Versículo para hoy:

jueves, 24 de abril de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

17. Sed satisfecha

"En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva". Juan 7:37-38

    El texto que encabeza este capítulo contiene uno de esos aforismos de Cristo que merecen ser impresos en letras de oro. Todas las estrellas en el cielo son brillantes y bellas, pero aun un niño puede ver que una estrella es más resplandeciente que otra. "Toda la Escritura es inspirada por Dios" (2 Ti. 3:16), pero frio e insensible es el corazón que no siente que algunos pasajes tienen una riqueza y plenitud única. Este es uno de esos pasajes.

    A fin de poder captar toda su fuerza y hermosura hemos de recordar el lugar, el día y la ocasión a que se refiere el pasaje.

    El lugar era Jerusalén, la metrópolis del judaísmo y bastión de sacerdotes y escribas, de fariseos y saduceos. La ocasión era la Fiesta de los Tabernáculos, una de las grandes fiestas anuales del judaísmo. Si podía, todo buen judío subía al templo de acuerdo con la ley para participar de esta fiesta. El día era "el último... de la fiesta" cuando iban terminando todas las ceremonias, cuando según la tradición, se había sacado agua del estanque de Siloé para echarla solemnemente sobre el altar y lo único que quedaba por hacer era que los adoradores regresaran a sus casas.

    En este momento crítico, nuestro Señor Jesucristo se "puso de pie" en un lugar prominente y habló a la multitud reunida. No dudo de que leía sus corazones. Los veía retirarse con conciencias afligidas y mentes insatisfechas, no habiendo aprendido nada de los fariseos y saduceos, sus maestros ciegos; sólo se llevaban el recuerdo de pomposas e insulsas ceremonias. Los vio, tuvo compasión de ellos y alzó su voz como un heraldo diciendo: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba". Dudo que esto sea lo único que dijo en esa memorable ocasión. Sospecho que fue el momento cumbre de su discurso. Pero esta, me imagino, fue la primera frase que brotó de sus labios: "Si alguno  tiene sed, venga a mí y beba". Si alguno quiere agua viva que satisface, venga a Mí.

    Recuerdo a mis lectores que nunca antes ningún profeta ni apóstol, usó un lenguaje como este. "Ven con nosotros", le dijo Moisés a Hobab (Nm. 10:29); "Venid a las aguas", dijo Isaías (Is. 55:1); "He aquí el Cordero de Dios", dijo Juan el bautista (Jn. 1:29); "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo", dijo Pablo (Hch. 16:31). Pero nadie ha dicho jamás: "Venid a ", excepto Jesús de Nazaret. Este hecho es muy significativo. Cuando dijo: "Venid a mí", sabía y sentía que era el Hijo eterno de Dios, el Mesías prometido, el Salvador del mundo.

    Quiero enfocar la atención del lector en tres puntos que veo en esta expresión de nuestro Señor.

I. Tenemos un caso supuesto: "Si alguno tiene sed".

II. Tenemos un remedio propuesto: "Venga a mí, y beba".

III. Tenemos una promesa ofrecida: "El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva".

    Cada uno de estos puntos se aplica a todo aquel en cuyas manos cae este escrito. Y de cada uno de ellos, tengo algo que exponer.

I. El problema

    En primer lugar tenemos un caso supuesto. Dice el Señor: "Si alguno tiene sed". 

    La sed física es notoriamente la sensación más dolorosa que puede tener el hombre. Lea la historia de los que viven en la miseria en el pozo negro de Calcuta. Pregúntele a cualquiera que haya viajado por las llanuras del desierto bajo un sol tropical. Escuche lo que cualquier viejo soldado le diría acerca de la peor necesidad de los heridos en batalla. Recuerde la sed que sufren los tripulantes de barcos perdidos en el océano durante días en embarcaciones sin agua. Recuerde las tristes palabras del hombre rico de la parábola: "Envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama" (Lc. 16:24). El testimonio es invariable. No hay nada tan terrible y difícil como tener que aguantar la sed.

    Pero si la sed física es tan dolorosa, ¡cuánto más lo es la sed del alma! El sufrimiento físico no es la peor parte del castigo eterno. Es poca cosa, aun en este mundo, comparado con el sufrimiento de la mente y el hombre interior. Conocer el valor de nuestras almas y enterarnos de que estamos en peligro de una ruina eterna, sentir la carga del pecado no perdonado, no saber a dónde recurrir para conseguir alivio, tener una conciencia enferma e intranquila y no saber cómo remediarlo; descubrir que nos estamos muriendo, muriendo cada día sin estar preparados para encontrarnos con Dios, ni tener un concepto claro de nuestra propia culpa e impiedad y, no obstante, no tener idea de una absolución, es el peor de los dolores. ¡Ese dolor se extiende por toda el alma y el espíritu y traspasa las coyunturas y la médula de los huesos! Esta, sin duda, era la sed a la cual se está refiriendo el Señor. Es la sed de perdón, de absolución y de paz con Dios. Es la ansiedad de una conciencia realmente viva, anhelando satisfacción sin saber dónde encontrarla, caminando por lugares áridos y sin poder descansar.

