también santificado, no hay santificado que no sea justificado; todos los escogidos de Dios, todos los redimidos, comparten estas dos bendiciones.
Cuarto. Son iguales en cuanto al tiempo, suceden al mismo tiempo. Nos es difícil hablar o pensar en términos de tiempo cuando se trata de las obras de Dios. Estas obras de él siempre son realizadas al mismo tiempo; el hombre no es justificado antes de ser santificado, aunque se puede concebir de este modo en el orden de la naturaleza; no obstante, ambas obran al mismo tiempo y por la misma gracia. "Y esto erais algunos", dice el Apóstol, "mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios" (1 Co. 6:11).
Quinto. Son iguales en que la operación de ellas es por el mismo medio, por la Palabra de Dios que nos destina a la vida eterna por la promesa y somos santificados también por el poder de la misma Palabra. "Ya vosotros estáis limpios", dice nuestro Señor, "por la palabra que os he hablado" (Jn. 15:3). "Para santificarla", dice el apóstol refiriéndose a la Iglesia, "habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra" (Ef. 5:26).
Sexto y último. Son iguales en que ambas son necesarias para la vida eterna. No lo digo en cuanto a su orden, sino a que son igualmente necesarias, es decir, está determinado que nadie que no haya sido justificado será salvo y, de igual manera, está determinado que nadie que no haya sido santificado será salvo. Ningún hombre no justificado puede ser salvo y ningún hombre no santificado puede ser salvo. Justificación y santificación son igualmente necesarias, a fin de poseer la vida eterna.
III. ¿En qué difieren la justificación y la santificación?
En lo que difieren es un asunto muy importante que tiene que ver con la práctica y el ejeercicio diario de las dos. Coinciden en muchas cosas, como acabamos de explicar, pero también difieren ampliamente.
Primero. La justificación es un acto de Dios relativo al estado del hombre como persona, en cambio la santificación es la obra de Dios en la naturaleza del hombre. Y estas dos son muy diferentes como lo ilustraré por medio de un símil. La justificación es un acto de Dios, así como el de un juez que absuelve a un delincuente de una sentencia de muerte. En cambio, la santificación es un acto de Dios para nosotros como un médico que nos cura de una enfermedad mortal. Digamos que hay un criminal que se presenta ante el tribunal acusado de traición al estado, el mismo criminal sufre de una enfermedad mortal; puede morir, aunque ningún juez lo haya sentenciado a muerte por su crimen. Es un acto de gracia lo que absuelve al hombre de la sentencia según la ley, el hecho que no morirá por su traición, eso salva la vida del hombre. Pero a pesar de esto, si no puede curarse de su enfermedad, pronto morirá, a pesar del perdón que le otorgó el juez. Por lo tanto, la justificación es un acto de Dios como un Juez bondadoso, la santificación es la obra de Dios como un Médico misericordioso. David los pone lado a lado: "Él es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias" (Sal. 103:3). Tenemos una promesa: "No os será la iniquidad causa de ruina" (Ez. 18:30). No hay ruina por ser culpables: Esto es justificación. Y no será su ruina por el poder de ella: Esto es santificación.
Segundo. La justificación es un acto de la gracia de Dios basado en la justicia de otro, pero santificación es una obra de Dios infundiendo justicia dentro de nosotros. Hay una gran diferencia entre estos porque una es por imputación y la otra por infusión.
