Versículo para hoy:

miércoles, 14 de septiembre de 2016

LECTURAS VESPERTINAS – SEPTIEMBRE 14

“Mi pecado te declaré y no encubrí mi iniquidad. Confesaré, dije, contra mí mis rebeliones a Jehová, y tú perdonaste la maldad de mi pecado”. Salmo 32:5.

EL dolor de David por su pecado fue amargo. Sus efectos se hicieron visibles en su cuerpo. “Sus huesos se envejecieron”. “Se volvió su verdor en sequedad de estío”. David no pudo hallar ningún remedio hasta que hizo una completa confesión delante del trono de la gracia celestial. El nos dice que por un tiempo estuvo callado y su corazón se llenó más y más de dolor. Como un pequeño lago entre montañas cuya salida está bloqueada, así su alma estaba llena de torrentes de aflicción. David buscó excusas, se esforzó en desviar sus pensamientos, pero todo fue en vano. Como una llaga que se ulcera, su dolor se agravó, y como él no quería usar la lanceta de la confesión, su espíritu se atormentó aun más y no halló descanso. Al fin, llegó a la conclusión de que tenía que volver a Dios en humilde arrepentimiento o morir irremediablemente. Fue, pues, en seguida al propiciatorio y allí desenrolló el rollo de sus iniquidades delante de Dios, que todo lo ve, confesando todo su mal con palabras como las del Salmo 51 y otros salmos penitenciales. Una vez hecho esto (acto sencillo y, sin embargo, tan dificultoso para el orgullo) recibió en seguida el perdón divino. Los huesos que habían sido abatidos se recrearon y David salió de su encierro para cantar las bienaventuranzas del hombre cuyas iniquidades fueron perdonadas. ¡Mira el valor de una confesión de pecados obrada por la gracia! Esa confesión debe ser muy estimada, pues en todos los casos donde hay una genuina confesión, el perdón es libremente otorgado; no porque el arrepentimiento y la confesión merezcan perdón, sino por causa de Cristo. ¡Bendito sea Dios, siempre hay cura para un corazón quebrantado! La fuente siempre está fluyendo para limpiarnos de nuestros pecados. En verdad, oh Señor, tú eres un Dios “pronto a perdonar”. En consecuencia, nosotros confesamos nuestros pecados.

Charles Haddon Spurgeon.

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