    Esta es la sed que sentían los judíos cuando Pedro predicó el día de pentecostés. Está escrito que "se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?" (Hch. 2:37).

    Esta es la sed que sentía el carcelero de Filipos cuando despertó a la conciencia de su peligro espiritual y sintió el terremoto que hizo que se abrieran las puertas de la cárcel. Está escrito que "temblando, se postró a los pies de Pablo y de Silas; y sacándolos, les dijo: Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?" (Hch. 16:29, 30).

    Esta es la sed que muchos de los siervos más grandes de Dios parecían tener cuando la luz iluminaba sus mentes. Agustín buscando descanso entre herejes maniqueos sin encontrarlo. Lutero buscando la verdad entre los mones del monasterio en Érfurt. John Bunyan agonizando en medio de dudas y conflictos en su casita en Elstow, George Whitefield gimiendo bajo las austeridades que él mismo se impuso por falta de una enseñanza clara, cuando estudiaba en la Universidad de Oxford, han dejado registrada su experiencia. Creo que todos ellos sabían lo que nuestro Señor quiso decir cuando habló de "sed".

    Y creo que no es demasiado, decir que todos deberíamos saber algo de esta sed, aunque no tanto como Agustín, Lutero, Bunyan o Whitefield. Viviendo como vivimos en un mundo moribundo...

- sabiendo como sabemos, y lo admitimos, que hay un mundo después de la muerte, y que después de la muerte viene el Juicio,

- sintiendo como lo sentimos, aun en nuestros mejores momentos, que somos criaturas defectuosas, inestables, débiles y pobres, y no aptas para encontrarnos con Dios.

- conscientes en lo profundo de nuestro corazón que nuestro lugar en la eternidad depende del uso de nuestro tiempo...

Deberíamos sentir algo de "sed" por tener paz con el Dios Viviente.

    ¡Pero , ay, nada prueba más contundentemente la naturaleza caída del hombre como la falta general y común de sed espiritual! La gran mayoría de las personas en este momento están sedientas de dinero, poder, placer, posición, honra y distinción. Perseguir esperanzas vanas, escarbar buscando oro, irrumpir en una peligrosa brecha, abrirse paso en el hielo para llegar al Polo Norte, son empresas para las cuales no faltan aventureros y voluntarios. ¡La competencia es intensa e incesante para alcanzar esas coronas corruptibles! En comparación, son pocos los que tienen se de alcanzar la vida eterna. No asombra, entonces, que la Biblia llame al hombre natural "muerto", "dormido", "ciego" y "sordo". No es de extrañar que diga que el hombre necesita un nuevo nacimiento y una nueva creación. No hay síntoma más seguro de mortificación de la carne que la pérdida de todo sentimiento. No hay señal más dolorosa de un alma enferma que la ausencia total de sed espiritual. Ay del hombre de quien el Salvador puede decir: "Y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo" (Ap. 3:17).

    Pero, ¿quién entre mis lectores siente la carga del pecado y ansía paz con Dios? ¿Quién realmente es sensible a la confesión en nuestro Libro de Oraciones cuando dice: "He errado y me he apartado como una oveja perdida, no hay nada sano en mí, soy un despreciable ofensor"? ¿Quién entre mis lectores participa de la Cena del Señor y puede decir sinceramente: "El recuerdo de mis pecados es doloroso, y su carga es intolerable"? Si es usted uno de estos últimos, usted es el hombre que debe dar gracias a Dios. Un sentido de pecado, culpa y pobreza del alma, es la primera piedra que coloca el Espíritu Santo cuando edifica un templo espiritual. Convence de pecado. La luz fue lo primero creado en el mundo material  (Gn. 1:3). La luz en cuanto a nuestra propia condición es la primera obra en la nueva creación.

    Alma sedienta, lo repito, usted es quien debiera dar gracias a Dios. El reino de Dios está cerca. No es cuando empezamos a sentirnos bien, sino cuando nos sentimos mal, que damos el primer paso hacia el cielo. ¿Quién le enseñó que estaba desnudo? ¿De dónde vino esa luz interior? ¿Quién le abrió los ojos y le hizo ver y sentir? Sepa este día que no fue ni la carne ni la sangre las que le han revelado estas cosas, sino nuestro Padre que está en los cielos. Las universidades pueden conferir títulos y las escuelas pueden impartir conocimiento de todos los misterios, pero no pueden hacer que los hombres sientan su pecado. Percibir nuestra necesidad espiritual y sentir verdadera sed espiritual es el A-B-C de la fe salvadora.

    Fue muy acertado lo que dijo Eliú en el libro de Job: "Él mira sobre los hombres; y al que dijere: Pequé, y pervertí lo recto, y no me ha aprovechado, Dios redimirá su alma para que no pase al sepulcro, y su vida verá en luz" (Job 33:27-28). No se avergüence el que sabe algo de la "sed" espiritual. Por el contrario, levante la cabeza y comience a tener esperanza. Pídale a Dios que siga haciendo la obra que ha comenzado en usted y le haga sentir más sed.

No hay comentarios: