Versículo para hoy:

domingo, 30 de octubre de 2016

LECTURAS VESPERTINAS – OCTUBRE 30

“Oh, tú, la que moras en los huertos, los compañeros escuchan tu voz, házmela oír”. Cantares 8:13.

MI afable Señor Jesús recuerda bien el jardín de Gethsemaní, pero, como ya ha dejado ese lugar, habita ahora en el jardín de la Iglesia. Allí él abre su corazón a los que cultivan su bendita amistad. La voz de amor con que habla a su amada es más melodiosa que las arpas del cielo. Hay en esa voz una profundidad tal de melodioso amor que deja atrás toda música humana. Diez millares en la tierra y millones en el cielo se gozan con los armoniosos acentos de la voz de Jesús. Algunos a quienes bien conozco y a quienes envidio están en este momento escuchando su amada voz. ¡Oh si pudiese participar de sus alegrías! Es verdad que algunos son pobres; otros están postrados en cama; y otros yacen cerca de las puertas de la muerte. Pero, oh Señor mío, con tal de oír tu voz, yo padecería alegremente hambre con ellos, me consumiría con ellos o moriría con ellos. En un tiempo oía esa voz frecuentemente, pero contristé tu Espíritu. Vuelve a mí con compasión y dime una vez más: “Yo soy tu salvación”. Ninguna otra voz puede contentarme. Yo conozco tu voz y no es posible que pueda ser engañado por otra. Te ruego que me permitas oírla. Yo no sé, oh Amado mío, lo que me dirás, ni te pongo condición alguna; lo único que quiero es oírte hablar. Si lo que tienes que decirme es una reprensión, te alabaré por ella. Quizás para purificar mi oído sea necesaria una operación muy penosa para la carne, pero sea lo que fuere, yo no me apartaré de este vehemente deseo: “Hazme oír tu voz”. Horada mi oreja otra vez; hiere mi oído con tus notas más agudas. Lo único que te pido es que no permitas que continúe sordo a tu voz. Señor, cumple esta noche el deseo de tu indigno siervo, porque yo soy tuyo y tú me has comprado con tu sangre. Tú has abierto mis ojos para que te vea y tu presencia me ha salvado. Señor, abre mis oídos. Yo he comprendido tu corazón; déjame ahora oír tu voz.

Charles Haddon Spurgeon.

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