V. Perseverancia en las sendas antiguas
En quinto y último lugar, estos tiempos requieren de nosotros una perseverancia más regular y constante en andar en las sendas antiguas, a fin de recibir bendiciones para nuestras almas.
Religiosidad pública
No creo que ninguna persona inteligente puede dejar de ver que ha habido en los últimos años un aumento tremendo de lo que tengo que llamar, por falta de una expresión mejor, una religiosidad pública. Se han multiplicado, extrañamente, los lugares para el culto público de todo tipo. Por lo menos diez veces más iglesias han abierto sus puertas a la oración, predicación y administración de la Cena del Señor, que hace cincuenta años. Los servicios religiosos en las naves de las catedrales, las reuniones en grandes salones públicos y cultos en misiones se llevan a cabo día tras día y noche tras noche. Todo esto se ha convertido en algo muy común. Son, de hecho, las instituciones establecidas de esta época y, a juzgar por el número de asistentes, son prueba fehaciente de que son populares. En suma, nos encontramos con el hecho incuestionable de que el último cuarto del siglo XIX es una época con una cantidad inmensa de religiosidad pública.
No pienso criticarlo. Que nadie lo suponga ni por un minuto. Al contrario, doy gracias a Dios por el avivamiento del plan apostólico de "agresividad" cristiana y el aumento evidente de un anhelo por imitar a San Pablo en cuanto a su celo por la evangelización: "A todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos" (1 Co. 9:22). Doy gracias por los cultos más breves, los grupos misioneros en casas de familia y los movimientos evangelizadores como los de Moody y Sankey. Cualquier cosa es mejor que el letargo, la apatía y la inercia. El mismo apóstol decía: "Cristo es anunciado; y en esto me gozo, y me gozaré aún" (Fil. 1:18). Los predicadores y justos de Inglaterra en un tiempo anhelaban ver algo así, pero nunca lo pudieron ver. Si a Whitefield y Wesley les hubieran dicho que vendría una época cuando los arzobispos y obispos ingleses, no sólo aprobarían cultos en las misiones sino que tomarían parte activa en ellos, no creo que lo hubieran creído. Pienso que dirían más bien, como el samaritano noble en la época de Eliseo: "Si Jehová hiciese ahora ventanas en el cielo, ¿sería esto así?" (2 R. 7:2).
Pero, aunque damos gracias por el aumento de religiosidad pública, no olvidemos nunca que, a menos que vaya acompañada por una fe personal, no tiene ningún valor y hasta puede tener efectos negativos. Correr incesantemente detrás de predicadores sensacionalistas en salones de reuniones calurosos y abarrotados, que se prolongan hasta altas horas de la noche, una ansiedad constante por sentir nuevas emociones y ver métodos novedosos, terminan produciendo un estilo enfermizo de cristianismo, y me temo que, en muchos casos, significan la ruina total del alma. Porque desgraciadamente los que hacen de la religiosidad pública su todo, a menudo, por puras emociones temporales, después de algún gran despliegue de oratoria eclesiástica, profesan sentir más de lo que realmente siente. Después de esto, los vemos en un nivel que imaginan haber alcanzado por una sucesión de excitaciones religiosas. Pero tarde o temprano, como sucede con los que mastican opio y los que beben alcohol, llega un momento cuando sus dosis ya no hacen efecto y comienzan a sentirse agotados y descontentos. Me temo que, con demasiada frecuencia, la conclusión de toda la cuestión es que vuelven a caer en una falta de vitalidad e incredulidad total, y un regreso total al mundo. ¡Y todo esto no tiene nada que ver más que con el hecho de tener sólo una religiosidad pública! Oh, recuerde el pueblo que no fue el viento, ni el fuego, ni el terremoto, que le mostró a Elías la presencia de Dios, sino "un silbo apacible y delicado" (1 R. 19:12).
Religiosidad personal
En primer lugar, quiero advertir que no quiero ver que disminuya la religiosidad pública; en cambio, sí quiero promover un aumento de una espiritualidad basada en una fe auténtica que sea privada, privada entre cada persona y su Dios. La raíz de una planta o un árbol no se ve en la superficie de la tierra. Si escarbamos hasta encontrarla y la examinamos, descubrimos que es una cosa fea, sucia y tosca que dista de ser hermosa a la vista, como lo es el fruto, la hoja o la flor. No obstante, esa raíz fea, es el verdadero origen de toda la vida, salud, vigor y fertilidad que los ojos ven y, sin ella, la planta o el árbol pronto mueren. Ahora bien, la comunión privada es la raíz de todo cristianismo vital. Sin ella, podemos aparentar mucho en las reuniones o en la plataforma, cantar a viva voz, derramar muchas lágrimas y tener el nombre de estar vivos y la alabanza de la gente. Pero, sin una fe personal, no tenemos vestido de boda y estamos "muertos ante Dios". Los tiempos requieren de todos nosotros más atención a nuestra fe personal, nuestra adoración privada.
