Versículo para hoy:

sábado, 24 de septiembre de 2016

LECTURAS VESPERTINAS – SEPTIEMBRE 24

“Yo dormía, pero mi corazón velaba”. Cantares 5:2.

LAS paradojas abundan en la vida cristiana. He aquí una de ellas: la esposa dormía y, sin embargo, velaba. Sólo puede declarar el enigma del creyente el que ha arado con la novilla de su experiencia. Los dos puntos del texto de esta noche son los siguientes: una deplorable somnolencia y un insomnio lleno de esperanza. Yo dormía. A causa del pecado que está en nosotros nos volvemos flojos en nuestros santos deberes, indolentes en nuestros ejercicios religiosos, apáticos en nuestros goces espirituales y enteramente negligentes y descuidados. Esto es vergonzoso para uno en quien habita el vivificante Espíritu, y es, además, muy peligroso. Hasta las vírgenes prudentes cabecean algunas veces. Ya es hora de quitarnos las vendas de la pereza. Es de temer que muchos creyentes pierdan su fuerza mientras duermen en el regazo de la seguridad carnal, como Sansón perdió sus guedejas. Es cruel dormir, teniendo en derredor nuestro un mundo que perece; y es una locura seguir durmiendo, estando tan cerca la eternidad. Sin embargo, ninguno de nosotros está tan despierto como debiera. Algunos truenos nos harían mucho bien y, probablemente, si no nos movemos pronto, los tengamos en forma de guerra, de pestilencias, de desgracias y de pérdidas personales. ¡Oh si dejásemos para siempre el lecho del ocio carnal y saliéramos con lámparas encendidas a recibir al Esposo que viene! Mi corazón velaba. Este es un signo promisorio. La vida, aunque está lastimosamente asfixiada, no se ha extinguido. Cuando nuestro renovado corazón lucha contra nuestra natural languidez, debiéramos estar agradecidos a la gracia soberana que mantiene dentro del “cuerpo de esta muerte” un poco de vitalidad. Jesús oirá a nuestros corazones, ayudará a nuestros corazones, visitará nuestros corazones; porque la voz del corazón vigilante es, en realidad, la voz de nuestro Amado que dice: “Ábreme”. Un celo santo quitará, sin duda, las trancas de la puerta.

Charles Haddon Spurgeon.

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