"...Que sean uno, así como nosotros somos uno", (Juan 17:22).
La personalidad es esa parte peculiar, singular e incalculable de nuestra vida, que nos diferencia de todos
los demás. Es demasiado grande para poderla comprender. Una isla en el mar puede ser solamente la cima
de una gran montaña, y nuestra personalidad es algo parecido. Como no conocemos las grandes
profundidades de nuestro ser, no podemos hacer una valoración de nosotros mismos. Empezamos
creyendo que podemos, pero pronto entendemos que sólo un ser nos comprende completamente, nuestro
Creador.
Así como la individualidad caracteriza la parte externa del hombre natural, la personalidad es el sello
característico del hombre espiritual. Nunca podemos describir a nuestro Señor a partir de la
individualidad o la independencia, sino sólo a partir de su personalidad: El Padre y yo uno somos (Juan
10:30). La personalidad se debe unir. Es decir, que sólo alcanzas tu verdadera identidad estando unido a
otra persona. Cuando el amor, o el Espíritu de Dios, entra en una persona, ésta queda transformada, y ya
no insiste más en mantener su individualidad. El Señor nunca habló de la individualidad de una persona, o
de su posición aislada, sino de su personalidad. "....Que sean uno, así como nosotros somos uno". Cuando
le cedes a Dios tus derechos sobre ti mismo, enseguida tu verdadera naturaleza personal comienza a
obedecer a Dios. Jesucristo emancipa toda tu personalidad, e incluso tu individualidad se transforma. La
transformación es causada por el amor, es decir, por la devoción personal a Jesús. El amor es el
desbordante resultado de una persona en verdadera comunión con otra.
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