Versículo para hoy:

miércoles, 24 de agosto de 2016

LECTURAS VESPERTINAS – AGOSTO 24

“Cuando rompiere un fuego y hallare espinas y fuere quemado montón o haz o campo, el que encendió el fuego pagará”. Éxodo 22:6.

PERO, ¿qué pago puede hacer el que esparce el fuego del error o las brasas de la concupiscencia y coloca las almas de los hombres sobre llamas con el fuego del infierno? El daño no se puede calcular y su resultado es irreparable. Aunque tal ofensor sea perdonado, ¡qué dolor experimentará al echar una mirada retrospectiva!, pues no podrá anular el mal que hizo. Un mal ejemplo puede encender una llama que, años de carácter enmendado, no pueden apagar. Quemar los alimentos del hombre es un gran mal, pero, ¡cuánto peor es destruir el alma! Nos puede ser útil averiguar hasta dónde hemos sido culpables en el pasado e inquirir para ver si, aun en el presente, no hay algún mal en nosotros que tienda a dañar las almas de nuestros familiares, amigos o vecinos. El fuego de la contienda es un mal terrible cuando se enciende en una Iglesia cristiana. Donde los convertidos se multiplican y Dios es glorificado, el celo y la envidia hacen su obra más perniciosa. Donde el rubio grano es almacenado para recompensar las fatigas del gran Booz, el fuego de la enemistad se introduce y no deja otra cosa que humo y negrura. ¡Ay de aquellos por medio de quienes viene el escándalo! Que nunca venga por causa nuestra, porque, aunque no podamos pagar el daño, seremos, sin duda, las principales víctimas, si somos los principales ofensores. Los que alimentan el fuego merecen justa censura, pero el que lo encendió es más culpable. La discordia, por lo regular, primero hace presa de las espinas, es decir, se propaga entre los hipócritas y malos creyentes en la Iglesia y, después, se difunde entre los rectos, llevada por los vientos del infierno y nadie sabe dónde termina. ¡Oh tú, Señor y dador de la paz, haznos pacificadores y nunca permitas que ayudemos o alentemos a los hombres de discordia o aun que, sin intención, causemos división entre tu pueblo!

Charles Haddon Spurgeon.

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