Versículo para hoy:

sábado, 5 de marzo de 2016

LECTURAS VESPERTINAS – MARZO 5

“Dí a mi alma: yo soy tu salvación”. Salmo 35:3.

¿QUÉ me enseña esta grata oración? Ella será mi petición vespertina, pero primero quiero que me dé una instructiva meditación. El texto me dice en primer lugar que David tenía sus dudas, pues, ¿por qué rogó: “Dí a mi alma: yo soy tu salvación” si no tenía, algunas veces, sus dudas y temores? Sirva esto, pues, para animarme, pues no soy el único santo que tiene que lamentar debilidad de fe. Si David dudó, no debo pensar que no soy cristiano porque tenga mis dudas. El texto me recuerda que David no estuvo alegre mientras dudaba y temía, pero él recurrió enseguida al trono de la gracia para pedir certidumbre, pues la consideraba valiosa como oro fino. Yo también debo esforzarme por tener un permanente sentido de mi aceptación en el Amado, y no debo tener gozo alguno cuando su amor no está derramado en mi alma. Cuando mi Esposo se ha apartado de mí, mi alma debe ayunar y deseará hacerlo. Veo también que David sabía dónde obtener plena certidumbre. El fue a su Dios en oración, clamando: “Dí a mi alma: yo soy tu salvación”. Debo estar mucho a solas con Dios si quiero tener un claro sentido del amor de Jesús. Si mis oraciones cesan, los ojos de mi fe se oscurecerán. Mucho en oración, mucho en el cielo; lento en la oración, lento en el progreso. Observo que David no quedaba satisfecho a menos que su certidumbre procediese de una fuente divina. “Dí a mi alma”. Señor, dí tú. Nada menos que un testimonio divino en el alma satisfará al cristiano verdadero. Además, David no podía descansar a menos que su certidumbre estuviese fundada en una clara alusión personal. “Dí a mi alma: yo soy tu salvación”. Señor, aunque tú dijeras esto a todos los santos, no significaría nada si tú no me lo dijeras a mí. Señor, he pecado; no merezco tu sonrisa. Apenas me atrevo a pedírtela, pero, oh, dí a mi alma, sí, a mi alma: “Yo soy tu salvación”. Haz que tenga un presente, personal, infalible, indisputable sentido de que yo soy tuyo y de que tú eres mío.

Charles Haddon Spurgeon.

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