(a) Oremos con más fervor a solas y pongamos toda el alma en nuestras oraciones. Hay oraciones vivas y oraciones muertas, oraciones que no nos cuestan nada y oraciones que, a menudo, nos cuestan muchas lágrimas. ¿Cómo son las suyas? Cuando grandes profesantes resbalan en público y la iglesia se sorprende y queda pasmada, la verdad es que ya habían caído mucho antes en privado. Ya habían descuidado el trono de gracia.
(b) Leamos más nuestras Biblias a solas y con más sacrificio y diligencia. Ignorar las Escrituras es la raíz de todo error y nos mantiene indefensos ante las acechanzas del diablo. Sospecho que, en la actualidad, hay menos lectura bíblica en privado que cincuenta años atrás. No puedo creer que haya tantos hombres y mujeres ingleses que han sido "llevados por doquiera de todo viento de doctrina" (Ef. 4:14). Hay algunos cayendo en el escepticismo, otros en un fanatismo cerrado y exagerado y otros más, yéndose a la religión de Roma, y todo esto porque se habituaron a leer la Palabra de Dios con desgano, superficialidad, indiferencia y por costumbre. "Erráis, ignorando las Escrituras y el poder de Dios" (Mt. 22:29). La Biblia en el púlpito nunca debe reemplazar a la Biblia en el hogar.
(c) Tengamos el hábito de cultivar más la meditación y comunión con Cristo a solas. Resolvamos dedicar tiempo a estar a solas, ocasionalmente, para hablarle a nuestra propia alma como lo hizo David; para derramar nuestros corazones a nuestro Sumo Sacerdote, Abogado y Confesor a la diestra de Dios. Queremos más confesión auricular, pero no con el hombre. El confesionario que queremos no es un rincón de la sacristía, sino ante el trono de gracia. Veo que algunos cristianos profesantes siempre andan de aquí para allá buscando alimento espiritual, siempre en público y siempre sin aliento y apurados. Nunca se toman el tiempo para sentarse tranquilamente, con el fin de considerar y analizar su condición espiritual. No es de sorprender, pues, ver que estos cristianos tienen una fe raquítica y atrofiada, y no crecen, y si, como las vacas flacas de Faraón, no se ven mejor, sino peor, es por sus banquetes de religiosidad pública. Nuestra prosperidad espiritual depende muchísimo de nuestra fe personal y nuestra fe personal no puede prosperar, a menos que decidamos que, con la ayuda de Dios, cueste lo que cueste, nos haremos tiempo para reflexionar, orar, leer la Biblia y tener una comunión personal con Cristo. ¡Ay! Cómo se descuida aquel consejo de nuestro Señor: "Entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre" (Mt. 6:6).
Nuestros antepasados evangélicos tenían muchos menos medios y oportunidades de los que tenemos nosotros. Desconocían lo que eran los salones de reunión completamente llenos, excepto, ocasionalmente, algún lugar donde predicaban hombres como Whitefield, Wesley o Rowlands. Los procedimientos que usaban no eran novedosos ni populares y, a menudo, les hacían más propensos a ser perseguidos y maltratados que a ser elogiados. Pero las armas que usaban, las usaban bien. Con menos ruido y aplausos de parte del hombre, dejaron una huella mucho más profunda para Dios en su generación de la que dejamos nosotros con nuestras conferencias, reuniones, misiones, salones y múltiples espectáculos religiosos. Sospecho que los convertidos de antaño, como las telas de lino, quedaban mejor, duraban más, desteñían menos, mantenían mejor su color, eran más estables y estaban más fuertemente arraigados que muchos de los infantes espirituales de esta época. ¿Y cuál era la razón? Creo que era porque daban más atención a su fe personal, a su comunión privada, que la que generalmente damos nosotros. Andaban cerca del Señor y lo honraban en privado, y él los honraba en público. ¡Oh, sigamos a Cristo como lo seguían ellos! Vayamos y hagamos lo mismo.
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