(d) El amor a Cristo es el común denominador de los creyentes en cada rama de la Iglesia de Cristo en el mundo. Ya sea episcopal o presbiteriano, bautista o independiente, calvinista o arminiano, metodista o moravo, luterano o reformado, establecido o libre, todos coinciden en esto. Con frecuencia, tienen amplias diferencias en cuanto a procedimientos y ceremonias, gobierno eclesiástico y modalidades del culto. Pero al menos, están unidos en un punto. Todos comparten el sentimiento hacia Aquel sobre quien edifican su esperanza de salvación: "La gracia sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo con amor inalterable" (Ef. 6:24). Es posible que muchos de ellos no sepan nada de su teología sistemática, y débilmente podrían defender su credo. Pero todos saben lo que sienten hacia Aquel que murió por sus pecados. "No puedo hablar mucho por Cristo, señor", dijo una anciana cristiana iletrada al Dr. Chalmers, "¡pero aunque no sé cómo hablar por él, puedo morir por él!"
(e) El amor a Cristo será la característica que distinguirá a todas las almas salvas en el cielo. La multitud imposible de contar será de un sentir. Todas las diferencias se fundirán en un solo sentir. Todas las peculiaridades doctrinales discutidas fieramente en la tierra, serán cubiertas por el sentimiento de ser deudores de Cristo. Lutero y Zwinglio ya no discutirán. Wesley y Toplady ya no perderán el tiempo en controversias. Conservadores y Disidentes ya no se morderán y devorarán los unos a los otros. Todos con un mismo sentir y a una voz se unirán en cantar este himno de alabanza: "Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos" (Ap. 1:5,6).
Las palabras que John Bunyan pone en boca del Sr. Firme son ciertas.
Ahora me veo al final de mi viaje y mis días trabajosos han terminado. Voy a ver esa cabeza que estuvo coronada de espinas y ese rostro que recibió escupitajos por mí.
Antes vivía de oídas y por fe, pero ahora voy donde viviré por vista y estaré con Aquel en cuya compañía me deleito.
He amado el oír hablar de mi Señor y dondequiera que he visto la huella de su calzado en la tierra, allí he deseado poner también mi pie.
Su nombre ha sido para mí como un almizcle; sí, más dulce que todos los perfumes. Su voz ha sido para mí lo más dulce y su aspecto he deseado más que quienes han deseado más la luz del sol".
¡Felices son los que saben algo de esto por experiencia! El que quiere estar preparado para el cielo tiene que conocer algo del amor de Cristo. El que muere sin haber sentido ese amor, mejor habría sido que no hubiera nacido.
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