Versículo para hoy:

viernes, 26 de agosto de 2016

LECTURAS VESPERTINAS – AGOSTO 26

“Y luego toda la gente, viéndole, se espantó, y corriendo a él, le saludaron”. Marcos 9:15.

¡CUAN grande es la diferencia entre Moisés y Jesús! Cuando el profeta de Horeb estuvo cuarenta días en el monte, sufrió una especie de transfiguración, de suerte que su rostro resplandecía con gran brillantez y, como el pueblo no podía mirar su gloria, Moisés se ponía un velo sobre su rostro. No ocurrió así con nuestro Salvador. El se transfiguró con una gloria mayor que la de Moisés y, sin embargo, no está escrito que el pueblo se haya deslumbrado por el resplandor de su rostro, sino más bien dice que la gente se espantó y, corriendo, lo saludaron. La gloria de la ley repele, pero la maravillosa gloria de la cruz atrae. Aunque Jesús es santo y justo, sin embargo, junto a su pureza hay tanto de verdad y de gracia que los pecadores corren atónitos ante su bondad, fascinados por su amor. Ellos lo saludaron, se hicieron sus discípulos y lo aceptaron como Señor y Maestro. Lector, puede ser que precisamente ahora estés deslumbrado por la encandilante brillantez de la ley de Dios. Sientes sus demandas sobre tu conciencia, pero no puedes cumplirlas en tu vida. No quiero decir que halles falta en la ley; al contrario, ella reclama tu más profunda estima; sin embargo, de ninguna manera eres atraído a Dios por ella; más bien ella endurece tu corazón y te lleva al borde de la desesperación. ¡Ah!, pobre corazón, aparta tus ojos de Moisés, con todo su repelente esplendor, y mira a Jesús, que resplandece con glorias más suaves. Contempla sus sangrantes heridas y su cabeza coronada de espinas. El es el Hijo de Dios y, por eso, más grande que Moisés. El es el Señor de amor y, por eso, más tierno que el legislador. El soportó la ira de Dios y en su muerte reveló más de la justicia de Dios que el Sinaí con sus llamas de fuego. Pero esa justicia es ahora defendida, y de aquí en adelante será la guardiana de los creyentes en Jesús. Mira, pecador, al sangrante Salvador y, al sentir la atracción de su amor, arrójate en sus brazos y serás salvo.

Charles Haddon Spurgeon.

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