Versículo para hoy:

sábado, 26 de noviembre de 2016

LECTURAS VESPERTINAS – NOVIEMBRE 26

“Se alegrarán y verán la plomada en la mano de Zorobabel”. Zacarías 4:10.

LAS pequeñeces marcan el principio de la obra en la mano de Zorobabel, pero ninguna de ellas debe ser despreciada, pues el Señor ha levantado a uno que perseverará hasta que saque la primera piedra con aclamaciones. La plomada estaba en buenas manos. Aquí reside el consuelo de todo creyente en el Señor Jesús. No importa que la obra de gracia sea siempre tan pequeña en sus principios. La plomada está en buenas manos. Un maestro de obras mayor que Salomón ha emprendido la edificación del templo celestial y él no dejará ni se desanimará hasta acabar el edificio. Si la plomada estuviera en la mano de un ser meramente humano, podríamos temer por el edificio, pero el gozo del Señor prosperará en las manos de Jesús. Las obras no prosiguieron irregularmente y sin cuidado, pues la mano del constructor tiene una buena herramienta. Si las murallas hubieran sido edificadas sin la debida dirección habrían estado fuera de la línea perpendicular, pero la plomada fue usada por el eximio oficial. Jesús está siempre vigilando la erección de su templo espiritual para que sea edificado con seguridad y arte. Nosotros optamos por la prisa, Jesús opta por la prudencia. El usará la plomada, y lo que está fuera de línea tiene que ser derribado. De ahí el fracaso de muchas obras lisonjeras, la ruina de muchas brillantes profesiones. No nos corresponde a nosotros juzgar a la Iglesia del Señor, pues Jesús tiene mano firme y buena vista, y puede usar bien la plomada. ¿No nos regocijamos de ver que el juicio le ha sido confiado a él? La plomada estaba en actividad, pues estaba en la mano del constructor, indicio seguro de que él se propone proseguir la obra hasta su culminación. ¡Oh, Señor Jesús, cómo nos alegraríamos, en realidad, si pudiésemos verte en tu gran obra! ¡Oh Sión, la hermosa, tus muros están aún en ruina! Levántate, glorioso Edificador, y haz que sus desolaciones se regocijen en tu venida.

Charles Haddon Spurgeon.

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