II. La verdadera condición del hombre "sin Cristo"
Ahora quiero considerar otro tema. ¿Cuál es la verdadera condición del hombre "sin Cristo"?
Este es un aspecto de nuestro tema que demanda una atención muy especial. Estaré muy agradecido si logro explicarlo en toda su dimensión. Me es fácil imaginar a algún lector diciendo para sus adentros: "Supongamos que estoy sin Cristo, ¿qué mal hay en eso? Espero que Dios sea misericordioso. No soy peor que otros. Confío en que al final todo saldrá bien". Escúcheme y, con la ayuda de Dios, trataré de hacerle ver que vive tristemente engañado. "Sin Cristo" nada saldrá bien, sino todo desesperadamente mal.
(a) En primer lugar, estar sin Cristo es estar sin Dios. Así se lo dijo directamente el apóstol a los efesios. Termina la famosa frase con la que comenzó: "Estabais sin Cristo", afirmando que estaban "sin Dios en el mundo". ¿Y a quién le puede sorprender esto? Al que tiene un concepto muy pobre de Dios, que no lo concibe como un Ser espiritual, glorioso y puro. Al que está tan ciego que no ve que la naturaleza humana es corrupta, pecaminosa y vil. Entonces, ¿cómo puede un gusano como el hombre acercarse a Dios con confianza? ¿Cómo puede levantar sus ojos a él con confianza y sin sentir temor? ¿Cómo puede hablarle, relacionarse con él? ¿Cómo puede tener expectativas de morar con él tranquilo y sin motivo para alarmarse? Es necesario que haya un Mediador entre Dios y el hombre y, únicamente uno, puede serlo. El único es Cristo.
¿Habla alguno de ustedes de la misericordia de Dios y el amor de Dios separada e independientemente de Cristo? Las Escrituras no registran un amor y una misericordia tal. Sepa cada uno que Dios, separadamente de Cristo, es un "fuego consumidor" (He. 12:29).
Incuestionablemente es misericordioso, rico en misericordia, abundante en misericordia. Pero su misericordia está conectada, inseparablemente, con la mediación de su Hijo amado, Jesucristo. Tiene que fluir a través de él, el canal escogido, o no fluye para nada. Escrito está: "El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió". "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí" (Jn. 5:23; 14:6). Estar "sin Cristo" es estar sin Dios.
(b) En segundo lugar, estar sin Cristo es estar sin paz. Cada ser humano tiene una conciencia en su interior que tiene que ser satisfecha antes de poder ser realmente feliz. Mientras que esta conciencia está dormida o casi muerta, le va bastante bien. Pero en cuanto despierta la conciencia del hombre y comienza a pensar en sus pecados pasados, sus fracasos del presente y el juicio en el futuro, descubre inmediatamente que necesita algo que le dé tranquilidad interior. Pero, ¿qué es lo que puede dársela? Puede probar arrepentirse, orar, leer la Biblia, asistir a la iglesia, participar de las ordenanzas y mortificar la carne, pero será en vano. Nada de esto, jamás, ha quitado la carga de la conciencia de nadie. ¡No obstante, la paz es posible!
Sólo una cosa puede dar paz a la conciencia y esta es la sangre de Jesucristo rociada sobre ella. Una comprensión clara de que la muerte de Cristo fue, de hecho, la paga de nuestra deuda con Dios y que se le adjudica el mérito de su muerte al hombre cuando cree, es el gran secreto de la paz interior. Satisface cada ansiedad de la conciencia. Contesta cada acusación. Calma todo temor. Escrito esta: "Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz". "Él es nuestra paz". "Justificados, pues por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo" (Jn. 16:33; Ef. 2:14; Ro. 5:1). Tenemos paz por medio de la sangre de su cruz: Paz como una mina profunda, paz como un arroyuelo con una corriente eterna. Pero "sin Cristo" no hay paz.
(c) Además, estar sin Cristo es estar sin esperanza. Casi todos tienen esperanza de un tipo u otro. Raramente encontraremos a alguien que afirme contundentemente que no tiene ninguna esperanza para su alma. ¡Pero cuán pocos son los que pueden dar "razón de la esperanza que hay en ellos" (1 P. 3:15)! ¡Cuán pocos pueden explicarla, describirla y mostrar en qué se basa! ¡Cuánta de la esperanza de muchos no es más que un sentimiento incierto y vacío, que en la enfermedad y en la hora de la muerte prueba ser completamente inútil para consolar o para salvar!
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