En la justificación, la sentencia de Dios procede de esta manera: la justicia que Cristo logró por su vida, su muerte y su obediencia a la ley de Dios le es contada al pecador para su absolución; de manera que cuando un pecador comparece ante el tribunal de Dios y alguien pregunta: ¿No ha quebrantado este hombte la ley de Dios? Sí, responde Dios. Sí, dice la conciencia del pobre hombre, la he quebrantado de muchas maneras. ¿Y acaso no lo condena la ley a morir por su transgresión? Sí, dice el hombre. Sí, dice la ley de Dios. La ley no sabe más que esto: "El alma que pecare, esa morirá" (Ez. 18:4). Entonces, pues, ¿no hay ninguna esperanza en este caso? Sí, y la gracia del evangelio revela esta esperanza. Hubo Uno que tomó sobre sí el pecado, que murió por los pecados, su justicia le es imputada al pobre pecador y, de esta manera, es absuelto. Somos absueltos habiendo sido justificados por Dios poniendo en nuestra cuenta, por nosotros y para nuestro provecho lo que Cristo hizo y sufrió por nosotros.
En la santificación, el Espíritu de Dios infunde santidad en nuestra alma. No digo que infunde una justicia porque quiero marcar más diferencia entre las dos que la que generalmente se marca. La justicia y la santificación en este caso deben ser mantenidas bien separadas. Nuestra justicia es de afuera, nuestra santidad es de adentro, es la nuestra propia. El apóstol claramente la diferencia: "No teniendo mi propia justicia" (Fil. 3:9). Es nuestra, no originalmente, sino nuestra, inherentemente. No es nuestra por algo que nosotros mismos hayamos hecho, sino que es nuestra porque mora en nosotros. En cambio, nuestra justicia no es nuestra originalmente ni inherentemente; no la obramos nosotros, sino que es obra de Jesucristo y mora eternamente en él, y sólo la puede obtener la pobre criatura, si la pide por fe. Nuestra santidad, aunque no es nuestra originalmente, es nuestra inherentemente y mora en nosotros. Tenemos la distinción que hace el apóstol: "Ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe" (Fil. 3:9).
Tercero. La justificación es perfecta, mientras que la santificación es imperfecta; esta es una gran diferencia entre ambas. La justificación, repito, es perfecta. No tiene niveles: Nunca se malogra, nunca se toma intervalos y nunca se interrumpe. En cambio, la santificación puede tener estos niveles. Cuando digo que la justificación es perfecta, quiero decir que toda persona justificada, lo es de la misma manera y a la perfección. El creyente más débil, en la actualidad, es tan justificado como lo era el apóstol Pablo; y todo creyente auténtico es tan justificado ahora como lo será dentro de mil años. La justificación es perfecta en todos los justificados ahora y para la eternidad. Y no tiene niveles, sencillamente por la siguiente razón: Se basa en la justicia perfecta de Jesús y tenemos derecho a ella por un acto de Dios, el juez bondadoso, y ese acto es válido para siempre. Y si "Dios es el que justifica", "¿quién acusará a los escogidos de Dios?" (Ro. 8:33). En cambio, la santificación es cambiante, incompleta e imperfecta. Un creyente puede estar más santificado que otros. Me inclino a pensar que el apóstol Pablo estaba más santificado la primera hora de su conversión de lo que pueda estarlo alguno en la actualidad.
La santificación difiere mucho en las distintas personas santificadas. Y difiere también mucho en la propia persona porque un creyente auténtico, verdaderamente santificado, puede ser más santo y santificado en una ocasión que en otra. Perfeccionarnos en santidad en el temor de Dios (2 Co. 7:1) requiere esfuerzo de nuestra parte. En cambio, en ningún lugar se nos requiere perfeccionarnos en justicia a los ojos de Dios, porque Dios obró una justicia perfecta en la que confiamos; entonces, tengamos cuidado y seamos diligentes en perfeccionar nuestra santidad en el temor de Dios. El santo en gloria es más santificado que nunca porque lo es a la perfección, mientras que no es más justificado de lo que lo era en la tierra. La única diferencia es que la percibe mejor y la gloria de aquella luz en la cual la ve, se manifiesta con más brillo y claridad.
Tomado de Sermons, acerca de 1 Pedro 1:1-3, tomo 4, p. 71. Edición Edinburgo de Traill´s Works (Obras de Traill), 1810.
No hay comentarios:
Publicar un comentario