Versículo para hoy:

sábado, 18 de junio de 2016

LECTURAS VESPERTINAS – JUNIO 18

“Yo vine a mi huerto, oh hermana, esposa mía”. Cantares 5:1.

EL corazón del creyente es el jardín de Cristo. El lo compró con su preciosa sangre; entró en él y lo reclama como suyo. Un jardín implica separación. No es un vulgar descampado; no es un desierto; es algo que ha sido cercado. Quisiéramos ver más anchas y más fuertes las murallas de separación entre la Iglesia y el mundo. Me entristece oír decir a los cristianos: “Bien, no hay nada malo en eso, no hay nada malo en aquello”, acercándose así al mundo todo lo posible. Es muy escasa la gracia en aquella alma que aún puede preguntar hasta dónde puede vivir en conformidad con el mundo. Un jardín es un lugar de belleza; sobrepuja a las desoladas tierras incultas. El verdadero cristiano debe procurar ser en su vida mejor que el más destacado moralista, pues el jardín de Cristo tiene que producir las mejores flores de todo el mundo. Aún las mejores flores son pobres en comparación con lo que Cristo merece; no le demos, pues, plantas marchitas y enanas. En el jardín de Jesús, tienen que florecer las rosas y los lirios más raros, más preciosos y más delicados. El jardín es un lugar de crecimiento. Los santos no tienen que quedar estancados, siempre meros capullos y pimpollos. Tenemos que crecer en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Donde Jesús es el labrador y el Espíritu Santo el rocío, el crecimiento tiene que ser rápido. Un jardín es un lugar de retiro. Así también el Señor Jesucristo quiere conservar nuestras almas como un lugar en el cual él pueda manifestarse como no lo hace con el mundo. ¡Oh, si los cristianos estuviesen más retirados de manera que sus corazones estuvieran enteramente reservados para Cristo! Frecuentemente, como Marta, nos inquietamos y turbamos con muchos servicios, de modo que no tenemos para Cristo el lugar que tuvo María, y no nos sentamos a sus pies como debiéramos. Que el Señor nos conceda hoy las refrescantes lluvias de su gracia para regar su jardín.

Charles Haddon Spurgeon.

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