Versículo para hoy:

miércoles, 12 de octubre de 2016

LECTURAS VESPERTINAS – OCTUBRE 12

"El Consolador, el Espíritu Santo”. Juan 14:26.

LA era actual es, de una manera especial, la dispensación del Espíritu Santo, en la cual Jesús nos alienta no con su presencia (como lo hará en breve), sino con la morada y constante permanencia del Espíritu Santo, que es, en todos los tiempos, el Consolador de la Iglesia. La misión del Espíritu Santo es consolar los corazones de los componentes del pueblo de Dios. El redarguye de pecado, ilumina e instruye. Pero la parte principal de su obra consiste en alegrar los corazones de los regenerados, confirmar a los débiles y ensalzar a todos los que están humillados. Cumple esto revelándoles a Jesús. El Espíritu Santo consuela, pero Cristo es la consolación. Si se nos permite usar la figura, el Espíritu Santo es el Médico, pero Jesús es la medicina. El Espíritu Santo sana la herida, pero lo hace aplicando el santo ungüento del nombre y de la gracia de Cristo. No toma de lo suyo sino de lo de Cristo. Así, si damos al Espíritu Santo el nombre griego de Paracleto, como lo hacemos a veces, entonces nuestro corazón da a nuestro bendito Señor Jesús el título de Paraclesis. Si uno es el Consolador, el otro es el Consuelo. Ahora bien, teniendo el cristiano tan rica provisión para sus necesidades, ¿por qué tiene que estar triste y desanimado? El Espíritu Santo, movido por bondad, se ha comprometido a ser tu Consolador. ¿Crees, oh débil y tembloroso creyente, que el Espíritu Santo no responderá a la confianza que en él has depositado? ¿Puedes suponer que él haya intentado lo que no puede o no quiere cumplir? Si su obra peculiar es fortalecerte y consolarte, ¿piensas que ha olvidado su cometido o que fracasará en la amorosa tarea que realiza para tu bien? No, no pienses tan mal del tierno y bendito Espíritu, cuyo nombre es “el Consolador”. El se complace en dar el óleo de alegría para el que llora y el vestido de alabanza para el espíritu abatido. Confía en él y él, sin duda, te consolará hasta que la casa del llanto se cierre para siempre y empiece la fiesta de boda.

Charles Haddon Spurgeon.

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